Marxismo/ El vampirismo del capital. El ángulo muerto del análisis marxiano (II) [Alain Bihr]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Lun Mayo 24 16:34:31 UYT 2021


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Correspondencia de Prensa

24 de mayo 2021

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redacción y suscripciones

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Marximo



El vampirismo del capital. El ángulo muerto del análisis marxiano (II) 



Alain Bihr

A l´encontre, 4-5-2021

https://alencontre.org/

Traducción de Viento Sur

https://vientosur.info/



En el capital, y a través de él, el muerto (el trabajo muerto) agarra al
vivo (el trabajo vivo) doblemente. Se apodera de su fuerza productiva para
mantenerse en vida, prosperar y acumularse. Y al mismo tiempo hace que se
extinga: le priva de su fuerza productiva, que objetiviza en su propio
cuerpo, lo desrealiza convirtiéndolo en ectoplasma (o zombi), cuando no lo
agota hasta su muerte física. Trabajo materializado y acumulado, trabajo
muerto en este sentido, el capital no se relaciona con el trabajo vivo más
que para explotarlo, dominarlo y finalmente alienarlo, transfigurándolo o,
mejor dicho, desfigurándolo con su impronta monstruosa y mortífera.



Esta es la lección de El Capital, una lección que no se ha comprendido
suficientemente ni por tanto tampoco retenido. Una lección, no obstante, más
actual que nunca, incluso bastante más allá del ámbito en el que y para el
que Marx la impartió. Esto es lo que vamos a examinar ahora.



Porque ¿qué es en definitiva el trabajo vivo? Nada más que el consumo de la
fuerza de trabajo en un proceso de trabajo. Sin embargo, en este proceso, la
fuerza de trabajo tiene que vérselas necesariamente con otra cosa aparte de
ella, a saber, la naturaleza, bien como marco espaciotemporal de este
proceso, como condición general de este último (como proveedora de recursos
materiales, energéticos o informativos), o bien como materia de trabajo
procedente de una primera transformación más o menos larga y compleja de
elementos originalmente naturales. Naturaleza que le trabajo humano se
apropia para producir directamente medios de consumo (objeto de una
necesidad humana cualquiera) o medios de producción, de los que algunos (los
medios de trabajo) servirán de instrumentos a la fuerza de trabajo. Estos
son los principales elementos manejados por Marx en su análisis del proceso
de trabajo, abstracción hecha de la forma social de la que pueden dotarle
unas relaciones de producción determinadas, análisis que desarrolla en la
primera mitad del capítulo V del Tomo I de El Capital:



El proceso de trabajo, tal como lo hemos expuesto en sus momentos simples y
abstractos, es una actividad encaminada a la fabricación de valores de uso,
es la apropiación del elemento natural en función de las necesidades
humanas, es la condición general del metabolismo 18/ entre el ser humano y
la naturaleza, la condición natural eterna de la vida de los seres humanos;
por tanto, es independiente de tal o cual forma que reviste, pero también
común, por el contrario, a todas sus formas sociales (página 207).



Como productor de valores de uso materiales, el proceso de trabajo
constituye por tanto una especie de unidad dialéctica (tanto cooperativa
como conflictiva) entre el ser humano y la naturaleza: ambas cooperan en un
proceso en el que, simultáneamente, la naturaleza es transformada por el ser
humano, y por tanto negada por él, al menos en su forma original, y el ser
humano opera a su vez en este proceso, no obstante, como una fuerza natural.
Esto es lo que nos recuerda Marx en las primeras líneas de El Capital:



El ser humano no puede proceder en su producción más que como la propia
naturaleza: solo puede modificar las formas de las materias. Es más, en este
trabajo de dar forma propiamente dicho, se apoya constantemente en fuerzas
naturales. Por tanto, el trabajo no es la única fuente de los valores de uso
que produce, de la riqueza material. Como dice Petty, esta tiene de padre el
trabajo y de madre la tierra (página 49).



Una fórmula que Marx retomará, si no literalmente, al menos en sustancia, en
diferentes circunstancias, hasta en lo que constituye, en suma, su
testamento político, la crítica del programa de la jovencísima
socialdemocracia alemana:



El trabajo no es la fuente de toda riqueza. La naturaleza también es fuente
de valores de uso (que de hecho constituyen la riqueza, ¿no?), tanto como el
trabajo, que a su vez no es más que la expresión de una fuerza natural, la
fuerza de trabajo humana 19/.



Ahí se afirman, en la misma frase, tanto la plena inmanencia del ser humano
en la naturaleza como la íntima cooperación del ser humano y la naturaleza
en la producción de la riqueza social medida en valores de uso. De ahí que
resulte sorprendente que en su análisis de la apropiación por el capital del
proceso de trabajo que ha expuesto anteriormente, Marx se haya fijado
exclusivamente en la manera en que dicha apropiación, en su dimensión
vampírica, afecta al trabajo humano, la activación de la fuerza de trabajo
humana y su sujeto, la clase trabajadora, y que no haya hecho lo mismo con
respecto a este otro factor del proceso de trabajo que es la naturaleza,
cuyo carácter esencial no deja de subrayar. ¿Acaso el vampirismo del capital
no se ceba en la naturaleza?



¡Ni hablar! Por cierto que Marx mismo llega a mostrar cómo, de hecho, el
capital-vampiro se ceba tanto en la madre como en el padre de toda riqueza
material. Lo hace, en particular, cuando al final del capítulo consagrado a
la gran industria mecánica, denuncia los efectos sociales, pero también
ecológicos, de la penetración del capital en la agricultura. Empezando por
el hecho de que al arruinar a los pequeños agricultores, pero también al
reducir el número (relativo) de trabajadores agrícolas, la agricultura
capitalista despuebla el medio rural y atesta las ciudades:



Con la preponderancia creciente de la población urbana que aglomera en los
grandes centros, la producción capitalista amontona por un lado la fuerza
motriz histórica de la sociedad y perturba por otro lado el metabolismo
entre el ser humano y la tierra, es decir, el retorno al suelo de los
componentes de este utilizados por el ser humano en forma de alimentos y
ropa, y por tanto la eterna condición natural de una fertilidad duradera del
suelo (página 565) 20/.



Por consiguiente, denuncia la manera en que esta agricultura, si bien
incrementa en un primer momento la productividad del trabajo agrícola, acaba
agotando el suelo y poniendo en peligro su fertilidad, es decir, mermando
esa misma productividad:



(…) todo progreso de la agricultura capitalista no solo es un avance en el
arte de saquear a la clase trabajadora, sino también en el arte de saquear
el suelo; todo progreso en el incremento de su fertilidad durante un periodo
de tiempo dado es al mismo tiempo un avance en la ruina de las fuentes
duraderas de esta fertilidad. Cuanto más un país, como por ejemplo los
Estados Unidos de América, parta de la gran industria como cimiento de su
desarrollo, tanto más rápido es este proceso de destrucción (página 566).



De este modo, más todavía que la industria capitalista, la agricultura
capitalista ilustra para Marx la cara destructora de la producción
capitalista, la manera en que su prosperidad se basa en la explotación
irreflexiva de sus condiciones naturales y humanas. Subraya la contradicción
intrínseca del modo capitalista de desarrollo de las fuerzas productivas, en
el que la progresión de algunas de ellas (la técnica y la ciencia) se basa
en la regresión y la destrucción de otras (la naturaleza y la fuerza de
trabajo humana): “Si bien la producción capitalista no desarrolla la técnica
y la combinación del proceso de producción social más que arruinando al
mismo tiempo las fuentes vivas de toda riqueza: la tierra y la clase
trabajadora” (páginas 566-567).



Sin embargo, la radicalidad misma de semejante afirmación no puede más que
reforzar el asombro ante la constatación de que Marx no profundizó en su
propia intuición y no desarrolló, con respecto a la relación del capital con
la tierra, y más en general con la naturaleza, el análisis del
comportamiento vampírico del capital que describió tan minuciosamente con
respecto a su relación con la fuerza de trabajo. Por tanto, aunque no
podemos hablar en este sentido de una verdadera ceguera de su análisis, de
una ocultación total de la suerte reservada a la naturaleza por el
capital-vampiro, sí podemos decir que al menos hay ahí un ángulo muerto.



En el resto de este artículo quisiera tratar al menos de reducir este último
mostrando que, dado que la apropiación de la naturaleza por el capital tiene
lugar a través del proceso de trabajo, el análisis desarrollado por Marx de
la apropiación de este por el capital también puede aplicarse, hasta cierto
punto, a la primera, inclusive en su dimensión vampírica. Por consiguiente,
distinguiré asimismo en ella dos modalidades o regímenes: una apropiación
formal y una apropiación real 21/. Evidentemente, dentro de los límites de
este artículo no podré llevar a cabo un análisis exhaustivo de una y otra;
tendré que contentarme con indicaqr algunas ideas generales, para tratar de
demostrar su virtud sintética y su alcance heurístico.



La apropiación formal: de la indiferencia al pillaje y despilfarro y a la
contaminación generalizadas



De acuerdo con la fórmula general, D – M – D’, el capital es esencialmente
un valor en proceso. En esta misma medida, la relación del capital con la
naturaleza es necesaria y fundamentalmente contradictoria. Por un lado, en
principio es totalmente indiferente a los procesos de trabajo concreto por
los que se crea el valor (con su parte de plusvalía), y por tanto
indiferente a los valores de uso (materiales o inmetariales) a que recurren
estos procesos o a los que dan nacimiento y a las diversas necesidades
sociales que se supone que satisfacen estos valores de uso. Y esta
indiferencia se refiere también a la naturaleza como marco, condición
general y (sobre todo) objeto de estos procesos de trabajo.



Incluso se redobla aquí en la medida en que, si la naturaleza constituye en
este sentido uno de los dos factores de la mayor parte de los procesos de
trabajo, siendo el otro la fuerza de trabajo humana, tan solo esta última
(su uso o su consumo en forma de trabajo socialmente necesario) interviene
en el proceso de valorización: si la naturaleza es factor de valores de uso
y por tanto de riqueza social, no es, en cambio, factor de valor, que es la
forma específica y exclusivamente capitalista de esta riqueza. Por ello, el
capital tiende a despreciar la naturaleza (no ve en ella más que una
condición secundaria y casi accidental del proceso de trabajo que lo
valoriza), cuando es una condición fundamental del proceso social de
producción y por tanto de la reproducción de la fuerza de trabajo social,
que es el valor de uso por excelencia para el capital, y cuando su
contribución a la producción de la riqueza social es insustituible e
irreductible.



Sin embargo, por otro lado, no hay valor que valga sin valores de cambio
(que son su forma de manifestación inmediata), ni valores de cambio sin
valores de uso, ni valores de uso sin procesos de trabajo concreto ni sin
necesidades sociales que satisfacer; por tanto, no hay creación de valor sin
consumo de trabajo útil, que halla su marco, sus condiciones y (sobre todo)
su objeto en la naturaleza y su finalidad en la satisfacción de necesidades
sociales. Debido a ello, la indiferencia del capital con respecto a la
naturaleza no puede ir tan lejos como para prescindir de ella, para pasar
por alto o despreciar su existencia, tanto si se trata de los imperativos
que opone como también de las oportunidades que brinda a los procesos de
trabajo, y por tanto a su propia valorización, o asimismo de los riesgos y
sorpresas que comportan sus reacciones (a veces inesperadas por ser
imprevisibles) en el curso de las transformaciones a que la someten los
procesos de trabajo.



De hecho, la indiferencia del capital con respecto a las realidades
naturales (tanto si se trata de las condiciones generales del proceso de
trabajo como de materias primas, de fuentes de energía, de procesos
bioquímicos, etc.) solo le puede resultar aceptable mientras pueda disponer
de ellas como una especie de dones gratuitos, que por tanto carecen de
valor, aunque contribuyen positivamente a la producción de valores de uso.
Esto sucede, por ejemplo, con la luz solar que nos alumbra y nos calienta,
de la atmósfera que nos aporta nuestro oxígeno, de las precipitaciones de
lluvia o nieve que riegan nuestras plantaciones, de múltiples seres vivos
(vegetales y animales) que nos prestan servicios insustituibles (pensemos en
los insectos polinizadores, en las lombrices que mullen y aligeran el suelo
arable, etc.), de las regulaciones de innumerables ecosistemas, etc. Por
tanto, en la medida en que el proceso de producción no le interesa de
entrada más que como proceso de valorización, el capital tiende a considerar
y a tratar estas realidades naturales que se le ofrecen gratuitamente como
realidades que le son indiferentes y externas: como externalidades que no se
tienen en cuenta en el cálculo económico, ni a nivel macro ni a nivel micro.



La indiferencia del capital con respecto a las realidades naturales que
entran en el proceso de trabajo (como marco, condiciones generales o
materias de trabajo) termina inversamente cuanto no están (o dejan de estar)
disponibles como dones gratuitos que puede aprovechar sin siquiera darse
cuenta o sin estar obligado a tenerlas en cuenta (en todos los sentidos de
la expresión), pero con respecto a las cuales, por el contrario, tiene que
consumir trabajo para integrarlas en el proceso de trabajo. Tanto si se
trata con este fin de eliminar obstáculos que levanta la naturaleza en el
camino de dicho proceso como de explotar, por el contrario, oportunidades
que le ofrece, pero sin darle acceso directamente, o bien de prevenir
riesgos susceptibles de hacerlo fracasar o de poner en entredicho sus
resultados, su integración en el proceso de trabajo comporta un coste
(monetario) y por tanto entran en el proceso de valorización en forma de
capital constante.



Ya no es cuestión, por tanto, de considerar o tratar las realidades
naturales como externalidades que se pueden despreciar, desconocer o poner
entre paréntesis. Al contrario, hace falta, en cierto modo, internalizarlas:
su integración en el proceso de trabajo comporta entonces su integración en
el proceso de valorización (en el proceso de creación de valor, por tanto en
el proceso de transformación del trabajo concreto en trabajo abstracto) e
implica someterlas tan estrecha y perfectamente como sea posible en la
lógica y las exigencias de este último. En una palabra, se trata de adecuar
las realidades naturales que entran en el proceso de trabajo al proceso de
valorización.



Sin embargo, su adecuación no deja de ser puramente formal en la medida en
que el capital no puede o no quiere transformar (controlar, modificar,
intensificar, mejorar, etc.) sus propiedades o características naturales
(físicas, químicas, biológicas, etc.), en que se contenta o tiene que
contentarse como apropiárselas tal como existen o como se las encuentra en
la naturaleza. En suma, se contenta con extraerlas de la naturaleza (con
separarlas de sus condiciones de existencia naturales) para incorporarlas en
el proceso de producción como recursos naturales, tanto si se trata de
materiales como de procesos o de ecosistemas.



En régimen de apropiación formal, la naturaleza entera se concibe y trata
así, por parte del capital, como un stock o un conjunto de flujos de
recursos que hay que analizar (separar, seleccionar, identificar y
estabilizar como elementos, etc.): el capital procede aquí con la naturaleza
de manera esencialmente analítica. Esto es lo que se produce, evidentemente,
en las llamadas industrias extractivas: minería, industrias pertroleras y
gasistas, etc. Sin embargo, la agricultura (tanto en sentido estricto como
en sentido amplio, incluidas la ganadería y la silvicultura) no procede de
otra manera cuando se contenta con extraer del suelo los nutrientes que
aseguran el crecimiento de los vegetales y de los animales que constituyen
su objeto de trabajo. Y está claro que actividades primitivas como la
cosecha, la caza y la pesca se contentan también con extraer de la
naturaleza elementos que no modifican para nada de forma inmediata.



La lógica que preside la apropiación formal es por tanto, en definitva, una
lógica de pillaje de los recursos naturales, que presupone tratar la
naturaleza como una especie de almacén (stock o flujo) inagotable de
materiales, energía, informaciones, etc. Pillaje que las exigencias de la
reproducción ampliada del capital (lo que suele denominarse la acumulación
de capital) llevaron pronto a convertir en despilfarro, generando prácticas
productivistas (la producción por la producción) y consumistas (el consumo
por el consumo); la ampliación constante de la escala de la producción
implica la renovación no menos constante de los objetos y modos de consumo,
con la obsolescencia acelerada de los primeros y la introducción de los
segundos mediante la publicidad. Ahí reaparece la esencia vampírica del
capital, esta vez en detrimento de la naturaleza.



Sin embargo, esta lógica de pillaje y despilfarro comporta inmediatamente
otra más. En la medida en que todo proceso de trabajo viene acompañado
necesariamente de rechazos y residuos (emanaciones de toda clase: residuos
de fricción, polvo, humos, sustancias más o menos tóxicas, radiaciones,
ruido, etc.) y que todo proceso de consumo conduce en definitva al desgaste,
la degradación e incluso la destrucción de los medios de consumo que
utiliza, productivismo y consumismo vienen acompañados necesariamente de un
aumento constante de las cantidades de materiales, de energía y de
informaciones degradadas que se vierten en la naturaleza. Así, esta no solo
se utiliza como almacén inagotable de recursos, sino también como vertedero
insondable, en el que el proceso de producción capitalista en su conjunto se
desprende de sus rechazos y residuos, contando con ella para almacenarlos
indefinidamente o, en su caso, para reciclarlos y reconvertirlos en recursos
que podrán utilizarse de nuevo. La contaminación generalizada de los medios
y elementos naturales es la consecuencia final inevitable de su pillaje y
despilfarro no menos generalizados.



En esta doble relación y en régimen de apropiación formal, el proceso de
producción capitalista sigue por tanto dependiendo fundamentalmente de
condiciones y de procesos naturales de producción y de reproducción de
recursos que no puede controlar o que no intenta controlar. Sigue siendo por
tanto tributario no solo de la cantidad (que tiende a disminuir) y de la
calidad (que tiende a alterarse) de los recursos naturales disponibles y
explotables (lo que hace que la productividad del trabajo siga dependiendo
sobre todo de ellos), sino también de su distribución territorial (su
concentración en determinados lugares privilegiados), así como de la
temporalidad de su producción y reproducción (que va desde las simples
variaciones estacionales hasta duraciones decenales, seculares o incluso
geológicas).



Esto comporta otros tantos desafíos para la valorización del capital, que
requiere unas condiciones de continuidad, regularidad y celeridad lo más
perfectas posible del proceso de producción, y que condicionan asimismo la
predictibilidad de sus resultados, y por tanto la posibilidad de una gestión
lo más racional posible (en el plano contable) del proceso de valorización
del capital. El régimen de apropiación formal constituye así un freno al
desarrollo del proceso de producción capitalista, tanto para su despliegue
en el espacio como para su aceleración en el tiempo. Y así se pone de
manifiesto la necesidad de pasar a un modo de apropiación de la naturaleza
más susceptible de satisfacer la sed continua de explotación rentable de
trabajo vivo que mortifica al capital.



La apropiación real: del forzamiento de la naturaleza a su desnaturalización



En el régimen de apropiación formal de la naturaleza, al tiempo que los
transforma en objetos de trabajo, y por tanto en condiciones y soportes de
su propia valorización, el capital se contenta con apropiarse de los
recursos naturales tal como se los ofrece la naturaleza, adaptándose por
consiguiente a sus límites e imperativos mientras trata de explotar las
oportunidades y prevenir los riesgos. La apropiación real de la naturaleza
por el capital consistirá, por el contrario, en tratar de adaptar al máximo
posible la materialidad misma de los recursos naturales a las exigencias de
la valorización del capital, forzando cada vez más a la naturaleza a ponerse
al servicio del capital, moldeándola (transformándola) en consecuencia,
produciendo así una naturaleza capitalizada, ya se trate de actualizar
potencialidades de la materia que la naturaleza no ha realizado o, por el
contrario, de virtualizar (desactivar) potencialidades materiales
actualizadas por la naturaleza 22/.



Nos reencontramos aquí con una de las discrepancias entre la apropiación
formal y la apropiación real de la fuerza de trabajo por el capital, que se
ha evidenciado anteriormente: la que existe entre un modo de explotación
básicamente extensivo y un modo de explotación básicamente intensivo.
Mientras que en régimen de apropiación formal el saqueo y la contaminación
generalizadas de la naturaleza obliga al capital a desplazar continuamente
su ámbito de explotación en el espacio y a diferir sin cesar en el tiempo la
contabilización de sus efectos destructivos, y por tanto a ampliar el
espacio-tiempo de su ámbito de explotación de la naturaleza, la apropiación
real se propone, por el contrario, profundizar esta última intensificándola,
es decir, maximizando los beneficios que puede obtener al tiempo que
minimiza lo que le cuesta.



La diferencia entre la apropiación formal y la apropiación real de la
naturaleza por el capital puede definirse tal vez de la manera más
pertinente con referencia a las dimensiones de la naturaleza a las que
afectan, a saber, lo que en la antigua Grecia llamaban, respectivamente, el
kosmos por un lado y la physis por otro 23/. La apropiación formal afecta
esencialmente a la dimensión cósmica de la naturaleza: a la naturaleza como
kosmos, es decir, como conjunto ordenado (incluso sistémico) de elementos,
de seres o fenómenos naturales, de los que se apropia como tales, separando
unos de otros o asociando unos con otros si es preciso.



A su vez, la apropiación real afecta a la dimensión física de la naturaleza:
a la naturaleza como physis, es decir, como fuerza de producción y
reproducción de los elementos, seres o fenómenos naturales, que los hace
surgir, los mantiene en la existencia, pero que también los conduce
inexorablemente a su fin. En suma, al apropiarse realmente de la naturaleza,
el capital trata de apoderarse (de instrumentalizar para sus propios fines
de valorización) de la productividad de la naturaleza, léase: de su poiesis,
su capacidad de creación y destrucción de seres y fenómenos. Se trata de
forzar la materia a producir lo que no produce directamente, por sí misma,
en cierto modo… naturalmente: materiales artificiales, procesos
artificiales, ecosistemas artificiales, organismos vivos artificiales,
inteligencia artificial, etc. Pero esto también puede consistir, a la
inversa, en impedirle que produzca lo que produce naturalmente y que es
perjudicial para la valorización del capital. En suma, esto equivale siempre
a artificializar la naturaleza de alguna manera so pretexto de mejorarla o
de perfeccionarla, eufemismos que enmascaran y justifican al mismo tiempo su
subordinación más estrecha posible a las exigencias de la valorización del
capital y, más ampliamente, de su reproducción.



Un ejemplo. La apropiación progresiva por el capital del material genético
en la base de la reproducción vegetal o animal nos proporciona una
ilustración significativa. Ha resultado contradictoriamente en un
empobrecimiento de este material por selección de las especies más rentables
(aquellas cuya valorización es más lucrativa), y en su enriquecimiento (en
forma de material genético artificial) por hibridación y finalmente por
ingeniería genética, de manera que también en este caso produce seres vivos
lo más valorizables posible (en este sentido apropiado al capital) en forma
de organismos genéticamente modificados (OGM).



Veamos el ejemplo del maíz 24/. Desde tiempos ancestrales, poblaciones
rurales han cultivado maíz (al igual que otras plantas) contentándose con
reservar una parte de los granos cosechados en una temporada para sembrarlos
de nuevo y propiciar así una nueva cosecha; las poblaciones solían
considerar las semillas un bien común, que se compartía, se intercambiaba,
se entregaba a personas recién llegadas que se instalaban en un terreno para
cultivarlo, etc. Mientras esto fue así, no era concebible ni posible ninguna
apropiación privativa del patrimonio genético, ni por tanto ninguna
valorización del capital sobre la base de tal apropiación: la capacidad de
los seres vivos (de la materia animada) de reproducirse por sí mismos, que
es una de sus características fundamentales, representaba una barrera
infranqueable para semejante propósito.



Superar esta barrera comportó varias etapas, visibles en el caso de Estados
Unidos, pioneros en la materia. La primera culmina a mediados del siglo XIX.
Sobre la base de la constatación empírica de que ciertas variedades
naturales de maíz son más productivas que otras, las autoridades federales,
deseosas de garantizar la seguridad alimentaria del país en un contexto de
crecimiento demográfico rápido por efecto sobre todo de una inmigración
cuantiosa y continua, crean y desarrollan institutos universitarios y
explotaciones agrarias modelo de propiedad estatal, destinadas a identificar
y seleccionar las variedades más productivas (mediante la investigación y
campañas de recogida fuera del país: en América Latina, África y Extremo
Oriente) y ponerlas a disposición de los agricultores, aconsejando a estos
sobre su uso.



La etapa siguiente contempla la difusión, a comienzos del siglo XX, de los
resultados de los trabajos pioneros de Gregor Mendel (1822-1884) sobre la
genética vegetal, que hizo posible la hibridación de semillas para producir
variantes artificiales de maíz con cualidades particularmente deseadas
(desde el punto de vista de su productividad, su resistencia, el peso y
tamaño de los granos, su forma o color, etc.). De este modo, la selección de
variedades de maíz dejará de estar en manos de los propios agricultores para
correr a cargo de biólogos que trabajan en institutos universitarios y
explotaciones modelo de propiedad estatal, de los que aquellos pasarán a
depender.



Se supera una tercera etapa cuando gracias a la genética mendeliana se crean
variedades de maíz no cruzadas (o sea, consanguíneas) y variedades de maíz
híbridas (por cruce de las anteriores), cuya productividad es
particularmente elevada, pero que tienen el inconveniente de ser estériles
(sus granos no pueden utilizarse como semillas). Inconveniente para los
agricultores, pero una oportunidad muy lucrativa para los vendedores de
semillas. Porque entonces se abre también la posibilidad de una valorización
capitalista sobre la base de la producción de estas semillas artificiales:
por un lado, estas podrán considerarse propiedad privada de quienes las han
creado, patentándolas y vendiéndolas como tales, con lo que se creará un
mercado de semillas allí donde antes no existía; mientras que, por otro
lado, la esterilidad de estas semillas garantiza a sus ingenieros un mercado
continuamente renovado, dado que los productores agrícolas que utilizan
dichas semillas están obligados a comprar nuevas para cada campaña de
producción. Así es como se crearán y prosperarán rápidamente empresas de
semillas. Algunas de ellas, como Cargill o Funk Seeds, se han convertido hoy
en verdaderas multinacionales.



En estas condiciones, la puesta a punto de OGM con ayuda de la ingeniería
genética no aparece más que como la última etapa de un proceso de
apropiación capitalista de las semillas, combinando expropiación de los
productos agrícolas (que en este caso se limita a la desposesión de uno de
sus principales medios de producción, las semillas, pero que al mismo tiempo
implica su dependencia con respecto al conjunto de condiciones económicas y
técnico-científicas de su producción), apropiación privativa de un bien que
antes era común, creación de un mercado (de intercambios de mercancías y
dinero) en vez del reparto de este bien común, y transformación de la
naturaleza (producción de artefactos materiales que supone la movilización
de conocimientos científicos y de todo un aparato técnico) que permitan las
operaciones precedentes.



La apropiación real del proceso de trabajo y la de la naturaleza han
procedido en este caso al mismo ritmo. Las consecuencias son una agricultura
productivista, el sacrificio de la biodiversidad en aras a organismos
(vegetales y animales) artificiales particularmente vulnerables a las
agresiones de parásitos, bacterias o virus, cuya protección supone nuevos
insumos (insecticidas, plaguicidas, antibióticos, etc.) y nuevos OGM
resistentes a estos últimos, con lo que los productores resultan todavía más
dependientes y expuestos a riesgos sanitarios, y se provocan contaminaciones
ambientales más amplias, etc.



Altius, citius, fortius. El ejemplo anterior no implica que la apropiación
real de la naturaleza se limite a los procesos de producción aplicados a la
materia viva, mientras que los que se aplican a la materia inanimada solo
pueden dar lugar a una apropiación formal, como defienden por su parte Boyd,
Prudham y Schurman, como he señalado más arriba. Para convencerse de ello
basta mencionar la producción, la invención misma en todos los sentidos del
término, bajo la égida del capital, de esos materiales artificiales
inanimados que son el hormigón (más exactamente el hormigón de cemento), los
plásticos, las fibras artificiales o de síntesis, los elementos
transuránicos (como el plutonio), etc.



Boyd, Prudham y Schurman, en cambio, definen perfectamente las diferentes
finalidades generales de la apropiación real de la naturaleza por el
capital: “En suma, la naturaleza se (re)hace con el fin de trabajar más
duro, más rápido y mejor (harder, faster and better)” (página 564). Esto me
ha incitado a retomar para ello, reinterpretándola e invirtiendo en parte el
orden de los términos, la divisa del Comité Olímpico Internacional (COI):
Citius, Altius, Fortius (más rápido, más alto, más fuerte) 25/. Dentro de
los límites de este artículo, tendré que contentarme con explicar en qué
sentido cada una de estas finalidades obedece al imperativo de maximización
de la valorización del capital, cuáles han sido las principales vías y
medios de su realización, ilustrándolas con algunos ejemplos entre muchos
otros posibles.



Altius. La primera finalidad de la apropiación real de la naturaleza es una
prolongación directa de la que tiene la apropiación real del proceso de
trabajo, a saber, el aumento de la productividad del trabajo: conseguir que
el trabajo vivo sea más productivo, o dicho de otro modo, permitir que una
misma cantidad de trabajo vivo se materialice en una cantidad superior de
productos u obtener una cantidad determinada de productos consumiendo una
cantidad menor de trabajo vivo. Dado que todo aumento de la productividad
del trabajo permite reducir el valor del capital variable (desvalorizar la
fuerza de trabajo) y del capital constante (desvalorizar los elementos
materiales que lo componen, en particular las materias de trabajo, aunque
también los medios de trabajo), permite aumentar, ceteris paribus, la tasa
de plusvalía y reducir la composición orgánica del capital, y por tanto
incrementar la tasa de beneficio.



Ahora bien, la naturaleza desempeña una función clave en el alza o la baja
de la productividad del trabajo, en la medida en que contribuye a determinar
la cantidad de productos en la que puede materializarse una cantidad
determinada de trabajo vivo. Y puede hacerlo bien oponiendo obstáculos más o
menos importantes a la explotación de sus recursos, bien, por el contrario,
ofreciendo oportunidades más o menos favorables a esta explotación, o bien
exponiendo el resultado del proceso de trabajo a riesgos más o menos
incontrolables: pensemos, por ejemplo, en la dependencia de las cosechas de
las condiciones meteorológicas. La apropiación real de la naturaleza
consistirá aquí en transformar la naturaleza con miras a apartar tales
obstáculos, a explotar mejor estas oportunidades o a dominar dichos riesgos,
siempre con el fin de hacer que el trabajo sea lo más productivo posible.



Para aumentar la productividad del trabajo agrícola y reducir por
consiguiente el valor de los productos agrarios, o sea, el de los alimentos,
que durante mucho tiempo fueron el principal componente del valor de la
fuerza de trabajo, además de la mecanización o automatización del trabajo
agrícola (como el desarrollo de máquinas de ordeñar capaces de detectar las
ubres de cada vaca y adaptarse automáticamente), ha habido que recurrir al
uso masivo de plaguicidas e insecticidas, modificar el régimen alimenticio
del ganado (como dar a comer harinas animales a bovinos) y su dopaje
hormonal para incrementar su peso y acelerar su crecimiento, la producción
de OGM, etc. La reducción del coste de la ropa, además de la mecanización y
de la automatización de la industria textil y su migración masiva a las
zonas de bajos salarios de las formaciones semiperiféricas y periféricas, ha
supuesto el desarrollo y la difusión masiva de fibras sintéticas (nailon,
fibras acrílicas, etc.), básicamente por polimerización; lo que por otro
lado ha permitido hacer la competencia ventajosamente a la producción
doméstica de ropa.



La disminución del coste de la construcción, otro componente esencial del
valor del trabajo también ha implicado, además de una mecanización intensiva
de las operaciones de producción, el desarrollo de toda una serie de
materiales artificiales, como el hormigón de cemento, las placas de yeso
(Pladur), diferentes tipos de plásticos, pinturas sintéticas, etc. Y la
reducción del coste del mobiliario y de los aparatos electrodomésticos ha
procedido del mismo modo, recurriendo masivamente a los plásticos, maderas
artificiales (compuestas de fibra de madera y resinas plásticas), etc.



La reducción del coste de producción de los elementos que componen el
capital constante ha supuesto, con respecto a las materias de trabajo, el
desarrollo de toda una multitud de materiales artificiales, desde diferentes
calidades de fundición y de acero hasta semiconductores, además de algunos
que se han enumerado en el párrago anterior. Y con respecto a los medios de
trabajo, habría que mencionar las generaciones sucesivas de motores (motores
térmicos de combustión interna o externa, motores eléctricos) y de
generadores eléctricos (impulsores, turbinas, placas fotovoltaicas, etc.)
que permiten la conversión de unas formas de energía en otras.



Citius. Una segunda finalidad de la apropiación real de la naturaleza por el
capital es la aceleración de la rotación del capital. En efecto, cuanto más
rápida sea esta rotación, tanto mayor es la valorización del capital 26/.
Por consiguiente, el capital necesita reducir tanto como sea posible la
duración de los dos procesos de que se compone su ciclo: el proceso de
producción y el proceso de circulación. Con esta doble finalidad emplea
múltiples métodos. Aquí solo contemplaremos los que implican una apropiación
real de la naturaleza tal como la entiendo en este contexto.



El proyecto de reducir la duración del proceso de producción pasa
esencialmente por dos vías. La primera, la más conocida, no nos interesa
aquí: es la que consiste en aumentar al máximo el proceso de trabajo hasta
conseguir que sea continuo (mediante el trabajo por turnos), muy a menudo a
costa de la fuerza de trabajo (de la salud de la clase trabajadora). La
segunda, en cambio, entra en nuestro ámbito; supone la la reducción máxima
del tiempo de producción en la medida en que difiere del tiempo de trabajo,
como ocurre cada vez que el proceso de trabajo emplea procedimientos
químicos o bioquímicos que comportan la maduración del producto
independientemente de toda intervención humana. Esto se observa no solo en
las industrias químicas o farmacéuticas, sino también en la agricultura y
las industrias agroalimentarias. De ahí la investigación y el desarrollo de
procedimientos para forzar tales procesos químicos y bioquímicos con el fin
de acelerarlos, inclusive cuando se trata de procesos biológicos de
maduración de vegetales o animales).



De la selección de especie hasta las manipulaciones genéticas, pasando por
el uso masivo de numerosos insumos artificiales (plaguicidas, insecticidas,
antibióticos, hormonas del crecimiento, alimentos sintéticos, etc.), de este
modo se ha podido reducir el tiempo necesario para la maduración de
frutales, hortalizas y ganado; por ejemplo, entre 1955 y 2005, el periodo
necesario para obtener pollos aptos para el consumo se ha reducido de 73 a
42 días 27/. Con los inevitables destrozos más o menos graves que ello puede
engendrar, de los menos malos (si se puede decir con respecto a la
degradación de la calidad gustativa y nutritiva del producto) a los peores:
el riesgo para la salud del animal y del ser humano, como se vio en el caso
de la epidemia de encefalitis espongiforme bovina, el famoso escándalo de
las llamadas vacas locas, donde las únicas locas fueron las prácticas
consistentes en utilizar harinas animales para alimentar al ganado bovino,
así como las autoridades políticas y científicas que las habían amparado.



“[El] capital tiende a una circulación sin tiempo de circulación” 28/. Este
horizonte utópico de anulación pura y simple del tiempo de circulación, el
capital trata de alcanzarlo (sin conseguirlo) con muy diversos medios. Aquí
solo nos interesan los referidos a la aceleración de la circulación del
capital en la medida en que tengan que ver con la del capital en forma de
mercancías en curso de realización en el mercado, es decir, con el
transporte, el almacenamiento, la manutención, etc., de los valores de uso
en los que está materializado el valor en proceso. Una circulación que hoy
en día ha adquirido una dimensión planetaria, no lo olvidemos.



Esta aceleración se produce, por un lado, a través de la de los medios de
transporte (por carretera, fluviales, marítimos, aéreos); mediante un
aumento constante de la potencia de los motores de los vehículos (con un
aumento no menos constante de las emisiones de gases de efecto invernadero
generadas por esos motores, que siguen dependiendo en lo esencial de
productos petroleros, pese a la mejora de su eficiencia energética); con la
extensión y densificación de las vías de circulación y la transformación de
la propia naturaleza de estas (una vez más recurriendo de nuevos materiales:
asfalto, macadán, etc.); la uniformización y normalización de los
receptáculos de transporte (como el desarrollo de contenedores que favorecen
la intermodalidad) y, claro está, la agravación de las condiciones de
trabajo del personal asalariado de los sectores del transporte.



La aceleración de la circulación del capital-mercancías también se basa en
el desarrollo de los medios y las redes de comunicación; en efecto, la
circulación de la información ha visto aumentar enormemente su velocidad
desde la correspondencia postal hasta la comunicación electrónica actual,
pasando por el telégrafo y el teléfono 29/. Pero también ha procedido, por
otro lado, en la forma y por medio de una urbanización generalizada de la
sociedad, es decir, mediante la creciente concentración de las poblaciones,
de las actividades, de sus localizaciones y desplazamientos, dentro y en el
entorno de centros urbanos cada vez más grandes, hasta la aparición de
megalópolis y conurbaciones de varias decenas de millones de habitantes. Si
en el primer caso se trata de abolir el espacio con el tiempo (reducir el
tiempo de desplazamiento entre dos puntos), en el segundo se busca, en
cambio, abolir el tiempo con el espacio (concentrando y densificando al
máximo las actividades por las que se produce y reproduce el capital). Lo
que está en juego en este terreno es literalmente la completa remodelación
de la superficie de nuestro planeta y una artificialización creciente del
entorno vital (del espacio-tiempo cotidiano) de una creciente mayoría de
seres humanos, con la alteración de todos los ecosistemas, locales y
planetarios, que esto implica.



Fortius. La tercera finalidad fundamental de la apropiación real de la
naturaleza consiste en blindar el capital (la valorización del capital)
frente a todos los riesgos naturales que pueden amenazarle reforzando la
fiabilidad del proceso de producción y de sus resultados. Se trata tanto de
controlar, regular y pilotar este proceso mismo para asegurar que llegue a
buen fin con los resultados esperados como de prevenir la degradación de los
productos acabados, al menos mientras no hayan experimentado la última
metamorfosis que interesa al capital: su venta en el mercado.



Si figura en el horizonte de todas las industrias, cualesquiera que sean,
esta última finalidad adquiere una importancia particular en aquellas en que
el proceso de trabajo no se aplica a una materia inerte, sino a un proceso
natural de transformación de la materia. Es el caso, en particular, de la
agricultura, de las industrias agroalimentarias, así como de las industrias
químicas y farmacéuticas e incluso de la industria siderúrgica. En general,
esto no es posible sin un conocimiento científico de los procesos naturales
en curso ni sin los instrumentos y las técnicas de control y regulación de
estos procesos.



Para limitarme a la industria agroalimentaria, esto ha mejorado sin duda las
condiciones de conservación de los alimentos, evitando su alteración y
degradación rápidas y los riesgos inherentes para la salud de los y las
consumidoras (sobre todo el desarrollo de bacterias). Así, podemos
felicitarnos de las virtudes sanitarias de la pasteurización, si bien sus
efectos nutritivos y sobre todo organolépticos son discutibles en relación
con ciertos productos (por ejemplo, la cerveza o el vino). En cambio,
diveros conservantes, minerales u orgánicos, utilizados en este sector han
causado trastornos sanitarios, algunos sumamente graves (obesidad, diabetes,
cánceres).



Además, esta tercera finalidad de la apropiación real de la naturaleza por
el capital nos revela una verdadera contradicción interna. Cuanto más se
desarrolla este régimen de apropiación, tanto más se ve la naturaleza
manipulada y forzada a producir artefactos que se salen del ámbito de sus
productos espontáneos, y tanto más se presenta el riesgo de engendrar
efectos imprevistos y de hecho imprevisibles debido al carácter
necesariamente limitado de nuestro conocimiento de la naturaleza, efectos
que en algún caso pueden resultar muy peligrosos. La aparición de nuevas
bacterias resistentes a los antibióticos, del mismo modo que la de parásitos
de plantas que (ya) no se consiguen erradicar con plaguicidas o
insecticidas, son otros tantos ejemplos de ello, sin mencionar ya las
pandemias víricas generadoras de zoonosis que se han multiplicado en los
últimos decenios, de las que la covid-19 no es más que la más reciente. En
pocas palabras, el forzamiento y la desnaturalización permanentes e
intensificadas de la naturaleza que practica la apropiación real de esta por
el capital son una amenaza directa a los intentos de prever, prevenir y
dominar los riesgos a los que la naturaleza puede exponer el proceso de
trabajo y, por tanto, el proceso de valorización, que sin embargo son parte
integrante de las finalidades de esta misma apropiación real.



Cuestión social y cuestión ecológica



Acumulación de trabajo muerto que solo puede subsistir absorbiendo
constantemente trabajo vivo, como un vampiro, el capital parasita así
necesariamente los dos factores de todo trabajo vivo que son la fuerza de
trabajo humana y la naturaleza, apropiándose de ellas. Esta apropiación no
solo lleva a explotarlas absorbiendo su sustancia y por consiguiente
debilitándolas y degradándolas; más fundamentalmente todavía, las
desnaturaliza, en la medida en que la penetración del capital les transmite
la esencia misma de este último. En ambos casos, el muerto se apodera del
vivo y tiende a matarlo a su vez. La obra del capital se muestra así
esencialmente mortífera 30/.



Esta fuerza mortífera del capital no es otra que la del valor, esa forma
abstracta y alienada en la que el capital introduce toda la riqueza social y
sus factores, el trabajo humano y la naturaleza. Revela que, valor en
proceso, el capital convierte en contradicción antagónica la simple
diferencia entre valor de uso y valor que se manifiesta en la mercancía. Una
contradicción que opone la calidad a la cantidad, la diversidad (la
variedad, la diferencia) a la uniformidad (identidad), la heterogeneidad a
la homogeneidad, la incomparabilidad y la incomensurabilidad a la
equivalencia (que implica la comparabilidad y la comensurabilidad), el
crecimiento ilimitado al desarrollo determinado cualitativamente, la
complejidad (dado el carácter relacional y sistémico de los seres y los
fenómenos naturales) a la simplicidad, la divisibilidad (separabilidad) a la
interconexión orgánica de los elementos en el interior de los ecosistemas,
el arraigo (la localización única) al desarraigo sistemático (la movilidad
universal), la irreproducibilidad a la reproducibilidad, la irreversibilidad
a la reversibilidad, la cooperación para la vida a la competición por la
ganancia, etc. 31/



Todos estos desarrollos descritos demuestran claramente que la cuestión
social y la cuestión ecológica tienen una raíz común, en este caso la
apropiación vampírica por el capital del proceso de producción y lo que la
hace posible, las relaciones de producción capitalistas, de las que la
expropiación de los productores es el hecho fundacional. Por consiguiente,
es teóricamente erróneo y políticamente inoperante separarlas, oponer una a
otra o jerarquizarlas subordinando una a otra. La lucha contra el
capital-vampiro ha de ser a la vez, igual y simultáneamente, roja y verde,
atacando tanto la manera en que aquel domina y explota el trabajo humano
como la manera en que explota y domina la naturaleza, fenómenos que por
cierto operan casi siempre de forma concertada.



Por decirlo aún de otro modo, el socialismo ha de ser ecológico mientras que
la ecología política ha de ser socialista. Esto implica profundas revisiones
críticas por parte de la mayoría de movimientos y organizaciones socialistas
actuales (o lo que queda de ellas) y de sus réplicas ecologistas (al menos
de las que no se han reducido ya a la mera función de claca de un ilusorio
capitalismo verde 32/), en todos los aspectos (programáticoos, estratégicos
y organizativos). Revisiones que no puedo detallar aquí.



Porque tal como muestra lo expuesto hasta aquí, estas dos cuestiones, la
social y la ecológica, solo podrán resolverse conjuntamente, mediante la
eliminación del capital-vampiro. Una eliminación que exige clavar una estaca
en el corazón mismo del capital: en su apropiación privativa de los medios
de producción sociales a través de la que se apropia tanto del trabajo
humano como de la naturaleza.



Notas



18/ En biología, este término designa el conjunto de reacciones químicas que
se producen en el interior de un ser vivo y que le permiten seguir viviendo,
es decir, mantener su organización sistémica propia y reproducirse. Empleo
aquí este término para traducir la palabra alemana Stoffwechsel, que
significa, literalmente, intercambio de materias (o sustancias). Designa por
tanto el conjunto de los intercambios materiales (inclusive en sus
dimensiones energéticas e informativas) entre el ser humano y la naturaleza.
En cambio, en la traducción del Tomo I publicada por Jules Roy bajo la
supervisión de Marx, la palabra Stoffwechsel en este pasaje se ha traducido
por “intercambios materiales” (Le Capital, Editions Sociales, op. cit., tomo
I, página 186).

19/ Crítica del programa de Gotha,
https://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/gotha/critica-al-programa-de-goth
a.htm .

20/ Siguiendo a John Bellamy Foster, toda una corriente del ecomarxismo
estadounidense ha erigido esta perturbación del metabolismo entre el ser
humano y la naturaleza (Foster habla incluso de metabolic rift: falla o
ruptura metabólica) en el centro de su enfoque de la problemática ecológica.
Hallaremos una síntesis en John Bellamy Foster, Brett Clark y Richard York,
“The Ecological Rift: Capitalism’s War on the Earth”, Nueva York, Monthly
Review Press, 2010. Me gustaría abrir aquí una perspectiva distinta que,
partiendo también de la crítica marxiana, me parece más amplia.

21/ Con esto retomo una propuesta que ya avanzaron William Boyd, W. Scott
Prudham y A. Rachel, “Industrial Dynamics and the Problem of Nature”,
Society and Natural Resources, n°14, 2001, páginas 555-570. Sin embargo,
contrariamente a estos, para quienes “solamente las industrias que operan
sobre procesos vivos [biological based industries] ofrecen la posibilidad de
pasar de una subsunción formal a una subsunción real” (página 567), no
pienso que la diferencia entre apropiacón formal y apropiación real de la
naturaleza por el capital pueda reducirse (en lo esencial) a la que existe
entre un proceso de producción que opera sobre la materia inanimada y un
proceso de producción que opera sobre una materia animada (viva). No
obstante, esto no implica negar la especificidad de los problemas a los que
se enfrentan estos últimos ni las modalidades propias según las cuales han
tratado de afrontarlos.

22/ No puedo exponer aquí todos los presupuestos de estas proposiciones. No
obstante, entre ellos se incluye la tesis de que, si lo que comúnmente
llamamos naturaleza no es más que materia, esta contiene portencialidades
que la naturaleza no actualiza o solo actualiza en parte. Esto supone a su
vez la necesidad de ramificar el concepto de materia más allá de sus
dimensiones clásicas de espacio, tiempo, masa, energía e información.

23/ Por physis, los griegos entendían, en lo que llamamos comúnmente
naturaleza, el principio de producción de todas las cosas (de todos los
fenómenos, procesos y seres naturales), que las lleva a existir, las
mantiene en la existencia, pero al final también las hace perecer. El
kosmos, en cambio, era el universo natural tal como está ordenado, sometido
a regularidades, proporciones, leyes, etc., en oposición al caos (en griego
antiguo khaos), del que surgió originalmente. En este sentido, physis y
kosmos son dos principios opuestos y al mismo tiempo complementarios que
coexisten en el universo (naturaleza).

24/ Retomo aquí el análisis propuesto por Noel Castree, “Marxism,
Capitalism, and the Production of Nature” en Bruce Braun y Noel Castree
(éd.), Social Nature, Londres, Routledge, 2001, páginas 195-202.

25/ Esta reinterpretación se justifica en la medida en que el deporte, del
que el COI es la coronación institucional a escala planetaria, puede
analizarse como una de las principales prácticas de la apropiación real de
la naturaleza en el ser humano (o sea, el cuerpo humano) por el capital.
Toda la obra de Jean-Marie Brom, a la que me remito, lo demuestra. Es esta
una dimensión más de la apropiación capitalista de la naturaleza, que
merecería un estudio específico, pero que en este marco he de contentarme
con mencionar sin más.

26/ La rotación del capital es la repetición periódica de su proceso
cíclico, unidad de su proceso de producción y de su proceso de circulación.
El tiempo de rotación es la duración de este periodo: es la suma de los
periodos de producción y de circulación de que se compone el proceso
cíclico. Es el plazo a cuyo término el capital inicialmente adelantado ha
retornado íntegramente y puede emprender, por tanto, un nuevo ciclo completo
de metamorfosis. Es este un factor que los análisis y debates en torno a los
conceptos de ganancia media y de baja tendencial de esta omiten
regularmente, centrándose en la mera composición orgánica del capital. No
obstante, la ganancia se mide relacionando la cantidad total de plusvalía pl
generada durante determinado lapso de tiempo (por ejemplo, un año) con la
masa C del capital que hubo que adelantar para generarla. Por consiguiente,
cuanto más rápida sea la rotación del capital C a lo largo de este año,
tanto más numerosas serán las rotaciones que puede efectuar el capital
durante este lapso de tiempo y mayor será, por tanto, la masa de plusvalía
generada al mismo tiempo sin tener que avanzar capital suplementario, es
decir, por una cantidad dada de capital. Todo esto lo desarrolla Marx en el
segundo capítulo del Tomo II de El Capital.

27/ Ejemplo citado por Jason Moore, “The End of the Road? Agricultural
Revolutions in the Capitalist World-Ecology, 1450-2010”, Journal of Agrarian
Change, vol. 10, n° 3, 2010, página 408.

28/ Manuscrits de 1857-1858 (Grundrisse), op. cit., página 631.

29/ Así, circular sin tiempo de circulación ha pasado hoy a ser
prácticamente posible para el capital-dinero, al menos en su aplicación
financiera, ya que puede desplazarse de una bolsa a otra en tiempo real, o
sea, a la velocidad de la luz.

30/ Cf. “Prendre au mot les dimensions mortifères du capitalisme”, A
Contre-Courant, n° 214, mayo de 2010. En línea:
http://www.acontrecourant.org/wp-content/uploads/2010/11/acc-214.pdf

y
https://alencontre.org/debats/prendre-au-mot-la-dimension-mortifere-du-capit
alisme.html

31/ Esta serie de oposiciones ha sido desarrollada en parte por Jason Moore
en “Transcending the Metabolic Rift: A Theory of Crises in the Capitalist
World Ecology “, Journal of Peasant Studies, vol. 38, n° 1, 2011 y “The
Value of Everything? Work, Capital, and Historical Nature in the Capitalist
World-Ecology”, Review (Fernand Braudel Center), vol. 37, n° 3-4, 2014.

32/ Cf. Daniel Tanuro, “L’impossible capitalisme vert”, La Découverte, 2012.

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