Desobediencias/ Thoreau, el ecologista indómito. [Esther Peñas]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mie Mar 10 12:20:00 UYT 2021


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Correspondencia de Prensa

10 de marzo 2021

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Desobediencias

 

Thoreau, el ecologista indómito 

 

En sus obras, el filósofo abogó por no resignarse ante la injusticia y
ahondó en la relación del ser humano con la naturaleza, convirtiéndose en el
padre de la ética ambiental moderna. 

 

Esther Peñas *

Revista Relaciones

Montevideo, marzo 2021

 

Doscientos años después de su nacimiento (12 de julio 1817), las
reflexiones, observaciones y enseñanzas de Thoreau mantienen una vigencia
luminosa. Sus palabras han servido de cimiento para anarquistas,
libertarios, socialistas, liberales,  conservadores y ecologistas
postmodernos por igual. Sorprendente que un discurso sea capaz de aglutinar
maneras de entender el mundo tan diversas, cuando no antónimas. Acaso
resulte que el suyo no sea un discurso, sino más bien una narración propia.
Thoreau no invita a que se le imite, no propone dogmas ni consignas, Thoreau
abre el surco de un camino para él auténtico y lleno de posibilidades,
fértil, y permite a cada cual que lo lee inventar el suyo propio. Eso
explica su influencia en corrientes y acontecimientos tan heterogéneos (en
tiempo, espacio y perspectiva) como el movimiento del desierto, la
independencia de la India, el movimiento obrero británico, la revolución
hippie, los movimientos ecologistas y ambientalistas o el movimiento por los
derechos civiles. Todos ellos asumieron muchos de los postulados de Thoreau.

 

«Lo que importa no es que el comienzo sea pequeño; lo que se hace bien una
vez, queda bien hecho para siempre». Henry David Thoreau nació en Concord,
Massachusetts, en 1817. Murió pronto, por una bronquitis, cuarenta y cinco
años después. Fue un escritor, un poeta, un filósofo norteamericano, uno de
los más influyentes de aquellas latitudes, tan poco proclives al arte del
pensamiento. Estudió en Harvard, cuando Harvard carecía aún del aura
aristocrática de la que goza a día de hoy. Trabajó como profesor en la
escuela pública (que abandonó rápido para no tener que aplicar el castigo
corporal con el que se enderezada a los torpes, a los perezosos, a los
rebeldes); fue agrimensor, naturalista, conferenciante y obrero en una
fábrica de lápices (en la que introdujo el uso de la arcilla para fijar el
grafito en la madera, lo que mejoró sustancialmente el producto final).

 

La desobediencia civil 

 

Estimulado por el poema de Shelley ‘La máscara de la anarquía’, en el que
retrata la injusta autoridad de su tiempo e imagina formas de convivencias
más humanas, Thoreau redacta una de sus conferencias más influyentes,
después ampliada, corregida y convertida en libro, ‘Resistencia al Gobierno
civil’, conocido como ‘Desobediencia civil’. Uno de los principios de este
texto es la obligación moral de no colaborar con el mal y, por tanto, de no
resignarse ante la injusticia. «Nunca habrá un Estado realmente libre e
iluminado hasta que el propio Estado llegue a reconocer al individuo como un
poder superior e independiente del cual se deriva toda su potencia y
autoridad y lo trate en consecuencia».

 

La respuesta frente a injusticia ha de ser creativa. Él confiaba en que cada
cual encontrara su manera de oponerse a ella y contrarrestarla. Thoreau
respaldó activamente el movimiento abolicionista. La esclavitud es una
aberración intolerable contra la que no se podía permanecer indolente.
«Cualquiera que sea la ley humana, ningún individuo ni nación pueden cometer
el menor acto de injusticia contra el más insignificante de los seres
humanos sin ser castigado por ello». En 1846, se negó a pagar sus impuestos
alegando que la administración de Concord, su tierra natal, colaboraba con
un gobierno esclavista y belicista, el México de antaño. Es encarcelado por
ello.

 

Su propuesta de desobediencia civil comienza a incendiar las conciencias.
Nunca fue un radical, era un naturalista convencido. Martin Luther King, Jr.
o Kennedy fueron algunos líderes políticos que retomaron su pensamiento.
Ghandi, profundamente influido por sus textos, lo calificó como «uno de los
hombres más grandes y más morales que había dado Estados Unidos». Su
resistencia no violenta calaba en los idearios que trataban de hacer del
mundo un lugar más habitable. Enma Goldman, uno de los pilares teóricos del
movimiento anarquista (la misma que aseguró que toda revolución que merezca
la pena ha de poder hacerse bailando), consideró a Thoreau como «el más
grande anarquista norteamericano».

 

Pero Thoreau no era estrictamente un anarquista. Estrictamente no se
ajustaba a etiqueta alguna. Era él mismo. No rechazó la civilización, pero
tampoco a aceptó tal cual le tocó vivirla. No deseaba una sociedad sin
gobierno, sino un gobierno mejor, más limitado. Defendía el individualismo
pero era consciente de la necesidad de vínculos y de que la sociedad es un
cuerpo orgánico formado por personas.

 

Trabajó a favor de la protección de los animales, del biorregionalismo, del
libre comercio, del impulso de las áreas silvestres, del respeto a la
idiosincrasia de los pueblos, de la solidaridad entre los hombres y las
regiones, defendió los impuestos y propuso un uso y destino más social de
los mismos. Se opuso con vehemencia al utopismo tecnológico, al consumismo,
a considerar al hombre como un medio para que otros se enriquecieran, a la
frivolidad del capitalismo… Y se planteó otra manera de vivir.

 

Los años de Walden   

 

Después de su ‘Desobediencia civil’, Thoreau decide trasladarse al campo, a
Walden, en plena naturaleza, a una cabaña que él mismo construyó. Una cabaña
de trece metros cuadrados. Tenía tres sillas para no recibir a más de dos
personas a la vez, una cama, una mesa y una chimenea. Suficiente para vivir.
Allí estuvo dos años. «Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente
solo para hacer frente a los hechos esenciales de la vida, y ver si podía
aprender lo que tenía que enseñar, y no descubrir al morir que no había
vivido. No quería vivir lo que no era vida. Tampoco quería practicar la
renuncia, a menos que fuera necesaria. Quería vivir profundamente y chupar
toda la médula de la vida, vivir tan fuerte y espartano como para prescindir
de todo cuanto no fuese la vida misma…».

 

Después de aquella experiencia publicó ‘Walden o la vida en el bosque’. En
el texto descubrimos a un Thoreau entusiasta de los patrones ecológicos, un
analista de la naturaleza, capaz (baste este ejemplo) de observar cómo los
bosques se regeneran después del fuego o la intervención humana, por medio
de la dispersión de semillas a través del viento o de los animales.

 

Walden es mucho más que un libro, tal y como lo concebimos. Walden es una
propuesta de vida. En él se defiende apasionadamente el senderismo, la
práctica del paseo, la conservación de los recursos naturales, habla de
economía, de ética, de espiritualidad, de amistad, de progreso… Su mirada
influyó en autores posteriores de la talla de Tolstói, Proust, Yeats,
Sinclair Lewis, Hemingway…

 

Después de la experiencia de Walden ahondó en estos asuntos cruciales,
convirtiéndose en una referencia en materia de ecología, incluso a día de
hoy, ya que se cita como uno de los padres de la ética ambiental moderna.
Reconquistar nuestra relación con la naturaleza. No someterla ni someternos
a ella, restablecer un equilibrio del hombre con su entorno. Ser uno mismo
en armonía consigo. Por eso desconfiaba de cualquiera que quisiera
transformar el mundo sin haberse transformado antes. Él, Thoreau, lo
consiguió. De ahí esa reflexión luminosa que nos dejó, y al final de sus
días: «Probablemente, la alegría sea la condición de la vida».  

 

* Esther Peñas Domingo, es periodista, poeta y escritora española.
Licenciada en Periodismo por la Facultad de Ciencias de la Información de la
Universidad Complutense. Colabora en las revistas CTXT y Ethic. Artículo
publicado originalmente en Ethic, 28-3-2017: https://ethic.es/ (Redacción
Correspondencia de Prensa)

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