Argentina/ Mujeres migrantes frente a la pandemia. "Lo que no hace el Estado, lo hacemos nosotras" [Anita Pouchard Serra - Reportaje]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Sep 5 00:37:07 UYT 2020


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Correspondencia de Prensa

5 de setiembre 2020

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Argentina



Mujeres migrantes frente a la pandemia



“Lo que no hace el Estado, lo hacemos nosotras”



En el Bajo Flores, en Buenos Aires, cinco mujeres que llegaron desde Bolivia
o Perú encabezan el esfuerzo para atenuar el impacto de la crisis sanitaria
y económica en el barrio, organizan la defensa de sus derechos como
migrantes y habitantes de la Villa 1-11-14. Esta labor comenzó mucho antes
de que llegar el coronavirus, pero fue necesario multiplicarla por la
pandemia.



Anita Pouchard Serra *

Revista Lento, setiembre 2020

https://ladiaria.com.uy/lento/



Juana corre para llegar antes del mediodía a la esquina de la avenida Cobo y
Curapaligüe, en el barrio porteño de Bajo Flores. Tiene 51 años, es
promotora de salud de la organización Frente de Organizaciones en Lucha
(FOL) y vive en la villa 1-11-14, la villa más poblada de la ciudad de
Buenos Aires, desde que llegó de Perú hace 20 años. A las 12 hs en punto,
vecinxs, organizaciones sociales, residentes y médicxs del Hospital Piñero
organizaron un corte para denunciar la situación y la falta de recursos
sanitarios en la zona ante la progresión del COVID 19. Nada nuevo. El virus
solo resaltó las problemáticas pre-existentes y cotidianas de muchxs
habitantes de los barrios populares de Buenos Aires en cuanto a vivienda,
trabajo, salud. En otras palabras, en cuanto a sus derechos ciudadanos
básicos.



La cuarentena nos pide resistir guardadxs en nuestras casas. Pero cuando se
vuelven un lugar de peligro por la falta de agua o por las condiciones de
hacinamiento, urge tomar de nuevo la calle, como se pueda: concentrando con
distanciamiento social para denunciar sin ser denunciado.



No hay canales ni grandes medios de comunicación, solo vecinxs mirando desde
la cola de la farmacia o de la verdulería. La avenida Cobo es una de estas
fronteras que compone la ciudad, límites invisibles pero vívidos, por los
que miramos desde el bondi o la vereda de enfrente, por los que nos ven
mirar sin entender mucho.



—Ahí tendría que estar la policía, mira lo que están haciendo, en plena
cuarentena. ¡Que vayan a laburar! ¡Hace 50 años que estoy en el barrio, son
ladrones! — grita un señor de unos 70 años en la esquina de Puan y Cobo
mientras mira de lejos la protesta.



—Esa crítica la hice en un momento, antes, desde afuera de la organización—
dice Juana, y recuerda cuando desde su trabajo de limpieza en el microcentro
veía a manifestantes cortar las calles. Al entrar al FOL, hace cuatro años,
descubrió “lo que es movilizar para un reclamo, luchar por lxs demás, no
solamente por nosotrxs dentro de la organización.”



***



Juana pertenece al comedor del FOL “Berta Cáceres”. Está sobre la avenida
Francisco Cruz, que delimita el este de la Villa 1-11-14. Desde las 11:30 hs
vecinxs del barrio armaron una fila que da vuelta a la manzana. Así sucede
todos los días desde que empezó la cuarentena. Cien familias se inscribieron
para recibir sus raciones de comida de lunes a viernes, otras cien quedaron
en la lista de espera. Juana camina por la cola alcohol en mano, reparte
información, conversa con lxs vecinxs, responde preguntas y trata de
detectar situaciones de riesgo y casos potenciales.



En la puerta está Patricia, 43 años, responsable de que las personas que
vienen a buscar sus raciones ingresen una por una. Llegó a Argentina desde
Bolivia hace cuatro años.  Su hermana vive en el barrio y participa del FOL,
fue por ella que entró a la organización. Hoy incluso la representa en la
campaña Migrar no es delito, que defiende y pelea por los derechos y la
regularización de lxs migrantes. Todos los martes tiene que hacer horas
comunitarias en el comedor, cumpliendo con las tareas que hagan falta para
que la máquina solidaria funcione : cocinar, recibir mercadería, atender,
entre otras. Desde que el COVID 19 entró al barrio, trabaja el doble o el
triple para cubrir a sus compañeras que tuvieron que aislarse o que
resultaron infectadas.



Una mujer desempleada, un joven que pide algo de comida, una familia que se
acerca para llevarle algo a sus hijos. Patricia cuenta que siempre hay una
compañera dispuesta a dividir su ración personal para compartir. Pero no
solo se trata de dar, aclara, sino de explicar por qué esa comida llegó a su
plato y qué hace la organización más allá del comedor y de esa vital
entrega. Explicar que no es magia o punterismo, que es lucha y trabajo de
hormiga desde mucho antes de la pandemia.



En estas colas hay familias que nunca habían pisado un comedor. Pero con los
ahorros agotados y muchas dificultades para cobrar el IFE, no tuvieron otra
opción. Según el relevamiento de Agenda Migrante 2020, un colectivo
integrado entre otras organizaciones por Amnistía Internacional, el Centro
de Estudios Legales y Sociales y la Campaña Migrar no es Delito; el 58% de
las personas migrantes encuestadas en abril de 2020 se quedaron sin trabajo,
sin fuente de ingreso y por ende sin comida.



—Antes nos trataban de vagos, de planeros —dice Ana, 35 años, referenta del
FOL del sector de Riestra que llegó de Perú hace 10 años. Con la pandemia,
vecinxs del barrio se dieron cuenta del valor de las organizaciones sociales
en sus territorios. Y también que, de un día para otro, podemos estar en el
lugar de aquel que prejuzgamos alguna vez. Pero lxs vecinxs no son los
únicxs que se dieron cuenta. Como promotora de salud, Juana participa de las
postas comunitarias del programa “El Estado en tu barrio”, donde se comparte
información sobre el COVID 19 y se reparten barbijos, entre otras cosas.
Como es un trabajo voluntario, Juana se niega a poner la pechera oficial del
programa para conservar la de su organización, con una gran cruz roja en el
pecho y la sigla “FOL”.



Mujeres como ella, provenientes de distintas organizaciones sociales, son
los ojos y las manos en el barrio de un Estado que a veces no da abasto y
otras está desconectado de las realidades al ras del suelo. Ana lo resume
con precisión.



—Lo que no hace el Estado, lo hacemos nosotrxs.



***



Pocas semanas antes de la pandemia, Ana y otras compañeras estaban por abrir
el nuevo comedor, “Las guerreras del FOL”, en el sector Riestra de la villa
1-11-14. El trámite de habilitación para recibir alimentos y cocinarlos se
suspendió por la crisis, pero ante la urgencia de atender las necesidades
locales las militantes, históricas o recién llegadas, decidieron abrirlo
gual. Es un cuarto amplio de paredes claras, una planta baja en el cruce de
varios pasillos estrechos y oscuros, donde la “distancia social” resulta
imposible. En una de las paredes, una pequeña ventana deja entrar una luz
del día más simbólica que eficaz.



Como todavía no podían recibir las provisiones, las mujeres del comedor
buscaron otra solución para poder ayudar. Hablaron con sus compañeras del “
Berta Cáceres”, separadas físicamente por 1,6 km, y lograron su apoyo. Para
hacer llegar la comida atraviesan todo el barrio de lunes a viernes: el
periplo empieza con una difícil caminata por los pasillos, con changos cuyas
ruedas pelean contra el piso irregular de la villa, para luego saltar de
puesto en puesto de Gendarmería.



—Evitamos ir por Perito Moreno, es más peligroso. Una vez robaron a las
compañeras toda la carga y sus cosas personales —cuenta Andrea, una de las
más jóvenes de la organización, que a pesar de no vivir más en el barrio
sigue militando y colaborando. En “Cruz”, como le dicen al “Berta Cáceres”,
se reparten los alimentos que les corresponden a las familias registradas en
ambos espacios. Después, al mediodía, los entregan en formato de bolsones.
No es un paseo, es una carrera. Tienen que ir rápido porque no hay tiempo.
Rápido, porque dos changos de comida en época de pandemia es un tesoro que
hay que cuidar. Las guardianes de esto no son más de cinco, de todas las
edades, que empujan con sus propios brazos las raciones diarias para 100
personas.



Al cruzar por la manzana 2, Ana las saluda desde la puerta de su casa. A lo
largo de sus ocho años en la organización vio como muchas compañeras
crecieron como mujeres y se empoderaron. Ella misma lo hizo. Ahora vive en
una casa con comedor y habitaciones para toda su familia: es la primera
después de muchos años de alquilar un cuarto para compartir. MIentras se
suma a la tarea colectiva, analiza cómo cambió su vida, desde su infancia en
Perú a su temprana vida de pareja.



—Crecí con una mentalidad machista y no me daba cuenta: atender al hombre
como un rey, hacerle caso a ellos.



***

Ana encontró en el movimiento su espacio de libertad, un espacio donde ayudó
como delegada de género y desde la experiencia propia a otras compañeras.
Con una sonrisa recuerda la timidez de algunas, y lo compara con cómo hoy
toman la palabra, tanto en la organización como en sus propias casas.
Mujeres migrantes como ella, que por distintas razones llegaron a la
Argentina y hoy están al frente de la pandemia en la villa 1-11-14.



Susana tiene 49 años y es una de las mujeres que participan en el comedor
“Berta Caceres”. A mediados de 2001 quiso migrar desde Bolivia, su tierra
natal, a Argentina. Pero por demoras en el trámite de sus documentos llegó
recién en la primavera del 2002, en pleno caos político, social y económico.
La pandemia no es la primera crisis que atraviesa en el país.



—¡Recolección! ¡Recolección de basura! ¡Recolección!



Su voz y la de sus compañeras de cuadrilla de limpieza resuenan en los
pasillos de la manzana 1. Tres días a la semana, entre las 8 y las 10:30 hs,
recorren la zona para recoger la basura y desinfectar los pasillos. Antes de
salir se preparan en el obrador de un cuarto que alquilan a un restaurante
de la avenida Perito Moreno. El ritual de vestimenta incluye pantalones de
trabajo, guantes de protección, barbijos y lentes, al menos de sol, porque
no les entregaron otro tipo de protección a pesar de prestar un servicio
esencial que depende del gobierno. Antes de salir, guardan alcohol y
lavandina para protegerse del virus y de la contaminación.



El 5 de junio, después del trabajo con su cuadrilla, Susana vuelve al
comedor “Berta Cáceres” para hacer tareas de prensa, su otra actividad en la
organización. Registra cada detalle, cada esfuerzo de sus compañerxs y lo
comparte en las redes y los grupos de whatsapp. Este día es importante: un
conjunto de organizaciones sociales instalaron siete ollas populares en el
barrio para reclamar y visibilizar la situación de emergencia. El FOL
participa en tres de ellas. Con sobras de bolsones, donaciones y parte de
sus propias raciones, cocinan un plato caliente para lxs que no entran en
los cupos de los comedores.



En cada olla cada persona tiene definida una tarea. Es una mecánica
aceitada: una distribuye el pan, otra cuelga pancartas, las restantes sirven
raciones de comida. Mientras, Susana se mueve entre lxs vecinxs y la
estrecha vereda para buscar el mejor ángulo que registre a sus compañerxs.
De pronto, no saca más fotos. Como trabajadora de la primera línea, como
otras mujeres de las organizaciones populares, le avisan que quedó infectada
por el virus. Susana va a tener que aislarse en la habitación de un hotel
que puso a disposición el Estado para pacientes leves.



— Lo mejor que le puede pasar— dicen lxs vecinos. Es que ir al Hospital
Piñero, que corresponde al barrio, es uno de los miedos más grandes de los
habitantes de la 1-11-14.



Unas cuadras más allá, en la rotonda de Perito Moreno y Riestra, las
“Guerreras del FOL” revuelven lo que queda de sus ollas populares, ollas que
bancan la emergencia de su comunidad. Una ya está vacía: con el celular
muestran las fotos de una cola interminable que se formó una hora antes.
Mientras ríen y levantan sus pertenencias empujan su fiel chango que, así
como con los bolsones, las hará recorrer torpemente las veredas de la
avenida Varela hasta volver a su base, para limpiar, desinfectar y ordenar
todo para el día siguiente.



En el camino las compañeras, una tras otra, se sientan y descansan. Sacan
conclusiones de la actividad, discuten qué cosas para mejorar, qué quedó por
hacer. Las más antiguas comparten experiencias y los modos de hacer con las
más nuevas. Aunque otro tema está en boca de todas: las intervenciones de
Horacio Rodríguez Larreta en la conferencia de prensa que día el presidente
Alberto Fernández.



—Habló del barrio y de nosotrxs, pero dijo cualquier cosa— comenta una. Es
que ninguna vio llegar los kits de limpieza que mencionó el Jefe de
Gobierno. Saben perfectamente que las palabras ante una cámara difieren de
las realidades en el barrio. La cobranza del IFE, por ejemplo, sigue siendo
un tema de preocupación dentro de la comunidad. Según el decreto, migrantes
con al menos dos años de residencia tenían derecho a cobrar los 10.000 pesos
del subsidio excepcional. Sin embargo, a muchxs le rechazaron su pedido sin
motivo entendible. Cada una comparte su experiencia administrativa, lo que
escuchó por ahí o sabe a ver si, entre todas, logran resolver los problemas
de su comunidad.



***



Andrea despide a sus compañeras, sale del comedor y camina unas cuadras
hasta la parada del 50 que está en la puerta del hospital Piñero. Reparte su
tiempo entre el estudio, la militancia barrial, el taller de costura y la
participación como delegada de la organización en la campaña Migrar no es
delito. Antes de que llegue el colectivo cuenta que migró a Argentina de
adolescente, por decisión de su familia. Cuando llegó no sabía mucho del
país, la ruptura con su Bolivia natal fue dura. Su padre, que ya vivía en
Buenos Aires, le aseguró que era como en cualquier parte del mundo, donde
“hay gente mala y gente buena”.



Gente buena como “Abu Eva”, la abuela que Ana empezó a cuidar cuando llegó y
que hoy todavía extraña. Entre cuidados y mates en su casa, la misma abuela
le contó su historia, cómo su familia llegó en barco, cómo les dieron una
tierra para que sembraran, como lxs extranjerxs que vinieron comenzaron a
levantar el país.



—Ellos también fueron ayudados por el gobierno, no es que se hicieron ricos
de la noche a la mañana. Porque el gobierno cedió una tierra para que puedan
sembrar, les cedió animales para que puedan salir adelante acá en Argentina—
remarca Ana, que empezó a documentarse sobre la historia Argentina y cómo se
construyó este país. Una historia de la cual las personas migrantes fueron y
son parte, como los padres de “Abu” ayer, y como Ana, Juana, Andrea, Susana
y Patricia hoy.



* Fotoperiodista, docente  y narradora visual franco-argentina basada en
Buenos Aires y trabajando en América Latina. Recibió un Pulitzer Center
Grant for Crisis Reporting, el Grant We, Women de United Photo Industries
(2019), la beca MOVING WALLS del Open Society Foundations ( 2018), y la beca
ADELANTE del IWMF( 2017). Publicó en The New York Times, Le Monde,
Washington Post, Bloomberg, Geo Magazine, Days Japan y presentó su trabajo
en Francia, Argentina, México, EEUU, España.

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