Brasil/ La nueva década perdida. [Edemilson Paraná]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Jun 11 12:28:10 UYT 2021


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Correspondencia de Prensa

11 de junio 2021

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Brasil



La nueva década perdida de Brasil



Edemilson Paraná *

Jacobin, 7-6-2021

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Traducción de Valentín Huarte



El PIB brasileño se redujo 6,4% en comparación con 2014. La década pasada
fue perdida y la tan esperada recuperación económica es un sueño cada vez
más distante en medio de una pandemia descontrolada que camina en paralelo
al ascenso de la derecha, alimentada por el neoliberalismo autoritario y sus
dogmas.



Se sabe que el capitalismo en Brasil atraviesa una profunda —y prolongada—
crisis. Sus efectos son terribles. Más allá de los shocks y los factores
coyunturales específicos, los últimos diez años se dejan definir
inequívocamente como otra «década perdida». Es más: los datos indican que es
la peor década en 120 años. Existieron, durante este período, dos fuertes
recesiones históricas. Una se extendió de 2014 a 2016 y otra comenzó en
2020, sin que exista todavía una perspectiva clara de recuperación en el
corto plazo. La situación se agravó a causa de la pandemia, que hoy está
fuera de control.



Desde 2011 hasta 2020, el Producto Interno Bruto (PIB) creció en promedio a
un ritmo de 0,27% anual. A modo de comparación, debe considerarse que
durante la «célebre» década perdida —de 1981 a 1990— el crecimiento anual
fue, en promedio, de 1,57%, es decir, casi 6 veces mayor. En el mismo
sentido, durante aquella década perdida, el PIB per cápita cayó 0,4%,
mientras que en la «nuestra» —de 2011 a 2020— la reducción fue de 0,56%. En
la actualidad, el PIB brasileño (según datos de 2020) es 6,4% menor de lo
que era en 2014, mientras que el PIB per cápita es 10,8% menor. En síntesis,
somos más pobres.



Brasil se especializa, cada vez más, como productor de commodities, es
decir, productos primarios con poco valor agregado y baja intensidad en
cuanto a tecnología y conocimiento. Esto tiene consecuencias evidentes en
otros campos de la vida nacional. El cambio económico, el cambio social y el
cambio político están conectados y no pueden pensarse de manera separada.



Un país que se desindustrializa



Para hacerse una idea, la participación de la industria de transformación en
la economía, que actualmente representa el 11,3% del PIB (datos de 2020),
llegó a su nivel más bajo en la serie histórica que comienza en 1947, cuando
representaba 19,9%, es decir, casi el doble. En 1985, la participación de
este sector alcanzaba casi el 36% del PIB brasileño. Por lo tanto, la
porción del PIB que representa la industria es la menor desde fines de la
década de 1940. En total, la producción industrial en 2020 es 12,4% menor en
comparación con 2011.



La participación de los grupos que utilizan tecnologías medias y altas en
nuestras exportaciones industriales retrocedió de 43% en 2000 hasta apenas
32% en 2019, el nivel más bajo desde 1995. Es decir que lo poco que exporta
nuestra industria se concentra en productos de baja complejidad tecnológica
y valor agregado.



Consideremos, a modo de comparación, lo que ocurre en otro sector, el
agropecuario, donde parece observarse una situación inversa. La
participación de las commodities en las exportaciones totales del país se
duplicó entre 2000 y 2020, con China —que compra principalmente productos
primarios— como primer socio comercial. Considerando la situación global,
Brasil se consolida como un «otro rural», según el término del sociólogo
Zander Navarro. El agro está marcado por el avance tecnológico, el aumento
de la productividad, la concentración económica y, en consecuencia, el
desempleo masivo y la migración del campo a la ciudad. Según el Censo
Agropecuario de 2017, solo el 2% de los establecimientos rurales se apropian
del 71% del valor bruto total producido (en el censo anterior, la proporción
era de 63%). En palabras de Navarro:



la antigua segmentación dual entre grandes propietarios de la tierra
dedicados a la exportación y, en otro subsector, medianos y pequeños
productores que abastecen al mercado interno, prevaleciente hasta los años
ochenta, está dejando de existir. Es una transformación todavía inconclusa,
pero sin retorno […]. Los pequeños y medianos productores están siendo
acorralados […].



Se trata del último desplazamiento de la «cuestión social» del campo a las
ciudades. El escenario inmediatamente anterior, de generación de empleos
formales de bajos salarios y reducción de una parte de la pobreza extrema en
Brasil durante los gobiernos petistas, se está revirtiendo desde 2014. La
tasa de subutilización de la fuerza de trabajo pasó de 14,9% en 2014 a 28,7%
en 2020 y el crecimiento de la miseria está a la vista. Se verifica también
el crecimiento de la informalidad, con 39 millones de brasileños en esa
condición en diciembre de 2020.



En este contexto, en el que los mercados financieros, las instituciones
financieras y las élites financieras empiezan a tener un peso cada vez más
importante en las políticas económicas y sus efectos, las ganancias y las
pérdidas económicas se distribuyen, como es sabido, de modo desigual entre
las distintas clases y sectores económicos. De 2010 a 2019, las ganancias
anuales de los cuatro bancos más grandes de Brasil sumadas pasaron de 38 910
millones a 81 510 millones de reales, con un crecimiento nominal del 109,4%.



Bajo crecimiento, desindustrialización, reprimarización, financierización y
concentración económica en distintos sectores, con aumento del desempleo, la
precariedad, la pobreza y la desigualdad. He ahí el Brasil que emergió de
nuestra reciente «década perdida».



El fracaso de los programas, las previsiones y las promesas



En gran medida, la responsabilidad por la situación corre a cuenta de las
políticas económicas que dominaron durante el período —tanto a derecha como
a «izquierda»— y que se apoyaron sobre todo en el dogma de la «austeridad».
Estas políticas operaron, sistemática y estructuralmente, para generar un
resultado opuesto al de su triunfante promesa: el tan deseado crecimiento
económico.



A pesar de los ensayos anteriores, que no fueron del todo insignificantes,
el período fundamental de las políticas de austeridad se abrió en 1999 con
la adopción del trípode macroneconómico, que sigue vigente hasta el día de
hoy: metas inflacionarias, tipo de cambio fluctuante y ajuste fiscal. Poco
tiempo después, en el año 2000, llegó la denominada Ley de Responsabilidad
Fiscal. En este paquete supuestamente «modernizador» se suman la apertura de
la economía y las privatizaciones, la liberalización financiera, el ajuste
fiscal y las reformas previsionales y laborales que le siguieron.



Por su parte, sirviéndose de los márgenes que daba el superciclo de las
commodities y de los efectos benéficos que tenía en la economía nacional,
más allá de las tímidas medidas de redistribución del ingreso, de las
políticas de valorización del salario mínimo y la oferta de crédito popular,
acompañadas por una frágil recuperación de la inversión pública, el
«desarrollismo» petista mantuvo el mismo esquema. El proyecto de
consolidación de Brasil como un mixto entre plantation high tech y
plataforma de valorización financiera, que garantiza ganancias de corto
plazo a las monedas fuertes, se mantuvo y, en algunos aspectos, hasta se
profundizó. Lo mismo se observa en el caso de las políticas públicas
implementadas durante el período, cuyos efectos sociales —a pesar de que, a
esta altura, se muestran bastante frágiles y transitorios— no pueden ser
ignorados. Con todo, fueron concebidas e implementadas a la luz de este
modelo y de sus imperativos, bajo la dirección, en síntesis, de la
racionalidad financierizante. Para citar otro aspecto significativo del
libreto, debe considerarse que al menos desde 2013 se producen
sistemáticamente superávits fiscales.



Luego de las quejas y los ensayos puntuales y descoordinados de resistencia
a este modelo, el agresivo ajuste fiscal en Brasil logró una victoria
definitiva en 2015, momento a partir del cual cristalizó como programa
hegemónico de las élites económicas y políticas de Brasil. Más allá de la
articulación creciente del poder de inversión e intervención del BNDES y de
las sociedades de economía mixta como Petrobrás, el recrudecimiento, en un
contexto nuevo y más sombrío de la política del país, se consolidó en 2017
con la inclusión en la constitución federal del «Nuevo Régimen Fiscal»,
cuyas medidas incluyen el draconiano y asfixiante «techo al gasto» por un
plazo de 20 años. Se trata de una medida sin ningún paralelo en el mundo
que, a riesgo de inviabilizar el funcionamiento material del Estado,
propicia cotidianamente la destrucción de sus capacidades de intervención
económica y social. Las escandalosas y descalificadas declaraciones del
actual ministro de Economía de Bolsonaro, Paulo Guedes, fina flor y
representante espiritual de una parte significativa de la mencionada élite,
sirven como ilustración didáctica de este punto.



Es cierto que la crisis de la pandemia de 2020 impuso un crecimiento
significativo del gasto público, especialmente con el limitado —aunque
comparativamente relevante— auxilio de emergencia que concedió el Estado, a
contramano de los designios del gobierno federal. Esto reabrió, en nuestro
territorio, la discusión de cuestiones vinculadas a política económica,
gasto y estímulos estatales y emisión monetaria. Todo esto se expresa en las
recientes controversias entre economistas ortodoxos y heterodoxos, en las
que se destacan las discusiones en torno a la Teoría Monetaria Moderna (MMT,
por sus siglas en inglés), tanto dentro como fuera de Brasil. Como sea, el
frente amplio por arriba, al cual me referí en otras ocasiones, agrupado
alrededor de la austeridad, sigue firme en su defensa de la profundización
del programa en el escenario pospandémico. En realidad, buscan redoblar la
apuesta: autonomía del Banco Central, PEC (Propuesta de Enmienda a la
Constitución) Calamidad, PEC de Emergencia, reformas tributarias y
administrativas y nuevas privatizaciones más agresivas.



En cualquier caso, es preciso decirlo: pintados de rojo o de azul, verde y
amarillo, la implementación, el sostenimiento y la intensificación continua,
a lo largo de este período, de esas duras medidas de ajuste fiscal en Brasil
revelaron tener, considerando los datos que presentamos, resultados
insignificantes en relación con las metas propuestas: un país estancado y
—lo que contradice de manera todavía más flagrante el discurso ortodoxo— una
deuda bruta que no para de crecer (de 52,29% del PIB en enero de 2011, llegó
a casi 90% en marzo de 2021).



La nueva época del capitalismo brasileño y los desafíos de la política



Frente a este escenario nacional catastrófico, agravado políticamente por el
gobierno de extrema derecha, el campo progresista ensayó distintas
propuestas de superación del estancamiento y de los efectos que tiene para
las mayorías sociales y las minorías políticas. Se culpa principalmente a la
política económica de austeridad por la depresión que atravesamos (lo que
hasta cierto punto, como vimos, es correcto), y a partir de este
diagnóstico, se retoman distintas propuestas desarrollistas de «retorno del
Estado».



Con todo, para comprender la factibilidad de estas propuestas es preciso
analizar mejor el diagnóstico que, en el caso mencionado, tiende a
subestimar o simplemente no considerar las causas y las consecuencias
sociopolíticas de ese contexto económico. Quien erra en el análisis, erra en
la acción. Entonces, debemos balancear mejor —aquí solo se mencionan al
pasar, dados los objetivos y el formato de este artículo— los límites de esa
crítica en beneficio de una «nueva economía» pospandemia.



En primer lugar porque nuestros colegas desarrollistas (hard o soft) tienden
a prestarle poca atención a los problemas estructurales del estancamiento
brasileño: inserción subordinada del país en la división internacional del
trabajo y de la producción, es decir, dependencia de la producción y de la
exportación de commodities según el capricho de la demanda internacional,
sobre todo china; carencia crónica de inversión pública y privada;
productividad estancada, y una mano de obra poco calificada que —aquí de
nuevo, ¡la política!— es en cierta medida funcional a la reproducción de la
estructura económica y social que definimos.



En segundo lugar, y tal vez más significativo, porque ellos no consideran la
dimensión social y política —de clase— del Estado ni sus funciones
estructurales en el capitalismo. Esto es palpable sobre todo en la coyuntura
brasileña reciente, en la que el dogma de la austeridad sigue siendo un
instrumento ideológico poderoso en el avance de la ofensiva política de
ciertos sectores y fracciones de clase. Esto es lo que denominé «frente
amplio» —que reúne a bolsonaristas y no bolsonaristas— y está organizado en
torno al consenso básico en cuanto al programa económico económico, con el
objetivo de consolidar el modelo regresivo al que nos referimos y en el que
son una parte directamente interesada.



En el cruce entre la economía, la política y la sociedad, esta es la
paradoja a la que nos enfrenta otra «década perdida»: causa y consecuencia
de esas transformaciones, como dije en otra parte, todo parece indicar que
las élites política y económica de este país escogieron gestionar por la
fuerza, sin mucho espacio para nuevos ensayos de pacto social, una sociedad
en permanente crisis, y repartirse los beneficios «lucrativos» del
estancamiento, la recesión económica y la miseria en una «nueva época» del
capitalismo brasileño.



Frente a esta situación, la pregunta fundamental es: ¿cuáles son las clases,
los actores y los sectores sociales que pueden servir de apoyo político para
el tan deseado «retorno del Estado» en un Brasil pospandémico? Pues poco
podrán hacer nuestros importantes y necesarios planes de acción económica de
resistencia a la hora de revertir este escenario si no son acompañados y
apoyados por una (nueva) campaña concreta de (re)organización de las fuerzas
populares. Campaña que, considerando la evidencia, exige una reflexión
honesta y creativa sobre la crisis generalizada de las izquierdas y sus
formas de organización en Brasil y en el mundo contemporáneo. * Edemilson
Paraná, sociólogo y profesor de la Universidad Federal de Ceará (UFC). Es
autor de los libros "A Finança Digitalizada: capitalismo financeiro e
revolução informacional" (Insular, 2016) y "Bitcoin: a utopia tecnocrática
do dinheiro apolítico" (Autonomia Literária, 2020).(Este artículo es una
versión editada y reducida del original, publicado en el sitio de la
Fundación Lauro Campos/Marielle Franco).

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