Crisis del capitalismo/ Desabastecimiento. [Luis González Reyes]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mie Nov 17 11:12:09 UYT 2021


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Correspondencia de Prensa

17 de noviembre 2021

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Crisis del capitalismo



Desabastecimiento



La esencia de la carestía de bienes es el choque de un sistema que necesita
expandirse constantemente con la imposibilidad física y ecosistémica de
sostener esta expansión.



Luis González Reyes *

ctxt, 17-11-2021

https://ctxt.es/es/



El otoño de 2021 está atravesado por una palabra: desabastecimiento. Por
ejemplo, faltan chips (lo que afecta a industrias como la de los móviles o
la automoción) y materiales de construcción (madera, pinturas, acero). Por
faltar, empieza a haber carencia hasta de bebidas alcohólicas. De manera
acoplada, aumenta el precio de distintas mercancías, como la electricidad.
Esta situación tiene detrás un incremento de la demanda fruto de una cierta
reactivación económica, pero la clave está en analizar por qué esa demanda
no se está pudiendo cubrir.



Para escudriñar respuestas necesitamos una mirada no unidimensional, pues lo
que estamos viviendo es el resultado de múltiples factores entrelazados. Uno
de los elementos detrás del desabastecimiento es el logístico: después del
parón impulsado por la covid-19, las cadenas de producción y distribución
globales no son capaces de ponerse en marcha de manera automática. Necesitan
tiempo para restablecer el ritmo de transporte marítimo o el funcionamiento
de los puertos.



Se suma el modelo económico. Una producción just in time, sin
almacenamiento, y en la que la especialización productiva territorial es muy
alta (por ejemplo, la mayoría de los chips del mundo se fabrican en Taiwán)
hace que el sistema sea muy vulnerable. Ante el fallo de un nodo de
producción mundial, como está sucediendo con el de chips en Taiwán, no hay
stock que pueda sostener durante un tiempo la demanda hasta que la
producción se recupere. También forma parte del modelo económico imperante
un control oligopólico de muchos sectores, como el del transporte marítimo
global o el de la producción eléctrica en España, que permite a estos
actores usar su posición de fuerza. Y una fijación de precios que depende en
buena parte de los mercados financieros, que suelen ser amplificadores de
los precios altos, por ejemplo de materias primas, pues fomentan procesos
especulativos.



Al modelo económico se añade la crisis económica que se arrastra desde, al
menos, 2007, que impulsa una desinversión en diferentes sectores. Sin
expectativa clara de beneficios, los capitalistas no invierten en la
economía productiva y desvían sus búsquedas de lucro hacia la financiera. El
sector petrolero ilustra bien este hecho. A pesar de que cada vez cuesta más
extraer petróleo, pues está situado en lugares más inaccesibles (en aguas
ultraprofundas, en regiones árticas o embebido en rocas duras), las
empresas, en lugar de estar aumentando su inversión, la están reduciendo. La
causa detrás de esto es sencilla: simplemente no les sale rentable, como
muestra la quiebra en cadena de corporaciones especializadas en fracking
desde 2020 o el anuncio de petroleras de tamaño medio como Repsol de que van
a abandonar el sector. Esto redunda en una menor disponibilidad de bienes
incluso cuando sube la demanda, pues un campo petrolero requiere años para
ser puesto en funcionamiento.



Las decisiones políticas también desempeñan un papel en el proceso de
desabastecimiento. De este modo, el brexit, combinado con las medidas de
restricción migratoria, han impulsado la falta de camioneros en Reino Unido,
lo que contribuye al desabastecimiento. Otro ejemplo es cómo Rusia usa su
posición de fuerza con Europa (es uno de nuestros principales
suministradores de gas) para ganar terreno en la geopolítica global.



Tanto empresas como gobiernos han precarizado hasta lo intolerable la vida
de muchas personas que, simplemente, abandonan los sectores donde las
condiciones de trabajo son inadmisibles



Hay políticas de más largo aliento que también es necesario destacar, como
las laborales. Tanto empresas como gobiernos han precarizado hasta lo
intolerable la vida de muchas personas que, simplemente, abandonan los
sectores donde las condiciones de trabajo son inadmisibles. Nuevamente, el
sector de los camioneros es un buen ejemplo. Y esta precarización no es
consecuencia de la avaricia de unas pocas personas (o, al menos, no solo),
sino que está relacionada con los procesos de desinversión y, en definitiva,
con la crisis estructural del capitalismo. Como nuestro sistema
socioeconómico no consigue recuperar altas tasas de reproducción del
capital, presiona a los eslabones más débiles para intentarlo. Dicho de otro
modo, la precariedad laboral es una política hasta cierto punto inevitable
en una coyuntura de debilidad de las fuerzas populares en un sistema
altamente competitivo y en crisis que es ciego a cualquier otro imperativo
que no sea reproducir el capital.



Pero todo esto es insuficiente para comprender lo que sucede si no sumamos
la mirada ambiental. Vivimos en un planeta de recursos finitos y estamos
alcanzando los límites de disponibilidad de distintos materiales. Por
ejemplo, la extracción de plata, necesaria junto a otros 40 elementos para
la producción de móviles, pues es uno de los que integran los chips, está
estancada desde hace años como consecuencia de los límites de disponibilidad
geológica. El problema no se restringe a la plata, sino que abarca el
cadmio, el cobalto, el cromo, el cobre, el indio, el litio, el manganeso, el
níquel, el plomo, el platino, el teluro o el zinc. Los impactos se extienden
por el conjunto de la economía, pues sin una disponibilidad creciente de
estos elementos no se pueden fabricar cada vez más molinos eólicos,
ordenadores, acero o coches.



No solo faltan materiales, sino también energía. El aumento del precio del
gas es el principal vector que está haciendo crecer los precios de la
electricidad en España y en otros lugares de Europa. Los principales
suministradores de gas a la Unión Europea son Rusia y Argelia y ambos países
están atravesando una situación similar: su capacidad extractiva de este
combustible fósil está estancada desde hace años. Es más, su consumo interno
aumenta, lo que hace que su posibilidad exportadora se resienta más, lo que
tensiona los precios al alza. Y, sin cambiar de modelo, hay pocas opciones,
pues el gas se transporta mal por mar (es caro y podemos moverlo en
cantidades pequeñas si las comparamos con el consumo), lo que excluye como
alternativa el gas estadounidense o catarí.



La situación del gas no es única dentro del panorama energético. La
extracción de petróleo parece que llegó a su máximo en 2018 y esto es
fundamental en la articulación de la economía global, pues alrededor del 95%
del transporte quema derivados del petróleo. Es más, este transporte depende
sobre todo del diésel, que está en caída por lo menos desde ese 2018. Y
podemos añadir el carbón, pues detrás de los apagones en la red eléctrica
china está su dificultad para encontrar este combustible en cantidades
suficiente en sus propias minas y en las internacionales. Por ejemplo, ha
levantado el veto que tenía a la importación de carbón australiano, pero ni
con esas consigue garantizar una producción eléctrica que evite cortes
recurrentes.



El cambio climático también está contribuyendo a la situación. Volviendo a
Taiwán, principal productor mundial de chips, allí el cambio climático está
siendo un factor determinante en la sequía que sufre el país. Esto está
afectando a la producción de chips, pues Taiwan Semiconductor Manufacturing
Company (TSMC), líder mundial de esta industria, utiliza 156.000 toneladas
de agua al día en la producción de sus chips. Y si no hay agua…



Incluso la crisis ecosistémica ha empujado al desabastecimiento. Los
problemas logísticos como consecuencia de la pandemia de covid-19 se
relacionan con la pérdida de biodiversidad, pues hay una amplia bibliografía
científica que señala que la ruptura de los equilibrios ecosistémicos es
determinante en la expansión de enfermedades zoonóticas (que provienen de
otros animales) que estamos viviendo en los últimos años. Una de estas
enfermedades, como sabemos, es la covid-19 que, combinada con unos
insuficientes servicios sanitarios y una fuerte interconexión global, ha
provocado una pandemia que ha obligado a ralentizar la economía entre
invierno de 2019 y verano de 2021.



Varias de las causas del desabastecimiento son coyunturales, pero otras,
como las ambientales, son estructurales e irresolubles. Por más dinero que
se invierta, no conseguiremos crear plata o gas nuevo en la Tierra. La
esencia del desabastecimiento es el choque de un sistema que necesita
expandirse constantemente con la imposibilidad física y ecosistémica de
sostener esta expansión.



Por ello, en el siglo XXI tenemos una gran disyuntiva: mantener un sistema
que nos aboca a un desabastecimiento, que será cada vez más profundo y
generador de desigualdades, o transformar radicalmente nuestra forma de
relacionarnos con el resto de la vida y entre las personas. Esta segunda
opción obliga a poner en marcha políticas de decrecimiento, localización e
integración del metabolismo humano en el funcionamiento del metabolismo de
la vida (o, dicho de otro modo, economías basadas en la agroecología y no en
la industria o los servicios). También a trascender el capitalismo a través
de una desmercantilización y desalarización de nuestras vidas. Y todo ello
debe realizarse con fuertes medidas de redistribución de la riqueza que nos
permitan vivir a toda la población mundial dignamente de manera austera. En
definitiva, tener vidas plenas en armonía con el conjunto de la vida sin
intentar, enfermiza y continuamente, traspasar los límites de nuestro bello
planeta. En Escenarios de trabajo en la transición ecosocial 2020-2030
proponemos ideas más concretas de cómo hacer esta gran transición para
nuestro territorio.



* Luis González Reyes es miembro de Ecologistas en Acción. Este artículo ha
sido redactado para Entrepobles.

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