Medioambiente/ Capitalismo y naturaleza: una contradicción peligrosa.[ Esteban Mercatante]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Lun Ago 16 11:53:38 UYT 2021


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Correspondencia de Prensa

16 de agosto 2021

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Medioambiente



Capitalismo y naturaleza: una contradicción peligrosa



El nuevo reporte sobre el cambio climático publicado esta semana y toda la
serie de episodios dramáticos que se vienen produciendo a lo largo del
planeta sin solución de continuidad, invitan a profundizar la reflexión
sobre la manera en la cual actúa el capitalismo frente a la naturaleza,
sobre la cual el marxismo tiene mucho para decir.



Esteban Mercatante

Ideas de Izquierda, 15-8-2021

https://www.laizquierdadiario.com/



En la semana que pasó el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el
Cambio Climático (IPCC) publicó la primera parte de su Sexta Evaluación,
titulada Cambio Climático 2021: Bases físicas — contribución del Grupo de
Trabajo I al Sexto Informe de Evaluación. El reporte repite los avisos
alarmantes que se vienen repitiendo hace años en este tipo de documentos,
ante la evidencia cada vez más irrefutable del curso peligroso y de cada vez
más difícil reversión que está teniendo lugar. El informe tuvo alto impacto,
lo cual se debe probablemente no solo a la gravedad del diagnóstico que
ofrece, sino a que se conoce cuando estamos observando una serie de
dramáticos sucesos encadenados en un período muy breve, que van desde
incendios devastadores (los más recientes en Grecia, poco antes en Canadá y
Australia) como resultado de temperaturas extremas de más de 40 ºC –julio
fue el mes más caliente en la historia de la humanidad–, las inundaciones
incontenibles a causa de lluvias torrenciales (en Europa a China), y sequías
severas como la que explica la bajante del Paraná.



El IPCC ofrece una abundante evidencia de que se observan “cambios en el
clima de la Tierra en todas las regiones y en el sistema climático en su
conjunto”. Muchos de los cambios observados en el clima “no tienen
precedentes en miles, sino en cientos de miles de años, y algunos de los
cambios que ya se están produciendo, como el aumento continuo del nivel del
mar, no se podrán revertir hasta dentro de varios siglos o milenios”. Vale
la pena detenerse en algunas de las principales cuestiones que analiza el
reporte.



Según se consigna allí, las emisiones de gases de efecto invernadero
procedentes de las actividades humanas son responsables de un calentamiento
de aproximadamente 1,1 °C desde 1850-1900, es decir, el momento en que se
aceleró la revolución industrial en Europa y EE. UU.. Se prevé que la
temperatura mundial promediada durante los próximos 20 años alcanzará o
superará un calentamiento de 1,5 ºC. Los expertos advierten que a menos que
las emisiones de gases de efecto invernadero se reduzcan de manera
inmediata, rápida y a gran escala, limitar el calentamiento a cerca de 1,5
ºC o incluso a 2 ºC será un objetivo inalcanzable. Las proyecciones indican
que en las próximas décadas los cambios climáticos aumentarán en todas las
regiones. Según el informe, con un calentamiento global de 1,5 °C, se
producirá un aumento de las olas de calor, se alargarán las estaciones
cálidas y se acortarán las estaciones frías; mientras que con un
calentamiento global de 2 °C los episodios de calor extremo alcanzarían con
mayor frecuencia umbrales de tolerancia críticos para la agricultura y la
salud. Como consecuencia del cambio climático, las diferentes regiones
experimentan distintos cambios, que se intensificarán si aumenta el
calentamiento. Algunos de ellos son:



• intensificación del ciclo hidrológico, lo que agrava las precipitaciones y
las inundaciones asociadas, y tiene un correlato de peores sequías en muchas
regiones;



• patrones de precipitación alterados, con probable aumento de las mismas en
latitudes altas y disminución en regiones subtropicales;



• aumento continuo del nivel del mar, lo que contribuirá a la erosión
costera e inundaciones más frecuentes y graves. Fenómenos que antiguamente
se producían una vez cada 100 años podrían registrarse con una frecuencia
anual a finales de siglo;



• amplificación del deshielo del permafrost, pérdida de la capa de nieve
estacional, derretimiento de los glaciares y los mantos de hielo, y la
pérdida del hielo marino del Ártico en verano;



• calentamiento y acidificación de los océanos, aumento de la frecuencia de
las olas de calor marinas, y la reducción de los niveles de oxígeno, con
consecuencias para los ecosistemas de los océanos;



• en las ciudades, algunos aspectos del cambio climático, como el calor y
las inundaciones, pueden verse amplificados.



Una diferencia de contexto respecto de los últimos años la marca el hecho de
que al frente de la principal potencia imperialista ya no está el magnate de
peluquín naranja negacionista del cambio climático, que había retirado a EE.
UU. de los Acuerdos de París y frenado los esfuerzos por reducir emisiones.
Al contrario, Joe Biden hizo suyo el Green New Deal que dos años atrás era
impulsado solo por algunos legisladores de la izquierda del Partido
Demócrata. La ley de infraestructura votada esta semana –cuyo monto terminó
siendo menos de la mitad de lo propuesto originalmente por Biden, como
habíamos anticipado– incluye un fuerte estímulo a iniciativas empresariales
“verdes”. La geopolítica del clima también se volvió un arma más en la
disputa global con China, que si bien en los tiempos de Trump aprovechó las
posturas de éste para convertirse en adalid de la lucha contra el cambio
climático, es una de las mayores locomotoras del colapso ambiental. Parte de
la pretensión de que con Biden EE. UU. está de regreso como líder mundial
responsable pasa por ponerse a la cabeza de las iniciativas para enfrentar
el cambio climático. Esto puede recrear la expectativa de que puede bastar
la iniciativa estatal, concertada con la acción empresaria, para conjurar
los males que viene produciendo el capitalismo desenfrenado.



La crítica ecológica marxista, revitalizada en las últimas décadas pero con
raíces de larga data resulta fundamental para comprender los límites de
estas “soluciones verdes” que se proponen en los marcos del sistema
capitalista.



Contradicciones peligrosas



En las conferencias internacionales sobre el clima y otras amenazas
ambientales, donde la batuta la llevan las principales potencias
imperialistas y tienen voz destacada las empresas multinacionales más
poderosas, lo que se discute son respuestas de mitigación que sean acordes
con el imperativo capitalista de sostener la acumulación de capital sin fin.
Lo cual implica un crecimiento continuo de la producción de la manera menos
costosa posible –medidos estos costos con la mirada de la empresa privada, y
no de la sociedad en su conjunto–. Todas las alternativas en debate no
cuestionan el supuesto fundamental en el que se basa la relación de la
sociedad capitalista con la naturaleza: que esta es un objeto pasible de
mercantilización y apropiación.



Desde los inicios de la acumulación originaria capitalista hasta hoy, estos
dos procesos de mercantilización de la naturaleza, o la lisa y llana
apropiación directa de lo que históricamente era comunitario, fueron vitales
para la expansión del capital.



Como nos recuerda David Harvey, la naturaleza “es necesariamente considerada
por el capital […] solo como una gran reserva de valores de uso potenciales
–de procesos y objetos–, que pueden ser utilizados directa o indirectamente
mediante la tecnología para la producción y realización de los valores de
las mercancías”. Los valores de uso naturales “son monetarizados,
capitalizados, comercializados e intercambiados como mercancías. Solo
entonces puede la racionalidad económica del capital imponerse en el mundo”
[1]. La naturaleza “es dividida y repartida en forma de derechos de
propiedad garantizados por el Estado” [2].



La economía política clásica llega a descubrir en el trabajo la fuente de
los valores pero al mismo tiempo considera como dadas e inmutables las
relaciones de producción capitalistas, y vela su carácter explotador. En su
crítica de la misma, Marx muestra que la enajenación de la fuerza de
trabajo, la separación entre quienes producen y los medios para llevar a
cabo dicha producción, es el presupuesto básico de esta sociedad. En esta
enajenación se basa la transformación de la fuerza de trabajo en una
mercancía, y por tanto la apropiación legalizada de plustrabajo. Esta
disociación va de la mano de un proceso equivalente en la relación entre
sociedad y naturaleza, que es también de enajenación y separación. Como
advierte Paul Burkett,



Con los productores separados de las condiciones naturales de producción,
los administradores capitalistas y sus funcionarios científicos y
tecnológicos son libres de aislar y aplicar las formas particulares de
riqueza natural que son más útiles para la mecanización del trabajo y la
objetivación de este trabajo en mercancías [3].



En igual sentido, observa John Bellamy Foster que a medida “que el trabajo
se volvió más homogéneo, también lo hizo gran parte de la naturaleza, que
pasó por un proceso similar de degradación” [4]. La homogeneización o
producción de una naturaleza abstracta [5] convertida en un objeto para el
uso del capital, resulta inseparable de la generalización de la relación
trabajo asalariado-capital. Retornando a Burkett,





No hay forma de que la vara de medida unidimensional del dinero pueda ser un
criterio adecuado o una guía para la producción sostenible de valores de uso
por parte del trabajo humanos enredado con la naturaleza. No hay forma de
que el sistema pueda revertir su reducción antiecológica de la riqueza al
trabajo abstracto, o el dominio de los mercados y del dinero sobre los
valores vitales. Un sistema basado en la explotación del trabajo también
debe explotar la naturaleza.



La naturaleza objetivada de esta forma, es tratada como una fuente
inagotable de recursos para servir a la valorización. Cuando una fuente se
agota –ya sea que se trata de una tierra que pierde nutrientes, de una mina
que no tiene metales para ofrecer en cantidad suficiente para resultar
rentables, un pozo petrolero que no se puede recuperar, o una fauna marina
raleada por la pezca indiscriminada que vuelve a dicha actividad
económicamente inviable, por citar algunos ejemplos– el capital va en busca
de la siguiente. Cuando una fuente energética empieza a encontrar límites,
se apuesta por la siguiente para continuar un ciclo que debe perpetuarse. La
contaminación del entorno como resultado de la producción, es otra de las
facetas que adquiere esta relación alienada entre sociedad y naturaleza que
caracteriza al capitalismo.



John Bellamy Foster desarrrolló, a partir de lo elaborado por Marx en El
capital, el concepto de fractura metabólica. Cuando estudia la génesis de la
renta capitalista de la tierra Marx plantea la expulsión de las poblaciones
agrarias como resultado de la concentración de la propiedad y destrucción de
las bases de la economía campesina, y la pérdida de nutrientes que “dilapida
la fuerza del suelo”, como un “desgarramiento insanable en la continuidad
del metabolismo social, prescrito por las leyes naturales de la vida” [6].
Marx se apoyaba la investigación edafológica de la época sobre el proceso de
degradación del suelo, especialmente la desarrollada por el químico alemán
Justus von Liebig, al tiempo que planteaba las consecuencias de la
alienación de los campesinos de su derecho de propiedad sobre la tierra y de
la separación entre ciudad y el campo [7].



En su libro Diecisiete contradicciones y el fin del capitalismo, David
Harvey sitúa la relación del capital con la naturaleza dentro de lo que
define como las contradicciones peligrosas. Son aquellas que exponen los
límites con los que amenaza chocarse el modo de producción capitalista por
su lógica de expansión sin frenos con el fin de aumentar la escala de la
acumulación de capital –para generar una masa creciente de plusvalor–. La
lógica de tratar a la nautraleza como una fuente y un vertedero inagotable,
en un metabolismo cada vez más alienado, combinada con el impulso al
crecimiento exponencial e ilimitado –otra de las contradicciones
“peligrosas” para Harvey– ya está teniendo “un impacto igualmente
exponencial sobre los niveles de estrés y riesgo medioambientales en el seno
de la ecología del capital” [8]. El “salto de escalas” que caracterizó la
expansión capitalista durante los últimos siglos, con circuitos del capital
cada vez más internacionalizados, se tradujo en el desarrollo de problemas
ambientales que ya no son solo locales (como la contaminación de un río o la
niebla tóxica en una geografía acotada) sino cada vez más regionales y
globales. También se acelera el ritmo de los impactos, de manera también
exponencial.



El desigual reparto de los efectos que el doble movimiento de
mercantilización genera sigue las mismas líneas de demarcación que las
relaciones de clase –y de relaciones interestatales asimétricas– que ordenan
la economía mundial capitalista como una totalidad jerarquizada. Los
problemas asociados a la contaminación “no solo se trasladan de un sitio a
otro, también se resuelven dispersándolos y transfiriéndolos a una escala
diferente. Esto es lo que propuso Larry Summers cuando era economista del
Banco Mundial. África, aseguraba, estaba ’infracontaminada’ y sería
razonable utilizarla para deshacerse de los desechos de los países
avanzados” [9]. Esta agenda, claramente imperialista, es también tomada como
propia en los países mal llamados “emergentes” o “subdesarrollados”, y no
solo desde sectores empresarios, sino también por un variopinto arco de
impulsores del desarrollo. En aras de este objetivo, cuya posibilidad de
lograr en el marco de las relaciones que caracterizan la economía mundial
capitalista actual resulta una quimera en el 99 % de los casos, reclaman su
“derecho” a llevar a cabo actividades contaminantes, tal como lo hicieron
los países ricos. Esto, sumado a los intereses de sectores empresarios de
los países ricos involucrados en actividades con alta emisión de carbono,
explica en parte la parsimonia de los objetivos de reducción de emisiones
acordados actualmente, que no evitarán un calentamiento de más de 1 ºC en la
próxima década. Dicho sea de paso, quienes por estos pagos hoy se oponen a
lo que llaman “ambientalismo bobo” en aras de abrazarse a una “salida
exportadora” basada en estimular producciones de alto impacto ambiental a
cambio de un puñado de dólares [10] –quienes se hiceron correctamente
merecedores del mote de “desarrollismo bobo” que les endilgó Ezequiel
Adamovsky–, parecen pasar por alto que no están haciendo más que acomodarse
a estos lineamientos que son parte de lo que caracteriza las relaciones
imperialistas hoy. El resultado es siempre un reparto desigual de beneficios
y pérdidas –los primeros acumulados en unas pocas manos mientras las grandes
mayorías obreras y populares padecen las peores consecuencias de los
desastres ambientales–.



Lucrar con el capitalismo del desastre



Como señalábamos a propósito de la pandemia del covid19, la última –hasta el
momento– de una larga serie de enfermedades zoonóticas que se generan como
resultado de las transformaciones ambientales que viene produciendo el
capitalismo en su avance planetario, los desastres que configuran una
amenaza para poblaciones y ecosistemas, no necesariamente lo son para el
sistema.



Harvey apunta que “es perfectamente posible que el capital continúe
circulando y acumulándose en medio de catástrofes medioambientales. Los
desastres medioambientales generan abundantes oportunidades para que un
’capitalismo del desastre’ obtenga excelentes beneficios” [11]. Lo mismo
advierte Kohei Saito, observando que sectores del capital pueden continuar
“inventando nuevas oportunidades empresariales, como la geoingeniería, los
OMG [organismos genéticamente modificados, N. de R.], el mercado de carbón y
los seguros por desastres naturales”, razón por la cual “límites naturales
no llevan al colapso del sistema capitalista”.



El capital no solo amenaza la destrucción de ecosistemas enteros y produce
trastornos a escala planetaria. Esto sería ver solo una cara de la moneda.
También transforma la solución de los problemas que genera en otra fuente de
prometedores negocios. En más de una oportunidad, la iniciativa pública y
privada más o menos concertada logró respuestas efectivas a problemas
ambientales, especialmente cuando los mismos eran de escala local o
regional. Harvey apunta que los ríos y las atmósferas del norte de Europa y
de EE. UU. están hoy mucho más limpios de lo que lo estaban hace una
generación; el Protocolo de Montreal que limita el uso de CFC alcanzó
algunos de sus objetivos; los efectos perjudiciales del agrotóxico DDT han
sido igualmente restringidos [12]. Por supuesto, fueron tratados “con éxito”
en los términos del capital, que son los de la rentabilidad sostenida. Esto
significa que “los aspectos negativos acumulados que han generado desde el
punto de vista medioambiental las anteriores adaptaciones del capital aún
permanecen entre nosotros, incluido el legado de los daños causados en el
pasado” [13].



Pero distintos son los desafíos que plantean los problemas regionales
(lluvia ácida, concentraciones de ozono de baja intensidad y agujeros de
ozono estratosféricos) o globales (cambio climático, urbanización global,
destrucción de los hábitats, extinción de especies y pérdida de
biodiversidad, degradación de los ecosistemas oceánicos, forestales y
terrestres, así como la introducción incontrolada de compuestos químicos
artificiales, fertilizantes y pesticidas, que tienen efectos colaterales
desconocidos y una gama también desconocida de consecuencias sobre la tierra
y la vida en todo el planeta). Acá, “no solo carecemos de los dispositivos
instrumentales necesarios para gestionar bien el ecosistema capitalista”,
sino que “hemos de hacer frente a una considerable incertidumbre respecto a
toda la gama de cuestiones socioecológicas que es preciso abordar” [14].
Como muestra la reiteración de documentos con pronósticos alarmistas, que se
repite con la misma regularidad que las reuniones de dignatarios donde se
votan medidas de efecto limitado acompañadas de discursos rimbombantes, la
parsimonia contrasta con el ritmo cada vez más acelerado de destrucción. Por
eso, como admite Harvey a pesar de su inclinación a acentuar la capacidad de
gobiernos y capitales a responder a los daños generados –siempre en términos
capitalistas que profundizan el alcance de la alienación de las personas y
de la naturaleza– “sabemos que las medidas necesarias para asegurarse contra
los cambios catastróficos podrían no estar diseñadas y ejecutadas a tiempo”
[15]. A lo que hay que agregar que no hay “medidas preventivas” que puedan
ser suficientes, si están puestas en función de perpetuar la reproducción de
un conjunto de relaciones sociales basadas en “la producción por la
producción misma”, en el que esta no se lleva a cabo para satisfacer las
necesidades sociales –necesidades que para la fuerza de trabajo y el
conjunto de los sectores populares incluyen una relación equilibrada y
sostenible con el entorno– sino en función de sostener la acumulación de
capital. En un modo de producción en el que las mismas empresas que
protagonizan el “green washing” están orientadas cada vez más hacia la
producción desechable de casi todo, la obsolescencia programada y la
negativa de los “derechos a reparar” para limitar artificialmente la vida
útil de los productos electrónicos, cualquier “solución verde”, incluso
cuando no se trata de puras quimeras, no pueden más que patear los problemas
para el futuro, sin alterar las raíces que los generaron.



Poner el “freno de emergencia”



Frente a una perspectiva absolutamente irracional a la que nos aboca el
capitalismo, es evidente la necesidad de medidas drásticas y urgentes. Estas
no pueden depender de la buena voluntad de los gobiernos de las potencias
imperialistas que son las principales responsables del desastre actual, ni
de un “nuevo pacto verde” que incluya a los grandes capitalistas.



Es necesario poner el freno de emergencia. Algunas de las medidas que están
planteadas son la expropiación del conjunto de la industria energética, bajo
la gestión democrática de las y los trabajadores y supervisión de comités de
consumidores, única forma de avanzar hacia una matriz energética sustentable
y diversificada, prohibiendo el fracking (de gas y petróleo) y otras
técnicas extractivistas con el objetivo de reducir drásticamente las
emisiones de CO2 desarrollando las energías renovables y de bajo impacto
ambiental, siempre en consulta con las comunidades locales. Al mismo tiempo
es necesario pelear por la nacionalización y reconversión tecnológica, sin
indemnización y bajo control obrero todas las empresas de transporte, así
como las grandes empresas automovilísticas y metalmecánicas, para alcanzar
una reducción masiva de la producción automotriz y del transporte privado,
mientras se desarrolla el transporte público en todos sus niveles. La lucha
por lograr condiciones seguras de trabajo en todas las fábricas y empresas,
libres de tóxicos y agentes contaminantes, unida a la reducción de la
jornada laboral y reparto de las horas de trabajo sin rebajas salariales
entre todas las manos disponibles, como parte de un plan general de
reorganización racional y unificada de la producción y la distribución en
manos de la clase trabajadora y sus organizaciones. Solo mediante una
completa reorganización de la producción, la distribución y el consumo podrá
cambiarse un curso hacia la profundización de los desastres ambientales. La
nacionalización bajo gestión directa de las y los trabajadores de sectores
como estos, sería solo el primer paso hacia la nacionalización del conjunto
de los sectores económicos estratégicos de las ciudades y el campo,
avanzando contra el antagonismo entre ambos, con el objetivo de establecer
un plan general verdaderamente sustentable, algo que para alcanzarse
requiere pelear por un gobierno de trabajadores.



Este programa, junto a otras medidas de imperiosa necesidad, son obviamente
imposibles de alcanzar en los marcos del capitalismo. Para llevarlo a cabo
hace falta una estrategia revolucionaria que enfrente decididamente a los
responsables del desastre. Y para eso es vital que la clase trabajadora se
integre a la pelea contra la destrucción ambiental con sus propias
reivindicaciones y sus propios métodos de lucha (huelgas, bloqueos y
piquetes) y enfrentando a las burocracias sindicales. En necesario la mayor
unidad de la clases trabajadoras de todo el planeta para dirigir al conjunto
del pueblo oprimido, sobre cuyas espaldas recaen las peores consecuencias de
las catástrofes ambientales, que no tienen nada de naturales sino que son un
crimen social generado por el desenfreno capitalista, aliándose con los
sectores de los movimientos ambientalistas que impugnan las falsas
soluciones capitalistas. Esta unidad dirigida a atacar las raíces del
desastre ecológico es una precondición indispensable para instaurar un
sistema que apunte a restaurar el metabolismo entre los seres humanos y la
naturaleza, que reorganice la producción social respetando los ciclos
naturales sin agotar nuestros recursos, terminando al mismo tiempo con la
pobreza y las desigualdades sociales y apuntando a conquistar tiempo libre.
Un proyecto verdaderamente ecológico que conjure la catástrofe ambiental a
la que nos conduce el capitalismo solo pude serlo en tanto sea
anticapitalista y apunte a una transformación revoluciaria dirigida por la
clase trabajadora.



Notas



[1] David Harvey, Diecisiete contradicciones y el fin del capitalismo,
Quito, Traficantes de Sueños, 2014, p. 245.

[2] Ídem.

[3] Paul Burkett, Marxism and ecological economics. Toward a red and green
political economy, Leiden, Haymarket Books, 2009, p. 270.

[4] John Bellamy Foster, The Vulnerable Planet, Nueva York, Monthly Review
Press, 1994, p. 111.

[5] Como desarrolla Jason Moore en El capitalismo en la trama de la vida, un
libro tan sugerente como no exento de conceptualizaciones polémicas.

[6] Karl Marx, El capital. Crítica de la economía política, Tomo 3, Vol,
México, Madrid, 1981, p. 1034.

[7] Ver al respecto Santiago Venítez-Vieyra y Matías Ragessi, “Puentes entre
ecología y marxismo”, Ideas de Izquierda 32, agosto 2016.

[8] David Harvey, ob. cit., p. 248.

[9] David Harvey, ob. cit., p. 250.

[10] Puñado que además, como han señalado bien algunas de las intervenciones
en este debate, terminan apropiados por algunos de los grandes actores que
contribuyen a perpetuar el círculo vicioso del capitalismo argentino, sin
estimular ningún desarrollo ni nada que se le parezca.

[11] David Harvey, ob. cit., p. 244.

[12] Ibídem, p. 254.

[13] Ibídem, p. 248.

[14] Ibídem., p. 253.

[15] Ídem.

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