Uruguay/ Pandemia, distanciamiento social y miedo al contagio [François Graña]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Lun Feb 8 16:01:38 UYT 2021


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Correspondencia de Prensa

8 de febrero 2021

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Uruguay



Pandemia, distanciamiento social y miedo al contagio



François Graña *

La Diaria, 3-2-2021

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“Normalmente en el año hay de 1.200 a 1.500 muertes por infección
respiratoria aguda grave… No nos tenemos que dejar llevar por la pasión y
debemos ser firmes, solidarios pero sobre todo proactivos… tomar la muerte
como parte de la vida, saber que hay muertes por infecciones respiratorias
graves y apelar a la sensatez”, declaraba Daniel Salinas, ministro de Salud
Pública, el 31 de marzo del año pasado.(1) El semiótico Fernando Andacht
calificó esta sorprendente intervención como una “bofetada de sobriedad”
contrastante con “el clima de sobreprotección y de alarma interminable”
supurado por los grandes medios, y muy especialmente por la televisión.2
Significativamente, el ministro se llamó a silencio luego de esta
declaración, y su retorno a la palestra pública mostraba un Salinas vuelto
al redil de quienes se limitan a velar por un cumplimiento estricto de las
normas de “aislamiento social”.



¿Aislamiento social? La ley que reglamenta el derecho constitucional de
reunión en el marco de la pandemia, aprobada en diciembre, se refiere a las
“medidas de distanciamiento social”; idénticos términos se emplean en el
proyecto alternativo presentado por la oposición. El sistema político todo
ha adoptado la expresión “distanciamiento social” para aludir a la
separación física entre personas con que se procura reducir el contagio
viral. Descartada por absurda la hipótesis de un complot mancomunado de
gobierno y oposición, ¿cómo explicar este casi unánime quid pro quo entre
“físico” y “social”, como si se tratara de la misma cosa?



No hace falta ser sociólogo ni psicólogo para comprender que la maraña de
relaciones sociales en que nos involucramos de por vida desde nuestro
nacimiento desborda ampliamente el contacto físico. El flujo incesante de la
vida social se vale de signos cuya comunicación –al menos desde la invención
de la escritura– no requiere imperativamente de copresencia física. Medios
de comunicación masiva, internet, celulares y redes sociales se combinan
para dar lugar a un denso entretejido de relaciones sociales a distancia
cultivadas por un número creciente de personas que les dedican varias horas
al día. Estamos siempre socialmente próximos, sea cual sea la distancia
física entre las personas en comunicación.



Lo antedicho es evidente por sí mismo, ha ingresado al sentido común desde
larga data. Somos, en el sentido más profundo del término, seres sociales;
nuestro yo pensante, sintiente y actuante se constituye en interacción
social simbólica con los demás. Pero entonces, ¿no es disparatado eliminar
la distinción entre “físico” y “social”? Esta cancelación de una diferencia
tan radical en la que incurren personas inteligentes y cultivadas no puede
explicarse por ignorancia ni por inadvertencia. En mi hipótesis, trasluce la
persistencia de un cientificismo decimonónico de consecuencias nefastas para
la propia salud y bienestar humanos en contexto de pandemia. El tratamiento
exclusivamente biológico de la covid-19 es un búmeran: produce el efecto
contrario al deseado.



La integración del Grupo Asesor Científico Honorario (GACH), constituido en
los inicios de la pandemia, es a mi juicio una clara manifestación de este
cientificismo. El GACH tiene al frente un trío de coordinadores de
credenciales científicas intachables. Rafael Radi, su coordinador general,
es bioquímico, investigador en ciencias biomédicas, actual presidente
reelecto de la Academia Nacional de Ciencias del Uruguay y primer uruguayo
miembro internacional de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos.
Fernando Paganini, matemático e ingeniero eléctrico, está a cargo del Equipo
Científico de Datos del Grupo. Henry Cohen, connotado gastroenterólogo y
expresidente de la Academia Nacional de Medicina, coordina el área del
Equipo Científico de Salud.



La estructura del GACH muestra que se ha priorizado el prestigio científico
meritocrático antes que la especialidad. De otro modo no puede explicarse,
por ejemplo, la ausencia de infectólogos o epidemiólogos en un equipo
llamado a coordinar, precisamente, la prevención y el tratamiento de una
enfermedad infecciosa (estas y otras especialidades están presentes en el
equipo ampliado del GACH: me refiero estrictamente al perfil de quienes son
sus referentes centrales para el gobierno, la prensa y la ciudadanía toda).
Se desprende de esta preferencia por “pesos pesados” al frente del grupo que
un equipo de científicos de alto rango –sea cual sea su área– coordinará
mejor el abordaje de la pandemia que un equipo de especialistas en salud que
conjugue experiencia clínica con saber teórico sobre prevención y
tratamiento de infecciones virales. Con todo respeto por sus notorios
méritos académicos y profesionales, no me parece que la gestión de la
pandemia sea asunto de bioquímicos, matemáticos o gastroenterólogos, aunque
tengan sin duda saberes específicos valiosos para aportar.



Pero hay un segundo sesgo: la ausencia de representantes de ciencias humanas
y sociales en el equipo coordinador del GACH (que como es sabido, sí están
presentes en el equipo ampliado). Esta circunstancia dice más que mil
palabras sobre el enfoque predominante de la pandemia, limitada a su sola
dimensión biológica. Este enfoque sólo se ocupa de los cuerpos de las
personas, así reducidas a entidades biofísicas y bioquímicas. Bajo una
mirada exclusivamente biomédica de la pandemia, la sociedad se presenta como
un conglomerado de individuos que deben ser tomados de uno en uno para
auscultar su estado de salud. La inevitable contigüidad física de quienes
comparten el espacio urbano es un obstáculo a ojos de una “doctrina del
contagio” (2) que se vería plenamente realizada con el aislamiento
individual total. Ante la obvia imposibilidad de lograr tal cosa, se espera
que un sostenido discurso atemorizante, combinado con la vigilancia
policial, logre el máximo acercamiento posible al ideal de la atomización
absoluta.



Visto desde una perspectiva exclusivamente higiénico-sanitaria, el miedo se
presenta como el camino más corto para evitar el contagio. Quien así piense
justificará la exageración, la simplificación y la supresión radical de la
duda o de la opinión diferente: ¿qué más da, si así se logra el cumplimiento
sin desmayos de los protocolos sanitarios? Los grandes medios –y muy
particularmente la televisión– han adoptado este discurso atemorizante con
pasmosa unanimidad. Día a día, la población es bombardeada con verdaderos
“partes de guerra” que dan cuenta de nuevos contagios, internaciones y
muertes; la distinción entre SARS-CoV-2 y covid-19 –entre portador del virus
y enfermo– ha sido virtualmente abandonada, lo que lleva a confundir “casos
activos” con “enfermos de coronavirus” cuando es sabido que estos
constituyen una ínfima porción de aquellos; no se habla de la existencia de
los importantes márgenes de error del hisopado (test PCR) (3); las voces
científicas autorizadas que disienten con la estrategia sanitaria
predominante son ignoradas o, peor aún, estigmatizadas. Todo vale para
infundir un miedo que contribuirá a mantenernos sanos, parece leerse en la
filigrana de tales prácticas comunicacionales. “Este bombardeo constante de
información puede provocar una mayor ansiedad, con efectos inmediatos en
nuestra salud mental”, alertaba la influyente cadena británica BBC News hace
ya muchos meses; “el miedo al contagio nos lleva a ser más conformistas y
primitivos, y menos receptivos a la excentricidad”.(4)



Se sabe desde larga data que un estado psíquico inestable o estresado afecta
el sistema inmunológico (Hipócrates sugería una relación entre estrés y
cáncer, ¡hace 2.400 años!). Las personas con altos niveles de ansiedad
suelen padecer enfermedades cardíacas; asimismo se ha asociado una
personalidad poco asertiva y proclive a reprimir sus sentimientos con la
predisposición al cáncer y a las enfermedades autoinmunes. El estrés de
intensidad moderada es una respuesta a situaciones percibidas como
amenazantes que mantiene al organismo en alerta y produce la adrenalina que
estimula las defensas inmunitarias. Pero si el factor estresante se vuelve
duradero, la función benéfica del estrés se torna su contrario y comienza a
deprimir las respuestas inmunes. Los efectos inmunodepresores del estrés han
sido ampliamente estudiados en las últimas décadas.(5)



La estrategia sanitaria anclada en el temor al contagio es terreno fértil
para el pánico, predispone a la obediencia ciega y a la delación del
transgresor, desestimula la solidaridad.



Si hacemos foco exclusivo en los aspectos epidemiológicos desentendiéndonos
de las implicaciones sociales, anímicas, afectivas y psicológicas de la
pandemia, la distinción entre la sociedad humana y un rebaño de ovejas
parlantes se vuelve superflua. La estrategia sanitaria anclada en el temor
al contagio es terreno fértil para el pánico, predispone a la obediencia
ciega y a la delación del transgresor, desestimula la solidaridad, invita a
un “sálvese quien pueda” individualista e intolerante.



Parecería que se nos prefiere quietitos, atemorizados, aislados y
obedientes. Pero la tesis de una conspiración gigantesca es infantil; creo
más bien en una convergencia no intencional que el paradigma
cientificista-higienista imperante ha hecho posible. De lo contrario, ¿por
qué no se habla de la importancia del vínculo afectivo y social para
contrarrestar el estrés? ¿Por qué se insiste en fogonear el miedo que
–precisamente– deprime los ánimos y debilita las defensas inmunitarias, tal
como lo han demostrado las propias ciencias biomédicas y en especial las
neurociencias cognitivas y la más reciente psicoinmunología? ¿Por qué no se
informa que nuestras defensas se fortalecen con la respiración profunda al
aire libre tomando las ya obvias precauciones repetidas, esas sí, hasta el
hartazgo? ¿Por qué no se habla mucho más de la importancia de una dieta
alcalina y del consumo de probióticos naturales para fortalecer el sistema
inmunológico, que constituye la barrera más importante a la enfermedad? ¿Por
qué nadie habla de estrechar los lazos de empatía, amistad y amor, que
reconfortan el espíritu y por tanto nos fortalecen como unidad
psico-bio-física que somos?



La covid-19 es una enfermedad respiratoria aguda que puede resultar grave
para las personas inmunodeprimidas, en especial las muy mayores, y que suele
no pasar de una gripe fuerte en personas saludables, en especial las muy
jóvenes. Pero a la pandemia del SARS-CoV-2 se ha sumado la del miedo que,
paradójicamente, realimenta la propia emergencia sanitaria propiciando la
inmunodepresión. Y, más preocupante aún, esta singular pandemia de temor
debilita los lazos comunitarios, llama a la desconfianza entre vecinos y
alienta la sumisión acrítica a la autoridad.



Nunca es tarde para recapacitar, apostando a la extraordinaria capacidad
humana de resiliencia.



* François Graña es doctor en Ciencias Sociales.



Notas



1.El Observador, 31.3.2020

2.Andacht, F. (2021): “La agridulce y muy ancha grieta del kisch pandémico”.
Extramuros n° especial. Disponible en:
https://extramurosrevista.org/la-agridulce-y-muy-ancha-grieta-del-kitsch-pan
demico/

3.Basile G. (2020): “Enfermos de desarrollo: Los eslabones críticos del
Sars-Cov2 para A.Latina y el Caribe”. Revista sobre acesso à Justiça e
Direitos nas Américas. Brasilia, v.4, n.3, ago/dez 2020, p.189.

4.Borger-Kämmerer (nov.2020): “La revisión por pares externos de la prueba
RTPCR para detectar SARS-CoV-2 revela 10 fallas científicas importantes a
nivel molecular y metodológico: consecuencias de los resultados falsos
positivos”. Disponible en:
https://www.researchgate.net/publication/346483715_External_peer_review_of_t
he_RTPCR_test_to_detect_SARS-CoV-2_reveals_10_major_scientific_flaws_at_the_
molecular_and_methodological_level_consequences_for_false_positive_results 

5.“Coronavirus: cómo el miedo a la enfermedad covid-19 está cambiando
nuestra psicología”. https://www.bbc.com/mundo/noticias-52191660

6.Sánchez et al. (2007): “Estrés y sistema inmune”. Revista cubana de
hematología, inmunología y hemoterapia v.23 n.2, La Habana. Disponible en:
http://scielo.sld.cu/scielo.php?script=sci_arttext
<http://scielo.sld.cu/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0864-02892007000200
001> &pid=S0864-02892007000200001  Moscoso, M. (2009): “De la mente a la
célula: impacto del estrés en psiconeuroinmunoendocrinologia”. Liberabit
v.15 n.2 Lima jul./dic. 2009. Disponible en:
http://www.scielo.org.pe/scielo.php?pid=S1729-48272009000200008&script=sci_a
rttext Klinger, J. et al. (2005): “La psiconeuroinmunología en el proceso
salud enfermedad”. Colombia Médica Vol. 36 Nº 2, 2005 (Abril-Junio).
Disponible en: http://www.scielo.org.co/pdf/cm/v36n2/v36n2a9.pdf?

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