Palestina/Israel/ Un camino a ninguna parte [Ilan Pappé]
Ernesto Herrera
germain5 en chasque.net
Vie Ene 1 13:12:02 UYT 2021
_____
Correspondencia de Prensa
1° de enero 2021
https://correspondenciadeprensa.com/
redacción y suscripciones
germain en montevideo.com.uy <mailto:germain en montevideo.com.uy>
_____
Palestina/Israel
Un camino a ninguna parte
Dos décadas después de que caducaron el proceso de paz entre el Camp David y
la cumbre de Taba, mucha gente recuerda con nostalgia los Acuerdos de Oslo
entre Israel y la OLP. Pero el historiador Ilan Pappé argumenta que el
fracaso de Oslo a la hora de garantizar la soberanía palestina estaba
predeterminado.
Ilan Pappé *
Jacobin, 31-12-2020
https://jacobinlat.com/
Traducción de Valentín Huarte
El 13 de septiembre de 1993, la Organización para la Liberación de Palestina
(OLP) y el gobierno israelí anunciaron la firma de los Acuerdos de Oslo con
bombos y platillos. El acuerdo fue el invento de un grupo israelita que
formaba parte del think tank Mashov, dirigido por el entonces ministro de
Asuntos Exteriores Yossi Beilin.
Su supuesto era que una convergencia de factores había generado una
oportunidad histórica para imponer una solución. Entre estos factores se
contaban, por un lado, el triunfo del Partido Laborista Israelí en las
elecciones de 1992 y, por otro, la drástica erosión de la posición
internacional de la OLP luego del apoyo de Yasser Arafat a la invasión de
Saddam Hussein en Kuwait.
Los arquitectos de los acuerdos asumieron que el pueblo palestino ya no
estaba en posición de resistirse a los dictados de Israel, que representaban
lo máximo que el Estado judío estaba dispuesto a conceder en aquel momento.
Lo mejor que pudieron ofrecer quienes representaban al «campo de la paz»
israelí fueron dos bantustanes —una reducida Ribera Occidental y un enclave
en la Franja de Gaza— que gozarían de la categoría de Estado en términos
simbólicos pero permanecerían, en la práctica, bajo control israelí.
Además, este acuerdo debería ser declarado como el fin del conflicto. Todas
las demás demandas, tales como el derecho de retorno de las personas
palestinas refugiadas o los cambios en el estatuto de la minoría palestina
al interior de Israel, fueron suprimidas de la agenda de la «paz».
Una receta para el desastre
Este decreto era una nueva versión de las viejas ideas israelitas que habían
dado forma al denominado «proceso de paz» de 1967. La primera fue la
denominada «alternativa jordana», que implicaba repartir —geográfica o
administrativamente— el control sobre los territorios ocupados entre Israel
y Jordania. El movimiento obrero israelí apoyó esta política. La segunda fue
la idea de una autonomía palestina limitada en estos territorios, que estuvo
en el centro de las conversaciones para la paz con Egipto a fines de los
años setenta.
Todas estas ideas —la alternativa jordana, la autonomía palestina y la
fórmula de Oslo— tenían una cosa en común: proponían dividir la Ribera
Occidental entre áreas palestinas y judías, con el objetivo de integrar la
parte judía a Israel en el futuro, manteniendo la Franja de Gaza como un
enclave conectado a la Ribera Occidental por un puente terrestre controlado
por Israel.
Oslo difería de las iniciativas anteriores en muchos sentidos. El más
importante era que la OLP se asoció a Israel en esta receta para el
desastre. Sin embargo, debe darse crédito a la organización por no haber
aceptado, hasta el día de hoy, los Acuerdos de Oslo como un proceso
terminado.
Su participación, y el reconocimiento internacional que recibió, fue el
aspecto positivo (o al menos potencialmente positivo) de Oslo. El aspecto
negativo de la participación de la OLP fue el hecho de que la política
unilateral de progresiva anexión territorial y división de los territorios
ocupados gozó entonces de la legitimidad de un acuerdo que las autoridades
de la OLP habían firmado.
Otra diferencia fue el compromiso de un equipo académico supuestamente
profesional y neutral cuya actuación facilitaría los acuerdos. La fundación
noruega FAFO estuvo a cargo de la campaña de mediación. Adoptó una
metodología que fue muy ventajosa para el lado de Israel y desastrosa para
el pueblo palestino.
Fundamentalmente, se trataba de definir lo mejor que la parte más fuerte
estaba dispuesta a ofrecer, y luego intentar coaccionar a la parte más débil
para que lo aceptara. No había ninguna posibilidad de que la parte definida
como débil pudiese actuar. Todo el proceso se convirtió en una imposición.
Un trago amargo
Hemos estado ahí antes. La Comisión Especial de las Naciones Unidas para
Palestina (UNSCOP, por sus siglas en inglés) adoptó un enfoque similar
durante los años 1947-1948. El resultado fue catastrófico. La población
palestina, que era autóctona del lugar y mayoría en el territorio, no tuvo
ninguna influencia en la solución propuesta. Cuando la rechazaron, las
Naciones Unidas ignoraron su posición. El movimiento sionista y sus aliados
impusieron la división por la fuerza.
Cuando se firmó Oslo I, el primer conjunto de acuerdos mayormente
simbólicos, la falta desastrosa de cualquier aporte palestino no salió a la
luz inmediatamente. Estos acuerdos incluían no solo el reconocimiento mutuo
entre Israel y la OLP, sino también el retorno de Yasser Arafat y de la
conducción de la OLP a Palestina. Esta parte del acuerdo creó una euforia
comprensible en una parte de la población palestina, dado que disimulaba el
objetivo real de Oslo.
Este trago amargo un poco edulcorado rápidamente hizo sentir su verdadera
naturaleza con el siguiente conjunto de acuerdos, implementados en 1995 y
conocidos como los Acuerdos de Oslo II. Fueron difíciles de aceptar hasta
para el debilitado Arafat, y el presidente egipcio Hosni Mubarak
literalmente lo forzó a firmar el pacto frente a las cámaras de todo el
mundo.
Una vez más, como en 1947, la comunidad internacional implementó una
«solución» que servía a las necesidades y a la visión ideológica de Israel,
ignorando completamente los derechos y las aspiraciones de palestina. Y, una
vez más, el principio subyacente de la «solución» fue la división.
En 1947, se le ofreció el 56% de Palestina al movimiento colonizador
sionista y este tomó el 78% por la fuerza. Los Acuerdos de Oslo II brindaban
a Israel otro 12% de la Palestina histórica, consolidando el estatus más
grande de Israel sobre el 90% del país y creando dos bantustanes en el resto
del área.
En 1947, la propuesta fue partir Palestina entre un Estado árabe y uno
judío. La narrativa hilada por Israel, la FAFO y los agentes internacionales
involucrados en la mediación de Oslo fue que el pueblo palestino había
perdido una oportunidad para gozar de su Estado dada la posición
irresponsable y reaccionaria que había adoptado en 1947. Por lo tanto, se
les ofrecía esta vez, de forma didáctica, un espacio mucho más pequeño y una
entidad política degradada (que no puede considerarse un Estado sin importar
desde donde se lo mire).
La geografía del desastre
Los Acuerdos de Oslo II crearon una geografía del desastre que permitió que
Israel anexara todavía más territorio de la Palestina histórica encerrando
al pueblo palestino entre dos bantustanes; o, para ponerlo en otros
términos, dividiendo la Ribera Occidental y la Franja de Gaza entre áreas
palestinas y judías.
El área A bajo el mando directo de la Autoridad Nacional Palestina (ANP, que
se asemeja a la categoría de Estado pero no tiene ninguno de sus poderes);
el área B bajo el mando compartido de Israel y de la ANP (pero que en
realidad está bajo el mando de Israel); el área C bajo el mando exclusivo de
Israel. En la actualidad, la zona está siendo anexada de facto a Israel.
Los medios para alcanzar esta anexión han incluido el hostigamiento militar
y colonial sobre las poblaciones palestinas (obligando a mucha gente a
abandonar sus hogares), la declaración de amplios territorios como campos de
entrenamiento militar o «pulmones verdes» ecológicos de los cuales el pueblo
palestino está excluido y, finalmente, las transformaciones constantes de la
legislación sobre la tierra, para tomar más tierra para nuevos asentamientos
o para expandir los más viejos.
Para el momento en que Arafat llegó al Camp David en 2000, el mapa de Oslo
se había desplegado con claridad y, en muchos sentidos, había iniciado un
proceso irreversible. La principal característica de la cartografía
posterior a Oslo fue la bantustanización de la Ribera Occidental y de la
Franja de Gaza, la anexión oficial del área más grande de Jerusalén y la
separación física del norte y del sur de la Ribera Occidental.
Había otras que no eran menos importantes: la desaparición del derecho de
retorno de la agenda de «paz» y la continua judaización de la vida palestina
al interior de Israel (mediante expropiación de tierras, el estrangulamiento
de poblados y ciudades, el mantenimiento de asentamientos y ciudades
exclusivos para personas judías y la aprobación de una serie de leyes que
institucionalizaron a Israel como un Estado de apartheid).
Más adelante, cuando se probó que era demasiado costoso sostener la
presencia colonial en medio de la Franja de Gaza, las autoridades de Israel
revisaron el mapa y la lógica de Oslo para incluir un nuevo método: imponer
el asedio terrestre y el bloqueo marítimo de Gaza, dado su rechazo a
convertirse en otra Área A bajo el gobierno de la ANP.
Después de Rabin
La geografía del desastre, de forma similar a lo que sucedió en 1948, fue el
resultado de un plan de pacificación. Desde 1995, a partir de la firma de
los Acuerdos de Oslo II, más de seiscientos puntos de control han privado a
las personas de los territorios ocupados de su libertad de circulación entre
los pueblos y las ciudades (y entre la Franja de Gaza y la Ribera
Occidental). La vida en las Áreas A y B fue administrada por la
Administración Civil, un equipo cuasi militar dispuesto a brindar permisos
solo a cambio de una colaboración plena con los servicios de seguridad.
Los ocupantes siguieron atacando al pueblo palestino y expropiando sus
tierras. El ejército israelí, con sus unidades especiales, siguió entrando a
voluntad al Área A y a la Franja de Gaza, arrestando, hiriendo y matando a
las personas palestinas. También prosiguieron bajo el «acuerdo de paz» los
castigos colectivos mediante la demolición de hogares, los toques de queda y
el cierre de territorios.
Poco tiempo después de que se firmaron los Acuerdos de Oslo II, en noviembre
de 1995, el primer ministro de Israel Yitzhak Rabin fue asesinado. Nunca
sabremos si tenía la voluntad –o si hubiese sido capaz– de avanzar en un
sentido más positivo. Los que lo sucedieron hasta el año 2000, Shimon Peres,
Benjamin Netanyahu y Ehud Barak, le dieron su completo apoyo a la política
de transformar la Ribera Occidental y la Franja de Gaza en dos
megaprisiones, en las cuales la circulación, la actividad económica, la vida
cotidiana y la supervivencia dependen totalmente de la buena voluntad de
Israel, que en general es escasa.
Las autoridades palestinas bajo el liderazgo de Yasser Arafat soportaron
estos tragos amargos por varios motivos. Era difícil abandonar el semblante
del poder presidencial, cierto sentido de independencia en algunos aspectos
de la vida y, sobre todo, la creencia ingenua de que esto era un estado de
cosas pasajero, que sería reemplazado por un acuerdo final que garantizaría
la soberanía palestina (aunque debe notarse que estas autoridades firmaron
un acuerdo que no menciona, en ningún documento oficial, el establecimiento
de un Estado palestino independiente).
El espejismo del Camp David
Por un breve momento en 1999, pareció que el optimismo tenía algún
fundamento. Al gobierno de derecha de Benjamin Netanyahu le siguió uno
encabezado por el líder laborista Ehud Barak. Barak declaró su compromiso
con el acuerdo y su voluntad para terminar de implementarlo. Sin embargo,
luego de perder rápidamente la mayoría en el Knéset, él junto al presidente
de los EE. UU., Bill Clinton –envuelto en ese momento en el escándalo
Lewinsky–, precipitó a Yasser Arafat hacia una cumbre caprichosa durante el
verano de 2000.
El gobierno israelí reclutó a un gran número especialistas y preparó
montañas de documentos con un único objetivo en mente: imponer la
interpretación de Israel de un acuerdo final con Arafat. De acuerdo con sus
especialistas, el fin del conflicto implicaría la anexión de grandes
asentamientos a Israel, una capital palestina en la ciudad de Abu Dis y un
Estado desmilitarizado, sujeto al control y a la dirección de Israel en
cuestiones de seguridad. El acuerdo final no incluyó ninguna referencia
seria al derecho de retorno, y por supuesto –como sucedió con los Acuerdos
de Oslo– ignoró totalmente a las personas palestinas que vivían en Israel.
El lado palestino reclutó al Instituto Adam Smith de Londres para que lo
ayudara en la preparación de esta apresurada cumbre. Produjeron algunos
escasos documentos, que en cualquier caso no fueron considerados como algo
relevante por Barak ni por Clinton. Estos dos caballeros estaban en un apuro
para concluir el proceso en dos semanas, completamente en beneficio de su
propia supervivencia política.
Ambos necesitaban un logro rápido del cual presumir (puede pensarse aquí en
la catastrófica gestión que Donald Trump hizo de la pandemia de COVID-19 y
la paz de Israel con los Emiratos Árabes Unidos, vendida como un gran
triunfo de su gobierno). Dado que el tiempo apremiaba, dedicaron las dos
semanas a ejercer una enorme presión sobre Arafat para que firme un acuerdo
preparado de antemano en Israel.
Arafat alegó que necesitaba una conquista palpable para mostrar a su regreso
a Ramala. Esperaba poder anunciar, al menos, la detención de los
asentamientos y/o el reconocimiento del derecho de la ALP a Jerusalén, y tal
vez algún tipo de comprensión por principio de la importancia del derecho de
retorno para el lado palestino. Barak y Clinton ignoraron completamente su
situación. Antes de que Arafat partiera hacia Palestina, los dos líderes lo
acusaron de ser un belicista.
La Segunda Intifada
Luego de su regreso, Arafat –tal como informó luego el senador George
Mitchell– fue muy pasivo y no planeó ningún movimiento drástico como un
levantamiento. Los servicios de seguridad de Israel informaron a sus jefes
políticos que Arafat estaba haciendo todo lo que podía para pacificar a la
parte más militante de Fatah, y que todavía esperaba poder encontrar una
solución diplomática.
Quienes rodeaban a Arafat sintieron que habían sido traicionados. Había una
atmósfera de impotencia hasta que el líder de la oposición de Israel, Ariel
Sharon, hizo una visita a la Explanada de las Mezquitas (Haram esh-Sharif).
El comportamiento de Sharon disparó una ola de manifestaciones, a las que el
ejército de Israel respondió con especial brutalidad. El ejército había sido
humillado recientemente en manos del movimiento Hezbollah del Líbano, que
forzó a las Fuerzas de Defensa de Israel a retirarse del sur del Líbano,
erosionando de esta manera su poder de disuasión.
La policía palestina decidió que no podía resistir, y el levantamiento se
militarizó. Se extendió hacia Israel, en donde una policía racista y con el
gatillo fácil mostró con gran satisfacción la tranquilidad con la que podía
asesinar a manifestantes que tenían la ciudadanía del Estado de Israel.
El intento de algunos grupos palestinos como Fatah y Hamas de responder con
atentados suicidas y las represalias de Israel –que terminaron con la infame
operación «Escudo Defensivo» de 2002– llevaron a la destrucción de pueblos y
ciudades, y a más expropiaciones de tierra por parte de Israel. Otra
respuesta fue la construcción de un muro de tipo apartheid que separaba al
pueblo palestino de sus negocios, campos y centros de actividad cotidiana.
Israel ocupó de nuevo efectivamente la Ribera Occidental y la Franja de
Gaza. En 2007, se restauró el mapa A, B y C de la Ribera Occidental. Luego
de que Israel se retirara de Gaza, Hamas tomó el poder y el territorio
estuvo, desde entonces, sujeto a un asedio que continúa en la actualidad.
Desde las cenizas
Algunas figuras políticas están convencidas de que han quebrado el espíritu
palestino. Precisamente veintisiete años después de que se firmaron los
Acuerdos de Oslo, la Casa Blanca fue sede de una nueva ceremonia a favor de
los Acuerdos de Abraham, un acuerdo para la paz y la normalización entre
Israel y dos Estados árabes, los Emiratos Árabes y Baréin.
Los principales medios de EE.UU. e Israel aseguran que este es el último
clavo del ataúd de la tenacidad palestina. Piensan que la AP se verá
obligada a aceptar cualquier cosa que Israel le ofrezca, dado que no hay
nadie que pueda ayudarla en el caso de que rechace la propuesta.
Pero la sociedad palestina es una de las más jóvenes y educadas de todo el
mundo. El movimiento nacional palestino resurgió de las cenizas del Nakba y
podría hacerlo de nuevo. No importa cuan poderoso sea el ejército israelí y
no importa cuántos más Estados árabes firmen tratados de paz con Israel, el
Estado judío seguirá existiendo con millones de personas palestinas bajo su
control en el marco de un régimen de apartheid.
El fracaso de Camp David en 2000 no fue la conclusión de un proceso de
pacificación genuino. Nunca hubo un proceso verdadero en este sentido desde
que el movimiento sionista llegó a Palestina a fines del siglo XIX; se
trató, en cambio, del establecimiento oficial de la república del apartheid
de Israel. Resta saber por cuánto tiempo el mundo estará dispuesto a
aceptarla como legítima y viable, o si aceptará que la desionización de
Israel, con la creación de un Estado democrático único que albergue a toda
la Palestina histórica, es la única solución viable a este problema.
* Ilan Pappé, historiador y activista socialista israelí. Es profesor de la
Universidad de Exeter, director del Centro Europeo de Estudios Palestinos,
codirector del Centro de Estudios Etnopolíticos de Exeter y autor de Ten
Myths About Israel (Verso, 2017).
_____
--
El software de antivirus Avast ha analizado este correo electrónico en busca de virus.
https://www.avast.com/antivirus
------------ próxima parte ------------
Se ha borrado un adjunto en formato HTML...
URL: http://listas.chasque.net/pipermail/boletin-prensa/attachments/20210101/39cd5b76/attachment-0001.htm
Más información sobre la lista de distribución Boletin-prensa