Debates/ La pandemia de Covid-19: “Sus incoherencias y las nuestras". [Alain Bihr].

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mar Ago 17 10:39:44 UYT 2021


  _____

Correspondencia de Prensa

17 de agosto 2021

https://correspondenciadeprensa.com/

redacción y suscripciones

germain en montevideo.com.uy <mailto:germain en montevideo.com.uy>

  _____



Debates



La pandemia de Covid-19: “Sus incoherencias y las nuestras”



Alain Bihr

A l’encontre, 16-8-2021

http://alencontre.org/

Traducción de Ruben Navarro – Correspondencia de Prensa

Desde que, a finales de 2019, se declaró la pandemia de Covid-19, todos los
gobiernos la han manejado de una manera aparentemente desordenada, incluso
caótica, cualesquiera que hayan sido las opciones escogidas las que, a su
vez, diferían a menudo entre ellas. Esto se atribuye tanto a la
inexperiencia, como al amateurismo, a la falta de visión, a la incuria o
incluso al cinismo, factores que se combinan, con dosis diversas, la mayoría
de las veces. Sin embargo, la propia generalidad de esta situación nos lleva
a interrogarnos sobre la presencia de factores más estructurales:
contradicciones sólidas cuyas raíces se hallan en el corazón mismo de las
relaciones de producción capitalistas. [1].



Sobre el arte de crear olas



Desde el principio, en la gestión de la epidemia, los gobiernos se
encontraron ante los imperativos de mantener la actividad económica y de
proteger a la población. Por un lado, debían asegurar al máximo la primera,
que garantiza la producción y distribución de los bienes y servicios
básicos, necesarios para la vida social y para la vida misma, sin la cual el
capital no puede asegurar su reproducción: su valorización y acumulación.
Porque, como un vampiro, el cuerpo muerto del capital sólo puede mantenerse
vivo absorbiendo constantemente el trabajo vivo, y sobre todo la dosis de
trabajo excedente que éste contiene [2]. Pero, por otra parte, los gobiernos
no podían dejar sus poblaciones sin protección ante los riesgos de
contaminación por el SARS-CoV-2 (el coronavirus responsable de la pandemia),
no tanto por compasión o grandeza de espíritu como por temor al estallido
social que podría derivarse de un aumento de la morbilidad y de la
mortalidad si no se tomaban medidas de protección y, sobre todo, para
proteger la fuerza social de trabajo, sin la cual la preciosa mano de obra
viva correría el riesgo de escasear: para disponer de trabajo vivo, es
necesario contar con trabajadoras y trabajadores vivos.



Mientras que la inmunidad de rebaño (o inmunidad colectiva) no se consiga,
ya sea bajo el efecto de los avances de la contaminación, gracias a la
vacunación o de ambos, esta primera contradicción ha manejada con repetidos
llamamientos a respetar los famosos "gestos barrera" (distanciamiento
físico, uso de mascarillas, lavado de manos regular, realización de test en
caso de síntomas, etc.), junto con insistentes incentivos a la vacunación
desde que ésta estuvo disponible. Pero, cuando la situación sanitaria se
deterioró demasiado, fue necesario recurrir al teletrabajo, a la
desaceleración o incluso al cese de determinadas actividades económicas, así
como a medidas de restricción de las libertades públicas en mayor o menor
medida: limitación o incluso prohibición de las reuniones, limitación del
acceso y hasta el cierre de determinados lugares y espacios públicos, toques
de queda, confinamiento, etc. Hay un parámetro que ha servido constantemente
como índice regulador de las medidas anteriores: la capacidad del sistema
hospitalario para atender los casos más graves de contaminación, en un
contexto de capacidad reducida por décadas de austeridad presupuestaria en
el marco general de las políticas neoliberales.



Estas medidas extraordinarias son obviamente insostenibles a largo plazo,
tanto por las razones mencionadas anteriormente como porque son
insoportables para las personas que tuvieron y tienen que encerrarse en
viviendas en las que ya viven hacinadas o cuyo confort es insuficiente,
además de verse privadas de toda vida social y a menudo, privadas también de
una parte de sus ingresos. De ahí la necesidad de flexibilizar esas medidas
al cabo de cierto tiempo, en cuanto la situación sanitaria mejora o parece
mejorar; una flexibilización que, sin resolver el problema de fondo, sólo
puede conducir a un mayor deterioro de la misma, lo que lleva a reanudar las
medidas restrictivas anteriores, etc.



Y así hemos ido y seguimos yendo de "ola" en "ola": ahora estamos en la
cuarta, y esperando la siguiente. El término es totalmente falaz, ya que
sugiere una especie de flujo y reflujo periódico de la pandemia, como la
marea, siendo que la pandemia se mantiene según la escala y el ritmo de los
contactos dentro de la población contaminada [3]. No es el coronavirus lo
que produce olas, sino la política de "stop and go", la que combate
supuestamente su avance, la alternancia de medidas de protección mediante
restricciones a la circulación de personas y el levantamiento posterior de
esas mismas medidas. Esta alternancia tiene su origen en la contradicción
mencionada anteriormente.



¿Convencer u obligar?



Sólo el día en que se alcance la famosa inmunidad colectiva, los gobiernos
pueden esperar salir de este callejón sin salida que los obliga
periódicamente a renunciar al día siguiente a las medidas adoptadas el día
anterior. Sea cual sea su grado de cinismo, ninguno de ellos se atrevió a
apostar solamente por el avance (en realidad por los estragos) de la
pandemia para alcanzar la inmunidad de rebaño: Boris Johnson, Donald Trump,
Narendra Modi e incluso Jair Bolsonaro, así como Stefan Löfven, tuvieron que
dar marcha atrás después de haber ido, en un primer tiempo, más o menos
lejos por esa vía. Sólo les queda la opción de la vacunación masiva de la
población, al menos si tienen los medios para hacerlo en términos de aparato
y de presupuesto sanitarios, así como la aplicación y el respeto de los
"gestos barrera".



Hay dos maneras de conseguirlo. Pueden tratar de convencer a la población a
través de campañas de información y "comunicación" (propaganda) sobre la
necesidad y los beneficios de la vacunación, como lo han hecho la gran
mayoría, con mayor o menor habilidad y eficacia. O bien, ante las dudas,
reticencias o incluso la oposición más o menos resuelta de una parte de la
población, que frena el avance de la vacunación o incluso corre el riesgo de
impedir que se alcance el umbral de la inmunidad colectiva, pueden recurrir
a medidas más o menos restrictivas, que van desde la simple presión que
combina la restricción de la libertad y la estigmatización hasta la
obligación legal de vacunar a determinadas categorías, o incluso a toda la
población [4].



El gobierno francés tomó esta última opción a mediados de julio, haciendo
que la vacunación fuera obligatoria para el personal médico en el sentido
más amplio de la palabra e instaurando un "pase sanitario" a toda la
población para acceder a un gran número de lugares públicos. Desde entonces,
se han sucedido las concentraciones y manifestaciones para protestar  contra
la "dictadura sanitaria" y contra esas medidas. En esas manifestaciones
convergen tanto opositores a la vacunación como ciudadanos preocupados por
la defensa de la libertad individual y de las libertades públicas, que
consideran amenazadas.



Pero, ¿habría que seguir tratando de convencer en lugar de coaccionar de
esta manera? Quizás no sea ésta la pregunta más adecuada. ¿No deberíamos
preguntarnos más bien por qué es necesario convencer o coaccionar en este
caso? Porque ambas operaciones persiguen, en última instancia, lo mismo,
aunque por medios diferentes: superar una reticencia o resistencia inicial a
la vacunación. Pero, ¿de dónde viene esa resistencia y cuál es su origen? ¿Y
por qué, incluso entre los que están vacunados o a favor de la vacunación,
hay quienes protestan contra la obligación más o menos perentoria de
vacunarse y declaran que apoyan las manifestaciones contra las medidas
gubernamentales de presión para la vacunación? [5]



En Francia, esto se puede explicar probablemente y en parte por el profundo
desprestigio del gobierno como resultado de los conflictos de los años
anteriores (desde las movilizaciones contra las diversas "leyes laborales"
hasta la que se produjo contra la reforma jubilatoria, pasando por el
movimiento de los "chalecos amarillos") y por la calamitosa gestión de la
pandemia desde su inicio [6], por no hablar de pasivos más lejanos debidos a
la aplicación de las políticas neoliberales. El descrédito mantiene entre
algunos opositores la idea de que las medidas tomadas para intentar contener
la pandemia (en particular los confinamientos sucesivos) no eran más que un
pretexto y un medio para romper la dinámica de aquella conflictividad
persistente, con todo un aparato de control biopolítico de la población e
instituyendo una especie de estado de emergencia permanente (en este caso
sanitario). En definitiva, la continuidad y amplificación de la estrategia
desplegada en los últimos años con el pretexto de la lucha contra el
"terrorismo islamista". Sin embargo, la oposición, a veces violenta, a
medidas similares contra el Covid se ha desarrollado en muchos otros países,
en contextos políticos muy diferentes y a menudo mucho antes de que
aparecieran en Francia [7]. Por ello, no debemos sobrevalorar la importancia
de los factores políticos específicos del contexto francés.



Entre los opositores más firmes a la vacunación contra el Covid, encontramos
de todo un poco: los "antivacunas" por principio, como los hay desde Jenner
[8]; los "antivacunas puntuales" que desconfían de unas vacunas que, en su
opinión, fueron desarrolladas con demasiada rapidez y en secreto por unos
laboratorios farmacéuticos preocupados esencialmente por sus ganancias [9];
los "corona-escépticos" que repiten desde el principio de la pandemia que el
Covid-19 no es más peligroso que una gripe común, que sólo amenaza
seriamente a las personas con morbilidad asociada, o que se puede prevenir o
curar con algunas prácticas o remedios más o menos milagrosos, elementos
que, finalmente, forman parte del discurso mantenido por los propios
gobiernos, en un momento u otro de su caótica gestión de la pandemia;
personas cuyo escepticismo se extiende más ampliamente a la ciencia y al
método científico en su conjunto, un escepticismo que se mantiene y se
consolida gracias a la forma en que, para ocultar o justificar su impotencia
y sus palinodias, los gobiernos llegan a utilizar a los científicos y a los
expertos, entre los cuales encuentran eco, cómplices o complacientes, que
utilizan la autoridad de la ciencia para acallar cualquier cuestionamiento
de las decisiones tomadas por dichos gobiernos [10]; conspiracionistas
convencidos, por ejemplo, de que las vacunas de ARN mensajero contienen
microchips que permitirán a Bill Gates y a los suyos controlar nuestros
cerebros a través de la 5G (u otros delirios similares); y, por si fuera
poco, unos cuantos políticos populistas que aprovechan la ocasión para
tratar de cosechar votos [11]. A menudo vinculados entre sí a través de
redes sociales que consolidan sus posiciones, todos ellos viven la
vacunación obligatoria como una verdadera violación de su intimidad física y
psicológica, de ahí la virulencia de la reacción, que llega hasta la
destrucción de centros de vacunación. A este conjunto se suman, en parte,
personas que fueron vacunadas o partidarios de la vacunación que creen que
ésta debe ser esencialmente una cuestión de elección personal y que la
vacunación obligatoria es una violación intolerable de la libertad
individual.



Por lo tanto, ambas partes parten de la base de que la salud es, ante todo,
una cuestión individual, una cuestión de decisiones y elecciones
individuales en términos de comportamiento, estilo de vida, uso (o no) de
los sistemas sanitarios (y, por lo tanto, de la vacunación), etc., en la
medida en que todo ello implica la relación de cada individuo con su propio
cuerpo. Este presupuesto ignora, malinterpreta o niega totalmente la
dimensión esencialmente colectiva de la salud, que la convierte en un bien
público que depende en primer lugar del estado fisiológico de toda la
población, el que a su vez está en función de los ecosistemas en los que
ella vive, de la higiene pública de los espacios que ocupa, de sus
condiciones de vida (trabajo, vivienda, actividades de ocio, etc.), de su
acceso al sistema social de salud, de los avances en los conocimientos y
prácticas médicas resultantes de las políticas de investigación, etc. Tanto
es así que, en última instancia, el estado de salud de cada persona depende
en primer lugar del estado de salud de todos los demás antes que de sus
propias decisiones. La situación de pandemia en la que vivimos desde hace
dieciocho meses lo demuestra todos los días.



Entonces, ¿cómo es posible que esta verdad no sea más clara y más extendida
de lo que es? Y es que, en un sistema sanitario en manos de intereses
privados o víctima de sucesivas oleadas de privatizaciones -desde los
médicos del barrio hasta las multinacionales farmacéuticas, pasando por los
laboratorios de análisis, las clínicas y los hospitales, las compañías de
seguros privadas que complementan o sustituyen a los seguros sociales, por
no hablar de los fondos de inversión agazapados en ese laberinto- el sistema
de salud se ha convertido en una importante fuente de ingresos que nos
incita a cada uno a consumir en función de nuestros medios y de nuestras
opciones en términos de arte y manera de preservar y mejorar nuestro
"capital de salud". Un "capital" del que, por lo tanto, cada persona sería
la única o la principal responsable.



Esta curiosa noción de "capital de salud" se ha vuelto predominante en el
discurso sobre la salud [12], y ha presidido la aplicación de las políticas
sanitarias neoliberales durante décadas. Partiendo de la idea de que, en
primer lugar, le corresponde a cada individuo cuidar su propio "capital de
salud", -haciéndose responsable de sí mismo ("eligiendo" controlar o no su
higiene de vida, por ejemplo) y asegurándose (contratando un seguro médico
privado de su propia "elección": qué riesgos está o no dispuesto a correr
-en realidad, lo "elige" en función de sus ingresos- como complemento o para
sustituir el seguro de enfermedad público)- esas políticas sanitarias han
reducido considerablemente el servicio público, dejando así el campo abierto
a las compañías privadas de seguros o a las mutualistas, pero, claro,
garantizándoseles  debidamente la "competencia libre y no distorsionada", al
tiempo que se privilegian las clínicas privadas con respecto al hospital
público, etc. Así, podemos apreciar la magnitud del giro que los gobiernos
se vieron obligados a dar a causa de la pandemia, obligándolos a decretar
confinamientos, a hacer obligatorios ciertos comportamientos en el espacio
público o a normalizarlos, a presionar para que la gente se vacune, unas
medidas que constituyen un reconocimiento de facto del carácter de bien
público de la salud. Sin, por supuesto, autocriticarse y sobre todo, sin dar
marcha atrás en su política anterior de asfixia financiera del hospital
público -que la pandemia también habrá puesto de manifiesto- lo que
corrobora las advertencias lanzadas hace tiempo por las  movilizaciones y
reivindicaciones del personal de los hospitales.



Esta noción de "capital de salud" declina, de hecho, uno de los oxímoros
clave de la neolengua neoliberal, el de "capital humano", que está a su vez
vinculado a una concepción fetichista de la individualidad [13]. Según esta
última, entendida como una entidad autónoma o incluso autorreferencial, el
individuo, sólo puede contar consigo mismo y, en el mejor de los casos, con
sus parientes o amigos más cercanos, debe comportarse como una suerte de
empresario de sí mismo, que tiene que tratar de valorizar su propia persona
en sus relaciones con los demás y con el mundo en general, al igual que sus
talentos (reales o no) como si fuera un capital. Por lo tanto, le
corresponde a él y sólo a él tomar las decisiones y elegir aquellas que
considere más adecuadas para este fin, arbitrando entre los riesgos y las
oportunidades.



Esta concepción de la individualidad está, de hecho, profundamente ligada a
la situación efectiva de los individuos en las relaciones capitalistas de
producción. El proceso de base de estas relaciones, la expropiación de los
productores, libera (más o menos) a los individuos de las relaciones
precapitalistas de dependencia comunitaria o personal y los convierte en
"trabajadores libres": en individuos despojados de todo, excepto de su
fuerza de trabajo, por lo tanto de sus capacidades subjetivas, que deben
valorizar lo más posible en el mercado de trabajo, compitiendo entre sí; y
si encuentren la manera de vender su fuerza de trabajo, es también a través
del mercado que deberán procurarse sus medios de consumo (los bienes y
servicios que les aseguren la subsistencia), velando, claro está, sólo por
sus intereses personales. Ahora bien, ¿qué es un mercado sino un sistema de
relaciones que socializa a los individuos (los pone en relación, los hace
coproductores de las convenciones jurídicas que rigen sus relaciones, los
convierte en este sentido y en esta medida en mutua y objetivamente
solidarios) con el mismo movimiento en el que los privatiza (los enfrenta
como entidades separadas, opuestas, compitiendo mutuamente, los obliga a
desolidarizarse subjetivamente el uno del otro, a tratarse mutuamente como
simples medios para sus propios fines)?



Así, el modo capitalista de socialización es simultáneamente un modo de
desocialización que, al transformar a los miembros de una misma comunidad
social en individuos privados (propietarios privados, aunque sólo sea de sí
mismos, sujetos de intereses y de derechos privados, dotados de una vivienda
más o menos modesta y de una vivienda más o menos sólida), tiende a hacer
que lo que tienen en común resulte imperceptible o incluso incomprensible
para ellos, salvo en lo poco de común que tienen las relaciones comerciales.
En un mundo que se rige por el principio de "cada uno para sí mismo y el
mercado para todos", las voces que intentan decirnos que todos estamos
unidos más allá de lo que nos constituye como individuos, que en una
situación de pandemia, por ejemplo, cada persona debe vacunarse tanto para
sí misma como para los demás, al igual que los demás se vacunan tanto para
los otros como para sí mismos, suenan, lamentablemente, en el aire.



Afortunadamente, existen algunas contra tendencias bajo la forma de lugares,
entornos, actividades, prácticas, etc., que generan una socialización basada
no en la separación y en la competencia, sino en la cooperación y en la
solidaridad. De lo contrario, sería difícil explicar cómo una parte (que
puede ser mayoritaria) de la población puede escapar a las consecuencias
ideológicas y prácticas de la desocialización resultante de la socialización
del mercado. Podemos y debemos pensar aquí, en primer lugar, en el trabajo.
Si bien se trata ante todo de una socialización forzada e instrumentalizada
con fines de dominación y de explotación, la socialización de los procesos
de trabajo asalariado da lugar a cooperaciones y solidaridades (tanto
objetivas como subjetivas) que pueden servir directamente a las prácticas y
organizaciones que permiten a los asalariados resistir a su dominación y
explotación, luchar para atenuarlas y transformarlas e incluso plantearse la
eliminación de las mismas. El parentesco, la vecindad, las relaciones y
prácticas por afinidad y las redes y organizaciones (principalmente
asociaciones) a las que pueden dar lugar, por no hablar de las
organizaciones con objetivos políticos (en el sentido más amplio del
término), son crisoles adicionales para esa socialización basada en la
cooperación y la solidaridad. Por ello, podemos establecer la hipótesis
(aunque esto debe ser verificado) de que la oposición a la vacunación contra
el Covid pueda ser también un caldo de cultivo favorable para todos aquellos
que, por diversas razones, tienen poca experiencia en este tipo de
solidaridad. Tanto más cuanto que los diversos crisoles utilizados con
anterioridad fueron afectados por las consecuencias desocializadoras de las
políticas neoliberales de las últimas décadas.



Sobre el apartheid sanitario en la aldea global



La metáfora de la aldea global, acuñada por Marshall Mc Luhan en los años 60
[14], se ha seguido utilizando para designar los efectos de la contracción
del espacio-tiempo en que vivimos a causa de la "globalización" capitalista.
La pandemia de Covid-19 es una manera espectacular de ilustrar esta
contracción: el coronavirus que la causó apareció en el centro de China
(Wuhan) en las últimas semanas de 2019 y se extendió (aunque de manera
desigual) por todos los continentes en pocas semanas, a la medida y a la
velocidad de la circulación contemporánea de bienes, capitales y personas.
Esto nos da la dimensión verdaderamente global que ha adquirido hoy este
bien público, el de la salud humana. [15].



Por lo tanto, la lucha contra la pandemia actual presupone que la inmunidad
de rebaño se logre a esa misma escala, es decir, que la mayor parte de la
humanidad pueda beneficiarse de la vacunación, a menos que confiemos
cínicamente en los efectos de la propia pandemia. Tolerar que sólo una parte
de la población mundial pueda beneficiarse de la vacuna, o incluso que el
progreso de la vacunación a nivel global se alargue en el tiempo, sería
correr un doble riesgo. El riesgo menor sería el de perder parte del
beneficio de la vacunación: como el virus se perpetúa en las poblaciones no
vacunadas y no respeta las fronteras, sobre todo porque éstas deben seguir
siendo permeables para que los negocios continúen, la pandemia retomaría
periódicamente su curso entre las poblaciones que se vacunan; en definitiva,
sería una repetición del escenario de las "olas" sucesivas, pero a nivel
mundial. Peor aún, perpetuar la circulación del virus de esta manera
multiplicaría las variantes del virus y con ellas, la probabilidad de que se
formen variantes aún más contagiosas y/o más virulentas que las ya
aparecidas, algunas de las cuales podrían llegar a contrarrestar
completamente el efecto protector de las vacunas. En resumen, sería jugar a
la ruleta rusa.



Y sin embargo, los gobiernos de los Estados centrales del mundo se han
embarcado en este juego mortal. Al haber financiado en gran medida el
desarrollo de las vacunas [16], también fueron los primeros en poder
administrarlas a sus poblaciones, en la medida en que éstas quisieran
vacunarse. Los primeros y por el momento los únicos. En efecto, a pesar de
sus compromisos regularmente renovados en el sentido contrario, su
contribución a la puesta a disposición de las vacunas para las poblaciones
de la periferia mundial a través del sistema Covax, creado por la OMS en
colaboración con la ONG Gavi, ha sido hasta ahora notoriamente insuficiente,
hasta el punto de que la vacunación sigue siendo prácticamente inexistente:
"la vacunación sigue siendo, por el momento, un privilegio de los países
ricos. Una cuarta parte de los 2.295 millones de dosis administradas en todo
el mundo lo han sido en los países del G7, que sólo concentran el 10% de la
población mundial. Sólo el 0,3% fue administrado en los países de bajos
ingresos, según la OMS (...) "Al ritmo actual de inmunización, los países de
bajos ingresos tardarían cincuenta y siete años en alcanzar el mismo nivel
de protección que los países del G7", subrayó la ONG Oxfam. [17].



Evidentemente, este apartheid sanitario mundial obedece a razones de peso.
La primera es la financiera. Las vacunas son caras y las finanzas públicas
de estos países, ya minadas por las políticas presupuestarias neoliberales
aplicadas en las últimas cuatro décadas, han sido erosionadas aún más por
las medidas de apoyo financiero necesarias debido a la pandemia. Queda la
posibilidad de obligar a los grupos farmacéuticos que producen las vacunas a
suministrarlas a un costo mucho menor [18]. No faltarían argumentos a favor
de esta solución: además del estado de necesidad en que se encuentra la
población mundial, los Estados centrales podrían argumentar que financiaron
en gran medida el desarrollo de esas vacunas, para suspender o anular las
patentes que actualmente permiten a los grupos farmacéuticos obtener
cuantiosos beneficios. Pero las pocas voces (incluida la voz hipócrita de
Biden) que se han alzado al respecto han provocado una unánime réplica
indignada de Johnson, Macron, Merkel, von der Leyen y otros: ¡los contratos
deben ser y serán cumplidos! Es una forma de reafirmar su apego al
sacrosanto principio de que, si los costos se socializan, las ganancias sólo
pueden privatizarse. Esto le agrega una nueva contradicción a las
anteriores: si la salud es un bien público, este bien está hoy en manos de
intereses privados que, al menos en parte, pueden ponerlo en peligro.



Además, contradiciendo las promesas idílicas de sus predicadores
neoliberales, la "globalización" capitalista no ha dado lugar a un mundo
fluido y pacífico, ni ayer ni anteayer. Por el contrario, el mercado global,
que tiende a homogeneizar (unificar y estandarizar) el mundo, tiende al
mismo tiempo a fragmentarlo en unidades políticas distintas (en primer
lugar, siguen estando los Estados-nación), cuyas rivalidades alternan
constantemente entre conflictos, compromisos y alianzas, lo que genera
desniveles, dependencia y finalmente dominación, en definitiva, jerarquía
[19].



La lógica de "privatización" inherente a la socialización mercantil se
ejerce también a este nivel. En otras palabras, la aldea global sigue
dividida en barrios distintos y rivales, cada uno de los cuales protege
celosamente sus propios intereses y sabe defenderlos de muchas maneras,
incluso a costa de los de sus vecinos, cuando es necesario. Al principio de
la pandemia, ¿no vimos acaso a los gobiernos de los Estados europeos, todos
ellos miembros de esa eminente institución "civilizada" y "civilizadora" que
se supone que es la Unión Europea, pelearse como si fueran simples plebeyos
por unos lotes de tapabocas cuando había escasez de los mismos? ¿Podemos
acaso esperar que las cosas sean diferentes hoy cuando se trata de lotes de
vacunas, cuando tienen que elegir entre sus poblaciones y las del resto del
mundo, sobre todo cuando se trata del Tercer Mundo?

Por último, hoy más que nunca, la periferia global (es decir, los suburbios
o incluso los confines de la aldea global) es el lugar de la superpoblación
relativa que sirve de ejército de reserva para el capital [20]. En efecto,
la última fase de la "globalización" capitalista ha consistido, a través de
la liberalización de la circulación internacional del capital, que implica
en particular la deslocalización de segmentos de los procesos de producción
de las formaciones centrales hacia las formaciones periféricas, en ampliar
considerablemente las dimensiones de este ejército de reserva, mediante la
expropiación de cientos de millones de campesinos en el campo asiático,
africano y latinoamericano, para someter al proletariado de las formaciones
centrales a su competencia y obligarlo a aceptar el estancamiento o incluso
la caída de sus salarios y la degradación de sus condiciones de empleo y
trabajo. La operación ha tenido tanto éxito que las direcciones centrales
capitalistas pueden hoy ignorar el destino de la mayor parte de estos
neoproletarios, así como de sus compañeros de clase que ya existían, porque
ahora son superabundantes. Por consiguiente, pueden dar rienda suelta a su
desprecio de clase hacia ellos, el cinismo va unido, sin duda, a los tintes
racistas heredados del periodo colonial.



Si Macron puede pensar y decir que "una estación de tren [en París] es un
lugar donde se encuentra gente que ha tenido éxito en la vida y gente que no
es nada", ¿qué idea puede tener de las migrantes domésticas chinas empleadas
en los talleres de explotación abiertos en las zonas especiales de Guangdong
o Fujian, o de las mexicanas creadoras de riqueza en las maquiladoras del
norte de México? El hecho de que, al decir esto, el presidente francés esté
creando las condiciones para un futuro efecto boomerang de la pandemia a
nivel mundial, que volverá a tirar abajo su escenario de "salida de la
crisis", ilustra hasta qué punto sigue siendo prisionero, al igual que sus
homólogos extranjeros, de las contradicciones inherentes a las relaciones de
producción que todos dicen administrar con ahínco.



Sobre la ausencia de una solución justa de las contradicciones precedentes y
algunas modestas propuestas para empezar a paliarla



La alegría maliciosa que se puede sentir al subrayar las contradicciones en
las que se debaten los gobernantes en su gestión de la pandemia, que a veces
se parece a una política de Gribouille [persona desordenada, ingenua o
tonta], se desvanece rápidamente con la amarga constatación de la impotencia
del bando contrario -nuestro bando, en principio- para sacar provecho de
esta situación. En términos más generales, si bien en los comienzos de la
pandemia florecieron las "Cien flores" de la crítica anticapitalista [21],
hay motivos para sorprenderse de la atonía, e incluso del silencio de esta
crítica en los últimos meses. ¿No somos ya capaces de llevar a cabo un
"análisis concreto de la situación concreta" creada por esta pandemia, para
detectar no sólo las contradicciones en juego, sino también las
potencialidades y oportunidades que abren para la acción emancipadora? En
definitiva, ¿no tenemos nada original y propio que decir al respecto?



Si bien no podemos proponernos resolver inmediatamente las contradicciones
anteriores, lo que implicaría trabajar por la transformación revolucionaria
de las relaciones de producción capitalistas, que son la matriz de las
mismas, al menos podemos plantear propuestas de reivindicaciones y acciones
que nos permitan dar aunque sea algunos pasos hacia esta solución. Sólo
mencionaré las siguientes, inspiradas en los desarrollos anteriores, con la
esperanza de que su insuficiencia, de la que soy muy consciente, dé lugar a
más y mejores propuestas.



- En nuestras respectivas organizaciones y a partir de ellas, ya sean
asociativas, sindicales y políticas, que son lugares de socialización de los
individuos -según un principio muy diferente al que rige el mercado- un
principio que privilegia la cooperación y la solidaridad entre los
individuos y que los erige en medio y en fin de la acción colectiva y de la
emancipación social, militamos por el reconocimiento del carácter de bien
público de la salud, basado en la existencia de un sistema sanitario que
debe situarse fuera del alcance de los intereses privados.



- Promover la generalización de la vacunación a toda la población,
presentándola como una obligación ética ante la condición de bien público de
la salud y como la contrapartida del carácter colectivo de los cuidados
individuales.



- Presionar a los gobernantes para que abandonen su actual estrategia
errónea, que combina el llamamiento a la acción individual con un telón de
fondo de obligación hipócrita impuesta a través de restricciones a las
libertades y amenazas de sanciones en términos de pérdida de salario o
incluso de empleo, privilegiando una campaña de vacunación sistemática que
movilice a todo el personal médico y social en el terreno, junto con las
explicaciones necesarias, y que esté dirigida en particular a las
poblaciones que hasta ahora han quedado fuera de la vacunación. La lucha
contra la pandemia actual debe concebirse y llevarse a cabo como una
operación de salud pública y no como una operación policial.



- En la gestión de la pandemia, imponer como primer imperativo a los
gobiernos la protección de la salud de las clases trabajadoras, empezando
por aquellos que, debido a sus condiciones de trabajo y de vida, son los más
expuestos a la contaminación por el virus.



- Basándonos en las deficiencias flagrantes del sistema sanitario puestas de
relieve por la pandemia, apoyar las reivindicaciones y las luchas del
personal médico y de los hospitales, que sigue estando en primera línea
después de dieciocho meses y recibiendo los casos más graves de
contaminación, en términos de dotaciones presupuestarias (contratación de
más personal, reapertura de establecimientos y servicios cerrados, aumento
de los salarios, etc.). De manera más amplia, proponer como horizonte de
esas reivindicaciones y de esas luchas la socialización integral del sistema
sanitario, desde la medicina de proximidad hasta las transnacionales
farmacéuticas [22].



- Sin esperar la expropiación de los laboratorios y grupos farmacéuticos
titulares de las patentes de las vacunas contra el Covid, tenemos que exigir
e imponer la anulación de estas patentes y la entrega de las mismas a su
precio de costo. Sobre esta base, exigir e imponer que los gobiernos de los
principales Estados centrales financien la vacunación rápida y a gran escala
de toda la población en los Estados periféricos.



En términos más generales, debemos prepararnos para un rumbo cada vez más
caótico del mundo capitalista bajo el efecto de sus contradicciones
internas, que resultan cada vez más difíciles de regular y controlar por
parte de sus gobernantes. Entre las crisis crónicas derivadas de esto, la
menor de ellas no es, obviamente, la catástrofe ecológica planetaria en la
que nos han metido los modos capitalistas de apropiación de la naturaleza.
Las perturbaciones climáticas, con su cortejo de episodios extremos (sequía
e incendios gigantescos por un lado, lluvias sobreabundantes, tormentas y
tornados por otro), cada vez más frecuentes, en un contexto de degradación
continua de los ecosistemas terrestres y marítimos, son la contrapartida
macroscópica de las mutaciones microscópicas generadoras de zoonosis
recurrentes.



Y es inútil recordar hasta qué punto estos procesos agravarán las tensiones
y los conflictos latentes entre las principales potencias (Estados Unidos,
la Unión Europea, Japón, China, Rusia, etc.) porque influyen en las bases de
su poder, desde el estado de salud de su población y los rendimientos de su
agricultura hasta las condiciones inmediatas de valorización y acumulación
del capital, ya que incrementan todos los costos de producción.



Este rumbo cada vez más caótico inducirá o incluso obligará a las burguesías
y a sus gobernantes a endurecer las condiciones de explotación y dominación
de las clases trabajadoras, dado que el espacio de estas últimas tenderá a
reducirse. Pero también puede obligarlos a hacerse cargo, en parte, de
ciertos intereses inmediatos de los trabajadores y trabajadoras, aunque sólo
sea porque hay que mantenerlos vivos para poder explotarlos y dominarlos,
subordinándolos, obviamente, a los intereses de la clase dominante a la que
representan. [23].



Ante tales perspectivas, es urgente definir un conjunto claro de
reivindicaciones y objetivos que defiendan específicamente los intereses de
las clases populares, es decir, de la gran mayoría de la población mundial,
los que pueden variar en función de las situaciones en que esos intereses
deberán ser defendidos y movilizarse lo más ampliamente posible en torno a
esos puntos. [24] Pero la exacerbación de las contradicciones internas del
capitalismo nos exige todavía una tarea mucho más amplia, aunque también más
exaltante: actualizar el proyecto revolucionario del capitalismo, es decir,
el proyecto comunista, así como la reflexión sobre las formas posibles de su
realización en las condiciones actuales.



Notas



[1] Agradezco à Yannis Thanassekos por sus sugerencias, las que me
permitieron mejorar la primera versión de este artículo.

[2] Cf «Le vampirisme du capital»,
https://alencontre.org/laune/le-vampirisme-du-capital-i.html,  4-5-2021.

[3] Este no es el único término engañoso utilizado en el discurso ordinario
sobre la pandemia. Por ejemplo, es frecuente hablar de la "circulación del
virus" como si el virus fuera un agente autónomo que se propaga por sí
mismo. Sin embargo, no es el virus el que circula, sino las personas
portadoras del virus que, a través de su circulación y de los contactos que
ésta genera, contaminan a las demás. De ahí la eficacia del confinamiento y
de conservar las distancias para frenar la pandemia.

[4] Por ahora, sólo tres Estados han hecho obligatoria la vacunación de la
población adulta: Tayikistán, Turkmenistán y… el Vaticano.

[5] En un sondeo de opinión realizado por Harris Interactive para TF1/LCI a
finales de julio, el 40% de los encuestados dijo apoyar estos movimientos en
Francia.

[6] Esta gestión no fue sino una larga serie de incoherencias que hicieron
que el gobierno dijera e hiciera lo contrario de lo que había dicho y hecho
el día anterior, por ejemplo declarando que, sucesivamente, los tapabocas,
los test y las vacunas no servían para nada... antes de hacerlos
obligatorios, todo esto para tratar de ocultar la negligencia y la falta de
control sobre la situación. De este modo, ellos mismos contribuyeron en gran
medida al descrédito y desaprobación a los que ahora se enfrentan.

[7] Una presentación, parcial, en esta página web:
https://fr.wikipedia.org/wiki/Mouvements_d%27opposition_au_port_du_masque_et
_aux_mesures_de_confinement_ou_de_restrictions_des_libert%C3%A9s_durant_la_p
and%C3%A9mie_de_Covid-19#Allemagne

[8] Edward Jenner (1749-1823) fue el médico británico que desarrolló la
primera vacuna contra la viruela en los años 1790 y 1800, demostrando así la
virtud profiláctica de la vacunación, que desde entonces, ha tenido éxito
contra muchas enfermedades infecciosas: viruela (que fue erradicada),
tuberculosis, poliomielitis, difteria, tétanos, sarampión, etc.

[9] Probablemente, esta sospecha sea también alimentada por la serie de
escándalos protagonizados por las autoridades sanitarias (gubernamentales o
no) que salieron a luz en las últimas décadas: el asunto de los implantes
mamarios PIP, luego el de los implantes mamarios texturizados, la
contaminación con la heparina china, la prescripción excesiva de opiáceos
(especialmente en Estados Unidos), etc. Además, en Francia, tuvo lugar el
caso de la hormona del crecimiento, el de la sangre contaminada, el de los
embarazadas tratadas con Depakine, el del Mediator, el de la levotiroxina,
etc.

[10] Recordemos que, contrariamente a lo que pretende el cientificismo, que
no es más que una ideología, la ciencia no posee para nada la Verdad
absoluta, que no existe, a lo sumo verdades parciales y a menudo sólo
provisorias, que no son más que otros tantos "errores rectificados" (según
la feliz fórmula de Gaston Bachelard) y de... potenciales errores futuros
(también parciales) que deberán ser rectificados si corresponde. Lo que es
incontestable no es tal o cual verdad actual, que es el resultado de un
método científico, sino el propio método, que es capaz de poner
constantemente en tela de juicio sus propios resultados anteriores.

[11] Un reciente artículo de Jérôme Fourquet y Sylvain Mantenach ilustra
esta profunda heterogeneidad, al tiempo que aporta elementos de análisis que
complementan los aquí presentados. Cf.
https://www.jean-jaures.org/publication/pourquoi-la-defiance-vaccinale-est-e
lle-plus-forte-dans-le-sud-de-la-france/  en línea el 9-8-2021  y consultado
el 14-8-2021.

[12] Los promotores del concepto de "capital de salud" suelen utilizar
erróneamente la definición de salud dada por la Organización Mundial de la
Salud (OMS) para sus propios fines: "La salud es un estado de completo
bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones
o enfermedades". De hecho, no hay nada en esta definición que sugiera que
este estado es exclusiva o principalmente el resultado del comportamiento y
de las opciones individuales. Por el contrario, si reconocemos que la salud
tiene una dimensión social, debemos prestar atención a las condiciones
colectivas de posibilidad de este estado.

[13] Cf. los artículos «Capital humain» et «Individualité» en La novlangue
néolibérale. La rhétorique du fétichisme capitaliste, 2e édition, Page
2/Syllepse, 2017.

[14] Marshall Mc Luhan, The medium is the massage, Londres, Bantam Books,
1967 (traducción francesa París, Jean-Jacques Pauvert, 1968).

[15] Esta dimensión se ve reforzada en este caso por el carácter de zoonosis
del Covid-19, que pone en tela de juicio las interacciones entre la especie
humana y el resto del mundo vivo. No obstante, hay que señalar que esta
tesis es cuestionada por quienes piensan que el coronavirus SARS-CoV-2
podría no tener un origen natural, sino ser el resultado de una fuga
accidental de un laboratorio de Wuhan en el que se desarrollaron "virus
aumentados", esencialmente con fines militares. El colectivo Pièces et Main
d'Œuvre, con sede en Grenoble, ha publicado varios artículos defendiendo
esta teoría alternativa, los que están disponibles en línea en la siguiente
dirección https://www.piecesetmaindoeuvre.com/spip.php?page=plan, pero, sin
embargo, no van más allá de formular una hipótesis creíble.

[16] Las investigaciones que condujeron al desarrollo de la técnica del ARN
mensajero fueron realizadas en la década de 2000 por la bioquímica de origen
húngaro Katalin Kariko en la Universidad de Pensilvania, y por tanto con
financiación pública. Decenas de miles de millones de dólares en
subvenciones y pedidos previos de los gobiernos centrales (encabezados por
Estados Unidos y los miembros de la Unión Europea) hicieron posible la
explotación de esta técnica para desarrollar rápidamente las vacunas de
Pfizer y Moderna. Lo mismo ocurre con las vacunas de AstraZeneca y Johnson &
Johnson, por no hablar de las vacunas chinas y rusas. Incluso un periódico
tan neoliberal como Les Echos [Francia] tuvo que reconocer lo mucho que el
desarrollo de estas vacunas debe a los fondos públicos; cf.
https://www.lesechos.fr/industrie-services/pharmacie-sante/covid-5-chiffres-
fous-sur-le-financement-des-vaccins-1269170,  28-11-2020, consultado el
6-8-2021.

[17]
https://www.lemonde.fr/international/article/2021/06/11/don-de-vaccins-a-cov
ax-beaucoup-de-promesses-mais-encore-peu-de-livraisons_6083792_3210.html
8-6-2021
<https://www.lemonde.fr/international/article/2021/06/11/don-de-vaccins-a-co
vax-beaucoup-de-promesses-mais-encore-peu-de-livraisons_6083792_3210.html%20
8-6-2021> ,  consultado el 6-8-2021

[18] Según un estudio del Imperial College de Londres, publicado el pasado
diciembre, el costo de producción de una dosis de la vacuna de Pfizer sería
de 0,60 dólares (0,51 euros); los costos adicionales de envasado y control
de calidad elevarían el precio a 0,88 dólares (0,75 euros). Cf.
https://www.lemonde.fr/les-decodeurs/article/2021/06/09/covid-19-de-la-reche
rche-au-flacon-comprendre-le-prix-d-un-vaccin_6083481_4355770.html  9-6-
2021, consultado el 6-8-2021. Hay que recordar que Pfizer vendió cada dosis
de vacuna a la Unión Europea a un precio de 15,5 euros antes de decidir
recientemente aumentar ese precio a 19,5 euros. La diferencia sirve para
pagar la llamada inversión en investigación y desarrollo y, sobre todo, a
los accionistas.

[19] Cf. el artículo «Mondialisation» en La novlangue néolibérale, op.cit.

[20] Conceptos presentados brevemente, cf. «La surpopulation relative chez
Marx», en la revista ¿Interrogations?, n°8, junio de2009 [en línea],
http://revue-interrogations.org/La-surpopulation-relative-chez .

[21] Ver, entre otros, Covid-19. Un virus très politique, Syllepse, 2020

[22] Programa detallado, cf.
https://alencontre.org/europe/france/covid-19-pour-une-socialisation-de-lapp
areil-sanitaire.html  18-3-2020.

[23] Lo correspondiente al segundo de los tres escenarios probables en
https://alencontre.org/societe/covid-19-trois-scenarios-pour-explorer-le-cha
mp-des-possibles-a-lhorizon-de-la-sortie-de-crise-ii.html,18-4-2020.

[24] Una presentación de algunas de estas reivindicaciones y objetivos, cf.
el tercer escenario expuesto en el artículo anterior y en
http://alencontre.org/societe/de-quelques-enseignements-a-ne-pas-oublier-a-l
heure-dun-possible-retour-a-lanormal.html, 20-5-2020.

  _____





--
El software de antivirus Avast ha analizado este correo electrónico en busca de virus.
https://www.avast.com/antivirus


------------ próxima parte ------------
Se ha borrado un adjunto en formato HTML...
URL: http://listas.chasque.net/pipermail/boletin-prensa/attachments/20210817/65789142/attachment-0001.htm


Más información sobre la lista de distribución Boletin-prensa