Cuba/ El partido único frente a la crisis. [Alina Bárbara López Hernández]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Lun Ago 2 21:20:19 UYT 2021


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Correspondencia de Prensa

2 de agosto 2021

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Cuba



El Partido único ante la crisis



Alina Bárbara López Hernández *

La Joven Cuba, 30-7-2021

https://jovencuba.com/



Un partido político que gobierne en solitario, no compita con otra
organización, ni deba presentarse a un proceso electoral para ser
ratificado, pareciera tener una gran ventaja. Paradójicamente, esa
prerrogativa es, al mismo tiempo, su mayor debilidad.



No tener que negociar el poder, dar por sentado que no le será disputado,
despliega a nivel político una perniciosa actitud que supone inaceptable
cualquier indicio de presión social y, cuando ella ocurre, la reacción
consiguiente muestra una ineptitud absoluta bajo un disfraz de temeridad.




Esa perspectiva autoritaria se fortalece asimismo con el enfoque
teleológico, mecanicista y antimarxista de la historia que asume que la
revolución socialista, una vez victoriosa, no puede retroceder. Este
optimismo a ultranza clausura la posibilidad del éxito a cualquier proceso
de perfeccionamiento o reformas.



El derrumbe del campo socialista hizo trizas muchas constituciones que lo
declaraban irreversible. No es la letra en un tratado legal, sino la
implicación de las personas que encuentren en ese sistema la encarnación de
sus aspiraciones, y que puedan modificarlo con ese objetivo, lo que
permitirá el éxito del mismo.



La presión de las mayorías desde abajo es lo que ha hecho evolucionar a los
sistemas políticos de la antigüedad hasta hoy. En el modelo de socialismo
burocrático de partido único no se admite la participación real y espontánea
de la ciudadanía en la actividad política. Esta condición discriminatoria es
la que explica que, ante el estallido social del 11 de julio, el Partido
reaccionara con brutalidad, de manera policial y no política.



En Cuba no se aprendió la lección de hace treinta años. En 2002, más de diez
después de la desintegración de la URSS, un artículo constitucional declaró
irreversible al socialismo, en tanto, la Constitución de 2019 estableció que
el Partido es la «fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado
(…)». Desde la cima de esa especie de atalaya, el Partido debió estar en
mejores condiciones de divisar que en Cuba existían las condiciones para un
estallido social. Pero no solo no lo estuvo, sino que ha demostrado también
su incapacidad para interpretar las verdaderas causas del conflicto y para
actuar consiguientemente sobre ellas.



Las verdaderas causas del 11- J



Las contradicciones internas en los procesos sociales son las fundamentales
y determinantes. Ese principio de la dialéctica materialista no es aplicado
por el Partido a pesar de su enunciada filiación marxista. Por ello, ante el
estallido social ha preferido ceñirse a una narrativa que explica los hechos
en base únicamente a factores externos, reales pero no determinantes: las
presiones del bloqueo norteamericano sobre Cuba, un golpe blando, una guerra
de cuarta generación.



No ha existido hasta ahora un análisis profundo y autocrítico del Partido
sobre sí mismo y su responsabilidad frente a la crisis. De haberlo, deberían
admitir que ninguno de los hitos que en los últimos tiempos creó esperanza
de cambios para transformar el socialismo desde arriba se materializó. Ellos
fueron:



1. Un proceso de reformas anunciado en 2007, hace ya catorce años, que
prometió —aclarando que lo haría «sin prisas»— «cambios estructurales y de
concepto» que aún se esperan en la economía cubana. Y digo en la economía
porque el proceso de reformas jamás incluyó la dimensión política.



2. Una Constitución aprobada en 2019 que, a pesar del debate que suscitó y
del nivel de expectativas por la inclusión en ella del concepto Estado
Socialista de Derecho, no aceptó planteamiento alguno que apuntara a la
transformación del sistema político.



3. Tres congresos del Partido: el 6to, el 7mo y el 8vo, que fueron, durante
tres lustros, de más a menos en la idea de reformar al modelo. En el último
de ellos, hace poco más de tres meses, prácticamente se echó un balde de
agua helada sobre la ciudadanía al perpetuar la tesis del inmovilismo y no
atender los graves problemas sociales y políticos que habían generado
inquietud, no solo en los jóvenes sino en la sociedad toda.



Un sistema socialista que no pueda ser influido desde abajo es una
entelequia, y el nuestro está atrapado en una contradicción flagrante: hemos
aprobado una Constitución que no es viable pues una parte de ella tiende a
sostener una situación de vulneración de libertades —concretada sobre todo
en su artículo 5 que declara la superioridad del Partido único— mientras
otra parte reconoce tales derechos y libertades en un Estado Socialista de
Derecho.



Ningún proceso reformista exclusivamente económico es factible, pues cuando
no se implica activamente a la ciudadanía como controladora de la dirección,
resultados y velocidad de las transformaciones, estas corren el riesgo de
ser desmanteladas o frenadas. Cuba no ha sido una excepción. La burocracia
se ha convertido entre nosotros en una «clase para sí» y obstaculiza cambios
y reformas que, aunque acepta en el discurso, ha ralentizado en la práctica.



Un gran conflicto irresuelto donde quiera que se entronizara el socialismo
burocrático, es el de convertir la propiedad estatal en verdadera propiedad
social. Esta aspiración ha sido utópica por la falta de democratización, los
fallos de la participación ciudadana en las decisiones económicas y el hecho
de que los sindicatos dejan de ser organizaciones que defiendan los
intereses de los trabajadores.



La actitud arrogante del Partido es propia de un modelo político que
fracasó. En febrero de 1989, la revista soviética Sputnik dedicó un número
al inmovilismo que caracterizara al período de Leonid Brezhnev, allí se
hacían estas preguntas:



En este modelo político el Partido es selectivo, «de vanguardia», y no un
partido popular abierto a todos, de modo que si se declara como fuerza
Superior a la sociedad también se erige por encima del pueblo. Para que no
fuera así, el pueblo debería poder elegir a los que encabezan al Partido, y
ello no se permite. Si está por encima de todos, y no es «un partido
electoral», queda fuera del control popular. Ese modelo político es el que
hay que cambiar.



Los sectores más jóvenes no tienen memoria de las etapas iniciales y más
exitosas en política social del proceso. A ellos, la épica revolucionaria,
las evidentes transformaciones y los beneficios de las primeras décadas no
les dicen nada.



Han conocido los últimos treinta años, con la secuela de pobreza, aumento
sostenido de la desigualdad, proyectos de vida fallidos y expectativa por el
éxodo a edades cada vez más tempranas. La llegada de internet los ha
coordinado como generación, les permite contrastar opiniones, construir
espacios virtuales de participación, que el modelo político les niega, y
generar acciones.



Entonces hay que reconocer que las contradicciones principales que llevaron
al estallido del 11-J son eminentemente políticas. Las demandas no fueron
únicamente por alimentos y medicamentos o por rechazo a los cortes de
electricidad. Estos pueden haber sido el catalizador, pero las consignas de
«libertad» que recorrieron la isla indican la exigencia de la ciudadanía de
ser reconocida en un proceso político que la ha ignorado hasta hoy.



Pan, circo… y Senado



Las brutales escenas de represión contra los manifestantes, las
declaraciones llamando a la violencia del recién nombrado primer secretario
del Partido —después matizadas—, una reunión urgente del Buró Político al
día siguiente de los hechos —de la cual nada ha trascendido— y los actos de
reafirmación revolucionaria con enfoques tradicionales casi una semana
después, indican que el partido quedó totalmente descolocado ante el 11-J.
No obstante, aunque jamás lo reconozca ni pida disculpas, sabe que cometió
un costosísimo error.



Desde sectores de la izquierda, en algunas prestigiosas figuras y
organizaciones, se han levantado voces que exigen el respeto a los derechos
políticos de manifestación pacífica y libertad de expresión en Cuba.
Diversos gobiernos, y la Unión Europea como bloque, han criticado la
violenta represión, anticonstitucional por cierto.



Ya empiezan a notarse medidas paliativas para aliviar la dramática situación
de carestía: aumento, desde este mes y hasta diciembre, del arroz, un
alimento básico en la canasta normada; distribución gratuita de productos
donados a Cuba (granos, pastas, azúcar, y en ciertos casos aceite y
cárnicos); rebaja de precios de algunos servicios de Etecsa, el monopolio de
las comunicaciones.



A ellas se suma la aprobación de solicitudes de vieja data que hubieran
funcionado como atenuantes de la crisis desde mucho antes: importación de
alimentos y medicamentos sin restricciones y libre de cargos en la aduana;
venta a plazos en las tiendas. Quizá en los próximos días se anuncien otras.



No caben dudas de que se aliviará en algo la situación, pero el Partido debe
estar muy ubicado en que ninguna de esas determinaciones va a resolver el
dilema cubano que es, como ya afirmé, de naturaleza política.



Quizás crean que al aplicar estos paliativos estén descubriendo nuevos
caminos en la política. Se equivocan. El poeta latino Juvenal, hace miles de
años, eternizó, en su Sátira X, una frase que designaba la práctica de los
gobernantes de su época: «Pan y circo». Era el plan de los políticos romanos
para ganarse a la plebe urbana a cambio de trigo y entretenimientos con el
fin de que se despojara de su espíritu crítico al sentirse satisfecha por la
falsa generosidad de los gobernantes.



En Cuba necesitamos pan y circo, somos un pueblo sufrido, pero —sobre todo—,
necesitamos gobernar desde abajo. Necesitamos ser el Senado, ya que el
nuestro ha desaparecido de la escena política. No hay una sola declaración
de alguna diputada o diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular, en
cuanto a tal, a pesar de la gravedad de los hechos violentos contra una
parte del pueblo que se supone ellos representan.



Han violado el cronograma legislativo justificando la imposibilidad de
reunirse en plena pandemia. No obstante, en esas mismas condiciones el
Partido celebró su 8vo congreso y, luego del 11 de julio, fueron convocadas
actividades masivas de apoyo al gobierno en todas las provincias.



Todavía no ha ocurrido un pronunciamiento oficial de la dirección partidista
donde se analicen los hechos, se ofrezcan cifras exactas de ciudades y
pueblos implicados, participantes en las protestas, personas detenidas y
enjuiciadas. No le sirvió al Partido único haber analizado en el Buró
Político, pocos días antes del 8vo congreso, un informe denominado: «Estudio
del clima sociopolítico de la sociedad cubana». No entendieron nada de ese
clima, o los que escribieron el informe no reflejaron la realidad.



El socialismo burocrático de Partido único crea una especie de demiurgo
político que escapa al imperio de la ley, ya que se sitúa por encima de
ella, acentúa el extremismo político y se separa de la ciudadanía. Hasta
ahora todos los modelos con estas características, lejos de conducir a una
sociedad socialista, han disimulado un capitalismo de Estado con rasgos de
corrupción y elitismo.



Es hora de debatir sobre esto y organizarnos para cambiarlo. Ahora se puede.
Como bien declaró a la prensa internacional el presidente del Tribunal
Supremo Popular, en Cuba la Constitución garantiza el derecho a la
manifestación pacífica.



* Alina Bárbara López Hernández, profesora, ensayista e historiadora.
Doctora en Ciencias Filosóficas.

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