Brasil/ Crece amenaza de hambre, agravada por la covid [Mario Osava]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Sep 26 06:36:11 UYT 2020


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Correspondencia de Prensa

26 de septiembre 2020

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Brasil



Crece amenaza de hambre, agravada por la covid



Mario Osava, desde Río de Janeiro

Inter Press Service, 23-9-2020

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Agricultores familiares desplazados por una represa hidroeléctrica y
reasentados cerca del río São Francisco, que les permite irrigar sus
siembras de sandía, en el Nordeste de Brasil, donde se expandió la
fruticultura en pequeña y gran escala, para los mercados interno y externo.



La inseguridad alimentaria en Brasil, que ya había aumentado 62,4 por ciento
de 2013 a 2018 según las estadísticas oficiales, debe agravarse en los
próximos meses al sumar efectos de la covid-19 a los desconciertos de la
política agrícola.



“El hambre se está extendiendo y empeorará por el alza de los precios de los
alimentos justo cuando baja el auxilio de emergencia gubernamental” a los
pobres que perdieron ingresos durante la pandemia, evaluó el agrónomo Denis
Monteiro, secretario ejecutivo de la Articulación Nacional de Agroecología
(ANA).



A esa combinación de factores adversos se suma el desmonte de las políticas
de apoyo a la agricultura familiar practicado por el gobierno del presidente
Jair Bolsonaro, acotó a IPS. Se trata de un sector reconocido como fuente de
70 por ciento de los alimentos consumidos nacionalmente.



“La prioridad fue la exportación, especialmente de soja y carnes,
orientación que se acentuó por la devaluación del real, en la lógica del
libre comercio en desmedro del abastecimiento nacional y la soberanía
alimentaria”: Denis Monteiro.



El arroz, un componente básico en las mesas de los brasileños, se destacó en
el índice de precios al consumidor del gubernamental Instituto Brasileño de
Geografía y Estadística (IBGE), con un aumento 19,25 por ciento de enero a
agosto, período en que la inflación general se limitó a 0,7 por ciento.



Los frijoles, también parte sustancial de la dieta tradicional, registraron
alzas variadas, de hasta 30 por ciento en algunos tipos del producto y
regiones de Brasil, seguidos de otros alimentos, como leche, aceite de soja
y tomate, con aumentos de 4,8 a 13 por ciento.



La ayuda oficial que benefició a 67,2 millones de trabajadores informales,
cuentapropistas y otros que perdieron ingresos debido al cierre forzado de
actividades, pagó 600 reales (unos 115 dólares) mensuales desde abril, en un
proceso desordenado en que muchos reciben con retraso o se quejan de
exclusión indebida.



Esa suma baja a la mitad a partir de este septiembre para los que ya
recibieron las cinco cuotas iníciales. El programa termina en diciembre,
incluso para los que  recibieron solo parte las nueve cuotas mensuales
posibles, cinco de 600 reales y cuatro de 300 reales (57,5 dólares).



A partir de enero, se vuelve a la Bolsa Familia, que beneficia solo a 14
millones de familias con un promedio equivalente a unos 36 dólares, en un
país que actualmente alcanza los 212 millones de habitantes.



El gobierno y el legislativo Congreso Nacional aún estudian alguna forma de
ampliar esa transferencia de renta, para mitigar el impacto social mientras
no se recupera plenamente la actividad económica.



El bajón en los ingresos de casi la mitad de la población brasileña también
debe derrumbar la popularidad del presidente Bolsonaro, favorecido en los
últimos meses por la distribución del auxilio de emergencia.



Ese beneficio, que evitó una grave crisis social hasta ahora y una recesión
económica más grave este año, produjo por otro lado un aumento del consumo
alimentos básicos y de materiales de construcción, cuando la producción cayó
debido a la pandemia.



Muchas familias aprovecharon el ingreso inesperado para reformar o ampliar
sus viviendas.



En las zonas más pobres de Brasil, dentro de la regiones del Norte y del
Nordeste, la ayuda fue considerable, el triple de la Bolsa Familia, la
transferencia de renta que logró sacar millones de familias de la extrema
pobreza desde el inicio del siglo.



Para la “inflación de alimentos” también contribuyeron el aumento de las
exportaciones estimuladas por la devaluación de la moneda nacional y las
bajas existencias de algunos productos, en consecuencia de la decisión
gubernamental de reducir el sistema estatal de almacenaje.



El real se devaluó en cerca de 35 por ciento en relación al dólar
estadounidense desde el inicio del año e hizo más ventajoso exportar que
vender en el mercado interno, por ejemplo, el arroz. Las exportaciones casi
doblaron en relación a 2019.



Para contener el alza de precios, el gobierno decidió liberar la importación
de 400 000 toneladas de arroz, con exención del arancel de 12 por ciento,
poco para un consumo nacional de cerca de 12 millones de toneladas al año,
estimado por la Asociación Brasileña de la Industria de Arroz.



Las existencias reguladoras almacenadas por la estatal Compañía Nacional de
Abastecimiento vienen cayendo desde 2012, cuando superaban un millón de
toneladas, a menos de 30 000 toneladas desde 2016 y 21 592 toneladas en la
actualidad.



Se espera una caída de los precios solo a partir de marzo de 2021, cuando
empieza la próxima cosecha.



Brasil, que en 2014 salió del Mapa del Hambre, de la Organización de
Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), tras reducir en
82 por ciento la cantidad de ciudadanos subalimentados desde el inicio del
siglo, retrocedió en los últimos años.



La inseguridad alimentaria afectaba en distintos grados a 41 por ciento, u
84,9 millones de brasileños de la población de entonces, en 2017-2018, según
la Investigación de Presupuestos Familiares del IBGE durante ese bienio. En
el mismo estudio realizado en 2013 eran solo 25,8 por ciento.



En el estado más grave, de hambre o carencia de alimentos, eran 10,3
millones, es decir cinco por ciento de los 207 millones de habitantes del
país entonces.



Ese cuadro resulta de la recesión económica sufrida por Brasil en 2015 y
2016, con caídas de 3,5 y 3,3 por ciento del producto interno bruto (PIB),
respectivamente, pero también de la mengua de las políticas hacia la
agricultura familiar y la producción de alimentos en los gobiernos actual y
anterior, volcados al libre mercado y a la austeridad fiscal.



“La prioridad de esos gobiernos fue la exportación, especialmente de soja y
carnes, orientación que se acentuó por la devaluación del real, en la lógica
del libre comercio en desmedro del abastecimiento nacional y la soberanía
alimentaria”, señaló el agrónomo Monteiro, de la ANA.



El alabado éxito agrícola brasileño se refiere principalmente a la soja, que
en pocas décadas se convirtió en el principal producto de exportación,
impulsada por la demanda china. Brasil depende de importaciones de trigo, en
gran escala, y en menor proporción de arroz y frijoles que perdieron áreas
de cultivo en las últimas décadas.



La agricultura familiar sufre un creciente deterioro de los programas de
fomento. La tendencia se intensificó con el veto que el presidente Bolsonaro
impuso el 25 de agosto a casi todo el proyecto de ley aprobado por el
Congreso que fomentaría la producción alimentaria durante esta crisis
sanitaria.



De esa forma los pequeños agricultores, más de cuatro millones de familias
en el país, quedaron sin compensaciones por las pérdidas causadas por la
pandemia y sin recuperar los niveles anteriores de programas de fomento que
beneficiarían poblaciones más vulnerables al hambre.



El Programa de Adquisición de Alimentos (PAA), que desde 2003, compra la
producción de agricultores familiares para destinarla a instituciones de
asistencia social y poblaciones en situación de inseguridad alimentaria.



Del equivalente a 190 millones de dólares reclamado por los movimientos
campesinos, el gobierno solo aprobó la mitad como presupuesto para este año
y deberá liberar solo una parte de esa suma, lamentó Monteiro.



El Programa Nacional de Alimentación Escolar (PNAE), que exige de las
escuelas destinar por lo menos 30 por ciento de su presupuesto de compras a
los agricultores familiares, está prácticamente paralizado a causa de la
pandemia.



Hay municipalidades y gobiernos de estados que adoptaron mecanismos para
mantener esas compras y ofrecer los alimentos frescos a las familias de los
estudiantes, pero “es una minoría”, reconoció Monteiro en un diálogo
telefónico desde el mismo Río de Janeiro.



Lo que hace el movimiento social es aprovechar las elecciones municipales,
que tendrán lugar el 15 de noviembre, para sugerir políticas locales que
mejoren la alimentación de las comunidades y estudiantes, con la producción
local, lo que favorece la economía municipal.



Alentador, según el activista de agroecología, es el amplio movimiento de
solidaridad que permitió la donación y distribución de millones de canastas
alimentarias en todo el país.



La Fundación Banco do Brasil, vinculada al mayor banco estatal brasileño,
promueve una masiva distribución de alimentos en asociación con cooperativas
agrícolas u otras organizaciones sociales en las comunidades, destacó
Monteiro.

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