Ecuador/ Final de época. [Decio Machado]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Abr 16 10:38:11 UYT 2021


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Correspondencia de Prensa

16 de abril 2021

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Ecuador

 

El triunfo de Guillermo Lasso

Final de época

 

Decio Machado 

Brecha, 16-4-2021 

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La victoria del banquero Guillermo Lasso implica la superación psicológica
para una parte importante de los ecuatorianos de lo que significó la crisis
económica de 1998-1999, que desembocó en un histórico feriado bancario –con
el cierre de casi el 70 por ciento de las instituciones financieras– y el
mayor éxodo de la historia del país. Hasta la fecha, el recuerdo de que
Lasso –propietario de la segunda institución financiera privada más
importante de Ecuador– multiplicó sustancialmente su fortuna en una maniobra
especulativa con los depósitos congelados por aquella crisis hacía imposible
su victoria electoral. De allí que la candidatura de Andrés Arauz tuviera en
el balotaje el eslogan «El país o la banca», que, sin embargo, motivó un
escaso engagement en los indecisos, especialmente los más jóvenes. Estamos,
por tanto, ante un nuevo país, atravesado por clivajes de nuevo orden, que
no responden ya a ese pasado reciente que dio el triunfo electoral de forma
permanente e indiscutible al correísmo a lo largo de los últimos 15 años.

 

El correísmo es el fruto de un momento histórico marcado por el boom
latinoamericano de las commodities (2003-2013). Sin los excedentes
petroleros que permitieron un inédito volumen de ingresos para el Estado, no
habría sido posible ni realizar las grandes obras de infraestructura que
modernizaron parte del país ni aplicar las políticas compensatorias que
fueron el eje de la gobernabilidad correísta. El fin de aquel ciclo
económico implicó el inicio de la decadencia de ese proyecto político. Para
comprobar lo anterior, basta un somero análisis de los últimos tres
resultados electorales en la primera vuelta: en 2013, del total de votos
válidos, Rafael Correa obtuvo el 57,17 por ciento –y evitó el balotaje–; en
2017, con Lenín Moreno como su delfín, el resultado fue del 39,36 por ciento
–Moreno ganó luego en la segunda vuelta, con apenas un 2,82 por ciento de
ventaja–; este año, Arauz obtuvo apenas el 32,72 por ciento y perdió en el
balotaje por 4,94 puntos porcentuales.

 

Pese a lo anterior, la situación política y económica que vive hoy Ecuador
propiciaba, a priori, las condiciones para un triunfo correísta. Moreno,
quien ya vuelto contra Correa mantuvo, no obstante, viva su figura (ahora en
calidad de víctima de la persecución judicial), encabezó una gestión
deplorable con respecto a los intereses populares. Además, más allá del
contraste de la crisis actual con las épocas de abundancia correísta, fueron
tanto el propio Lasso como sus aliados, los socialcristianos de Jaime Nebot,
quienes sostuvieron políticamente a Moreno frente a la enorme
deslegitimación social de su gobierno. De igual manera, la pandemia puso de
relieve la necesidad de un Estado fuerte, con capacidad para proteger a sus
ciudadanos, en contra del discurso de achicamiento estatal propuesto por
Lasso. Y, siendo Ecuador uno de los países de la región con menor acceso a
las vacunas contra el covid-19, varias de las que llegaron fueron
distribuidas de manera escandalosa entre las elites que forman la base
social del candidato conservador.

 

Sin embargo, la elección demostró que la fractura correísmo/anticorreísmo ya
no es la principal división del electorado ecuatoriano. Han cobrado
importancia opciones hasta ahora de escaso peso en la cartografía
institucional. Tanto el Pachakutik –brazo político del movimiento indígena,
con un discurso básicamente ambientalista– como Izquierda Democrática –un
viejo partido ubicado ideológicamente en el centro– lograron porcentajes de
voto muy significativos (19,3 y 15,6 por ciento, respectivamente). La
campaña desnudó, además, las dificultades del correísmo para implementar
recambios en su liderazgo. Este es uno de los elementos que explotó la
estrategia conservadora: a Arauz le costó posicionarse como líder de su
movimiento y pareció siempre supeditado a Correa. Pese a que el expresidente
no puede pisar el país, debido a las diversas y discutibles sentencias
judiciales que pesan sobre él, la intensidad de su presencia mediática por
medio de videoconferencias y la aparición de su imagen en la propaganda
electoral progresista lo convirtieron en el verdadero protagonista.

 

En la práctica, el correísmo es Correa. Esto le permite transferir sus votos
duros a un personaje hasta ahora semidesconocido como Arauz, pero, a su vez,
le impone límites para captar votos. Los correístas viven la dicotomía de
ser la tendencia con mayor porcentaje de voto incondicional (cerca de un 30
por ciento del electorado) y, al mismo tiempo, la fuerza con menor capacidad
de crecimiento, debido a la resistencia que causa Correa en cada vez más
sectores de la población. La campaña de Lasso leyó bien esta nueva realidad.
Llamó al consenso y a reconocer la diversidad política de la segunda vuelta,
mientras que el correísmo se mantuvo en la polarización que históricamente
lo ha caracterizado. Con los mass media y el Estado claramente a favor de la
opción conservadora, casi el 50 por ciento del electorado que en la primera
vuelta no votó bajo el clivaje correísmo/anticorreísmo optó esta vez o bien
por plegarse al llamado voto nulo ideológico del movimiento indígena, o bien
por el banquero. Sobre un electorado de poco más de 13 millones, el
correísmo apenas sumó en el balotaje 1,2 millones de votos con respecto a la
primera vuelta. Lasso, sin embargo, vio aumentado su apoyo, entre una
instancia y la otra, en 2,8 millones de votos.

 

Arauz no sólo carece aún de identidad propia y de un liderazgo sólidamente
construido, sino que tampoco ha tenido canales de acercamiento con esas
izquierdas ecuatorianas minusvaloradas e, incluso, reprimidas durante la
década correísta. Tampoco ha sido capaz aún de posicionar un imaginario de
lo que sería un progresismo de nuevo cuño. Que logre avanzar en estos
pendientes depende de cómo gestione su actual crisis interna el correísmo y
de qué papel asuma ahora Correa. Todo esto se enmarca en una nueva realidad
regional latinoamericana, en la que el segundo ciclo progresista se ve
cuestionado y enfrenta condiciones claramente diferentes a las del período
anterior. En este contexto, el reto del progresismo ecuatoriano está en
conectar con la juventud, los sectores no ideologizados de la sociedad y los
movimientos sociales que en estas elecciones lo rechazaron.

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