Haití/ La perfecta neocolonia. [Daniel Gatti - Henry Boisrolin - Entrevista]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Jul 9 12:49:03 UYT 2021


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Correspondencia de Prensa

9 de julio 2021

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Haití



Bajo fuego



La perfecta neocolonia



}El asesinato sin aclarar de Jovenel Moïse, que gobernaba a fuerza de
masacres con el apoyo de la OEA y Washington, aviva las inquietudes
imperiales por una nueva intervención. En la calle, los paramilitares y la
movilización popular se disputan el futuro.



Daniel Gatti

Brecha, 9-7-2021

https://brecha.com.uy/



En la madrugada del miércoles 7, un comando paramilitar ingresó a la casa
del presidente de Haití, Jovenel Moïse, en Puerto Príncipe, y lo asesinó a
tiros. Su esposa fue herida de gravedad. El primer ministro Claude Joseph,
que estaba en la puerta de salida del gobierno (Moïse le había nombrado un
reemplazante el lunes), decretó el estado de emergencia y sacó las Fuerzas
Armadas a la calle. No habían comenzado todavía las investigaciones cuando
empezaron a circular versiones de que los atacantes hablaban español y hubo
quienes apuntaron que se trataba de venezolanos (obviamente «chavistas») y
colombianos (obviamente «de las ex-FARC [Fuerzas Armadas Revolucionarias de
Colombia]»). En la mañana del mismo miércoles, el presidente de Colombia,
Iván Duque, pidió la intervención de la Organización de los Estados
Americanos (OEA), cuyo Consejo Permanente fue convocado en la noche. Es un
magnicidio intolerable, dijo. En algunos países de Europa y en Estados
Unidos se empezó a barajar la posibilidad de volver a enviar tropas a Haití
con lo que se recrearía la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas
en Haití (Minustah), que se mantuvo entre 2004 y 2017. En las declaraciones
de algunos gobernantes, el homenaje a Moïse trascendió el recuerdo a una
víctima de asesinato: hubo quienes elogiaron su gestión. Haití país
ingobernable, Haití país menor de edad que no puede manejarse solo sin un
padre que lo tutele: los lugares comunes de todos estos años para justificar
la militarización, la sucesión de gobiernos corruptos, el hambre y la
miseria como males «naturales» de una sociedad «atrasada», la presencia
imperial –más o menos abierta, más o menos solapada, según convenga–
volvieron a saltar a la palestra. Ya tantas veces se los ha escuchado.



***



Tal vez no se sepa en años, tal vez no se sepa nunca cómo fue realmente que
murió Moïse, dijo el miércoles a la cadena Telesur Danny Shaw, un activista
estadounidense que lleva varios meses residiendo en Puerto Príncipe. Tenía
tantos y tantos enemigos el gobernante asesinado que los tiros pueden haber
llegado casi que desde cualquier lado. Menos del campo popular. Porque si
hay sectores a los que nada les conviene un escenario como el que
previsiblemente se estaría armando, con un posible regreso de la Minustah o
una misión de intervención equivalente, ahora o en algún tiempo, es a
quienes quieren cambiar realmente las cosas. No hay luto en las calles,
porque Moïse era responsable directo e indirecto de decenas de asesinatos,
de unas 12 masacres colectivas en barrios populares en los últimos cuatro
años, porque era cómplice de lo más rancio de la rancia oligarquía haitiana
y de las pandillas, que crecen como hongos (véase «Estado mafioso», Brecha,
26-II-21), porque gobernaba como un dictador; pero tampoco hay alegría,
porque su caída, en estas condiciones, está muy lejos de significar la caída
del sistema del que era parte. Ojalá hubiera un Wikileaks que echara luz
sobre cómo se tramó esta ejecución, dijo Shaw, y recordó que no son raros
los casos de dictadores que se vuelven incómodos por impresentables, como
sucedió hace 60 años en la vecina República Dominicana con Rafael Trujillo,
asesinado porque convenía más un liberal que una bestia parda. Y están las
pandillas, y está el narcotráfico…



***



Un día antes del asesinato de Moïse, Brecha entrevistó a Henry Boisrolin,
coordinador del Comité Haití Democrático, instalado hace años en Argentina.
La idea era conversar sobre lo que estaba sucediendo en su país, tan
silenciado, tan acallado, tan poco presente en los medios, tan
miserabilizado. Había habido una cadena de asesinatos, una más:19 personas
ejecutadas a balazos en plena calle en la noche del 29 al 30 de junio, entre
ellas, el periodista Diego Charles y la militante feminista Antoinette
Duclaire; llamaba la atención que fuera la enésima masacre de dirigentes
sociales en muy poco tiempo y que apenas trascendiera; se hablaba de la
acción abierta de bandas armadas unificadas en un comando dirigido por un
expolicía que se presentaba como «revolucionario», que controlaban barrios
enteros de Puerto Príncipe, extorsionaban a pobres y ricos y provocaban
desplazamientos de población: ¿qué era eso?; el lunes 5, Moïse nombraba a un
nuevo primer ministro, el octavo desde que asumió la presidencia, en 2017,
un político vinculado a la oposición liberal, lo que daba la idea del grado
de decadencia del gobierno; las noticias apenas registraban las
manifestaciones callejeras, algunas muy grandes, que se estaban produciendo
día tras día desde hacía varios meses… Mucho tema. Boisrolin comenzó
poniéndolos en contexto.



«Hay que contextualizar para no perderse entre tanto asesinato, tanto hecho
delictivo, también tanta miseria, porque cuando se habla de Haití es para
hablar de eso y se pierde el hilo», dijo. Y contó que la crisis que vive
Haití es una crisis ininterrumpida, una película en cámara lenta del
«derrumbe del sistema de dominación», un sistema que empezó a funcionar a
partir de la primera ocupación militar estadounidense, en 1915. Desde
entonces, el país se fue convirtiendo en una perfecta neocolonia y en el más
empobrecido de las Américas. Hoy se está en una fase de descomposición de
ese sistema y quienes gobiernan quieren reformularlo, con otro tipo de
ordenamiento jurídico y político, para dar mayor poder al Ejecutivo y
debilitar al Parlamento. La Constitución que elaboraron en secreto en el
gobierno, que iba a ser sometida a plebiscito en setiembre, va por ahí.



Pero para la gente de a pie vale muy poco esa Constitución, señaló
Boisrolin, como valen muy poco las elecciones presidenciales y legislativas
convocadas para el mismo día del plebiscito constitucional. («No es que sean
ineptos, son perversos: hacen la elección del próximo Parlamento, que
constará de dos cámaras, al mismo tiempo que se plebiscita una Constitución
que suprime una de esas dos cámaras, el Senado. Parece absurdo, pero
demuestra lo poco que les interesa realmente esa democracia a la que dicen
atenerse.»)



Como todas las elecciones que se han llevado adelante últimamente, las de
este año, si se hacen, estarán marcadas por el fraude. Cualquier candidato
del campo popular que se presente las puede ganar si se llevan a cabo en
buena ley, cree Boisrolin. «Pero los sectores dominantes no van a dejar que
eso suceda. La única elección verdaderamente libre que se llevó a cabo en el
país tras la caída de la dictadura de los Duvalier la ganó un representante
del campo popular, el sacerdote Jean Bertrand Aristide, en 1990. Las ganó de
manera aplastante, pero lo derrocaron con un golpe de Estado promovido por
Estados Unidos.»



¿Qué elección seria se puede hacer en las condiciones actuales, en las que
la gente no irá a votar, como no ha ido a votar en las pasadas y en las
anteriores, porque no tiene seguridad alguna de que se respeten los
resultados, porque en una economía de subsistencia como la haitiana, en una
sociedad tan brutalmente piramidal como la haitiana, ha perdido todo sentido
meter un votito en una urna? «Hoy hay en mi país 6 millones de personas bajo
hambruna severa, el 70 por ciento de la población activa no tiene trabajo,
la esperanza de vida no llega a los 60 años», dice Boisrolin. Y apunta que
para entender la crisis estructural haitiana hay que tener en cuenta su
posición geopolítica: «Está en el centro del Caribe, en la ruta marítima
hacia Venezuela, es el país más próximo a Cuba y, si desde la doctrina
Monroe Washington considera a América Latina toda como su patio trasero, el
Caribe es su primer patio. Por aquí circulan mercaderías importantes para
ellos. No pueden permitir que Haití se desestabilice demasiado, deben
mantener el statu quo de la forma que sea, si es necesario, sacrificando a
dirigentes políticos, por más funcionales que les hayan sido».



—Jovenel Moïse lo fue. ¿Dejó de serlo?



Puede ser. Hoy existe una lucha interna entre los sectores dominantes. Hay
un sector empresario que depende directamente de Estados Unidos. Son 11, 12
familias, que son las que controlan el poder y respaldaban a Moïse, que era
un gran empresario bananero. Y hay un sector todavía de muy poco peso que
está haciendo un esfuerzo por elevar el nivel de desarrollo de este
capitalismo tan especial. También tienen relación con el imperio, pero
apuntan a un funcionamiento institucional más presentable, con cierto
respeto de la legalidad, algo que los últimos gobiernos no han tenido. Moïse
gobernaba por decreto desde hace un año, después que disolvió el Parlamento.
Su gestión era escandalosa desde todo punto de vista. El lunes blanqueó a
todos los políticos que habían sido procesados por casos de corrupción, con
el objetivo de que algunos de ellos pudieran presentarse a las próximas
elecciones. Solo se mantenía sobre la base de esa corrupción y sobre todo de
la represión. Cuando, tras un aumento de combustibles, en 2018, estallaron
enormes manifestaciones populares, la represión se acentuó. El gobierno
alternó asesinatos selectivos con no selectivos. Recurrió a las masacres
colectivas: 12 en cuatro años, con decenas de muertos. Y apuntó a quebrarle
la espina dorsal al movimiento popular. Van a seguir apuntando a eso quienes
vengan.



Y, por supuesto, el Ejecutivo se mantuvo por el sostén de las potencias, que
mientras no tenían a otro lo respaldaban, le daban dinero, lo cubrían. Desde
que se fue la Minustah funciona el Cogroup, integrado por representantes de
Estados Unidos, Canadá, Francia, España, Brasil, la OEA, la ONU
[Organización de las Naciones Unidas] y la Unión Europea. Es el verdadero
gobierno, y está, obviamente, bajo control de Washington.



El Cogroup sabe de las violaciones a los derechos humanos cometidas por el
gobierno de Moïse, como la Minustah sabía de las atrocidades cometidas por
las gestiones anteriores. Hace poco, Moïse llamó a Luis Almagro, el
secretario general de la OEA, para pedirle respaldo. Estaba acosado por las
manifestaciones populares, el auge de la delincuencia lo desbordaba, se
habían generalizado los secuestros extorsivos, las pandillas pululaban,
algunas le molestaban y él quería que lo apoyaran. Almagro envió una misión,
que hizo un largo informe en el que ni se menciona la represión política.
Allí la OEA proponía una salida política que consistía en un gobierno de
unión nacional con Moïse y en lo institucional solo exigió que se cambiara
la composición del Consejo Electoral, en el que Moïse había colocado a
amigos suyos. Menos que un cambio cosmético. La oposición lo rechazó.



—¿Quién encarna actualmente la oposición?



Hay tres grandes sectores: fuerzas de derecha democrática, fuerzas
socialdemócratas y la izquierda, que hace un par de años, por fin, comenzó
un proceso de confluencia en el Frente Patriótico y Popular, integrado por
siete partidos que se definen como socialistas, movimientos sociales, de
derechos humanos, feministas. Hay un consenso entre el sector
socialdemócrata y la izquierda de marchar hacia un gobierno que llamamos de
transición de ruptura, en el que estarían todos los sectores de oposición,
todos, y del que no formarían parte ninguno de los actuales gobernantes. Ese
gobierno funcionaría por unos dos años, se encargaría de montar una nueva
institucionalidad, afirmar la soberanía nacional, promover reformas
sociales, juzgar los crímenes de lesa humanidad y los escándalos de
corrupción de la administración actual, restaurar relaciones con todos los
países, incluida Venezuela, convocar a una asamblea constituyente y después
llamar a elecciones generales. No existe nadie en condiciones de conducir
solo ese proceso, se necesitará de toda la actual oposición y habrá que ser
creativo para ir haciendo el camino hacia una sociedad más justa. Que no nos
humillen tanto como lo están haciendo ahora. Eso es lo esencial.



***



Boisrolin dice que si desde 2018 las manifestaciones callejeras fueron tan
numerosas, es porque hay un sustrato de rebeldía en la gente que ni la
represión, ni el hambre, ni la pandemia (¿qué es una peste más en un país
expuesto a todas?) han logrado amainar. Piensa que hay una larguísima
tradición de lucha en este país, que protagonizó la única revuelta
antiesclavista exitosa de la historia y que, de esa tradición, a pesar de
todos los pesares, mucha cosa queda. Y que ahora «hay un grado de
organización del campo popular mayor» al que había un tiempo atrás. Dice que
no por nada el terrorismo de Estado ha llegado al paroxismo al que ha
llegado bajo Moïse y que eso va a exigir que los «sectores populares
aumenten su nivel de autodefensa». «Los esfuerzos de todos los gobiernos
recientes por disciplinar al pueblo han fracasado», piensa Boisrolin, pero
subraya que eso no quiere decir que se esté cerca de triunfo alguno. «La
situación actual es altamente explosiva y es muy difícil prever hacia dónde
evolucionará. La oposición está dividida sobre qué hacer. Hay quienes se
juegan a una insurrección popular, otros quieren negociar con Estados Unidos
un cambio moderado. Yo, si tuviera que apostar, diría que estamos cerca de
un estallido general. Quién lo conducirá no sé, pero las condiciones están
dadas.»



***



Gangsterización



Uno de los signos de la extrema descomposición actual de Haití es la
multiplicación de las bandas armadas y su creciente poder: de fuego,
territorial, incluso político. La Comisión Nacional de Desarme,
Desmantelamiento y Reinserción las calculó recientemente en 77. No les es
nada difícil equiparse, porque en el país hay hoy un mercado ilegal de 500
mil armas de guerra, el doble que las que había hace menos de cinco años.



«El país está gangsterizado», dice Henry Boisrolin, y apunta que los
sectores dominantes han creado sus propias pandillas, pero que estas son ya
un actor político de primera importancia y que pueden llegar a molestar a
algunos gobernantes. Las nueve bandas más poderosas se unificaron
recientemente en un comando que se llamó primero G9 y luego fue rebautizado
como Grupo Revolucionario 9. Manifiestan armados por las calles, sus líderes
dan conferencias de prensa, tienen su propio canal de Youtube, logran
cambiar ministros cuando no les gustan. En julio de 2020 el grupo organizó
una manifestación callejera en Puerto Príncipe exigiendo su legalización.



Marchaban en el mismo tipo de blindados que los que usa la Policía. Su líder
máximo es, precisamente, un exintegrante de una unidad especial de la
Policía, Jimmy Cherizier, conocido como Barbecue. Lo separaron de su cargo
tras un operativo en un barrio popular en 2017, en el que murieron ocho
civiles y dos policías. Lautaro Rivara, un periodista y sociólogo argentino
que vive en Puerto Príncipe, señaló en Rebelión.org (30-VI-21) que la
federación de pandillas de Barbecue tiene relación estrecha con la
administración de Moïse.



En 2020, el G9 coordinó junto con la Policía una entrega de alimentos en un
distrito particularmente pobre de la capital. El grupo controla áreas
centrales de Puerto Príncipe y los accesos norte y sur de la zona
metropolitana, «lo que, en la singular geografía haitiana, le da una
excepcional capacidad de aislar a la capital del resto del país», escribe
Rivara. Son territorios superpoblados de un país superpoblado y
fundamentales para controlar cualquier protesta, cualquier movilización de
envergadura, «por tratarse de algunas de las zonas más radicalmente
movilizadas desde los tiempos del gobierno de Aristide».



Las pandillas –las de Barbecue y las otras– han multiplicado últimamente los
secuestros extorsivos aparentemente indiscriminados, porque se llevan tanto
a ricos como a pobres, a empresarios como a campesinos. También han
multiplicado los asesinatos. En 2020 hubo 1.270 secuestros de ese tipo y
solo en junio pasado 150 homicidios, según datos de la asociación Défenseurs
Plus.



Rivara cuenta que el 23 de junio Barbecue apareció en un video que
rápidamente se hizo viral. «Acompañado de un pelotón de jóvenes encapuchados
y armados –varios de ellos con indumentaria de la propia Policía–, anunció
el comienzo de una “revolución armada”, consumando un giro discursivo contra
el Estado, el gobierno y la oposición política. Utilizando la simbología
nacional y evocando a los héroes de la revolución de independencia, invitó a
la población a armarse y a incorporarse a su organización.» Fue
«inesperado», pero también «inverosímil», escribe, y dice que actualmente
Haití, «con el concurso de las grandes potencias, parece despeñarse por el
barranco de los proyectos paramilitares que han asolado antes a otras
naciones de Centroamérica y el Caribe, promoviendo el caos organizado, la
inseguridad estratégica y la desestructuración de todo el tejido social y
comunitario, abriendo la puerta a una política de shock que logre
desmovilizar a sus indómitas clases populares».

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