Economía/ Reseña. "Thomas Piketty, una denuncia ilusoria del capital" de Alain Bihr y Michel Husson [Henry Sterdyniak]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Sep 13 00:06:47 UYT 2020


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Correspondencia de Prensa

13 de setiembre 2020

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Economía



“Thomas Piketty, una denuncia ilusoria del capital” de Alain Bihr y Michel
Husson



Henry Sterdyniak *

A l´necontre, 4-9-2020

http://alencontre.org/

Traducción de Faustino Eguberri – Viento Sur

https://vientosur.info/



Los dos libros de Thomas Piketty:  El capital en el siglo XXI publicado en
2013 y Capital e ideología, publicado en 2019  1/, han tenido un impacto
mundial. A esto hay que añadir el trabajo del Laboratorio sobre las
Desigualdades Mundiales  2/, así como el Manifiesto para la democratización
de Europa  3/. Piketty interviene en el debate público defendiendo un
proyecto de socialismo participativo basado en la reducción de las
desigualdades de renta y patrimonio mediante la fiscalidad, en la
participación de las y los asalariados en la dirección de las empresas y en
la democratización de Europa.



Por tanto, se agradece el libro de Alain Bihr y Michel Husson: Thomas
Piketty, une dénonciation illusoire du capital (Thomas Piketty, una denuncia
ilusoria del capital)  4/que ofrece una lectura crítica de la obra de
Piketty. Esta se hace, en gran medida, en nombre del marxismo. Lo que los
autores justifican señalando que, como demuestra el título de sus dos
libros, Piketty se propone escribir El Capital de nuestro siglo, superando a
Marx. Pero la comparación es cruel. Piketty no está más allá de Marx, sino
muy por debajo.



Alain Bihr y Michel Husson plantean desde la introducción cuatro críticas a
la problemática de Piketty: éste olvida las relaciones sociales de
producción, que dictan el funcionamiento de cualquier economía y en
particular de las economías capitalistas, en beneficio del análisis
estadístico de distribución de ingresos y patrimonios; Piketty usa el
concepto de capital de una manera ateórica: su análisis de las ideologías es
sumario, basado en la introducción ahistórica de la norma de igualdad;
finalmente, sus propuestas de reforma resultan utópicas: son incompatibles
con el capitalismo, sin que Piketty proponga claramente una salida del
capitalismo, y son inaceptables para las clases dominantes, sin que Piketty
analice las alianzas de clases que podrían ponerlas en práctica.



En el capítulo 1 del libro, Bihr y Husson denuncian las debilidades teóricas
del trabajo de Piketty. Así, en Capital e ideología, éste utiliza el
concepto de capital, pero sin definirlo con precisión: el capital sería
cualquier activo que reportara una ganancia, independientemente de las
relaciones de producción. Asimismo, las desigualdades se analizan únicamente
desde el ángulo estadístico de las desigualdades en ingresos o patrimonio,
olvidando las desigualdades de estatus y de poder. La insistencia en las
desigualdades enmascara la negativa a cuestionar fundamentalmente las
relaciones de producción: por supuesto, las clases dominantes pueden
entregarse al consumo lujoso y ostentoso, pero sobre todo organizan las
relaciones de producción, orientan la evolución económica y definen e
imponen la ideología que justifica su dominación. Ciertamente, Piketty
denuncia el papel de justificación de las ideologías, pero lo limita a la
justificación de las desigualdades y no a la del conjunto del orden social.
Los autores muestran acertadamente que Piketty subestima el papel de las
relaciones de producción y las relaciones de clase para sobreestimar el de
las ideologías, lo que tiene serias consecuencias para su programa político.



El capítulo 2 denuncia la ligereza con la que Piketty utiliza la historia
económica y social. Así, santifica la distribución de la sociedad feudal en
tres órdenes, la nobleza, el clero y el tercer Estado, negándose a ver que
esta distribución no es universal, que enmascara la realidad de las
relaciones de producción, que ha evolucionado a lo largo del tiempo bajo el
efecto de su dinamismo próximo y propio (y no solo bajo el efecto de shocks
políticos, como la Revolución Francesa). Así, utiliza la noción de “sociedad
de propietarios” para definir el capitalismo, enmascarando así que el
capitalismo se caracteriza por una masa de individuos que no poseen nada. El
capítulo 3 ilustra esta misma frivolidad en el caso específico del Reino
Unido, donde Piketty apenas nos explica los debates que acompañaron al
surgimiento del capitalismo.



El capítulo 4 analiza un aspecto esencial de la evolución de las economías
capitalistas desde 1914 hasta 1980: la creciente importancia del Estado
social, es decir, un compromiso entre el capitalismo y el movimiento social,
que hizo que progresivamente el Estado distribuyera más del 40% de la
producción. Aquí también, los autores reprochan a Piketty sobrestimar el
papel de los factores ideológicos (el debilitamiento de la fe en la
autorregulación de los mercados) mientras subestima tanto el de las fuerzas
sindicales como sociales (que defendían a la vez reivindicaciones
reformistas a corto plazo y objetivos revolucionarios de puesta en cuestión
del capitalismo),así como el de las necesidades mismas del funcionamiento
del capitalismo (que necesita una regulación macroeconómica, gasto público y
social, infraestructuras, empleados competentes, gestión pacífica de los
conflictos entre las grandes potencias imperialistas, etc.). Sin embargo,
¿deberíamos escribir, como los autores, que “las sociedades capitalistas
occidentales han seguido siendo realmente, durante estas pocas décadas,
sociedades plenamente capitalistas”? Yo no lo pienso así. Este punto de
vista no rinde cuenta del auge de las instituciones sociales (educación
pública, salud para todos, pensiones por reparto, prestaciones por
desempleo, prestaciones asistenciales), instituciones cuyo mantenimiento e
importancia son objeto de un conflicto permanente entre las clases
dominantes y las fuerzas sociales, instituciones que introducen una parte ya
presente del socialismo en el corazón mismo del capitalismo.



¿Por qué el proyecto socialdemócrata está en dificultades después de 1980,
cuestionado por la contrarrevolución neoliberal? Para Piketty, no se ha
impulsado lo suficiente la cogestión de empresas, pero los autores muestran
que la misma sólo podría ser ficticia si no se abandonaba la lógica del
capital; al contrario que Piketty, ven la autogestión o la nacionalización
como estrategias más prometedoras. Piketty cuestiona la falta de
democratización de la educación superior, su incapacidad para lograr la
igualdad de oportunidades, olvidando que esto es siempre un mito engañoso en
una sociedad fundamentalmente desigual, en la que las posiciones sociales
son  en gran parte hereditarias. Finalmente, Piketty critica a la
socialdemocracia haber pensado la fiscalidad y la protección social en un
marco nacional, pareciendo olvidar que las clases dominantes han utilizado
precisamente la mundialización, la apertura de fronteras, la construcción
europea para cuestionar los compromisos nacionales, para poner en
competencia a los trabajadores y a los sistemas socio-fiscales de cada país
y que no hubo movimientos organizados a nivel mundial (ni siquiera a nivel
europeo) para establecer una protección social y una fiscalidad
transnacionales. Donde Piketty ve una debilidad ideológica de la
socialdemocracia, los autores ven la tendencia casi inevitable de ciertas
capas sociales a subyugarse a las clases dominantes, una tendencia reforzada
por los desarrollos sociales en los países desarrollados (el debilitamiento
de la clase trabajadora como fuerza política).



El capítulo 5 discute las propuestas clave del libro El capital en el siglo
XXI. La identidad en la que se basa Piketty es:



r=a/b,  en la que r es la tasa de ganancia, a la parte de las ganancias y b
la ratio capital/producto.



Piketty considera que la tasa de ganancia está determinada por la
productividad marginal del capital, de forma que el aumento de la ratio
capital/producto se traduce mecánicamente en un aumento de la parte del
capital en el valor añadido. De hecho, no distingue entre capital productivo
y capital inmobiliario, por lo que el fuerte aumento que describe en la
ratio capital / producto proviene casi en su totalidad del aumento del
precio relativo de la vivienda, que su diagrama teórico no toma en cuenta.
Por el contrario, los autores recuerdan la característica esencial de la
evolución económica de los últimos cincuenta años: la ralentización de las
ganancias de productividad del trabajo y la caída de la relación
producto/capital han sido compensadas por un aumento de la parte de los
beneficios en el valor añadido, de modo que la tasa de ganancia se ha
mantenido en niveles excesivos en relación con la tasa de inversión. Así, la
caída de la parte de los salarios, así como el estancamiento de la
inversión, plantean problemas de mercado, resueltos por el consumo de las
clases privilegiadas, por mercados externos (para algunos países), pero
sobre todo por el aumento del crédito y la financiarización.



Los autores destacan la ligereza con la que Piketty elabora sus previsiones
para las próximas décadas, en particular la de una brecha persistente entre
la tasa de rendimiento del capital y la tasa de crecimiento, que le lleva a
pronosticar un próximo incremento casi automático de las desigualdades en
rentas y patrimonio.



Los autores reconocen el mérito de Piketty: “hacer del tema de las
desigualdades un tema muy importante de debate público”, pero a costa de
olvidar lo esencial: lo que caracteriza al capitalismo es que las y los
capitalistas dirigen la producción y ejercen presión sobre los salarios y
las condiciones de trabajo para obtener el máximo beneficio. Al no
cuestionar esta base del capitalismo, ni la distribución primaria de la
renta, Piketty se ve reducido a abogar por soluciones ingenuas, la
redistribución mediante la fiscalidad, la aceptación por parte de las y los
capitalistas de una tasa de ganancia más baja.



Piketty propone una imposición muy fuerte a los altos patrimonios, para
redistribuir patrimonio a las personas más jóvenes, lo que resolvería la
cuestión de las desigualdades de patrimonio, pero no plantea la cuestión de
la valoración del patrimonio de la gente más rica fundamentalmente poseído
en forma de acciones de las empresas; no examina las consecuencias
macrofinancieras de dicha transferencia; el precio de las acciones se
hundiría; ¿Quién poseería el capital de las empresas? Asimismo, no se aborda
con seriedad la cuestión del uso de este patrimonio de 120.000 euros para
otorgar a cada joven de 25 años. Su propuesta solo tiene sentido si va
acompañada de una socialización del capital inmobiliario (para resolver el
tema de la vivienda) y del capital de las empresas, que Piketty no
contempla.



El capítulo 6 analiza el proyecto político de Piketty de un socialismo
participativo. Éste se basaría en tres elementos: la tributación de los
patrimonios y las rentas sería altamente progresiva; las y los
representantes de los trabajadores tendrían derecho a la mitad de los
puestos en los consejos de administración; todas las personas tendrían
derecho a una renta mínima garantizada del 60% del PIB per cápita y a los 25
años recibirían un patrimonio equivalente al 60% del patrimonio medio. Los
autores reprochan a este proyecto reformista el no sacarnos del capitalismo:
las empresas deberían seguir teniendo en cuenta las normas vigentes en
materia de salarios y productividad laboral, despedir trabajadores si es
necesario, como las SCOPs (sociedad cooperativa y participativa) hoy.
Deberían tener en cuenta las exigencias de rentabilidad de las y los
accionistas (que ocuparían la mitad de los puestos en el Consejo de
Administración). Observo, por mi parte, que Piketty no explica cómo se
gestionarían tales empresas, cómo se arbitrarían las divergencias de
objetivos entre capitalistas y empleados, por lo que su proyecto tiene poca
consistencia.



Los autores señalan que Piketty acepta la visión de la propiedad privada,
como emancipadora, garante de la libertad individual, olvidando la realidad
del capitalismo, en el que la masa de las personas asalariadas no disfruta
de esta libertad. Los autores denuncian también la visión idílica de la
formación continua (que compensaría milagrosamente las desigualdades
sociales de acceso a la formación inicial).



Para Piketty, el aumento del impuesto sobre el carbono podría compensarse
con un aumento de las transferencias, de modo que solo tendría un efecto
incentivador, “sin gravar el poder adquisitivo de la gente más modesta”.
Como señalan los autores, esta propuesta técnica minimiza el alcance de la
crisis ecológica. Piketty se niega a ver que la propiedad privada de los
medios de producción, la competencia capitalista, la búsqueda de
rentabilidad y crecimiento no son compatibles con el control social de la
evolución económica que la crisis ecológica hace necesario.



Piketty desarrolla su idílico proyecto a escala europea, incluso mundial:
los países acordarían una fiscalidad unificada y altamente progresiva sobre
las grandes empresas, altos ingresos y patrimonios, una fuerte tasación de
las emisiones de gases de efecto invernadero, etc.



Los autores reprochan acertadamente a Piketty no tener en cuenta las
correlaciones de fuerzas, ni la reacción de las clases dominantes, ni la
necesaria movilización de las clases populares, como si su bien pensado
proyecto se fuera a imponer por sí mismo.



El libro nos propone dos conclusiones. La primera, escrita antes de la
crisis sanitaria, opone dos visiones de la lucha progresista. Según la que
los autores atribuyen a Piketty (pero también a Joseph Stiglitz y Bernie
Sanders), el capitalismo es reformable, a través de un programa verde-rosa:
por un lado, un gasto público significativo para luchar contra las emisiones
de gases de efecto invernadero mediante la descarbonización de la energía,
el ahorro energético, la reestructuración y relocalización de la producción,
la economía circular y cierta sobriedad; por otro, por la lucha contra las
desigualdades de ingresos a través de una fiscalidad redistributiva. Esta
visión puede ganar el asentimiento de una gran parte de la población,
especialmente en las clases medias. La otra, la de los propios autores, el
capitalismo verde-rosa es una ilusión engañosa; no es compatible con el
capitalismo en su funcionamiento real, con la propiedad privada de los
medios de producción, la frenética búsqueda de ganancias, la ceguera y
codicia de las clases dominantes. Nada es posible sin una clara ruptura con
el capitalismo, sin la movilización y organización de las masas para imponer
nuevas relaciones sociales y nuevas relaciones de producción. Yo soy menos
categórico que los autores; la experiencia de la socialdemocracia y del
Estado social me parece que prueba que una inflexión es posible, que las y
los capitalistas pueden tener que resignarse a ella dados los desequilibrios
ecológicos, económicos y sociales, pero sobre todo si la movilización de las
fuerzas sociales es suficiente.



Un epílogo, escrito durante la crisis sanitaria, actualiza esta primera
conclusión. Los autores ven en la crisis sanitaria un nuevo síntoma de los
límites del capitalismo: el crecimiento ilimitado choca con los límites de
nuestro planeta; la destrucción de los ecosistemas acaba poniendo en peligro
a la especie humana. Piketty ha tomado conciencia de esto imaginando un
derecho individual a la emisión de gases de efecto invernadero (GEI); este
proyecto sigue siendo poco realista, basado en compensaciones individuales
(utilizar, vender o comprar mis derechos de emisión) y no en una
reorganización socialmente pensada de la producción y el consumo.
Básicamente su discurso no cambia, abogando por un capitalismo rosa-verde en
el que la reducción de las desigualdades de ingresos (en particular a través
del impuesto a la riqueza) contribuiría a la reducción de las emisiones de
GEI (ya que los ricos emiten mucho más que los pobres),  el crédito se
utilizaría para financiar la transición ecológica (y no la especulación
financiera), las y los capitalistas abrirían en gran medida las juntas
directivas de las empresas a la representación de las y los trabajadores.
Según los autores, este proyecto no tiene ninguna credibilidad: olvida las
correlaciones de fuerzas y de poder; las clases dominantes no abandonarán
sus planes de crecimiento ilimitado simplemente por el poder persuasivo de
los intelectuales reformistas. Los autores terminan denunciando: “El
planteamiento de Piketty, lleno a rebosar de la buena voluntad conciliadora
de un reformismo muy templado, que no está manifiestamente a la altura de lo
que está en juego y de la violencia anidada en la situación actual”.



Esperamos haber convencido al lector del interés del trabajo de Alain Bihr y
Michel Husson  5/. Su lección fundamental es que toda sociedad conoce
relaciones de poder basadas en las relaciones de producción, con sus clases
dominantes y la ideología justificadora que desarrollan. Desde este punto de
vista, es posible denunciar la ingenuidad del proyecto de capitalismo
verde-rosa que defiende Thomas Piketty. Por el contrario, el lector puede
reprochar a los autores no proponer un proyecto alternativo. ¿Qué proyecto,
compatible con las exigencias ecológicas, puede hoy movilizar a las y los
precarios, las clases populares y una gran parte de las clases medias? ¿Cómo
conciliar los objetivos ecológicos y el deseo de aumentar el poder
adquisitivo? ¿Cómo reemplazar la hegemonía de las clases dominantes? 



* Henri Sterdyniak es economista y animador, junto a otra gente, de
Économistes Atterrés..



Notas



1/ El capital en el siglo XXI. RBA Libros. ISBN 978-84-9056-547-6. Capital e
ideología. Editorial Deusto. ISBN 978-84-234-3095-6 ndt

2/ http://www.cadtm.org/IMG/pdf/wir2018-summary-spanish.pdf  ndt

3/
https://www.lavanguardia.com/internacional/20181209/453460993963/manifiesto-
para-la-democratizacion-de-europa-thomas-piketty.html ndt

4/ Se publicará (en francés) en octubre de 2020, por Éditions Syllepse,
París y Page 2, Lausanne.

5/ Aunque pueda ser criticado por aparecer como la yuxtaposición de los
capítulos escritos por cada uno de los autores; pasar demasiado rápido los
análisis históricos de Thomas Piketty para concentrarse en su proyecto
político; evocar las relaciones de producción como deus ex machina ,
olvidando las actuales contradicciones del capitalismo entre capitalismo
financiero y capitalismo industrial, sin tener en cuenta el actual
debilitamiento político de las fuerzas populares.

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