Brasil/ Hijos sin madre. Las familias con huérfanos de la covid-19. [Clarissa Levy/Raphaela Ribeiro]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mar Abr 6 12:05:16 UYT 2021


  _____  

Correspondencia de Prensa

3 de abril 2021

 <https://correspondenciadeprensa.com/> https://correspondenciadeprensa.com/

redacción y suscripciones

 <mailto:germain en montevideo.com.uy> germain en montevideo.com.uy

  _____  

 

Brasil 

 

Hijos sin madre 

 

¿Cómo se las arreglan las familias con huérfanos de la covid-19 en Brasil?
Un estudio concluye que Brasil concentró 77% de las muertes por covid-19 en
mujeres embarazadas de todo el mundo en la primera mitad de 2020. Aunque
todavía no hay un relevamiento de la cantidad de niños que perdieron por
esta enfermedad a sus padres o a las personas que estaban a su cargo, varias
familias de Amazonas, Amapá, Acre y Pará relatan cómo enfrentan el desafío
de criar a quienes atravesaron esa experiencia.

 

Clarissa Levy/Raphaela Ribeiro

Revista Lento. abril 2021

https://ladiaria.com.uy/lento/

 

“Tía, se va a acabar el oxígeno, avisaron ahora”. Era casi media mañana del
15 de enero, en la ciudad de Manaos, cuando Lucas Azevedo Paz llamó a su tía
desesperado. El joven de 22 años acababa de recibir la información de que en
las próximas horas se acabaría todo el oxígeno en el centro de salud donde
acompañaba a su madre, internada con síntomas de covid-19, la Unidad de
Pronto Atendimento (UPA) Dr. José Lins. “Le dijeron a la familia que
corriera a buscar oxígeno”, cuenta Denise, la tía que atendió la llamada. En
menos de una hora, Lucas fue en auto a buscar un cilindro de oxígeno que le
prestó su abuela. Cuando regresó, el oxígeno de la UPA se había acabado. “Si
sobrevivió otro día, fue porque la familia consiguió más oxígeno por su
cuenta”, dice Denise.

 

Ahora Lucas suele decir que se convirtió en padre y madre. Después de que
vio morir a su madre de asfixia, en el pico del colapso sanitario por falta
de oxígeno que asoló Manaos, se hizo responsable de la familia.

 

Lucas, que es el mayor de cuatro hermanos, explica: “Mi madre no quería que
estuviéramos desunidos, así que yo quiero preservar eso”. El muchacho, que
pasó tres días en el hospital inventando formas de consolar a su madre en
los distintos momentos en que los cilindros de oxígeno se vaciaban, ahora
intenta aprender en casa cómo cuidar a dos niños y un adolescente.

 

Su madre, Francilene Azevedo, murió tres días después de ser ingresada en la
UPA con síntomas de covid-19 y dejó, además de a Lucas, a Amanda, de cuatro
años, Giulia, de nueve, y Kalil, de 16. Los cuatro hermanos intentan
reestructurarse y descubrir caminos para seguir con su vida sin la pieza
central de la familia. Como Lucas, otras personas en el Brasil de la
pandemia asumen de la noche a la mañana la tarea de criar niños que han
perdido a familiares directos.

 

Francilene Azevedo, además de ser madre de cuatro hijos, era una artesana
reconocida por el primor con que confeccionaba adornos para el cabello.

 

Un año después del primer caso confirmado de covid-19 en Brasil, son varias
las historias de estas familias que se encuentran entre el dolor de perder a
un ser querido y la urgencia de garantizar condiciones de vida para los más
jóvenes. Hasta ahora, la pandemia se cobró más de 300.000 vidas en Brasil y
afectó a las 5.570 ciudades del país. En la región norte, la primera en
registrar la presencia del virus propagado por todos los municipios, la tasa
de mortalidad entre los pacientes hospitalizados es la más alta.

 

La desigualdad de recursos y de estructura de salud entre regiones ha hecho
crecer el número de muertes entre los pacientes internados, señala un
estudio de investigadores brasileños publicado en la revista científica The
Lancet, que evaluó miles de hospitalizaciones entre febrero y agosto de
2020. Según la investigación, en la región norte fallecieron 50% de las
personas hospitalizadas. De estas, muchas dejaron familiares y en algunos
casos, como el de Francilene, a niños y adolescentes solos. Si bien la
población más joven no es la que más muere a causa del virus, los niños y
los adolescentes terminan victimizados de manera indirecta, ya que la
letalidad afecta a padres, madres, abuelos y tíos.

 

Todavía no hay un relevamiento disponible de la cantidad de niños que han
perdido a sus adultos responsables a causa de la covid-19 en Brasil. Pero,
incluso sin números registrados, la realidad existe y hoy se está formando
en el país una generación de niños que crecerá sin familiares directos. Un
impacto que se extiende más allá del momento de la muerte y continuará por
los próximos años, incluso después de pasada la pandemia. Como resume Denise
Azevedo, la tía de Lucas, que ayuda a cuidar a los sobrinos huérfanos, “no
es sólo el dolor de la pérdida, sino todo lo que se pierde de aquí al
futuro”.

 

Tiempo de terror

 

“Lo que le pasó a Francilene, para mí, fue un homicidio”, dice Denise. Para
la familia, que acompañó el pasaje de la artesana de 46 años por el
hospital, la tristeza del desenlace se mezcla con la indignación. “Le
quitaron el derecho a luchar a Francilene. No fue la covid lo que la mató,
fue la falta de oxígeno. Esto es muy indignante”.

 

Lucas y su tía dijeron que tienen la intención de presentar una demanda
contra el gobierno federal y el del estado de Amazonas en reclamo de una
compensación, porque entienden que la muerte de Francilene fue causada por
un colapso en el sistema que ya estaba previsto. Según reveló Agência
Pública, a principios de enero las autoridades del gobierno de Jair
Bolsonaro conocían la “posibilidad inminente de un colapso del sistema de
salud” diez días antes de que ocurriera. Así se desprende de un documento
del 4 de enero del Ministerio de Salud sobre el sistema de salud de Manaos.

 

Exactamente diez días después de que se previera el caos, el 14 de enero, la
capital de Amazonas colapsó. Y el 15 la condición de Francilene empeoró.
“Justo el primer día de la falta generalizada de oxígeno aquí en Manaos”,
explica Denise. Se acabó en la UPA donde se encontraba y, entre la mañana
del día 15 y la mañana del 16, la familia logró llevar cuatro cilindros. Lo
mismo sucedió con otros cientos de familias amazónicas, que hicieron
colectas y pasaron horas haciendo filas en busca de oxígeno. En ese
intervalo de 24 horas, el hospital sólo había logrado proporcionar a la
madre de Lucas unos 50 minutos de oxígeno.

 

La familia y el equipo de salud intentaron trasladar a Francilene a un
hospital de referencia, porque en la UPA no había respiradores ni camas de
tratamiento intensivo. Pero no había vacantes. “Vimos la desesperación de
los médicos, que veían a la gente morir y se daban cuenta de que no había
nada que pudieran hacer. Lo único que podían hacer era darles morfina, que
era lo que estaban haciendo, y le dieron a ella también”, cuenta Denise.

 

A primeras horas de la tarde del 16 de enero, después de horas sin oxígeno,
Francilene murió. Lucas cuenta que eran cerca de las 13.00 cuando escuchó a
los médicos decir: “Dale morfina, dale morfina. Sáquenlo de la habitación”.
A las 14.00 llegó el oxígeno que habían conseguido los familiares, pero ya
no había tiempo. Su madre ya había muerto y Lucas asumía la tarea de cuidar
a sus hermanos.

 

Juntos, los cuatro se las arreglan como pueden en la casa en la que ya
vivían, bajo la tutela del hermano mayor. Los familiares los visitan cuando
puedan y se unieron para pagar el alquiler. Una tía tiene lavarropas, y la
novia de Lucas les está enseñando a los hermanos a cocinar juntos. “Son las
noches la parte difícil”, dice Kalil, de 16 años. “Es entonces cuando el
menor extraña más”.

 

Sin registro

 

Como Lucas, Kalil, Giulia y Amanda, que se quedaron sin Francilene, muchos
otros niños perdieron a su madre en esta pandemia que en Brasil está fuera
de control. En la región norte, más de 26.000 personas murieron debido a la
covid-19. Pero el número no contabiliza todos los casos. En esa cuenta
falta, por ejemplo, Francilene, pues, a pesar de haber fallecido con
resultado positivo en el test de coronavirus, su muerte fue registrada como
“paro cardíaco”.

 

El subregistro que borra los casos genera indignación en las familias, que
exigen, al menos, que quede registrada la verdadera causa de muerte de sus
seres queridos. En el estado de Amapá, ese sentimiento de indignación le
causa amargura a Maria do Remédio. Su nuera, Paloma Ramos, murió luego de
casi un mes de internación con síntomas de covid en el hospital público Mãe
Luzia, en la capital, Macapá. Llegó a hacerse el test, pero murió sin un
diagnóstico. El resultado positivo para el coronavirus estuvo listo casi un
mes después de su muerte.

 

Internada el 8 de mayo de 2020, Paloma no pudo estar acompañada por ningún
familiar en ningún momento. En el hospital, la familia podía acceder cada
dos horas a una actualización de la historia clínica. “El Día de la Madre,
una chica de allá mandó unas fotos diciendo que ella estaba muy mal, que la
sacáramos y buscáramos un mejor hospital”, recuerda Maria. Pero agrega que
las condiciones económicas no permitieron que la familia buscara otro tipo
de tratamiento.

 

Paloma tenía 26 años cuando murió, estaba a punto de graduarse en pedagogía
y estaba embarazada de su segunda hija. Además del sueño de ser maestra,
dejó una hija de cinco años. Maria Vitória ahora vive con la abuela, el
padre, el abuelo y los tíos. “Ella comprende que su madre se ha ido. Dice
que su madre se convirtió en una estrellita. Por la noche pide para mirar el
cielo y a veces llora porque la extraña”, dice su abuela.

 

El 29 de mayo se cumplirá un año de la muerte de Paloma, pero hasta ahora la
hija y el marido no han podido volver a vivir en la casa que lucharon para
construir juntos. Una semana antes de que el coronavirus llegara a la
familia, Paloma, Maria Vitória y su esposo se habían mudado a la nueva
vivienda. “Parece mentira, quería tanto tener su casa. Casi habían terminado
con el trabajo, se habían mudado y ella sólo disfrutó una semana allí”.

 

La doble pérdida de Roberto

 

Las fallas de infraestructura y de atención en los casos de covid-19 se
extienden por todo Brasil. En Plácido de Castro, un municipio del interior
del estado de Acre, la trabajadora en salud comunitaria Simonete Ribeiro de
Paiva, de 40 años, buscó ayuda médica dos veces antes de morir, el 20 de
enero. Unos diez días antes había comenzado a experimentar los primeros
síntomas de covid-19. El día 16, con dolores en el pecho y dificultad para
respirar, Simonete fue al hospital Manoel Marinho Monte. Acompañada de su
esposo, Roberto dos Santos, esperó unas horas antes de ser atendida. “Cuando
nos atendieron, la doctora dijo que la iba a internar, pero cuando cambió el
turno, el doctor que la relevó nos envió de regreso a casa”, relata Roberto.
Simonete estaba embarazada de seis meses, y padecía asma y enfermedad
pulmonar obstructiva crónica.

 

En casa, Simonete volvió a sentirse mal. Al día siguiente, Roberto la llevó
de regreso al hospital, donde, esta vez, la enviaron a la Maternidade
Bárbara Heliodora, en la capital, Rio Branco, a 93 kilómetros de Plácido de
Castro. Quedó hospitalizada durante un día mientras los médicos decidían si
adelantarían o no el parto para luego continuar con el tratamiento. Un día
después, le hicieron una radiografía que mostró que estaba afectado 60% del
pulmón y permitió ver la gravedad de su estado clínico. Aun así, Simonete
fue nuevamente remitida a otra unidad de salud, el Instituto de
Traumatología y Ortopedia (INTO) de Acre, donde falleció.

 

Roberto afirma que la muerte de Simonete fue causada por negligencia médica.
“En el INTO no había estructura alguna para tener a una mujer embarazada en
su situación, porque ahí no hay CTI neonatal, no hay nada, y aun así la
enviaron ahí. La maternidad era el lugar donde debía quedarse, había un CTI
para ella y el bebé ”, dice. Después de ser admitida en el INTO, Simonete
pasó por el parto del bebé y murió unos diez minutos después. El bebé fue
remitido al CTI neonatal de la misma maternidad, que un día antes la había
transferido, y allí sobrevivió por apenas 48 horas.

 

Indignado, Roberto interrogó al médico de maternidad cuando se enteró de
que, al igual que su esposa, otra mujer había ingresado a la unidad en las
mismas condiciones, embarazada de seis meses, con covid-19, y había
sobrevivido. “Mi esposa tuvo una atención diferente. Mi hijo estaba bien, su
tamaño y peso eran normales. Este bebé había nacido con 900 gramos, seis
meses y sobrevivió. Mi hijo pesaba 1,4 kilos, medía 39 centímetros. ¿Por qué
no sobrevivió también? El médico dijo que eran casos diferentes, que el otro
bebé había nacido en un lugar con una estructura preparada para ello y que
mi esposa dio a luz en un lugar que no tenía estructura ninguna para que una
madre tuviera el parto, especialmente con covid”, cuenta.

 

Simonete dejó también dos hijos: Rodrigo, de 18 años, y Juan, de nueve.
Durante la última conversación telefónica que mantuvo con su esposo, un día
antes de su muerte, le pidió que él “cuidara a los niños”. “Después de eso
colgó, no tuvimos más contacto. Y fue muy difícil contarles lo que pasó, fue
muy doloroso. Ha sido difícil procesar el duelo”, dice. Roberto y sus hijos
viven con su suegra, ya que aún no han podido regresar a casa. La familia
los ha estado apoyando para que se recuperen. Todavía no sabe cómo será el
regreso a su casa. Según afirmó, el hijo mayor ha manejado bien la
situación. “Nosotros, la familia, somos sus psicólogos, conversamos
bastante”. Juan, el más joven, todavía está aprendiendo a lidiar con la
pérdida de su madre. Llora cada vez que piensa en Simonete y la extraña.

 

Sin diagnóstico

 

En la lista de casos de covid-19 que mueren sin notificación, también están
aquellos pacientes que sufrieron el coronavirus pero nunca llegaron a
escuchar el diagnóstico. En São Sebastião da Boa Vista, un pequeño municipio
del archipiélago de Marajó, en Pará, al comienzo de la pandemia todos tenían
miedo de hablar de covid-19, incluso los médicos. “Los médicos decían que
era neumonía, que era una debilidad del embarazo”, dice Thamara Freitas,
hermana de Marília Freitas, que murió embarazada, con dificultad para
respirar. “Nadie sabía cómo cuidarla. Y tardó mucho en pedir ayuda porque
tenía todo ese prejuicio contra el virus”, recuerda la hermana. Cuando
ingresó, Marília se hizo una prueba, pero el resultado salió justo un día
antes de morir, cuando ya estaba mal y no se le pudo informar del
diagnóstico.

 

Marília murió embarazada de cuatro meses, el 7 de mayo, luego de ocho días
internada, y dejó a Ana Rosa, una hija de 11 años que vive con su padre. La
muerte de Marília, por haber permanecido en el hospital durante días y por
ser el caso de una mujer embarazada conocida en la ciudad, que falleció
esperando el traslado, provocó manifestaciones en el municipio. Thamara dice
que al día siguiente la ciudad amaneció indignada y hubo caceroleos
espontáneos. “La gente salió a la vereda con ollas gritando, pidiendo ayuda
porque la ciudad estaba abandonada y la gente moría una tras otra”. En aquel
inicio de la pandemia, la de Marília era la décima muerte contabilizada en
la ciudad.

 

Exactamente diez días después moriría su prima, también embarazada. En
Brasil, la mortalidad materna por covid-19 asusta. No hay datos nacionales
consolidados, pero algunas investigaciones muestran que las mujeres
embarazadas con síntomas de coronavirus tienen un mayor riesgo de
desarrollar la enfermedad de manera grave. En un estudio publicado en la
Revista Internacional de Ginecología y Obstetricia que analiza las cifras
internacionales de muertes de mujeres embarazadas y posparto, Brasil aparece
con 77% de estas muertes en el mundo en el período analizado, de febrero a
junio de 2020.

 

Marília y su prima murieron en ese intervalo, pero no hay forma de saber si
ambos casos fueron contabilizados, debido a la demora en las pruebas en São
Sebastião da Boa Vista. Según Thamara, el municipio estaba abandonado, sin
estructura y sin capacidad para enfrentar el virus. São Sebastião da Boa
Vista tiene un índice de desarrollo humano bajo, entre los 500 más bajos del
país, según el Atlas de Desarrollo Humano de Brasil.

 

La familia considera que la capacidad y la falta de estructura del sistema
de salud fueron algunas de las causas de la muerte de Marília. Tenía 35 años
y murió en el hospital de su ciudad mientras esperaba ser trasladada a Belém
en un bote que había prometido el alcalde y que nunca llegó. “Siempre digo
que lo que pasó fue negligencia”, dice Thamara. Durante la hospitalización
el oxígeno escaseaba y era necesario compartirlo, faltaba personal y la
compra de la medicación de cada paciente quedaba a cargo de las familias.
“Compramos ivermectina, azitromicina, jarabes. Todo lo que dijeron que
necesitaba”, recuerda.

 

A las corridas, las familias de los internos hicieron todo lo posible para
conseguir los artículos básicos, como medicamentos y oxígeno, en el caso de
Marília y Francilene. Pero, cuando no estaban en el hospital, necesitaban
manejar el cuidado de los hijos de las pacientes que, con sus madres
internadas, dependían de sus familiares. Y todavía dependen.

 

“El Estado fue cruel con muchas familias. Es algo que no puede pasar porque
afectará a toda la estructura de la familia, de la que quedó”, dice Denise.
Ella, como la abuela de María Vitória, el padre de Juan y Rodrigo y la tía
de Ana Rosa, se preocupa por el desamparo que pesa sobre los niños que
perdieron a sus seres queridos. Y se pregunta: ¿cómo van a hacer para vivir
los próximos años? (Este artículo fue publicado originalmente en Agência
Pública: https://apublica.org/) 

  _____  

 



-- 
El software de antivirus Avast ha analizado este correo electrónico en busca de virus.
https://www.avast.com/antivirus
------------ próxima parte ------------
Se ha borrado un adjunto en formato HTML...
URL: http://listas.chasque.net/pipermail/boletin-prensa/attachments/20210406/9bee5610/attachment-0001.htm


Más información sobre la lista de distribución Boletin-prensa