Cuba// "Palabras" no solo a los intelectuales. [Alexei Padilla Herrera]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Jul 4 15:47:37 UYT 2021


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Correspondencia de Prensa

4 de julio 2021

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Cuba



Palabras” no solo a los intelectuales



Alexei Padilla Herrera *

La Joven Cuba, 23-6-2021

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En el primer lunes de la primavera de 1959, el periódico Revolución circuló
un suplemento que,en sus dos años y siete meses de existencia, se convirtió
en una de las publicaciones culturales más vanguardistas de América Latina.
Codirigido por los escritores Guillermo Cabrera Infante y Pablo Armando
Fernández, junto al pintor Raúl Martínez, desde su primera edición Lunes de
Revolución visibilizó la diversidad [y las contradicciones] política,
ideológica y estética existente en los diferentes actores y grupos del campo
cultural comprometidos con la revolución triunfante.



El semanario acogió académicos, escritores y artistas que, si bien apoyaron
el proceso, no ocultaban sus críticas a determinados aspectos de la
construcción del socialismo en la Unión Soviética y sus satélites europeos.
Buena parte de sus «dardos» fueron dirigidos especialmente a la política
cultural de Moscú, para disgusto de la dirección del veterano Partido
Socialista Popular (PSP), embajador informal del Kremlin en Cuba.



La diversidad de concepciones sobre el arte y la cultura que convergieron en
Lunes, sus críticas al dogmático marxismo soviético y algunos textos
considerados anticomunistas, provocaron tensiones entre diferentes segmentos
de la intelectualidad insular.



Lunes de Revolución, sin embargo, continuó navegando en turbulentas aguas
hasta encallar en la polémica generada por el estreno de un documental de
apenas trece minutos —número maldito—, que cometió el «desatino» de
registrar el desparpajo nocturno en los alrededores del puerto habanero. Sus
escenas en blanco y negro, según los censores, contrariaban la imagen que
debía proyectar un país en revolución.



Dirigido por Sabá Cabrera Infante y Orlando Jiménez Leal, el cortometraje PM
se exhibió en la TV Revolución, que junto a Ediciones R, fue otro de los
emprendimientos mediáticos concebidos por Carlos Franqui, director del
periódico Revolución. En mayo de 1961, la comisión que analizaba y
clasificaba los filmes producidos e importados al país, prohibió la
exhibición del cortometraje tras determinar que atacaba los intereses del
pueblo y de la Revolución.



Desde su columna en el periódico Hoy, la intelectual comunista Mirta Aguirre
expuso que la interdicción del corto se justificaba ya que este le hacía el
juego a la contrarrevolución. Por su parte, Alfredo Guevara,
director-fundador del ICAIC, consideró que el filme mostraba el peor de los
mundos (prostitución, alcoholismo, drogas, etc.), algo incompatible con
aquellos tiempos del naciente cine revolucionario, financiado por el Estado
para más señas.



La agitación generada por tal fallo se prolongó durante semanas. Además de
numerosos artículos a favor y en contra, alrededor de doscientos
intelectuales y artistas firmaron una declaración colectiva pidiendo el
levantamiento de la censura.



La polémica sobre cuáles deberían ser los principios rectores de la política
cultural de la Revolución Cubana alcanzó un nivel tan alto que, a ojos del
gobierno, amenazaba la unidad del campo cultural. El 30 de junio de 1961, en
un intento por contener las desavenencias, Fidel Castro pronunció, en la
tercera y última de una serie de reuniones en la Biblioteca Nacional, el
discurso que pasó a la posteridad como Palabras a los intelectuales.



A pocas semanas de la victoria en Playa Girón, y en momentos en que la
unidad era garantía de resistencia y continuidad de la Revolución, Fidel
trazó los límites de las libertades de creación y expresión. De acuerdo con
el dirigente cubano, el grado de libertad del que artistas e intelectuales
gozarían, dependería de su identificación y apoyo a los principios, la
ideología y las políticas implementadas por el Gobierno Revolucionario en
las más diversas áreas.



Así las cosas, los incondicionales al proceso percibirían mayores
posibilidades para desarrollar su trabajo creativo, mientras que los no
dispuestos a entregarlo todo en favor de la construcción socialista, verían
aparecer, y se preocuparían, por las restricciones impuestas a la libertad
de creación y expresión.



Seguidamente definió, de forma ambigua, los criterios de inclusión-exclusión
que rigen hasta hoy, no solo las políticas cultural y de comunicación social
en el país, sino también las relaciones entre el Partido-Estado-Gobierno, la
sociedad civil y los ciudadanos:



«(…) dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada. Contra la
Revolución nada, porque la Revolución tiene también sus derechos y el primer
derecho de la Revolución es el derecho a existir y frente al derecho de Ia
Revolución de ser y de existir, nadie. Por cuanto la Revolución comprende
los intereses del pueblo, por cuanto la Revolución significa los intereses
de la Nación entera, nadie puede alegar con razón un derecho contra ella».



En un solo párrafo, tan breve como potente, se estableció la primacía de los
derechos de la Revolución —el Estado— sobre el ejercicio de los derechos
civiles y políticos de los ciudadanos.



Es muy probable que las decenas de personas que tuvieron el privilegio de
escuchar directamente al líder de la Revolución, no percibieran la relación
entre las palabras pronunciadas aquella tarde de junio y la conferencia
impartida por Blas Roca en el programa Universidad Popular, transmitido el
11 de septiembre de 1960.[1]



Durante poco más de una hora, el secretario general del PSP explicó a la
teleaudiencia la forma en que el marxismo soviético definía el concepto de
libertad, su alcance y funciones en el socialismo. Después de remontarse a
la Constitución francesa de 1791, para criticar el carácter abstracto de los
derechos civiles y políticos allí reconocidos, Roca argumentó que la
sintonía entre los intereses individuales y la actividad de cada ciudadano
en defensa de la Revolución era necesaria para sentirse libre en la nueva
sociedad que se construía.



En el intento de potabilizar uno de los principales dogmas del marxismo
soviético, el dirigente comunista expuso la necesidad del dominio adecuado
de las leyes que regían el desarrollo histórico, lo que sugeriría la
limitación de los derechos civiles y políticos —burgueses— que pudieran
retardar el inevitable triunfo del socialismo en el mundo.



Los dogmas defendidos por Blas Roca justificaban la subordinación de los
derechos ciudadanos, de la actividad científica, la educación y la
producción de bienes simbólicos, a los objetivos definidos por la vanguardia
revolucionaria. De la aceptación y sometimiento a las leyes del desarrollo
histórico dependería la libertad que percibiesen los ciudadanos. De esta
forma, la libertad estaba asociada a la concordancia con la ideología de la
Revolución, la disciplina y la participación en las tareas encomendadas por
la dirección del país.



El profesor e investigador Fernando Martínez Heredia expresó en 2016 que la
primacía de la Revolución implicó el derecho a controlar la actividad
intelectual y la libertad de expresión siempre que fuera necesario. En su
análisis consideraba un contexto específico, caracterizado por amenazas
reales y constantes de detener y destruir el proceso, inclusive, por medio
del magnicidio de sus dirigentes.[2]



No obstante, las limitaciones de los derechos ciudadanos dejaron de ser una
cuestión coyuntural para convertirse en una práctica inherente al régimen
político cubano, lo que fue codificado en la Constitución de 1976.



Esas restricciones responderían, entre otros factores, a la necesidad de
preservación del Estado, a una cultura política secular que pondera la
beligerancia en lugar del diálogo y la intolerancia en detrimento del
respeto a la diversidad de ideas; a la adopción del marxismo-leninismo como
ideología de Estado y al denominado síndrome de plaza sitiada, generado por
el diferendo Estados Unidos-Cuba.



Uno de los fragmentos más interesantes del referido discurso de Fidel Castro
es donde se acuña la legitimidad de la censura por parte de las autoridades
revolucionarias. Para Fidel, la importancia del cine y la televisión para la
educación y la formación ideológica del pueblo ameritaba que el gobierno
regulara, revisara y fiscalizara las películas que serían exhibidas.



En una época en que los procesos de comunicación se concebían desde la
óptica de los modelos transmisivos —para los cuales los receptores eran
pasivos, acríticos y manipulables por los mensajes difundidos desde los
medios—, el dirigente cubano concebía al pueblo, al menos en aquel discurso,
no como sujeto de la Revolución, sino como objeto de la misma, y advirtió
que los que no actuaran pensando en «la gran masa explotada» que esperaba
ser redimida, carecían de «actitud revolucionaria».



La reivindicación del control estatal sobre los medios de comunicación, la
defensa de la censura y la necesidad de que los artistas e intelectuales —
incluyendo a los periodistas—, se convirtieran en militantes de la
Revolución; se asientan en una concepción instrumentalista del arte, la
literatura, la educación y la comunicación social. Una perspectiva que si
bien era afín a las prioridades inmediatas del proyecto revolucionario,
nunca ha contribuido a la necesaria autorregulación de los medios de prensa
cubanos ni a elevar la calidad del periodismo, como reconoció el periodista
y profesor Julio García Luis.



Los intercambios de representantes del campo cultural cubano con la
dirigencia de la Revolución, intentaron reducir las fricciones entre los
artistas intelectuales nucleados en Lunes de Revolución (que recibieron el
apoyo de Haydée Santamaría, presidenta de Casa de las Américas), el ICAIC y
el Consejo Nacional de Cultura, con motivo de la censura del documental PM.



No obstante, Palabras a los intelectuales también denotó los desafíos de los
dirigentes cubanos para lidiar con la diversidad y el disenso ideológico,
estético y político en una sociedad civil conformada por creadores que
concebían el arte con y para la Revolución, pero sin subordinarla al poder
político ni convertirla en mera propaganda partidista.



Artistas e intelectuales se veían a sí mismos como sujetos activos,
dispuestos a contribuir con sus conocimientos al proceso de cambios, no por
arrogancia o complejo de superioridad, sino porque entendían el arte, la
Revolución y la relación entre ellas desde perspectivas que diferían con la
de los políticos y militantes.



Sería deshonesto afirmar que Palabras a los intelectuales fue tan solo el
anuncio-oda a la censura oficial y a la coerción de la libertad de
expresión. Allí se presentaron las líneas generales de una política cultural
que, entre otros aspectos, socializó el acceso a la cultura de la mayoría de
los ciudadanos y regularizó la formación artística de miles de niños,
adolescentes y jóvenes de origen humilde en las Escuelas Nacionales de Arte,
conservatorios e instituciones culturales. Una generación formada por hijos
de humildes trabajadores del campo y la ciudad, que en un par de décadas se
integró a la vanguardia cultural de la Isla.



A pesar de la trascendencia del acontecimiento, en su momento la prensa
revolucionaria no reprodujo ni reseñó la intervención de Fidel Castro. De
acuerdo con la historiadora Ivette Villaescucia, por esos días los medios de
comunicación destacaron la reunión de Fidel con periodistas extranjeros y de
esa forma, la opinión pública nacional quedó al margen de lo discutido entre
las vanguardias artísticas y políticas del país.[3]



Ese silencio, apunta Villaescucia, puede ser resultado de la presencia de
militantes del PSP en el Consejo Nacional de Cultura y en la Comisión de
Orientación Revolucionaria, dos de los órganos responsables del control de
los medios de comunicación. Por mi parte, creo improbable que el
silenciamiento de la prensa revolucionaria no contase con el aval de la
dirección política del país.



Lo cierto es que la intervención de Fidel en la polémica garantizó la tregua
que propició la creación de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba
(UNEAC), el 22 de agosto de 1961, como un espacio de convergencia y
representación de las categorías intelectual y artística del país y un canal
de comunicación entre el gremio y el poder político.



Amén de su carácter paraestatal, en el momento de su fundación la UNEAC fue
un contrapeso al poder que venía acumulando el Consejo Nacional de Cultura,
cooptado por cuadros del PSP que, como Edith Buchaca y Mirta Aguirre, eran
entusiastas de la instrumentalización de la creación artística y literaria
en función de los objetivos políticos del Estado.



Al mismo tiempo, la creación de la UNEAC afectaría la centralidad que Lunes
de Revolución ganó en el campo cultural desde su fundación. Para la
historiadora Silvia Miskulin, el cierre definitivo del seminario cultural
fue resultado de las maniobras políticas ejecutadas por militantes del PSP
desde el Consejo Nacional de Cultura y la Comisión de Orientación
Revolucionaria. La independencia de sus editores y el carácter cosmopolita,
ecléctico y antidogmático de Lunes…, afirma Miskulin, contravenían la
política cultural que el Estado cubano comenzaba a implementar desde
instituciones dirigidas por veteranos pesepistas.[4]



La publicación del último número de la reconocida publicación cultural, el 6
de noviembre de 1961, marcó el inicio del ocaso del ambiente de relativa
apertura y pluralismo que caracterizó el primer trienio del proceso
revolucionario en Cuba. En enero del año siguiente comenzaría a circular la
revista Unión, que junto a La Gaceta de Cuba y la revista Casa de las
Américas, compensaron el vacío dejado por el semanario.



Ivette Villasescucia apunta que la desaparición de Lunes de Revolución
coincidió con un proceso de fusión de varios medios de prensa, condicionado
por la búsqueda de unidad entre las fuerzas revolucionarias, el conflicto
con los Estados Unidos y las características personales de los sujetos
involucrados en la transformación del sistema mediático cubano.



En ese contexto, la clausura de Lunes de Revolución y de los diarios Prensa
Libre, Combate y La Calle, y la posterior creación de nuevas publicaciones,
fueron parte del esfuerzo para atenuar u ocultar las discrepancias
ideológicas y políticas entre el Movimiento 26 de Julio, el Directorio
Revolucionario y el PSP.



La unidad lograda entonces exige hasta hoy una disciplina casi militar,
unanimidad política e ideológica y divorcio entre la agenda mediática y la
agenda pública en los medios de comunicación. Todo ello se traduce en las
dificultades de la prensa estatal para satisfacer las demandas informativas
y expresivas de buena parte de la ciudadanía.



Seis décadas después del memorable discurso, no existe una definición clara
y objetiva del significado y alcance de la expresión: «dentro de la
Revolución todo, contra la Revolución, nada». Al recordar Palabras a los
intelectuales no puedo dejar de señalar la ambigüedad —o precisión, según se
vea— del párrafo frecuentemente evocado para legitimar la criminalización
del disenso y, consecuentemente, la muerte civil, la violencia simbólica y
física, y la exclusión de ciudadanos que por no entrar en los recios moldes
del modelo revolucionario, son reducidos, contrariando la ley, a la
categoría de no personas.



Comprendo que al triunfar, una Revolución —y la cubana no fue la excepción—
no es un estado de derecho, pero su principal objetivo debe ser alcanzarlo.
Y, una vez proclamado, gobernados y gobernantes deben atenerse a él.



* Alexei Padilla Herrera, comunicador Social, profesor e investigador.
Máster en Comunicación Social por la Universidad Federal de Minas Gerais.



Notas



[1] Blas Roca: «Los regímenes sociales y el concepto de libertad», Noticias
de Hoy, 13 de septiembre de 1960, p. 2.

[2] Fernando Martínez Heredia: «Acerca de «Palabras a los intelectuales», 55
años después», Tareas, no. 154, septiembre-diciembre, 2016, pp. 63-75.

[3] Ada Ivette Villascucia: «La prensa cubana en el primer decenio de la
Revolución», Revista Mexicana de Ciencias Agrícolas, vol. 2, octubre, 2015,
pp. 101-109.

[4] Silvia Miskulin: Os intelectuais cubanos e a política cultural da
Revolução: 1961-1975. São Paulo, Alameda, 2009.

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