Plusvalía/ En el capitalismo no existe eso de un "jornal digno por un trabajo digno" [Hadas Thier]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mar Sep 15 00:31:00 UYT 2020


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Correspondencia de Prensa

15 de setiembre 2020

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Plusvalía



En el capitalismo no existe eso de un “jornal digno por un trabajo digno”



Extracto del libro titulado A People’s Guide to Capitalism: An Introduction
to Marxist Economics (Haymarket Books, agosto de 2020).



Hadas Thier *

Jacobin, 7-9-2020

https://jacobinmag.com/

Traducción de Viento Sur

https://vientosur.info/



El capitalismo moderno se caracteriza por una enorme expansión de la
riqueza. La economía de EE UU, cuando va bien, crece a razón de alrededor de
un 4 % anual. La economía china, hasta hace poco, crecía nada menos que un
10 % cada año. Y la economía mundial en su conjunto se ha expandido al ritmo
de más o menos un 3 % anual desde 1980, según los datos del Banco Mundial.
De hecho, si el producto de un país deja de aumentar, entra en recesión. Si
las economías de todo el mundo se contraen al mismo tiempo –como estamos
viendo actualmente–, el resultado puede ser una depresión mundial.



¿Cómo generan los capitalistas este excedente cada vez mayor? Karl Marx,
pese a que escribió hace 150 años, hizo una contribución indispensable al
descubrimiento de las leyes internas del capitalismo tras su fachada de
equidad. Un punto de partida útil es examinar lo que Marx llamó “la fórmula
general del capital”, que podemos resumir con la simple fórmula D-M-D’. Los
capitalistas comienzan invirtiendo dinero (D) en la producción de mercancías
(M), para después vender estas mercancías en el mercado a fin de obtener más
dinero (D’) del que tenían antes.



En la economía de trueque precapitalista, mercancías de valor más o menos
equivalente podían cambiar de manos, utilizando el dinero como medio para
facilitar el proceso. En cambio, en el circuito del capital el dinero se
convierte en el motor del proceso. Los capitalistas no intercambian bienes
en aras a un enriquecimiento cualitativo. Steve Jobs no decidió un día que
tenía más iPhones y MacBooks que los que necesitaba razonablemente y por
tanto podía cambiarlos por algo que no tenía. (¿Qué no tenía Steve Jobs?) Un
capitalista invierte con el único fin de acumular más riqueza.



Intercambiar objetos por otros similares y acabar teniendo la misma cantidad
de dinero que al comienzo sería, en palabras de Marx, “absurdo y vacuo”. El
único propósito del intercambio entre capitalistas es la acumulación de
valor excedentario, o plusvalía, que constituye la base de la ganancia
capitalista. Como explicó Marx:



“La mera circulación de mercancías [el trueque] –vender para comprar– es un
medio para conseguir un fin que se halla fuera de la circulación, a saber,
la apropiación de valores de uso [bienes útiles], la satisfacción de
necesidades. En cambio, la circulación de dinero en forma de capital es un
fin en sí misma, porque la realización del valor solo se produce dentro de
este movimiento constantemente renovado. Por consiguiente, el movimiento del
capital no tiene límites”.



En las sociedades precapitalistas, la satisfacción de las necesidades,
incluidas las más extravagantes, solo podía llegar hasta este punto en el
impulso de la expansión de la producción de mercancías. En el capitalismo,
por el contrario, el fin de adquirir más dinero poniéndolo en circulación es
un propósito inagotable, capaz de provocar un crecimiento continuo. A
diferencia de los sistemas mercantilistas que le precedieron, el capitalismo
moderno no depende de un proceso de comprar barato y vender caro y del robo
que esto suponía. El valor excedentario se genera cuando los capitalistas
compran bienes por su valor real y los venden por su valor real. Claro que
los capitalistas pueden engañar a otros intervinientes en el proceso,
pagando menos por los insumos o sobrecargando el precio del producto final,
pero el excedente se genera sin que ocurra esta duplicidad, incluso si el
sistema es más honesto y legal.



Más que ser astuto en el mercado, la clave de la obtención de plusvalía
reside en un proceso de producción que crea más riqueza que la que había al
comienzo. Contrariamente a las explicaciones predominantes, el excedente
capitalista no se genera en el ámbito del intercambio, ni mucho menos. Se
crea, afirmó Marx, dentro de “la morada oculta de la producción, en cuyo
umbral cuelga al aviso ‘Prohibido entrar salvo para los fines de la
empresa’. Ahí veremos no solo cómo produce el capital, sino también cómo se
produce el propio capital. El secreto de la ganancia debe desvelarse
finalmente.”



¿Dónde reside este secreto? Examinemos más de cerca el circuito del capital.
El comerciante compraba mercancías que ya habían sido producidas y las
vendía a un precio más alto. En cambio, el capitalista no invierte en
productos acabados, sino que compra dos clases diferentes de mercancías: 1)
medios de producción (MP), y 2) fuerza de trabajo (FT). Los medios de
producción son los instrumentos y materiales que se precisan para crear
productos (por ejemplo, fábricas, edificios de oficinas, tierras,
maquinaria, programas informáticos, ordenadores, etc.). Y la fuerza de
trabajo es nuestra capacidad de trabajar.



El capitalista emplea ambos insumos en un proceso de producción (P) que crea
un nuevo conjunto de mercancías, cuyo valor es superior al valor conjunto de
los insumos originales. El circuito del capital puede ampliarse entonces a
una fórmula más precisa: D – M (MP+FT) … P … M’ – D’.



El secreto oculto dentro de este proceso de producción reside en una
mercancía especial, la fuerza de trabajo, o capacidad de trabajar. La
capacidad de trabajar se ha convertido en mercancía bajo el capitalismo, que
el capitalista compra a cambio de un salario. A simple vista, esto parece
lógico y normal. Nos despertamos, vamos a trabajar, volvemos a casa con un
jornal (o por lo menos con la promesa de que nos lo desembolsarán al final
del plazo de pago). Vendemos nuestra capacidad de trabajar, nuestra fuerza
de trabajo. Y dado que la venta de nuestra colección de peluches no nos
llevará muy lejos a la mayoría de nosotras, si tenemos la suerte de que nos
consideren empleables, nuestra fuerza de trabajo es la única mercancía que
realmente tenemos para vender.



Pero ¿qué hace que esta mercancía sea especial, y para quién?



Los capitalistas compran la fuerza de trabajo a cambio de un salario. Sin
embargo, el valor de este salario y el valor que el trabajo, una vez
empleado, produce para los patronos, son dos cosas distintas. La trabajadora
percibe una cosa, pero normalmente creará mucho más valor durante su turno
que el que le pagan. La clave de este mecanismo para el patrón es un acuerdo
por el que tu trabajo se somete a su control durante un espacio de tiempo
prefijado, y a ti te pagan por ese tiempo, no por los frutos de tu trabajo.
Del mismo modo que una panadera se desprende del pan que ha elaborado una
vez lo ha vendido, también la trabajadora se desprende de su fuerza de
trabajo una vez la ha vendido. Tan pronto como ficha, las condiciones de su
trabajo y los productos del mismo ya no son suyas, sino de su patrón. Marx
continúa:



“[El] trabajo pertenece tan poco a quien lo vende [el trabajador] como el
valor de uso del petróleo pertenece, después de su venta, al comerciante que
lo ha vendido. El dueño del dinero ha pagado el valor de una jornada de
fuerza de trabajo; por consiguiente, puede utilizarla durante una jornada,
el trabajo de una jornada le pertenece. Por un lado, el sostenimiento diario
de la fuerza de trabajo [pagado mediante el salario] solo cuesta la mitad
del trabajo de una jornada, mientras que por otro lado la misma fuerza de
trabajo puede permanecer efectiva, puede trabajar, durante toda la jornada,
y por consiguiente el valor que se crea con su uso durante una jornada
entera duplica lo que el capitalista paga por su uso; esta circunstancia es
un golpe de buena suerte para el comprador, pero en modo alguno una
injusticia para el vendedor.



En otras palabras, el patrón se sale con la suya pagándote apenas la mitad
(o cualquier otra fracción) de la jornada para el “sostenimiento diario de
la fuerza de trabajo”, mientras aprovecha tu trabajo de toda una jornada
entera. Encima, puede proclamar que te paga un jornal digno. El secreto de
esto radica en la determinación del valor de la fuerza de trabajo.



Fuerza de trabajo



Marx explicó: “El valor de la fuerza de trabajo viene determinado por el
valor de los medios de subsistencia habitualmente requeridos por el
trabajador medio”. Es decir, el valor de la fuerza de trabajo, en forma de
salario, viene determinado por la cantidad de tiempo de trabajo requerida
para mantener viva a la trabajadora, para reproducir diariamente su
capacidad y su disposición para ir al trabajo todos los días, y para
mantener vivos a sus hijos e hijas, de modo que en su momento puedan
sustituirle en la fuerza de trabajo.



Por tanto, el valor de los alimentos, los alquileres, la ropa, la formación
y la educación, junto con otras necesidades que la sociedad considera
esenciales, determina el valor de la fuerza de trabajo. Si, por ejemplo, las
normas sociales atribuyen un promedio de 120 dólares al coste de las
necesidades diarias mínimas, esto se reflejaría más o menos en el valor de
la fuerza de trabajo, o el jornal que percibe. Por supuesto, 120 dólares al
día es un cálculo simplificado y arbitrario del valor de la fuerza de
trabajo, útil para destilar el mecanismo básico de esta mercancía especial.
En realidad, el coste de la subsistencia y reproducción de la gente
trabajadora está determinado social e históricamente. Refleja el coste
cambiante de la producción de alimentos o la adquisición de cualificaciones,
así como diferencias –derivadas, por ejemplo, de la relación de fuerzas
entre las clases– en lo que se considera un requisito de subsistencia
socialmente aceptable.



Por estas dos razones, el coste del trabajo difiere, asimismo, entre países
o regiones con distintos niveles de productividad y antecedentes de lucha de
clases. Por eso las empresas con base en EE UU buscan salarios más bajos en
países como China o México, o más cercanamente en los Estados que excluyen
la cotización sindical obligatoria dentro de EE UU.



El coste del trabajo también refleja la injusticia de la opresión. En 2019,
las mujeres trabajadoras en EE UU todavía cobraban 79 centavos por cada
dólar que cobraban los hombres. (O en el caso del equipo de fútbol más
preparado y famoso del país, la selección nacional femenina de fútbol de EE
UU, cada componente cobra 38 centavos frente al dólar de sus homólogos
masculinos, pese a generar mayores ingresos.) Los hombres negros perciben 70
centavos y las mujeres negras, 61 centavos, en comparación con sus homólogos
y homólogas blancas. Las mujeres latinas ganan 53 centavos frente al dólar
de un hombre blanco. La mejora de la educación no contribuye apenas al
cambio de esta proporción para las mujeres o las gentes de color. Los
negros, los latinos y las mujeres con cualquier nivel de educación ganan
menos que los hombres blancos. Las mujeres de color ocupan el nivel más bajo
de la escala. El capitalismo estadounidense se apoya en las mujeres y las
gentes de color para nutrir los sectores permanentes de bajos salarios de la
fuerza de trabajo.



Las disparidades salariales por motivos raciales y de género se deben al
hecho de que lo socialmente determinado no solo depende de la percepción
pública de lo que es aceptable, sino que también se basa en instituciones de
opresión históricas y sistémicas. La gente de color, en promedio, cuenta con
menos patrimonio familiar del que beneficiarse, y por eso sufre
desproporcionadamente con la acumulación de deudas contraídas para estudiar
en la universidad o alcanzar un grado avanzado. En combinación con la
realidad de una escuela pública infrafinanciada, infradotada de recursos y
segregada, esto asegura que nunca disfrutará de la igualdad de
oportunidades. Después vienen prácticas discriminatorias documentadas desde
hace tiempo, que hacen que estas personas sean las últimas en ser empleadas
y las primeras en ser despedidas, alcanzando así unas tasas de desempleo más
elevadas y convirtiéndose en una fuerza de trabajo desesperada, obligada a
aceptar salarios más bajos por el mismo trabajo.



La desigualdad está integrada desde hace tiempo en el tejido fundamental del
modelo empresarial estadounidense. Enfrentar a las trabajadoras negras con
las trabajadoras blancas con las trabajadoras inmigrantes es una táctica
comprobada y particularmente poderosa que emplean los patronos para reducir
los salarios. Pero este somero esbozo de lo que sucede ni siquiera ha
abordado las numerosas opresiones reales –de inmigrantes, de personas con
discapacidad, de homosexuales y personas transgénero, de indígenas, personas
mayores, etc.– que desempeñan un papel crucial en el mantenimiento de la
rentabilidad del capitalismo estadounidense.



De hecho, cualquier espacio en que los patronos consiguen mantener bajos los
salarios de una parte de la fuerza de trabajo no solo asegura una oferta de
mano de obra más barata entre la población oprimida, sino también, en
palabras de abolicionista Frederick Douglass, divide a unas y otras para
conquistar ambas, de manera que presionan a la baja los salarios de todas.



El valor del trabajo también varía entre sectores y cualificaciones. Una
razón es el coste de la educación y la formación requeridas para
determinados empleos, y otra es la expectativa que tienen los patronos de
adquirir una fuerza de trabajo estable. La gente que trabaja en
establecimientos de comida rápida, las asistentas sanitarias a domicilio, la
mano de obra agrícola y otras trabajadoras precarias perciben
sistemáticamente salarios muy inferiores al coste de la vida (y por tanto a
su valor real). Los capitalistas cuentan con arreglárselas de esta manera,
porque esperan –y de hecho dependen de ello– que la elevada tasa de
fluctuación y de desempleo asegure que estos puestos de trabajo se cubran
con facilidad. Para los patronos, las trabajadoras de bajos salarios son
mercancías fácilmente reemplazables, compradas y empleadas con tanta
desenvoltura como la de alguien que adquiere otros insumos baratos.



Los patronos también obtienen un gran descuento cuando compran fuerza de
trabajo. Una notable cantidad de trabajos no remunerados contribuyen
sobremanera a su reproducción: por ejemplo, los partos y el cuidado de niñas
y niños, la preparación de comidas, el lavado de ropa y la limpieza de las
viviendas, por señalar tan solo unos pocos. Como ha explicado la feminista
marxista Tithi Bhattacharya, “la clase trabajadora no solo trabaja en el
lugar de trabajo. Una mujer trabajadora también duerme en su casa, su prole
juega en el parque público y acude a la escuela local, y a veces pide a su
madre jubilada que le ayude en la cocina. En otras palabras, las principales
funciones de reproducción de la clase trabajadora se llevan a cabo fuera del
lugar de trabajo”. El trabajo gratuito, realizado sobre todo por mujeres en
sus casas, no se incluye en el cálculo del valor de cambio de la fuerza de
trabajo. En el ámbito de la reproducción social, la capacidad de las
trabajadoras de vivir y trabajar se reproduce y regenera a un coste muy bajo
para el sistema.



Trabajo excedentario



Pero aunque nos limitemos estrictamente al trabajo remunerado que se dedica
a producir nuestra subsistencia, en justicia solo entregaríamos al patrón la
cantidad de tiempo que hace falta para reproducir el valor de nuestra fuerza
de trabajo. Digamos que hacen falta cuatro horas para producir bienes por un
valor de 120 dólares, el equivalente a tu jornal: podrías irte a casa al
cabo de cuatro horas. Claro que si tu jefe te lo permitiera, el valor de sus
insumos y sus productos sería el mismo. La fórmula sería D–M–D. ¿De qué le
serviría? ¿Por qué no guardarse el dinero con el que comenzó?



Pero no hay justicia. El capitalista te paga según el coste de tu fuerza de
trabajo, no según el valor de los bienes que produces. Así, tu salario
refleja el valor de tu fuerza de trabajo, pero esta se dedica a producir
mercancías de mayor valor. Digamos que trabajas para Starbucks y te pagan
120 dólares por un turno de ocho horas. Sin embargo, probablemente puedes
hacer estupendos cafés por valor de 120 dólares en una hora, o tal vez en
media hora si hay mucha clientela. Incluso después de restar el coste de los
materiales y el desgaste de los aparatos, Starbucks no te paga ni mucho
menos el valor que has creado (cientos de dólares al día). Te compran la
fuerza de trabajo, no los frutos reales de tu trabajo. Y ese coste se lo
restituyes con lo que produces en una hora. El resto de la jornada trabajas
básicamente a cambio de nada.



Este trabajo adicional que sacan de nosotras se denomina trabajo
excedentario.



Mientras que el trabajo necesario es la parte de la jornada que se requiere
para reproducir la fuerza de trabajo, el trabajo excedentario es el trabajo
gratuito que beneficia al capitalista durante el resto de la jornada. Así,
una vez has hecho cafés por valor de 120 dólares, en vez de quitarte el
delantal y marchar a casa, trabajas durante todo tu turno de ocho horas, una
hora será el trabajo necesario y siete horas el trabajo excedentario. (Esta
proporción de siete a uno está muy simplificada porque no tiene en cuenta la
maquinaria y los equipos que hemos mencionado antes, un aspecto que abordo
en otra parte de mi libro.) Marx escribió:



“La porción de la jornada de trabajo durante la que tiene lugar esta
reproducción la llamo tiempo de trabajo necesario, y el trabajo realizado
durante este tiempo, trabajo necesario; necesario para el trabajador, pues
es independiente de la forma social particular de su trabajo; necesario para
el capital y el mundo capitalista, porque la existencia continuada del
trabajador es la base de ese mundo.



Durante el segundo periodo del proceso de trabajo, en el que su trabajo ya
no es trabajo necesario, el trabajador expende, en efecto, fuerza de
trabajo, trabaja, pero su trabajo ya no es trabajo necesario y no crea valor
para sí mismo. Crea valor excedentario, que para el capitalista tiene todos
los encantos de algo creado a partir de la nada”.



De este modo, gracias al “encanto de algo creado a partir de la nada”, el
capitalismo esconde un proceso de explotación, de apropiación del trabajo
excedentario de la clase trabajadora, tras el disfraz de “un jornal digno
por un trabajo digno”. La apropiación de los excedentes era una norma
visible y evidente de las anteriores sociedades de clases. Sin embargo, al
examinar la sociedad capitalista, hemos de penetrar debajo de la apariencia
superficial del “trabajo digno” para descubrir la esencia interna de la
explotación.



* Hadas Thier es activista socialista neoyorquina y autora de A People’s
Guide to Capitalism: An Introduction to Marxist Economics.

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