Marxismo/ El vampirismo del capital (I) [Alain Bihr]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Lun Mayo 24 16:13:06 UYT 2021


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Correspondencia de Prensa

24 de mayo 2021

https://correspondenciadeprensa.com/

redacción y suscripciones

germain en montevideo.com.uy <mailto:germain en montevideo.com.uy>

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Marxismo



El vampirismo del capital (I)



Alain Bihr

A l´encontre, 4-5-2021

https://alencontre.org/

Traducción de Viento Sur

https://vientosur.info/



El vampiro es una figura mitológica antigua, común a numerosas culturas. En
Europa se popularizó especialmente en la parte oriental y en los Balcanes
1/, donde las creencias en los vampiros y sus ritos particulares siguen muy
vivas en la actualidad, sobre todo en determinadas regiones de Rumanía 2/.



La figura del vampiro, tal como la conocemos hoy, se deriva de esas
creencias y ritos, aunque no sin haber sido objeto de deformaciones y
malinterpretaciones 3/. Una primera fuente sería la de los comerciantes
sajones que se habían establecido en las  poblaciones de Transilvania
durante el siglo XII, donde habían obtenido privilegios comerciales, en
especial la exención de impuestos. Estos privilegios fueron impugnados a
mediados del siglo XV por el voivoda (príncipe) de Valaquia Vlad III
Basarab, llamado Vlad Tepes (Vlad el Empalador), también llamado Draculea
porque su padre Vlad II era apodado Vlad Dracul (Vlad el Diablo). El rigor
de las sanciones infligidas por Vlad III a los comerciantes recalcitrantes,
que podían llegar hasta la pena de muerte, le valdría muy pronto el
calificativo de príncipe sanguinario en la correspondencia de estos
comerciantes con sus colegas occidentales, dando así a luz la leyenda del
Drácula vampiro 4/.



En el conjunto de la literatura europea del siglo XIX que se ocupa de él, el
vampiro presenta una doble característica. Por un lado, es un muerto
viviente, un muerto que para mantenerse en vida tiene que chupar la sangre
de sus presas, que constituye para él una especie de elixir de larga vida,
capaz no solo de mantenerle vivo, sino también de conferirle la eterna
juventud; y su vitalidad aumenta con el número de sus víctimas. Por otro
lado, no contento con nutrirse de su sustancia vital, tiene el poder de
transformar a estas, a su vez, en vampiros, comunicándoles en cierto modo su
propia naturaleza. El vampiro se dedica así a apropiarse de sus víctimas por
partida doble: absorbe sus fuerzas al mismo tiempo que las habita y las
metamorfosea.



No obstante, el vampiro no es todopoderoso. Carece de sombra y no se refleja
en un espejo. La luz le indispone o incluso puede serle fatal, y tiene que
pasar el día recluido en su tumba o su ataúd. El ajo le horroriza, del mismo
modo que el crucifijo, el rosario o el agua bendita. Y es posible deshacerse
de él atravesándole el corazón, decapitándole o quemándolo en una hoguera.
¡Y los espíritus fuertes añadirán que con toda seguridad no resiste la risa
burlona de quien no cree en él!



Cómo el capital absorbe su energía vital de la clase trabajadora



Espíritu fuerte donde los haya, Karl Marx no dejó de recurrir a esta misma
figura del vampiro en su obra mayor, El Capital 6/. Ahí se puede escuchar el
eco de la gloria literaria de esta figura en su época, de la que sin duda
tuvo conocimiento, al menos de oídas 7/, como prolongación de la tradición
de la Ilustración, que también le era familiar. Pero ocurre asimismo, más en
general, que Marx se inspira de forma abundante en la tradición literaria,
desde los autores antiguos (Homero, Hesiodo, Jenofonte, Virgilio) hasta los
contemporáneos (Eugène Sue, Heinrich Heine), sin olvidar a los grandes
clásicos (sobre todo Dante y Shakespeare), que conocía bien; del mismo modo
que no duda en recurrir a menudo al viejo fondo mitológico y a las
tradiciones religiosas judía y cristiana, que ofrecen múltiples recursos
retóricos cuando se utilizan en modo irónico o crítico. Y el uso por parte
de Marx de la figura del vampiro para analizar esta relación social que es
el capital nos proporciona un ejemplo convincente.



Es básicamente en la sección III del Tomo I de El Capital, en particular en
su capítulo VIII, titulado “La jornada de trabajo” 8/, donde se concentran
los pasajes en los que Marx desarrolla la metáfora del capital-vampiro 9/.
En lo que precede a esta sección, Marx ha podido definir el capital con lo
que él mismo denomina su fórmula general, D – M – D’ (siendo D’ > D), donde
D representa el valor en forma de dinero y M el valor en forma de mercancía.
El capital se define así como un valor en proceso, o sea, un valor que se
conserva y se incrementa en un proceso de incesante circulación de
mercancías y dinero. Puesto que Marx supone (en ese momento de su análisis)
que las mercancías se intercambian estrictamente por su valor, esta fórmula
general es una contradicción en sus términos, salvo que se suponga que
existe una mercancía que se puede intercambiar por dinero al tiempo que se
conserva y se valoriza, o dicho de otro modo, una mercancía capaz de
conservar y de valorizar el dinero por el cual se intercambia.



El caso es que esa mercancía existe, efectivamente. Es la fuerza de trabajo,
a condición de que se emplee (se active, se ponga a trabajar) de manera que
aporte trabajo en una forma susceptible de generar valor, o sea, un trabajo
socialmente necesario, un trabajo que responda a una necesidad social y
cuyas condiciones de empleo se ajusten a la media de intensidad,
productividad y calidad del ámbito social y de la época histórica en
cuestión. La existencia de esta mercancía presupone a su vez la de aquel que
Marx denomina irónicamente el “trabajador libre”, libre desde un doble punto
de vista: libre (desposeído) de todo medio de producción propio, léase
expropriado, que no posee más que su fuerza de trabajo (su potencial
productivo), que sin embargo es incapaz de utilizar por sí mismo porque
carece de los medios de producción; y libre de su persona, liberado de toda
relación comunitaria y personal de dependencia, pero también de asistencia,
pudiendo disponer libremente de sí mismo y de sus facultades, pero no
pudiendo contar más que consigo mismo y estas sus facultades, siendo el
único uso que puede hacer de ellas el ponerlas a disposición de otros,
siempre y cuando estos últimos puedan utilizarlas (y dispongan a su vez de
medios de producción) y les interese, puesto que este es su interés.



Partiendo de estas premisas, Marx se dispone, en la sección III, a explicar
cómo el capital puede existir como valor en proceso realizando su fórmula
general, convirtiendo así en capitalista al mero poseedor de dinero, digamos
que de una cantidad D. Para ello, hace falta y basta con que el dinero D se
cambie por dos categorías de mercancías M: medios de producción (materiales
e instrumentos de trabajo) y fuerzas de trabajo, y que unas y otras se
combinen de tal manera que produzcan una nueva mercancía M’, cuyo valor D’
realizado con su venta sea superior a D. Según Marx, esto es posible porque
la fuerza de trabajo, sobre la que el capitalista ha adquirido un derecho de
uso en el marco de una relación de fuerzas entre él y el trabajador
asalariado, regulado jurídicamente o no, posee una doble propiedad: por un
lado, la de conservar el valor de los medios de producción consumidos en el
curso del proceso de producción, traspasándolo al nuevo producto-mercancía;
por otro lado, la de crear un valor superior a su propio valor, el que el
capitalista ha entregado al trabajador libre a cambio de su fuerza de
trabajo en forma de un salario, constituyendo la diferencia entre ambos
valores la famosa plusvalía o valor añadido (traducción del alemán
Mehrwert). Al final del proceso de producción y de venta del
producto-mercancía resultante, el capitalista recupera su inversión inicial
incrementada con esta famosa plusvalía.



En estas condiciones, el capitalista tiene todo el interés del mundo en que
el trabajador asalariado cree tanto valor como sea posible por encima del
valor de la fuerza de trabajo, determinado, al igual que el de cualquier
otra mercancía, por la cantidad de trabajo necesaria para producirla 10/.
Suponiendo que el salario sea equivalente a este último (es decir, que la
fuerza de trabajo se pague por su justo valor, regla que el desequilibrio
entre capitalista y trabajador asalariado en el mercado de trabajo permite a
menudo saltarse a la torera, fijando un precio de la fuerza de trabajo
inferior a su valor), esto implica que se le haga rendir el máximo trabajo
posible por encima del trabajo necesario para la producción de la fuerza de
trabajo, es decir, el máximo se trabajo excedente. Con este fin, el capital
puede recurrir a tres factores: el número de trabajadores, la duración del
trabajo y la intensidad del trabajo. Dicho de otro modo, para el capital se
trata de emplear el máximo de trabajadores, cualquiera que sea su edad o su
sexo; de hacerles trabajar el mayor tiempo posible en la jornada, la semana,
el año o la vida entera; y de exigir de ellos que rindan el máximo de
trabajo por unidad de tiempo de trabajo, es decir, de densificar su esfuerzo
productivo.



La exposición de las modalidades y formas de esta explotación extensiva de
la fuerza de trabajo ofrece a Marx la ocasión de recurrir a la metáfora del
capital-vampiro, explícita o implícitamente. En el proceso de producción, el
capital se presenta ante el trabajador como cierta cantidad de trabajo
muerto, pretérito, materializado en los medios de producción (materiales e
instrumentos de trabajo), que busca extraer del trabajador el máximo de
trabajo vivo por encima del trabajo necesario para su mantenimiento. Lo que
es la sangre de sus víctimas para el vampiro, lo es para el capital el
trabajo vivo, o sea, el uso de la fuerza de trabajo, su activación en el
proceso de trabajo y por obra del mismo, la sustancia que el capital chupa,
es decir, bombea y absorbe, con toda la avidez que implica el hecho de que
se trate de este elixir de eterna juventud, el único que le permite existir
y persistir en la existencia, aunque para ello tenga que llegar hasta el
extremo del agotamiento total del trabajador:



Ahora bien, el capital tiene una única pulsión vital: valorizarse, crear
sobrevalor, bombear con su parte constante, los medios de producción, la
mayor cantidad posible de sobretrabajo. El capital es trabajo muerto, que no
se anima más que chupando como un vampiro el trabajo vivo, y que está tanto
más vivo cuanto más chupa (página 259).



Hay que reconocer que nuestro trabajador no sale del proceso de producción
en el mismo estado en que entró. Se presentó en el mercado como poseedor de
la mercancía fuerza de trabajo, frente a otros poseedores de mercancías, de
igual a igual. El contrato por el que vendió su fuerza de trabajo al
capitalista demostraba en cierto modo negro sobre blanco que disponía
libremente de sí mismo. Sin embargo, una vez cerrado el trato, se descubre
que no es un agente libre, que el tiempo por el que es libre de vender su
fuerza de trabajo es el tiempo por el que está forzado a venderla, que en
realidad el vampiro que le chupa no suelta a su presa “mientras le quede
todavía un músculo, un nervio, una gota de sangre que explotar” (páginas
337-338).



Porque la sed de trabajo vivo, y sobre todo de su parte de sobretrabajo, que
da vida al capital es tan grande que tiende a llevar la duración y la
intensidad del trabajo más allá de todos los límites fisiológicos, por no
decir físicos, hasta el agotamiento total de los trabajadores:



El capital constante, los medios de producción, vistos desde el punto de
vista del proceso de valorización, no existen más que para absorber trabajo,
y con cada gota de trabajo una cantidad proporcional de trabajo excedente.
Mientras no lo hagan, su mera existencia constituye una pérdida negativa
para el capitalista, pues representan, durante el tiempo en que están en
barbecho, un adelanto de capital inútil, y esta pérdida se torna positiva
tan pronto como la interrupción genera gastos suplementarios para la nueva
puesta en marcha de la producción. La prolongación de la jornada de trabajo
hasta la noche, más allá de los límites de la jornada natural, solo tiene un
efecto paliativo, no sacia más que aproximadamente su sed vampírica de
trabajo vivo. De ahí que la pulsión inmanente de la producción capitalista
consista en apropiarse del trabajo durante cada una de las 24 horas del día.
Pero dado que esto es físicamente imposible (las mismas fuerzas de trabajo
serían succionadas entonces de forma continua, día y noche), es necesario,
para superar este obstáculo físico, alternar las fuerzas de trabajo
consumidas durante el día y la noche; esta alternancia autoriza diferentes
métodos y puede, por ejemplo, organizarse de manera que una parte del
personal obrero asegure una semana de servicio diurno y después un servicio
nocturno la semana siguiente, etc. (páginas 286-287).



Para poder chupar de este modo la fuerza de trabajo, para poder absorber el
máximo de trabajo vivo y trabajo excedente, el capital necesita instrumentos
que sean el equivalente a los dientes caninos y las mandíbulas del vampiro.
Materialización de un trabajo muerto, los medios de producción, que el
trabajador activa y transforma, se lo facilitan y por lo demás no tienen
ninguna otra función que permitir al capital absorber el trabajo vivo
realizado durante el proceso de producción y absorber el máximo posible:



(…) los Sanderson tienen más cosas que hacer que fabricar acero. Si hacen
acero, es un mero pretexto para tener más. Los hornos de fundición, las
laminadoras, etc., los edificios, la maquinaria, el hierro, el carbón, etc.
tienen más cosas que hacer que transformarse en acero. Están ahí para chupar
trabajo excedente y, como es natural, absorben más en 24 horas que en 12. De
hecho, conceden a los Sanderson, en nombre de Dios y del Derecho, una
asignación por el tiempo de trabajo de cierto número de brazos durante todas
las 24 horas de la jornada, y perderían su carácter de capital y no
representarían más que una pérdida neta para los Sanderson tan pronto como
se viera interrumpida su función de absorción de trabajo (páginas 293-294).



Y esta función de bomba extractora de trabajo excedente, de sanguijuela de
trabajo excedente, de sanguijuela de la fuerza de trabajo, los medios de
trabajo (herramientas, máquinas, locales industriales, etc.), al igual que
los materiales de trabajo (materias primas, materiales auxiliares, fuentes
de energía, etc.), la adquieren cuando operan en el marco de las relaciones
capitalistas de producción, es decir, cuando se convierten en medios de
explotación del trabajo asalariado:



Imaginemos, por ejemplo, a una parte de los campesinos de Westfalia bajo el
reinado de Federico II, todos ellos tejedores, si no de seda, al menos de
lino, expropiados a la fuerza y expulsados de su terruño, mientras que
quienes se han quedado se convierten en jornaleros de los grandes
propietarios (…). Los husillos y los telares, que antes estaban diseminados
por todo el país, están ahora concentrados en algunos grandes cuarteles de
trabajo, al igual que los obreros y la materia prima. De este modo,
husillos, telares y materias primas han dejado de ser medios de existencia
independientes para los hilanderos y tejedores para convertirse en medios
para dirigirlos y chuparles trabajo no remunerado (página 839).



Cómo el capital penetra en el trabajador vaciándole de su sustancia



De todos modos, las anteriores formas de explotación del trabajo por el
capital, y por tanto la valorización de este último en el marco de estas
formas, presentan límites que se alcanzarán tarde o temprano. Límites
físicos: los días no tienen más de 24 horas. Límites fisiológicos: el
aumento continuo de la duración y la intensidad del trabajo debilita al
trabajador hasta que este resulta incapaz de trabajar. Y sobre todo límites
sociopolíticos: con sus luchas y su organización en asociaciones,
sindicatos, partidos, la clase trabajadora consigue imponer limitaciones
tanto de la duración del trabajo como de las condiciones laborales (en
particular con respecto a las mujeres y las niñas y niños). Límites que el
capital solo puede compensar parcialmente mediante el recurso a nuevas
fuerzas de trabajo que le aportan los efectos continuos de la expropiación,
bien sea de los trabajadores independientes (en particular los campesinos
que alimentan el éxodo rural) arruinados por la competencia que les hace el
capital en el interior de las formaciones centrales, bien sea de las
poblaciones indígenas expropiadas por la fuerza en el marco de la conquista
y la ocupación coloniales de las formaciones periféricas, generando así un
flujo más o menos continuo de inmigraciones hacia el centro.



Para superar estos límites, el capital tiene que cambiar de objetivo, según
Marx: dejar de valorizarse mediante la generación de una plusvalía absoluta,
para hacerlo con la de una plusvalía relativa. La primera corresponde
precisamente a las formas de explotación contempladas anteriormente, basadas
en la prolongación y la intensificación del trabajo más allá del trabajo
necesario, tal como viene determinado por las normas sociales que definen
las condiciones de reproducción de la fuerza de trabajo y que rigen en la
sociedad y la época en cuestión. Al aumentar la duración y la intensidad del
trabajo se trata de extraer de la activación de la fuerza de trabajo el
máximo de trabajo posible por encima del trabajo necesario, o dicho de otro
modo, de generar el máximo valor por encima del valor de la propia fuerza de
trabajo.



La plusvalía relativa, en cambio, no se obtiene aumentando tanto como sea
posible la cantidad total de trabajo extraído de la activación de la fuerza
de trabajo, sino reduciendo el trabajo necesario, o sea, la parte de este
último en la cantidad de trabajo en cuestión, sin que esta tenga que
aumentar. Se trata, por tanto, de reducir el valor de la fuerza de trabajo,
no necesariamente mediante una revisión a la baja de las normas sociales que
definen las condiciones de reproducción de esta última, sino logrando que se
precise una menor cantidad de trabajo para satisfacer dichas normas. Y esto
es posible incrementando simplemente la productividad del trabajo; lo que
equivale a incrementar la cantidad de bienes o servicios que permite
producir la misma cantidad de trabajo, y por tanto a reducir el valor
unitario de estos bienes o también a dedicar menos trabajo para una cantidad
determinada de tales bienes o servicios.



Sin embargo, aumentar la productividad del trabajo supone transformar el
proceso de trabajo en todos sus aspectos, materiales (utilizar nuevos medios
de producción: materiales e instrumentos de trabajo), organizativos
(concebir nuevas formas de organización del proceso de trabajo, nuevas
formas de combinación, de división y de jerarquización entre fuerzas de
trabajo, nuevas formas que requiere el uso de aquellos nuevos medios de
trabajo), ideológicos (elaborar nuevas formas de movilización subjetiva de
las fuerzas de trabajo aptas para estas nuevas condiciones de producción),
incluidas unas nuevas condiciones de la formación de la fuerzas de trabajo,
etc. En otras palabras, al pasar de la generación de plusvalía absoluta a la
de plusvalía relativa, el capital ya no puede contentarse con retomar como
tales los procesos de trabajo heredados de las relaciones y las formas de
producción precapitalistas; tiene que cambiarlos de pies a cabeza para
adaptarlos a sus exigencias de valorización intensiva. En los mismos
términos de Marx, tiene que pasar de una apropiación meramente formal del
proceso de trabajo, en la que el capital se contenta con dar una forma
capitalista a este proceso (o sea, insertarlo en sus relaciones de
producción propias), a una apropiación real, consistente en apoderarse de su
contenido (material, organizativo, ideológico, etc.) para imprimirle su
marca propia 11/.



Marx procede en la sección IV del Tomo I de El Capital a un análisis
metódico de los diferentes momentos (etapas, modalidades, resultados) de la
apropiación real del proceso de trabajo por el capital, retomando cada uno,
para profundizar en los avances del anterior, en este caso la cooperación
simple, la manufactura con su característica división del trabajo y la gran
industria mecánica 12/. Curiosamente, sin embargo, la metáfora del
capital-vampiro, tan presente en la sección precedente, aquí prácticamente
desaparece. Explícitamente, aunque de hecho en forma alusiva, solo se
utiliza una vez:



Durante el proceso de trabajo mismo, el instrumento de trabajo, debido a su
transformación en un autómata, aparece ante el trabajador como capital, como
trabajo muerto que domina y aspira la fuerza viva del trabajo (página 475).



De todos modos, como veremos, esta metáfora sigue estando muy presente,
aunque de modo implícito. Y sobre todo, cambia de sentido. El vampirismo del
capital no consiste ya solamente en extraer del empleo productivo de la
fuerza de trabajo el máximo de trabajo excedente como su sustancia
nutritiva, sino, literalmente, en penetrar en esta fuerza remodelándola para
adecuarla a la naturaleza del capital y a sus exigencias de valorización
intensiva.



La apropiación real del proceso de trabajo por el capital entrelaza de hecho
tres movimientos 13/. El primero de ellos, la socialización de este proceso,
consiste en sustituir los trabajadores individuales por un trabajador
colectivo como sujeto del proceso de trabajo. Este trabajador colectivo nace
de una cooperación forzada entre múltiples trabajadores individuales
reunidos por el capital en un mismo proceso de trabajo, cooperación basada
en la división y la jerarquización de las tareas parcelarias más o menos
simples o complejas que se asignan a estos últimos; es por tanto obra del
capital que lo dirige, lo organiza y lo controla a modo de un ejército
productivo, un ejército industrial que es en primer lugar un ejército
industrioso. Con esta socialización del proceso de trabajo, el capital
consigue homogeneizar el trabajo que emplea, engendrar este trabajo social
medio que es la sustancia misma del valor y de la plusvalía; la
socialización capitalista del proceso de trabajo convierte así la fuerza
productiva total del trabajador colectivo en una fuerza social homogénea,
indistinta, media, igual a cualquier otra fuerza colectiva que opera en las
mismas condiciones de producción.



Además, la productividad (el esfuerzo productivo) de este trabajador
colectivo es muy superior a la mera suma de los consumos de trabajo de sus
miembros individuales: según la fórmula consagrada, el conjunto es más que
la suma de sus partes. Y más que la de los trabajadores tomados de uno en
uno, y de hecho es la fuerza productiva de este trabajador colectivo de la
que se apropia el capital: es la que explota, es gracias a ella que se
valoriza de manera intensiva. Es este un rasgo que diferencia totalmente el
proceso de trabajo capitalista de los procesos de trabajo anteriores y que
no deja de reforzarse a medida que se desarrolla la sumisión real del
trabajo al capital, desde la simple cooperación hasta la automatización.



En la socialización del proceso de trabajo, y por obra de ella, se produce,
en segundo lugar, la apropiación por el capital de las fuerzas del
trabajador colectivo, de las fuerzas productivas resultantes de la
socialización. El capital se apodera de estas fuerzas haciendo de ellas sus
facultades propias, confiriéndoles al mismo tiempo, y de forma progresiva,
una forma que le convenga, una forma cosificada, la de un proceso de
producción enteramente dominado por un instrumental mecánico y automatizado
que materializa el capital en el proceso de trabajo, que constituye, en
suma, su cuerpo productivo. En este punto nos topamos de nuevo con la
metáfora del capital-vampiro.



Para exponer este movimiento, Marx utiliza de hecho otra metáfora orgánica,
que abre la vía a la recuperación de la anterior. Personificando al
trabajador colectivo, comparándolo con una especie de trabajador gigante
cuyos trabajadores individuales constituirían los distintos miembros,
órganos o células, muestra cómo el capital se apropia paso a paso del
conjunto de sus funciones vitales para objetivizarlas fuera de este
trabajador en un organismo mecánico y automático de producción apropiado:
propio y a la vez conforme a su naturaleza. Proceso que se desarrolla al
ritmo de la socialización del proceso de trabajo y por tanto de la
constitución del propio trabajador colectivo.



En la etapa de la simple cooperación, el capital todavía representa tan solo
el cerebro del trabajador colectivo. Dirigiendo los diversos movimientos de
sus múltiples miembros, constituye su unidad dinámica, la instancia que
imprime el sello de una voluntad única y de un mismo propósito a unos
miembros (los trabajadores individuales y sus operaciones productivas) que,
sin embargo, siguen siendo en sí mismos externos y a los que el cerebro
tiene que reunir, coordinar y controlar al máximo posible.



En la etapa de la manufactura, el capital comienza a tomar posesión
realmente del cuerpo productivo del trabajador colectivo. Entonces ya no se
contenta con dirigir un organismo de producción externo, sino que lo penetra
determinando el plan de conjunto (en forma de la división manufacturera del
trabajo), así como las proporciones entre sus distintas partes, controlando
a partir de entonces, gracias a ello, el movimiento del conjunto así como
los movimientos de cada uno de sus miembros. Porque entonces ya ni siquiera
el órgano individual de este cuerpo productivo (el obrero parcelario) y su
función especializada dejan de estar determinados por el capital a través de
la división manufacturera del trabajo. Podemos decir que el capital ha
pasado a ser la totalidad orgánica del cuerpo productivo, una especie de
“Briareo cuyas mil manos blanden herramientas diversas” 14/, con respecto al
cual el trabajador parcelario no es más que un simple órgano, léase una mera
célula.



No obstante, la sustancia misma de este cuerpo todavía le es ajena y reacia,
pues todavía no es sino la fuerza de trabajo en acción, el trabajo vivo de
los obreros parcelarios. Marx mostró que esta dependencia del capital con
respecto a la fuerza de trabajo: a su calidad, su celeridad, al saber hacer
del obrero, a su conciencia profesional, etc., constituyó la gran limitación
de la manufactura y permitió a los obreros del periodo manufacturero
resistirse de múltiples maneras a su explotación y dominación. De ahí la
necesidad del capital de dotarse de un cuerpo productivo propio, en el que
objetivizara las fuerzas del trabajador colectivo del que se habrá apoderado
y que podrá oponer a los trabajadores individuales.



Y esto es lo que se produce en la mecanización y a través de ella, y todavía
más en la automatización del proceso de trabajo: “(…) en el sistema de
máquinas, la gran industria posee un organismo de producción totalmente
objetivo con el que el obrero se encuentra y que aparece como condición
material de producción” (página 433). Contrariamente al cuerpo vivo del
trabajador colectivo de la manufactura, este cuerpo mecánico o automático
tiene la misma naturaleza que el capital; es trabajo muerto, pretérito,
acumulado, que utilizará a partir de ahora el trabajo vivo para esclavizarlo
y explotarlo. Gracias a él, el capital adquiere así un contenido material y
operativo (de medios de trabajo) adaptado a su propia naturaleza de valor en
proceso:



En la máquina, y más aún en la maquinaria como sistema automático de
máquinas, el medio de trabajo se transforma, en cuanto a su valor de uso, es
decir, en cuanto a su existencia material, en una existencia adecuada al
capital fijo y al capital en general; en cuanto a la forma en la que se ha
integrado como medio de trabajo inmediato en el proceso de producción del
capital, es abolido en beneficio de una forma puesta por el capital mismo y
que se adecúa a él 15/.



Por su mismo dispositivo técnico, el sistema de máquinas realiza esta
apropiación del trabajo vivo (presente) por el trabajo muerto (pretérito,
acumulado), que es la esencia misma del capital, de este valor en proceso
que no puede existir más que incorporando permanentemente la fuente misma de
todo valor, la fuerza de trabajo. El muerto atrapa al vivo y lo somete a sus
exigencias: con el proceso de producción mecánico y automático, esta
metáfora se materializa al pie de la letra, el vampirismo del capital
adquiere así el medio físico, técnico-científico, de satisfacer su
insaciable sed de trabajo vivo. En una palabra, en el sistema de máquinas y
a través de él, las determinaciones formales del capital como valor en
proceso: la subordinación del trabajo vivo (la fuerza de trabajo) al trabajo
muerto (el valor), la autonomización del trabajo muerto con respecto al
trabajo vivo, se materializan en un dispositivo técnico-científico en el
interior del proceso de trabajo mismo, que exterioriza todas las facultades
productivas del trabajador colectivo fijándolas en el cuerpo productivo del
capital (en la ocurrencia del capital fijo), estas determinaciones formales
del capital devienen la estructura material misma del proceso de trabajo:



En la producción mecanizada, la apropiación del trabajo vivo por el trabajo
objetivizado –la apropiación de la fuerza o de la actividad valorizante por
el valor para sí–, apropiación que remite al concepto mismo de capital, se
plantea como carácter del proceso de producción mismo, incluso bajo la
relación de sus elementos materiales y de su movimiento material 16/.



En suma, después de apoderarse del cuerpo del trabajador colectivo mediante
la división/composición manufacturera del trabajo, después de apropiarse de
su fuerza productiva combinada, el capital logra autonomizarla con respecto
al trabajador colectivo fijándola en un cuerpo mecánico y automático, cuya
sustancia y movimiento mismos se adecúen a su naturaleza cosificada de valor
en proceso. Así, la fuerza productiva viva ya no es más que residual:



En la exacta medida en que el capital sitúa el tiempo de trabajo –la simple
cantidad de trabajo– como el único elemento determinante, el trabajo
inmediato y su cantidad desaparecen como principio determinante de la
producción –de la creación de valores de uso– y se ven reducidos tanto
cuantitativamente a una proporción menor como cualitativamente a un momento
sin duda indispensable, pero subalterno con respecto al trabajo científico
general, de la aplicación tecnológica de las ciencias físicas y matemáticas,
esto por un lado, del mismo modo que [con respecto a la] fuerza productiva
general que se desprende de la articulación social en la producción global,
fuerza productiva que aparece por tanto como elemento natural del trabajo
social (si bien siendo producto histórico). El capital obra así hacia su
propia disolución como forma que domina la producción 17/.



En estas condiciones, el tercer movimiento que despliega la apropiación real
del proceso de trabajo por el capital, la expropiación del trabajador en el
interior del proceso de trabajo mismo, se comprende de inmediato. Si el
trabajador colectivo todavía es el verdadero sujeto del proceso de trabajo
en la manufactura, mientras que el trabajador individual sigue siendo el
cerebro y el motor de la herramienta, el proceso mecánico y más aún el
proceso automático de producción priva al primero de todo dominio sobre el
proceso en su conjunto, mientras que reduce al segundo a no ser más que el
dócil servidor, léase el mero supervisor de un sistema de máquinas que
funciona independientemente de él y que le dicta totalmente la naturaleza y
el ritmo de sus operaciones productivas. Al vampirizarlos, el capital tiende
a convertir los trabajadores en zombis configurándolos a su imagen,
reduciéndolos a meros “operadores de producción” dedicados a la valorización
del capital, en “máquinas de producir plusvalía” (página 667), obligándoles
a interiorizar su lógica en detrimento de su propia subjetividad; en una
palabra: cosificándolos; al deterioro físico se añaden entonces, incluso
sustituyéndolo, la degradación moral y la degeneración intelectual. Uno y
otro, tanto el trabajador colectivo como el trabajador individual, se ven
finalmente transformados por el vampirismo del capital en simples apéndices
ectoplásmicos del “cuerpo productivo” de este último, en el que se
exteriorizan entonces todas las facultades productivas que originalmente
eran las del trabajo vivo.



Notas



1/ La palabra francesa vampire procede del alemán Vampir, derivado del
serbocroata (vampir) a través del húngaro vámpir. Esta palabra designa
originalmente, en la mayoría de lenguas eslavas, al murciélago, del que tres
especies americanas (pero ninguna europea) son, en efecto, hematófagas (se
alimentan de la sangre de sus presas).

2/ Véase Ioana Andreescu, Où sont passés les vampires?, París, Payot 1997; y
Marianne Mesnil, “Le rêve oriental ou la place d’un manque” en Marianne
Mesnil y Assia Popova, Les eaux au-delà du Danube, París, Editions Pétra,
2016.

3/ Por ejemplo, en el medio rural rumano, la aparición de un muerto viviente
que acude a atormentar a sus parientes se considera a menudo legítima.
Indica que quienes tenían el deber de practicar los rituales de
apaciguamiento del difunto y conseguir que acepte dejar este mundo para ir
al más allá, no lo han hecho. El vampiro, por tanto,  es quien ha sido
abandonado por los vivos. Por consiguiente, o bien se le da al vampiro lo
que desea, lo que él indica a menudo a través de los sueños, o bien hay que
matarlo mutilando su cadáver.

4/ Doy las gracias a Marianne Mesnil por haberme facilitado estas
informaciones.

5/ Citado por Mark Neocleous, “The Political Economy of the Dead: Marx’s
Vampires”, History of Political Thought, Vol. XXXIV, n°4, invierno de 2003,
página 673.

6/ Neocleous (páginas 669-671) proporciona un somero resumen de la amplitud
y la frecuencia del uso de la metáfora del vampiro en el conjunto de la obra
de Marx (y también de Engels), no solo en El Capital, desde La situación de
la clase obrera en Inglaterra (1845) y La Sagrada Familia (1845) hasta La
guerra civil en Francia (1871). Aun así, me limitaré a los casos en que se
habla del vampirismo en El Capital y las obras anexas, pues considero, al
igual que Neocleous, que es en el contexto de la crítica de la economía
política donde la metáfora marxiana adquiere todo su sentido y su fuerza.
Sin embargo, aparte de que solo capta el primero de los dos movimientos que
caracterizan el vampirismo capitalista en su relación con el trabajo,
Neoclous no se aparta de este contexto y no trata de prolongar esta metáfora
en dirección a la temática y la problemática ecológicas, como yo intentaré
hacerlo, por mi parte, en la segunda parte de este artículo. Aunque se salva
del primer reproche, Amedeo Policante no escapa del segundo en “Vampires of
Capital: Gothic Reflections between Horror and Hope”, Cultural Logic: An
Electronic Journal of Marxist Theory, 2010.

7/ Neocleous dice que “Marx enjoyed reading horror stories” (Marx adoraba
leer historias de terror) (página 673), pero no proporciona ningún dato
concreto al respecto.

8/ Me refiero a la traducción francesa de la cuarta edición alemana del Tomo
I del Capital, publicada bajo la responsabilidad de Jean-Pierre Lefebvre,
París, Presses universitaires de France, colección Quadrige, 1993. Salvo que
se indique lo contrario, todas las citas que siguen de dicho Tomo están
tomadas de la edición mencionada.

9/ Una búsqueda lexicográfica rápida me ha llevado a descubrir tan solo una
mención de la palabra vampiro en las Grundrisse (cf. Manuscrits de 1857-1858
(Grundrisse), París, Editions Sociales, 2011, página 606), si bien diversos
pasajes desarrollan implícitamente la metáfora vampírica. Aparentemente no
existe ninguna en los Manuscrits de 1861-1863, cuyos cinco primeros
cuadernos contienen, no obstante, una exposición ya muy metódica del proceso
de producción capitalista, constituyendo así más que un esbozo del Tomo I
del Capital. Tampoco he hallado traza alguna en los Tomos II y III.

10/ Cuando se habla aquí de trabajo, se entiende que siempre se trata, como
he señalado más arriba, de trabajo socialmente necesario. Por lo demás, no
puedo detenerme aquí en los diferentes elementos que singularizan el valor
de la fuerza de trabajo, ni más ampliamente en todos los factores que
intervienen en la (re)producción de esta fuerza que este valor no integra,
al menos de forma inmediata.

11/ Para designar este proceso, Marx emplea alternativamente tres términos:
el de Unterordnung (subordinación, sumisión), a veces sustituido por el de
Unterwerfung, que es prácticamente un sinónimo, el de Subsumtion
(subsunción) y el de Aneignung (adquisición, apropiación). Aunque este
último sea el menos frecuente de los tres, es el que retomaré
prioritariamente. El primero, que forma parte del registro administrativo y
militar, indica que se trata para el capital de completar su dominio del
proceso de trabajo y, evidentemente, de los trabajadores. El segundo, que
proviene del ámbito de la lógica y sirve para designar la inclusión de lo
particular en lo general, refleja que se trata de someter las
particularidades de todo proceso de trabajo a la generalidad (la
uniformidad) del proceso de valorización del capital. El tercero, por el
contrario, pone el acento no tanto en la toma de posesión de este proceso
por el capital como en su transformación para adaptarlo a la naturaleza y
las exigencias del capital: convertirlo en un proceso lo más perfectamente
apropiado para el capital, es decir, conforme o adecuado a su naturaleza de
valor en proceso. Esta es la idea que pretendo desarrollar aquí.

12/ En un pasaje de las Grundrisse, Marx pudo incluso anticipar un cuarto
momento, el de la automatización, pese a que no se desarrolló hasta en los
decenios más recientes. Esta anticipación fue posible porque este cuarto
momento de la apropiación real del proceso de trabajo por el capital no hace
más que seguir la lógica inherente al desarrollo de los tres momentos
precedentes. Cf. Manuscritos de 1857-1858 (Grundrisse), op. cit., páginas
650-670. Por tanto, tendré que referirme también a este.

13/ Me remito al análisis detallado que propuse en el capítulo V de La
reproduction du capital, Lausana, página 2, 2001. Retomo aquí tan solo
algunos de sus principales resultados. La obra está disponible en línea en
las siguiente direcciones:
http://classiques.uqac.ca/contemporains/bihr_alain/reproduction_du_capital_t
1/reproduction_du_capital_t1.html  y
http://classiques.uqac.ca/contemporains/bihr_alain/reproduction_du_capital_t
2/reproduction_du_capital_t2.html



14/ La fórmula se encuentra en la traducción francesa de la segunda edición
alemana del Tomo I de El Capital, traducción que revisó el propio Marx; cf.
Le Capital, París, Editions Sociales, 1948, tomo II, página 35. No aparece
en la cuarta edición alemana, cuya traducción es la que se ha venido citando
hasta ahora.

15/ Grundrisse, op. cit., página 652.

16/ Id., página 653.

17/ Id., página 656. Marx apunta aquí a una de las contradicciones
fundamentales del capital: la que se da entre su tendencia a valorizarse
reduciendo sin cesar la parte del trabajo vivo en el proceso de producción,
cuando su valorización exige, por el contrario, su intercambio continuo con
la fuerza de trabajo, su absorción continua de trabajo vivo, puesto que solo
este último permite conservar e incrementar el valor anteriormente
acumulado.

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