Historia/Economía/ J. A. Hobson, un precursor de la heterodoxia. [Michel Husson - Parte II]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Jue Jun 17 13:47:00 UYT 2021


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Correspondencia de Prensa

17 de junio 2021

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Historia/Economía



J. A. Hobson, un precursor de la heterodoxia (Parte II)



Michel Husson

A l´encontre, 28-3-221

http://alencontre.org/

Traducción de Viento Sur

https://vientosur.info/



Hobson fue uno de esos precursores, en gran parte ignorado hoy, pero que ha
ejercido una influencia sobre muchos economistas, aunque sea difícil de
evaluar. Encontramos rastros de ella esparcidos a lo largo del tiempo,
teniendo en cuenta la longevidad y la prolijidad de Hobson [ver parte I: De
Lenin a Keynes].



El legado de Hobson



Michael Kalecki estaba interesado en las tesis de Hobson sobre el impacto
desestabilizador del acaparamiento. En un artículo de 1932, publicado en
Polonia bajo el seudónimo de Henryk Braun, escribió: “para evitar una
catástrofe del sistema y prolongar su vida por un tiempo determinado, el Sr.
Hobson cree que son necesarios el apoyo coordinado a nivel internacional en
forma de crédito a los países deudores y la estabilidad de los precios
mundiales”[i]. Finalmente, en una reseña del libro de Roy Harrod[ii], Joan
Robinson escribió en 1949 que “proporciona el eslabón perdido entre Keynes y
Hobson”[iii].



Pero otros solo se refieren a Hobson para demolerlo. Éste es el caso de
Joseph Schumpeter, que asumió claramente la postura del mandarín y rechazó
cualquier punto de vista de clase entre los economistas dominantes: “Hobson
había elegido ser un autodidacta en economía, lo que le permitió ver
aspectos que los economistas de formación se negaron a ver, pero le impidió
apoderarse de otros que ellos daban por sentados. Nunca logró comprender por
qué los profesionales no tomaron en consideración su mensaje y, como muchos
otros de su género, de ninguna manera se opuso a esa cómoda explicación de
que sus oponentes marshallianos estaban impulsados por una propensión
inquisitorial a aplastar cualquier disidencia, incluso por un interés de la
clase. La posibilidad de que por su inadecuada formación, muchas de sus
proposiciones, en particular sus críticas, sean manifiestamente erróneas y
sólo puedan explicarse por una incomprensión nunca se le ha ocurrido, aunque
a menudo se le había señalado”[iv]. Se observa el condescendiente desprecio
de Schumpeter. Pero no explica por qué Alfred Marshall, como veremos a
continuación, sintió la necesidad de tener en cuenta las críticas que le
dirigió Hobson.



Contribuciones multifacéticas



La obra monumental de Hobson es frecuentemente repetitiva y, a veces,
oscura. Este es sin duda uno de los motivos, junto a la hostilidad de los
ortodoxos, del relativo olvido en la que se la ha sumergido. Aunque Hobson
es un arquetipo del subconsumismo, se pueden encontrar en sus contribuciones
intuiciones a menudo deslumbrantes y premonitorias.



Quizás la más sorprendente sea este pasaje (p. 85-6) del libro de Hobson y
Mummery, donde analizan el efecto dominó del aumento del consumo en la
inversión, presagiando así lo que se llamará la teoría del acelerador, cuya
formulación más elaborada será la de John M. Clark[v]. Es uno de los pocos
lugares en los que Hobson esboza un modelo cuantificado, y podría decirse
que su fuerza y su debilidad se encuentran sin duda en haber formulado un
razonamiento coherente en términos literarios en lugar de presentarlos de
una manera más formalizada.



Un buen ejemplo lo da un artículo de 1891[vi] en el que Hobson analiza el
lugar de Inglaterra en la economía mundial, a partir de una comparación con
la India. Compara la evolución relativa en cada país de los salarios y la
productividad del trabajo (que él llama eficiencia) según un razonamiento
perfectamente lógico que hoy expresaríamos en ecuaciones.



Pero este no es el único interés de este artículo porque explora de forma
premonitoria una posible evolución de la economía mundial. Hobson se burla
del comerciante británico para quien todo está muy bien: “La India debería
ser, por toda la eternidad, un enorme campo de cultivo de cereales y algodón
exportado a Inglaterra y pagado con productos manufacturados. ¡Qué solución
más sencilla y agradable se podría imaginar! Pero, ¿y si no es el destino
eterno de la India proporcionarnos granos y materias primas baratos? […]
¿Está realmente excluido que India pueda convertirse en el Lancashire del
Imperio Británico, o tal vez con China convertirse en el taller del mundo?”
¡El taller del mundo! La fórmula anticipaba los desarrollos posteriores en
la economía mundial.



La respuesta de Hobson puede parecer, incluso en nuestros días, muy utópica.
Se basa en un alegato, que podría calificarse de internacionalista, a favor
de “la cooperación internacional encaminada a preservar y mejorar las normas
laborales en todos los países” que también tendría la ventaja “de distribuir
el producto de manera más igual y más equitativa entre los trabajadores y
las otras partes interesadas”[vii].



Contra la teoría neoclásica de la distribución



En sus primeros escritos, Hobson utilizó la teoría de la productividad
marginal para establecer lo que llamó la “ley de las tres rentas”[viii]. Sin
embargo, este mismo número del Quarterly Journal of Economics publicó un
artículo de otro Jhon que también se refería a una “ley de la renta”[ix].
Esta coincidencia llevó a los editores de la revista a explicar la
publicación de dos artículos “con conclusiones esencialmente idénticas”:
“después de enviar a la imprenta el artículo del Sr. Hobson, el profesor
Clark nos informó que estaba escribiendo un artículo sobre la extensión de
la conocida doctrina de la renta diferencial, que él puso a nuestra
disposición. Por lo tanto, parecía que los dos autores, trabajando sobre el
mismo tema de forma independiente y sin que ninguno de los dos conociera las
investigaciones del otro, habían logrado simultáneamente una modificación
importante de todas las teorías precedentes de la distribución”.



John Bates Clark escribirá unos años más tarde un libro que puede
considerarse como fundador de la teoría neoclásica de la distribución[x]. En
su prefacio, Clark menciona “muchas contribuciones específicas a la
literatura de la teoría de la distribución” que no “tiene el placer de
discutir” por falta de espacio. Obviamente, cita a Alfred Marshall y Frank
W. Taussig pero también a Hobson.



El artículo de 1891 de Hobson fue seguido unos meses más tarde por otro que
introdujo un “elemento de monopolio”[xi], apartándose así de la hipótesis de
la competencia pura y perfecta. Unos años más tarde, Hobson expuso su propia
teoría de la distribución en The Economics of Distribution[xii], publicado
en 1900. No hizo alusión a Clark y centró su crítica en Eugen
Böhm-Bawerk[xiii], otro promotor del valor-utilidad, al que dedica todo un
apéndice en el que encontramos este juicio definitivo: “declarar que es
evidente que el valor de los bienes de producción depende de la utilidad
marginal de los bienes de consumo que se utilizan para fabricar, es uno de
los las peticiones más curiosamente atrevidas que me he encontrado en los
anales de la carencia de lógica”.



La crítica de Hobson a la teoría de la distribución neoclásica se basa en
dos argumentos esenciales, que no han perdido nada de su pertinencia. La
primera es que no se puede distinguir la contribución de cada factor de
producción: “cuando es esencial para la productividad que la tierra, el
capital y el trabajo cooperen, es imposible atribuir a uno de ellos un
producto basado en el supuesto de productividad distinta”.



Esta objeción de Hobson a la que Mark Blaug vuelve en detalle en su
magistral retrospectiva[xiv] llevó a Alfred Marshall, el principal
economista de la época, a reformular ciertas proposiciones de sus
Principios[xv], en los que dedica varias notas críticas a Hobson. Su
irritación con este “engreimiento” aparece en una carta del 13 de mayo de
1900 dirigida al economista estadounidense Edwin R.A. Seligman: “Hobson es
hábil, pero su prisa desalentadora molesta a quien trabaja lentamente. En
consecuencia, he añadido más explicaciones sobre este tema, en la cuarta
edición”[xvi].



La segunda crítica de Hobson es que la distribución del excedente resulta de
las relaciones de fuerzas (bargaining power) que conduce a situaciones de
monopolio en lugar de una competencia pura y perfecta. Por lo tanto, “la
teoría de que el interés propio ilustrado de los productores mantiene los
precios normales al nivel de los costos de producción y que, por lo tanto,
todos los beneficios de las mejoras industriales modernas se transmiten a la
comunidad de consumidores, debe considerarse completamente infundada”. Una
vez más, ¿cómo no hacer una relación con los estudios contemporáneos sobre
los efectos, particularmente en Estados Unidos, de la concentración de
empresas en la distribución de la riqueza producida?[xvii]



Hobson volverá a esta crítica en 1914 en Work and Wealth[xviii]. Parte de
una cita de Chapman, uno de los defensores de la teoría marginalista, quien
extrae de ella el núcleo sustantivo: “la teoría se limita, por tanto, a
afirmar que todo individuo tenderá a recibir un salario igual, ni más ni
menos, a su valor, es decir, al valor de su producto marginal. Para obtener
más, debe incrementar su valor, por ejemplo, trabajando más duro, es decir,
aumentando su contribución a la producción”[xix].



El comentario de Hobson es mordaz y adopta un punto de vista de clase: “Esta
teoría renueva el argumento en contra de los trabajadores que asaltan los
baluartes del capital. La amplia aceptación que ha ganado el marginalismo en
la academia se explica, según Hobson, por el hecho de que sus defensores
deducen del mismo “preceptos prácticos bastante aceptables para los
dirigentes políticos y los hombres de negocios que buscan señalar la
imperfección, los efectos perversos, y, en última instancia, la inutilidad
de todos los intentos de las clases trabajadoras de obtener salarios más
altos u otras mejoras costosas de sus condiciones de empleo”.



Crítica de la apología



Hobson denunció constantemente el carácter apologético de la economía
oficial de su época. En Free-Thought in the Social Sciences[xx], cita una
posición categórica de Wicksteed (“el autor de la presentación más completa
e ingenua del marginalismo” según él): “no hay una sola persona capaz de
comprender los hechos, que podría argumentar que después de que cada factor
de producción haya sido remunerado según la distribución marginal, quedaría
un residuo o un excedente que podría distribuirse o apropiarse. Las
concepciones tan vagas como apasionadas de un residuo inapropiado deben ser
desterradas para siempre al limbo de las fantasías etéreas”[xxi].



A este intento de excomunión, la respuesta de Hobson es mordaz e insiste en
el carácter apologético del marginalismo: “¡Dejemos de lado por el momento
la cuestión de la verdad o falsedad de esta doctrina, y consideremos cuán
perfectamente responde a las exigencias del conservadurismo! ¡Qué desmentido
de las ganas y el odio de clase de los trabajadores, y qué iluminación de la
locura y futilidad de sus huelgas de celo [ca 'canny]! ¡Qué alivio por la
compasión fuera de lugar que cruza la mente de muchos hombres poderosos
cuando consideran la condición de las clases más pobres!”.



La teoría marginalista de Clark, Böhm-Bawert o Wicksteed hace un gran
servicio a las clases propietarias: “el éxito de este nuevo método no se
explica solo por la sed de conocimiento de los hombres de ciencia. Su
conservadurismo inmanente se adapta no solo a las mentes académicas tímidas,
sino también a las clases ricas en su conjunto: incluso si son
indudablemente incapaces de captar todas las sutilezas, son lo
suficientemente inteligentes como para apreciar sus conclusiones generales,
ya que son popularizadas por la prensa […] Esta nueva doctrina les sirve
sobre todo para desestimar la acusación que se hace contra los capitalistas
de explotar al trabajo”.



No se podría decir mejor, y este comentario no ha perdido nada de su
relevancia. También es cierto, quizás aún más hoy, del papel de las
formalizaciones matemáticas a favor de un conservadurismo inmanente que no
sería difícil de encontrar en la enseñanza contemporánea de la
microeconomía: “No es indiferente observar que un gran número de jóvenes
economistas de Inglaterra y Estados Unidos han recibido formación académica
en matemáticas. El espíritu matemático, dedicado al estudio de las curvas de
oferta y demanda, condujo rápidamente a la construcción de un sistema
económico abstracto basado en las interacciones de unidades idénticas e
infinitesimales que conducen a una nueva armonía económica”.



Un teórico del crecimiento



En una revisión de la Teoría general, Alvin Hansen cita los cáusticos
comentarios de Keynes sobre el libro de Hobson y Mummery (“concesiones
temporales a la razón”) y agrega este pérfido comentario: “Algunos podrían
decir que esta caracterización del Sr. Keynes podría aplicarse a su propio
libro”[xxii]. Hansen volverá sobre la contribución de Hobson más adelante,
señalando que destacó, “mejor que sus predecesores, el papel del
crecimiento, los cambios en la tecnología y el crecimiento de la población
en la creación de oportunidades de mercado para la inversión”[xxiii] pero,
curiosamente, le reprocha su tratamiento del consumo que no lograría
relacionar con los ingresos. Este reproche es tanto más injustificado por
cuanto que Hobson había explicado correctamente que la propensión a consumir
depende del nivel de ingresos: “La proporción del ahorro generalmente está
directamente relacionada con los ingresos, los más ricos ahorran el mayor
porcentaje de sus ingresos, los más pobres el más pequeño”[xxiv]. De este
modo, anticipó un elemento clave de la teoría keynesiana.



Hobson fue más allá al introducir la noción de equilibrio dinámico, sin duda
inspirándose en la crítica dirigida a la teoría neoclásica por su amigo
Thorstein Veblen (a quien había conocido en Estados Unidos y al que dedicó
un libro[xxv]). Veblen comenta[xxvi] el libro de Clark sobre teoría
económica[xxvii], constatando que la teoría marginalista es esencialmente
estática. Baste citar a Clark: “una configuración dinámica es aquella en la
que el organismo económico cambia rápidamente y, sin embargo, en todo
momento durante sus cambios, permanece relativamente cerca de un determinado
modelo estático”. Veblen ve bien lo que tiene de artificial esta
pseudo-dinamización que no deja lugar a un desarrollo no proporcional al
equilibrio inicial: “cuanto más dinámica es una sociedad, más tiende hacia
el modelo estático hasta que, gracias a la acción de una competencia sin
fricción se alcanza el estado estático, aunque su tamaño haya aumentado:
dicho de otra forma, el estado dinámico acabado coincidiría con el estado
estático”.



Para Hobson, por el contrario, el crecimiento equilibrado supone que existe
una proporción adecuada entre ahorro y consumo que conduce a la “tasa máxima
de consumo”. Pero la obtención de esta proporción no está garantizada
automáticamente, porque el excedente ilegítimo (unearned), compuesto por
rentas y superbeneficios, conduce a una mala distribución de la renta y a un
exceso de ahorro que genera sobreinversión y reducción del poder
adquisitivo. Es la fuente de recesiones y un “despilfarro económico”, cuyo
resultado temporal es proporcionado por la inversión y las ventas en los
mercados extranjeros. Así, los tres pilares del sistema económico de Hobson
(excedente, subconsumo, imperialismo) están estrechamente relacionados, lo
que permite a David Hamilton -de quien tomamos prestada esta presentación
simplificada- observar que este diagrama teórico está “mucho más integrado
que el de los economistas más famosos”[xxviii].



El libro sobre el imperialismo ya contenía críticas acerbas al sistema
económico. Hobson evoca así un estado de la sociedad en el que “la
distribución no está ligada a las necesidades, sino que depende de otros
factores que atribuyen a determinadas personas un poder adquisitivo que
supera con creces sus necesidades e incluso sus posibles usos, mientras que
otros se ven privados de los medios para satisfacer ni siquiera las
necesidades de la integridad física”. El tema central de Hobson del exceso
de ahorro y el superávit “no ganado” (unearned) -y por lo tanto ilegítimo-
se refiere a las estructuras sociales, porque este exceso de ahorro está
“constituido de rentas, de beneficios de monopolio y otras fuentes de
ingresos que no son el fruto de un trabajo manual o intelectual y, por
tanto, no tienen una razón legítima de ser”.



Este concepto de excedente se acerca bastante al que desarrollarán más tarde
Baran y Sweezy en su análisis del capitalismo monopolista[xxix], aunque no
se refieran a Hobson. Esto se evidencia en este pasaje: “El abuso o uso
antieconómico del excedente es fuente de todo tipo de disfunciones […] El
principal problema de la civilización industrial moderna es concebir medidas
para asegurar que todo el excedente se dedique al progreso económico y
social”[xxx].



El análisis dinámico de Hobson será desarrollado más - y puesto en
ecuaciones - por Roy Harrod y Evsey Domar, los primeros teóricos del
crecimiento[xxxi]. Domar rindió un fuerte homenaje a Hobson: “Los escritos
de Hobson contienen tantas ideas interesantes que es una lástima que no se
le lea con más frecuencia”[xxxii]. Domar hace un punto importante: Hobson,
“contrariamente a la creencia popular”, no sostiene que la propensión a
ahorrar sea siempre demasiado alta. Lo que propone es reducirla a un nivel
“compatible con las necesidades de capital determinadas por el progreso
tecnológico, una idea interesante y razonable”.



Como resultado, la comparación con Keynes sería incluso más ventajosa para
Hobson: “Aunque Keynes y Hobson estudiaron el desempleo, en realidad
abordaron dos problemas diferentes. Keynes analizó lo que sucede cuando los
ahorros (del período anterior) no se invierten. El resultado es el
desempleo, pero plantear el problema de esta forma fácilmente podría dar la
impresión errónea de que si se invirtieran los ahorros, se aseguraría el
pleno empleo. Por el contrario Hobson fue más allá y planteó el problema de
esta forma: supongamos que los ahorros se invierten. ¿Podrán las nuevas
fábricas vender sus productos? Esta forma de plantear el problema no era en
absoluto, como pensaba Keynes, un error. Fue el planteamiento de un problema
diferente, y quizás también más profundo”.



Otro economista va incluso más allá en su análisis detallado de la teoría
del desempleo de Hobson: “[Él] analizó el problema del desempleo
directamente desde el ángulo de los aspectos dinámicos del crecimiento
[mientras que] el análisis de Keynes fue esencialmente de naturaleza
estática”. En resumen, Hobson “puede haber visto la verdad de una manera
oscura e imperfecta [como dijo Keynes en la Teoría General], pero parece
haberla visto más completamente de lo que Keynes pensaba”. Finalmente, el
socialista G.D.H. Cole, íntimo amigo de Hobson, llegó incluso a escribir:
“en lo que a mí respecta, considero que lo que comúnmente se llama la
revolución introducida por Keynes en el pensamiento económico y social fue
más bien una revolución hobsoniana”[xxxiii].



Por una humanización de la economía



Hobson había sido influenciado por el humanismo de John Ruskin, a quien
dedicó un libro[xxxiv] y encontramos rastros de él en el lugar que atribuye
a la economía. Hobson aboga por reemplazar una “economía cuantitativa
grosera” por una “economía más cualitativa basada en las capacidades
adaptativas del arte humano”[xxxv]. Para él, “una economía política que
tenga en cuenta el aumento directo de la riqueza material, pero no los
efectos físicos y morales de este cambio en la comunidad, no puede pretender
ser una ciencia capaz de producir verdades de importancia práctica para
cualquier Estado o cualquier individuo”[xxxvi].



En Wealth and Life, aboga por una “humanización de la ciencia económica”.
Nuevamente desafía “la tendencia general de los economistas de incluir sólo
bienes materiales en la definición de riqueza” y propone un mejor criterio
para evaluar el bienestar humano, que sería la cooperación social. “Los
sentimientos, las creencias, los intereses, las actividades y las
instituciones que llevan a los hombres a cooperar más estrecha, consciente y
voluntariamente en trabajos lo más variados posible [...] enriquecen la
personalidad humana mediante el pleno desarrollo de su
sociabilidad”[xxxvii]. Hobson introduce la noción de “Ley humana de
distribución” que permite determinar la distribución óptima que conduce al
máximo de utilidad humana. También en este tema Hobson prefigura debates
completamente actuales sobre los fines de la actividad humana y sobre la
medida del bienestar.



En Free-Thought in the Social Sciences[xxxviii], Hobson retoma una fórmula
famosa: “el verdadero principio económico se expresa, por tanto, en la
máxima De cada cual según sus capacidades (powers), a cada cual según sus
necesidades”[xxxix] y esta es la función que asigna Hobson a la economía
política: su “arte debe obviamente orientarse hacia el desarrollo de métodos
que permitan la aplicación más completa posible de este principio”.



Un economista comprometido



Finalmente, Hobson no separó las elaboraciones teóricas de las propuestas
programáticas. Su análisis de la distribución le llevó, por ejemplo, a
concluir que no hay razón para “temer la expansión del gasto público
financiado con un aumento de la fiscalidad, y que existen razones para
nacionalizar los monopolios privados”[xl].



En 1925, el Partido Laborista Independiente publicó un libro programático
que describía el “socialismo de hoy”[xli], firmado por Henry Brailsford, uno
de los principales teóricos del ILP. Brailsford rindió homenaje a
Hobson[xlii], así como a Sidney y Beatrice Webb, E.M.H. Lloyd[xliii] y Otto
Bauer[xliv]. Este programa era radical: salario decente (living wage),
nacionalizaciones (bancos, minas, energía, transporte, tierra), control
sobre las importaciones y los precios de los alimentos.



Más tarde, en 1926, Hobson liderará el desarrollo, para el Independent
Labour Party, de un manifiesto a favor de un salario decente[xlv] (living
wage) que no será asumido por el Partido Laborista (al que el ILP estaba
afiliado). La lectura de este manifiesto permite comprobar que Hobson
efectivamente había evolucionado desde el liberalismo al socialismo.



Un llamamiento a la heterodoxia



Ciertamente Hobson no era marxista. Por ejemplo, desafió la teoría marxista
del valor con argumentos bastante débiles (y contradictorios con su crítica
de la teoría neoclásica): “Marx tenía razón al insistir en la idea de
plusvalía [pero] no ha conseguido explicar por qué el factor trabajo por sí
solo debe considerarse la fuente de todo el valor de las mercancías”[xlvi].
Asimila el valor-trabajo con el valor-utilidad: “debido a que no distingue
entre las diferentes formas de ejercicio de la fuerza de trabajo, el tiempo
de trabajo ya no es una medida de costo. Esa satisfacción abstracta es una
medida de la utilidad”.



¡Nadie es perfecto! Sin embargo, este homenaje a Hobson está justificado:
debería ocupar un lugar importante en la línea de economistas heterodoxos
que han sacudido la ortodoxia económica dominante mostrando su dimensión
apologética a favor del mantenimiento del orden social.



Este término ortodoxia fue, probablemente por primera vez, utilizado en este
contexto por Sismondi, al que aparentemente Hobson no leyó. También él había
decidido atacar “una ortodoxia, una empresa peligrosa tanto en filosofía
como en religión”. Ya denunciaba a los científicos cuyas teorías “bien
podrían incrementar la riqueza material, pero reducir la masa de los goces
reservados a cada individuo [...] tendían a hacer más rico al rico, [pero]
también al pobre más pobre, más dependiente y más desfavorecido”[xlvii].



Notas



[i] Michael Kalecki, “Is a capitalist overcoming of the crisis possible?”,
1932, in Collected works, vol. 1.

[ii] Roy F. Harrod, Towards a Dynamic Economics, 1948.

[iii] Joan Robinson, “Mr. Harrod’s Dynamics”, The Economic Journal, Vol. 59,
No. 233, March 1949.

[iv] Joseph Schumpeter, History of Economic Analysis, 1954.

[v] JJohn Maurice Clark, “Business acceleration and the law of demand: a
technical factor in economic cycles”, The Journal of Political Economy, Vol.
25, n° 3, March 1917.

[vi] J John A. Hobson, “Can England Keep Her Trade?”, The National Review,
No. 97, March 1891.

[vii] John A. Hobson, The Economics of Unemployment, 1922.

[viii] John A. Hobson, “The law of the three rents“, The Quarterly Journal
of Economics, Vol. 5, No. 3, April 1891.

[ix] John B. Clark, “Distribution as determined by a law of rent““ The
Quarterly Journal of Economics, Vol. 5, No. 3, April 1891.

[x] John Bates Clark, The Distribution of Wealth. A Theory of Wages,
Interest and Profits, 1899.

[xi] John A. Hobson, “The element of monopoly in prices”, The Quarterly
Journal of Economics, Vol. 6, No.1, October 1891.

[xii] John A. Hobson, The Economics of Distribution, 1900.

[xiii] Eugen von Böhm-Bawerk, Kapital und Kapitalzins, Zweite Abtheilung:
Positive Theorie des Kapitals, 1899. Tradución inglesa: The Positive Theory
of Capital, 1891. Traducción en castellano: Teoría positiva del capital,
2018.

[xiv] Mark Blaug, Economic theory in retrospect, 1985 [1962].

[xv] Alfred Marshall, Principles of Economics, 8th Edition, 1920.

[xvi] Alfred Marshall, Correspondence, Volume 2, 1891-1902, p. 279.

[xvii] Michel Husson, “Les économistes néo-classiques (re)découvrent le
profit”, A l’encontre, 23 août 2018. Ver también esta reciente nota de
economistas del FMI: “Rising corporate market power: emerging policy
issues”, Ufuk Akcigit et al., IMF Staff Discussion Note, March 2021.

[xviii] John A. Hobson, Work and Wealth. A Human Valuation, 1914.

[xix]  Sydney John Chapman, Work and Wages, II. Wages and Employment, 1908.

[xx] John A. Hobson, Free-Thought in the Social Sciences, 1926.

[xxi] Philip Henry Wicksteed, The Common Sense of Political Economy, volume
II, 1910. Wicksteed araña de pasada a Hobson, sobre un tema de poca
importancia.

[xxii] Alvin H. Hansen (1936) “Mr. Keynes on underemployment equilibrium”,
Journal of Political Economy, vol. 44, n° 5, October 1936.

[xxiii] Alvin H. Hansen, Business Cycles and National Income, 1951.

[xxiv] John A. Hobson, The Industrial System. An Inquiry into Earned and
Unearned Income, 1909.

[xxv] John A. Hobson, Veblen, 1936.

[xxvi] Thorstein Veblen, “Professor Clark’s Economy”, The Quarterly Journal
of Economics, Vol. 22, No. 2, 1908. Reproduit dans: The Place of Science in
Modern Civilisation, 1919

[xxvii] John Bates Clark, Essentials of Economic Theory, 1907.

[xxviii] David Hamilton, “Hobson With a Keynesian Twist”, The American
Journal of Economics and Sociology, vol. 13, n°3, 1954.

[xxix] Paul A. Baran et Paul M. Sweezy, Monopoly Capital, 1966. Traducción
en castellano: El capital monopolista, 1982.

[xxx] John A. Hobson, The Industrial System. An Inquiry into Earned and
Unearned Income, 1909.

[xxxi]  Roy F. Harrod, “An Essay in Dynamic Theory“, The Economic Journal,
vol.49, n° 193, March 1939; Evsey D. Domar, “Capital expansion, rate of
growth, and employment”, Econometrica, Vol. 14, No. 2, 1946.

[xxxii] Evsey D. Domar, “Expansion and Employment”, The American Economic
Review, vol. 37, n° 1, March 1947, republicado en  Essays in the Theory of
Economic Growth, 1957.

[xxxiii] George Douglas Howard Cole, “J. A. Hobson”, New Statesman, 5 July
1958. Citado por Peter Clarke, “Hobson and Keynes as economic heretics“, en
Michael Freeden, ed., Reappraising J.A.Hobson, 2009.

[xxxiv] John A. Hobson, John Ruskin. Social Reformer, 1898.

[xxxv] John A. Hobson, The Industrial System, 1909.

[xxxvi] John A. Hobson, The Evolution of Modern Capitalism, 1894.

[xxxvii] John A. Hobson, Wealth and Life. A Study in Values, 1930.

[xxxviii] John A. Hobson, Free-Thought in the Social Sciences, 1926.

[xxxix]  Hobson se hace aquí eco, quizá sin saberlo, de la fórmula hecha
celebre por Marx en su Critique du programme de Gotha. Estaba en efecto
extendida anteriormente: así Louis Blanc la utilizó en 1851 en Plus de
Girondins: “De cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus
necesidades”.

[xl] John A. Hobson, The Economics of Distribution, 1900.

[xli] Henry Noel Brailsford, Socialism for To-Day, 1925.

[xlii] Dedicará una pequeña obra a la memoria de Hobson: Henry N.
Brailsford, The Life-work of J. A. Hobson. 1948.

[xliii] Edward Mayow Hastings Lloyd, Stabilisation. An Economic Policy for
Producers & Consumers, 1923.

[xliv] Otto Bauer, Der Weg zum Socialismus, 1919. Traducción francesa: La
marche au socialisme.

[xlv] H.N. Brailsford, A. Creech Jones, J.A. Hobson, E.F. Wise, The living
wage, 1926.

[xlvi] John A. Hobson, The Economics of Distribution, 1900.

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