Izquierda/Debates/ "No hay futuro sin elaboración del pasado". [Enzo Traverso - Entrevista]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Lun Oct 11 00:06:38 UYT 2021


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Correspondencia de Prensa

11 de octubre 2021

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Izquierda/Debates



Entrevista a Enzo Traverso *



“No hay futuro sin elaboración del pasado”



El historiador Enzo Traverso se ha consolidado como una de las voces más
destacadas de la escena marxista contemporánea. Tuvimos la oportunidad de
dialogar con él sobre el ascenso de la extrema derecha, la crisis actual y
la necesidad de elaborar el pasado para construir un nuevo «modelo» de
revolución.



Nicolas Allen/Martín Mosquera

Jacobin, 5-10-2021

https://jacobinlat.com/



-Hace algunos años, Étienne Balibar escribió que la tradición socialista
europea se estaba dividiendo en dos tendencias. Una cosmopolita, orientada a
extender la ciudadanía o los derechos humanos más allá de las fronteras
nacionales, representada intelectualmente por Habermas. Y otra centrada en
la defensa de los restos del Estado de bienestar, lo que suele implicar una
defensa de la Nación que, a su vez, se expone al riesgo de derivar en
orientaciones “rojipardas” (es decir, de preferencia nacional, restricción
de la entrada de migrantes, etc.). Las dificultades que experimentó Corbyn
ante el Brexit podrían entenderse como una confirmación de esta hipótesis.
¿Coincide con el diagnóstico?



No estoy totalmente de acuerdo con el diagnostico que dibujó Balibar. Seguro
destaca algunos elementos que existen en el contexto europeo en particular,
pero me parecen elementos que se ubican en secuencias históricas y políticas
distintas. El planteamiento posnacional de Habermas surgió en la década de
los ochenta, antes de la reunificación de Alemania, con la idea de una
identidad alemana posnacional como una manera de sobrepasar y de integrar la
memoria del Holocausto. Después, en la década de los noventa, Habermas
desarrolló su idea de lo posnacional en un contexto en el cual la izquierda
europea buscaba una nueva identidad, partiendo del presupuesto de que la
cuestión social estaba resuelta o que era una herencia del siglo XX, y que
en el siglo XXI la izquierda podría renovarse solamente a partir de
reivindicaciones centradas en los derechos humanos y de las minorías, como
por ejemplo el matrimonio gay. La teoría habermasiana, basada en un
paradigma comunicativo, alternativo al de clase, intentaba seducir a una
izquierda en búsqueda de nuevos modelos y acompañar la transición hacia una
nueva izquierda liberal.



Este es un razonamiento propio de la década de los noventa. Me acuerdo del
think tank del Partido Socialista francés, la Fundación Jean-Jaurès, que
planteó que el futuro de la izquierda era la ecología, las clases medias y
sus nuevas exigencias, y que había que sobrepasar los límites del Estado de
bienestar. En Italia fue el PDS [Partito Democratico della Sinistra, sucesor
del PCI] el que organizó un congreso bajo el eslogan de “care”, que nadie
entre sus delegados comprendía: una tentativa desesperada para llenar un
vacío espantoso. Pero ese debate, a mi parecer, quedó agotado. Porque, por
otro lado, la izquierda de la década de los noventa hizo la experiencia del
giro neoliberal y Alemania e Inglaterra fueron, precisamente, un laboratorio
desde este punto de vista. Schröder y Blair fueron el principio de la
metamorfosis neoliberal de la socialdemocracia.



Después de la crisis de 2008-2009 se difundió la consciencia, dentro y fuera
de Europa, de que la izquierda tenía la necesidad de reconectar las
reivindicaciones de derechos humanos, derechos de las minorías,
reivindicaciones culturales y ecológicas, con una defensa de los derechos
sociales duramente golpeados por el capitalismo neoliberal. Y lo que ocurrió
en los últimos meses con la crisis del COVID-19 y el posterior estallido
antirracista (primero en Estados Unidos y después a escala global) me parece
que indica justamente esta vía. El movimiento surgió, precisamente, como un
movimiento antirracista; pero ubicado en el marco de la crisis del COVID-19,
una crisis que golpea minorías étnicas que se corresponden con las capas
sociales más pobres y vulnerables. Y esas características se reproducen en
muchos otros países.



Para dar un ejemplo latinoamericano: en Chile, Mapuche Lives Matter no es la
reivindicación de los sectores acomodados urbanos de las nuevas clases
medias. En Italia, el movimiento antirracista es impulsado por los
inmigrantes irregulares, africanos en su gran mayoría. Plantean un problema
de ciudadanía y un problema económico de defensa de derechos, de salario
básico, etc. En Francia, después de los gilets jaunes del año pasado y del
movimiento en contra de la reforma de las pensiones, hubo un movimiento
antirracista muy poderoso, que no es de los centros urbanos acomodados, sino
de las periferias y de las minorías de origen inmigrante. Me parece entonces
que el diagnostico de esa divergencia no está más vigente. Algo cambió.



Lo que es claro es que hay una búsqueda de una nueva salida y de una nueva
conexión entre la defensa de derechos económicos y sociales, las
reivindicaciones ecológicas y los derechos de las minorías. Y es una
búsqueda que excluye radicalmente a los viejos aparatos políticos. En Europa
son movimientos que no se expresan en los viejos aparatos políticos sino que
buscan, con muchísimas dificultades, una nueva salida. En Estados Unidos el
contexto es diferente, porque aunque este movimiento surgió después de la
derrota de Bernie Sanders en las primarias demócratas, coincidió con la
elección de candidatos de izquierda en otras primarias a nivel local.
Entonces en Estados Unidos el contexto es diferente. En cualquier caso, hay
que actualizar el diagnostico.



Además, el planteo de Habermas es un planteo liberal. Habermas dice: “como
alemanes, no tenemos el derecho de reivindicar una continuidad con la
historia nacional de Alemania; debemos repensar nuestra identidad en
términos cosmopolitas, integrando la memoria del Holocausto. El futuro de
Alemania se ubica en Occidente”. Esta es la idea del
Verfassungspatriotismus, el patriotismo constitucional, que implica integrar
a Alemania profundamente en el dispositivo atlántico, que es el dispositivo
de la democracia liberal y de la economía de mercado. La izquierda sí
debería sacar una lección de Habermas: hay que elaborar el pasado; no hay
futuro sin la elaboración del pasado. Pero no creo que se pueda construir
una izquierda del siglo XXI sobre bases habermasianas.



-¿Pero no hubo un periodo, posterior a la crisis de 2008, donde la izquierda
europea y estadounidense (Sanders, Corbyn y Melenchon, por ejemplo) estuvo
más bien sesgada hacia “la cuestión social”, descuidando temas como la
“cuestión nacional”, la “raza”, el feminismo, las migraciones y las
minorías?



En esta cuestión hay una ambigüedad muy fuerte y creo que la izquierda está
pagando un precio muy alto por su incapacidad de ofrecer un discurso
alternativo al de la derecha y la extrema derecha: el discurso alrededor de
la soberanía nacional. Cuando hoy se habla de soberanía, casi
automáticamente se entiende soberanía nacional. Como si no existiera otra
manera de definir la soberanía. Si no somos capaces de cortar esta
ambigüedad y aclarar el asunto, entonces no seremos capaces de contestar el
discurso de la extrema derecha. Es decir, no hay democracia sin soberanía.
Es un principio básico de la teoría política y de la experiencia política.
Para que una democracia sea autentica, debe haber autoemancipación. Y
autoemancipación significa capacidad de planear, de controlar, de manejar,
lo cual implica también delimitar una esfera en la cual seamos capaces de
decidir, de asumir nuestro destino y planear nuestro futuro.



Si la soberanía se define como soberanía nacional, entonces se legitima el
discurso según el cual “hay que volver a la moneda nacional”, “hay que
cerrar las fronteras”, “hay que expulsar a los inmigrantes”, “hay que
delimitar la comunidad soberana en términos étnicos, raciales, religiosos,
nacionales, culturales”. De esta forma, quedamos prisioneros de un discurso
que es todo lo contrario de lo que es la identidad de la izquierda. Pero,
por otro lado, rechazar la soberanía nacional en pos de una postura
cosmopolita y anular la cuestión de la soberanía como tal también es un
error. Si hubiese, por ejemplo, un referéndum que establezca que el agua es
una propiedad pública, eso también significaría tomar decisiones sobre cómo
se distribuye el agua, cómo se limpia el agua y quién gestiona esto. Hay que
delimitar esta soberanía. Soberanía no significa regresar a las identidades
nacionales en contra de Europa. Se puede hablar fácilmente de una soberanía
popular en Europa que sería todo lo contrario de la Unión Europea tal como
funciona hoy. La cuestión de la soberanía popular democrática me parece una
cuestión fundamental, que hay que oponer el discurso de la soberanía
nacional y de los nuevos nacionalismos.



En la izquierda actualmente hay un discurso muy sofisticado desde un punto
de vista teórico-intelectual y que tiene una dimensión anarquista: el
discurso sobre el poder destituyente. Según este discurso, emancipación
significa derrotar y destituir el poder. La emancipación se concibe,
entonces, como un movimiento en contra de todo tipo de soberanía. Yo soy muy
escéptico con respecto a esto. Por supuesto que todo movimiento
revolucionario o de cambio tiene una carga radical destituyente, pero si no
incluye también un nuevo poder constituyente el movimiento se agota y
desaparece. Tenemos el ejemplo de las revoluciones árabes, muy explícito al
respecto.



En Europa, el concepto de soberanía que hay que plantear es supranacional.
Pero tampoco es una novedad el tema: hay un debate muy viejo sobre la
distinción entre patria y nación. Hay una tradición de republicanismo
cívico, o patriotismo cívico, que se puede recuperar. Y desde ese punto de
vista la patria no es para nada incompatible con un planteamiento
cosmopolita abierto y supranacional. En el caso francés, es evidente que
Mélenchon y La France Insoumise son herederos de una tradición de
republicanismo nacional que siempre identificó la patria con la nación (la
nación heredera de la revolución francesa y, por lo tanto, portadora de una
misión universal). En su raíz, la patria es francesa, y ahí está el origen
de todas las catástrofes de la izquierda francesa con respecto al
colonialismo, al movimiento antirracista y a la cuestión de la inmigración.



-Ha definido al “posfascismo” como un concepto en transformación, que
describe un fenómeno político aún no del todo cristalizado. Este carácter
inestable permite proyectar tanto la posibilidad de que la extrema derecha
evolucione hacia posiciones más moderadas, que la transformen en una versión
meramente más dura de la derecha tradicional, como el riesgo de que grandes
eventos o una nueva crisis estimulen una radicalización neofascista.
Finalmente estamos ante una nueva crisis global. Y el fuerte
intervencionismo estatal suscitó toda una serie de debates intelectuales
sobre la posibilidad de un salto hacia regímenes políticos más autoritarios.
Sin embargo, al mismo tiempo, vemos que los fenómenos de extrema derecha no
parecen estar lidiando exitosamente con la crisis (Trump, Bolsonaro, Marine
Le Pen). ¿Cómo ve la relación entre la extrema derecha y la nueva crisis
global?



Yo creo que la pregunta es esencial, pero aún estamos en una fase demasiado
temprana de la crisis para contestarla. Hasta ahora, yo diría que la extrema
derecha no sacó ningún provecho de la crisis. La extrema derecha al poder en
Estados Unidos y en Brasil conoce grandes dificultades. Y la extrema derecha
en la oposición no ha sacado ventaja de las crisis. Fue muy marginalizada.



En un país como Italia, donde hay una extrema derecha poderosa que al
comienzo de la crisis era hegemónica, Salvini de la Lega Nord desapareció
después del estallido de la crisis. Todos los sondeos de opinión indican que
su influencia sigue bajando. La crisis como fenómeno global arraigó la
consciencia de que no se puede salir de la crisis por medio de soluciones
nacionales, sino solo a escala global. Muchos electores de Salvini, en marzo
y abril, eran los que aplaudían a los médicos cubanos, chinos y albanos que
llegaban a Italia para ayudar en los hospitales. La reacción fue una
reacción popular, bastante progresista y saludable.



El discurso xenófobo de la extrema derecha no tuvo éxito. No digo que esta
sea una constatación final. Puede pasar que en seis meses, con una
profundización de la crisis, la extrema derecha emerja otra vez con un
discurso xenófobo muy fuerte. Pero no es la solución que se dibuja ahora.
Por ejemplo, en Francia, en estos últimos meses, Marine Le Pen profundizó su
cambio ideológico y cultural introduciendo un componente ecológico en su
discurso. Todos los sondeos de opinión indican que el perfil de los
electores de extrema derecha es lo más antiecológico que se pueda imaginar.
Bueno, este cambio es revelador de algo.



Si tuviéramos que analizar la larga duración de la emergencia de una nueva
derecha radical, a la que yo llamo posfascista, creo que la raíz de este
fenómeno es el neoliberalismo y la incapacidad de la izquierda para dar
respuesta a las desigualdades sociales que produce. Y el hecho de que la
izquierda acompañara el establecimiento del neoliberalismo, mientras la
extrema derecha se construyó como fuerza de oposición.



El capitalismo se acomoda a cualquier régimen político, ya sea Marine Le
Pen, Trump o el Partido Comunista Chino. Ahora, la prensa norteamericana
dice que Wall Street está a la expectativa porque los sondeos arrojan que
Biden va a ganar las elecciones y el establishment se prepara para apoyarlo.
Pero, al mismo tiempo, los regalos fiscales de Trump a los grandes bancos y
a los poderes financieros son tan abultados que siguen apoyándolo. El gran
capital, el capital financiero, las élites neoliberales, no se identifican
con la extrema derecha pero la aceptan como una solución perfectamente
posible.



En la situación de entreguerras había burguesías nacionalistas y un
movimiento obrero antifascista. Hoy hay elites neoliberales cosmopolitas y
capas populares seducidas por un discurso nacionalista. La elección de las
elites no es la extrema derecha. En este sentido, volvemos a los años de
entreguerras donde, fuera de Italia, la elección de las elites dominantes no
era el fascismo. Solo después de 1930 las élites industriales y financieras
apoyaron al fascismo. Es decir, la situación está evolucionando y es
demasiado temprano para decir cuál será el resultado.



-Dice que el arraigo de la extrema derecha entre las capas populares se
explica por dos factores principales: los estragos sociales del
neoliberalismo y el debilitamiento de los partidos tradicionales de
izquierda. ¿Puede explayarse sobre el tema?



Estamos en un contexto de crisis global surgido a partir del agotamiento de
todo un ciclo histórico de lucha de clases del siglo XX, un ciclo en el cual
la izquierda tenía una identidad (comunista, socialdemócrata) y un conjunto
de valores que la definían. Cuando esa esfera ético-cultural e ideológica
explotó, se abrió un lugar para la extrema derecha. La extrema derecha pudo
desarrollarse porque desaparecieron las fronteras del mundo de las clases
populares trabajadoras, que mantenía una idea de acción colectiva y de
organización, con una memoria de luchas y de conquistas. Como todo eso
desapareció, la extrema derecha pudo arraigarse en sectores de las capas
populares.



Y en este contexto surge el discurso clásico de la extrema derecha, la
búsqueda del chivo expiatorio. Pero la situación de hoy es diferente a la de
los años de entreguerras. El ejemplo que se da habitualmente es que en 1928
los nazis eran un pequeño grupo de extrema derecha que nadie tomaba en
serio. En 1930 conocieron un éxito electoral y en 1933 llegaron al poder.
Pero, a pesar de este éxito extraordinario, los nazis nunca establecieron su
hegemonía en la clase obrera, porque la clase obrera tenía una historia en
la socialdemocracia, después en el Partido Comunista, y contaba con un mundo
mental incompatible y antagónico a los valores de la extrema derecha. Hoy
esas fronteras no existen más.



La extrema derecha también cambió su discurso: ya no reproduce el viejo
discurso fascista, que para muchos no es tan agradable hoy en día. Hay toda
una serie de investigaciones que muestran que en el norte de Italia la Lega
es el primer partido obrero en términos electorales. En el norte de Francia,
la región más desindustrializada del país, hubo una transferencia de votos
del Partido Socialista y del Partido Comunista al Front National. Estos son
hechos. Y si la izquierda no es capaz de reconstruir un discurso creíble,
esta tendencia puede profundizarse.



Pero, al mismo tiempo, la extrema derecha no es el partido de las capas
populares. Son movimientos con todo un conjunto de reivindicaciones
mayoritariamente antipopulares. Y cuando la extrema derecha llega al poder y
tiene que manejar esas contradicciones, estas explotan. No se puede decir
“defendemos los servicios sociales”, “defendemos el Estado de bienestar” y
después llegar al poder para hacer regalos fiscales a todas las capas que no
pagan impuestos, a los pequeños empresarios que explotan trabajadores
irregulares. Son un conjunto de contradicciones que la extrema derecha no es
capaz de manejar. Puede tal vez manejarla en un contexto de crisis, que no
es solamente una crisis económica sino una derrota total de los sistemas
políticos. La extrema derecha puede radicalizarse y tomar el poder. Pero en
el marco del sistema actual, un gobierno de la extrema derecha se enfrenta
muy rápido a los límites y a sus propias contradicciones.



-En la actual crisis vuelven a surgir debates sobre el posible fin del
neoliberalismo, que ya fueron muy populares en la crisis de 2008. Nos
interesa conocer su opinión al respecto. ¿Estamos ante el fin de una etapa o
algo así como ante el cierre de una “onda larga” del capitalismo?



Hay un diagnostico general según el cual, a largo plazo, el capitalismo es
incompatible con la supervivencia de la especie humana. La civilización
capitalista tiene límites objetivos. Yo creo que es un diagnostico
incontestable y que hay que tenerlo presente, porque es el trasfondo de
todos los otros debates. Pero soy bastante más escéptico con respecto a las
teorías de un agotamiento del neoliberalismo por sus propias contradicciones
internas o por efecto de ondas largas del capitalismo, como los ciclos de
Kondrátiev y de Mandel. Yo creo que habría que releer a Mandel, porque para
él no hay ciclos económicos u ondas largas que se expliquen exclusivamente
por criterios económicos. La historia del capitalismo no es la historia de
un modo de producción que funciona de una manera autárquica y endógena.



Si pensamos en los últimos dos siglos, el capitalismo moderno, la gran
guerra, la crisis de entreguerras, la Segunda Guerra Mundial, la
descolonización, la Guerra Fría, la posterior irrupción del neoliberalismo,
todos esos ciclos no se pueden explicar en términos puramente económicos. El
futuro del neoliberalismo depende también de factores políticos. ¿Cuál es la
salida política de la crisis actual? El ciclo del Estado de bienestar no se
explica en términos económicos, sino en términos políticos. Sin la
revolución rusa primero y la división del mundo con la conclusión de la
segunda Guerra Mundial después, sin el desafío que el socialismo había
planteado al capitalismo, el Estado de bienestar es inexplicable.



La irrupción del neoliberalismo no se puede explicar sin la derrota del
socialismo real: la desaparición de una alternativa sistémica al capitalismo
y la destrucción de todas las formas de resistencia, de organización y de
acción colectiva que se habían construido a lo largo del siglo XX. Entonces,
se puede imaginar la salida de la crisis bajo la forma de un neoliberalismo
autoritario; una nueva forma de biopoder (hablando en términos
foucaultianos) que establece una simbiosis entre lo económico, lo político y
lo biológico, combinada con un estado de excepción mucho más fuerte que el
actual. O podría adoptar la forma de un nuevo New Deal, la vuelta a un
Estado de bienestar. Son dos salidas perfectamente posibles porque no
conocemos todavía la solución de la crisis.



Estas no son salidas puramente económicas de la crisis, sino salidas
políticas. Todo indica que puede haber un estado neoliberal autoritario
tanto como un retorno a una forma nueva de New Deal. Todo depende de la
dinámica de los movimientos de masas, de su desarrollo y de si aparecen
nuevas formas políticas de organización de esa contestación social que es
global y que es endémica.



-Independientemente de los pronósticos, ¿cómo cree que la crisis repercute
en el mundo mental de los sectores populares? ¿Sigue siendo hegemónico lo
que Mark Fisher denominó “realismo capitalista”?



Como historiador, lo que observo con respecto a las crisis anteriores del
capitalismo –desde el final de la Guerra Fría– es que hay una conciencia
anticapitalista de masas como no hemos visto en las últimas tres décadas. El
final de la Guerra Fría –la conclusión del siglo XX, según los criterios de
periodización de Hobsbawm– trajo aparejada la idea de una naturalización del
capitalismo. En la cabeza de la gente común no existía alternativa del
capitalismo. En el siglo XX sí había una alternativa. Una alternativa que se
podía definir de maneras diferentes. Pero el capitalismo no era la manera
“natural” de vivir y de organizar una sociedad.



Durante las últimas tres décadas el capitalismo se naturalizó. La gran
fuerza del neoliberalismo no radicó solamente en su capacidad para destruir
el Estado de bienestar, los servicios sociales, privatizar todo, limitar al
máximo las fronteras nacionales, desarrollar el mercado mundial, etc. La
gran potencia del neoliberalismo estuvo en su capacidad de establecer un
nuevo modelo antropológico, que es el modelo del individualismo posesivo, de
la competencia como forma de vida, de la precariedad social como manera
natural de existir en el mundo. Pero este modelo antropológico no aparece
más como algo natural. Empieza a ser contestado.



A su vez, la gente no tiene una idea clara acerca de cómo cambiar el
sistema. Las alternativas del siglo XX fracasaron y constituyen una herencia
muy pesada. Pero la hegemonía cultural del capitalismo, de todas formas,
está siendo cuestionada en todos los continentes. En Estados Unidos, país en
el cual el capitalismo fue por siglos una forma de vida popular que tenía la
capacidad de inventar un imaginario colectivo, también este modelo es hoy
profundamente contestado. Y es justamente en Estados Unidos, entre otros
lugares, donde se están construyendo alternativas. Tenemos que tomar en
cuenta este paisaje global, porque estas luchas tendrán una gran influencia
sobre la eventual capacidad del neoliberalismo para relanzarse y también
sobre la capacidad de la extrema derecha para dibujar una alternativa de
futuro.



-El año pasado asistimos a una serie de estallidos sociales de una escala
con pocos precedentes: Chile, Ecuador, Puerto Rico, Francia, Argelia, Hong
Kong y otros países. Y, sin embargo, hay un gran desfasaje entre estas
explosiones sociales y los elementos de recomposición política. En su libro
Melancolía de izquierda argumenta sobre la necesidad de emprender un trabajo
de reelaboración o de duelo respecto a las grandes derrotas del siglo XX.
¿Cómo ve la relación entre estas nuevas movilizaciones y la situación de
orfandad o de crisis de alternativa que describe en su libro Melancolía de
izquierda?



Estos movimientos me reconfortan y pienso que son las premisas para hacer el
trabajo de duelo del cual hablo en el libro. Es un trabajo de elaboración de
la memoria de las derrotas de las revoluciones del siglo XX; es un duelo
que, para ser fructífero, debe ser hecho por los movimientos sociales. Y
tienen que hacerlo en el marco de su acción. De otra manera, no se
diferencia del duelo que hace mi generación: un duelo individual. Esa no
sería una reelaboración capaz de conectarse con la búsqueda de nuevas
utopías y nuevas formas políticas. Sería una melancolía perfectamente
estéril, cuya premisa sería la constatación de una derrota final.



Para que este duelo sea fructífero hay que arraigarlo en las luchas del
presente. Yo espero que estos nuevos movimientos sociales tengan la
capacidad de hacerlo, porque no creo en la posibilidad de construir una
nueva izquierda para el siglo XXI sin la memoria del pasado y sus derrotas.
Esas derrotas fueron tan pesadas que existe la tentación de suprimirlas, en
el sentido psicoanalítico de “hacer como si no hubieran existido”. Puede que
en las nuevas generaciones no pese esa memoria, porque no les fue
transmitida esa cultura. Pero rápidamente se enfrentarán a muchos problemas:
el conocimiento del pasado me parece necesario. No me refiero al discurso
clásico que consiste en decir historia magistra vitae: “yo conozco la
historia y entonces yo estoy preparado para enfrentar el futuro”. Es un
discurso muy ingenuo y falso. No es suficiente conocer el pasado para no
repetir sus errores. Pero la ignorancia tampoco es la solución. El problema
es cómo elaborar el pasado, que no es lo mismo que conocerlo.



-Tenemos entendido que actualmente está escribiendo una historia intelectual
sobre el concepto de revolución. A modo de conclusión, ¿puede comentar algo
acerca de qué lo llevó a escribir sobre este concepto crucial de la
tradición de izquierda?



Es una tentativa de interpretación y comprensión del siglo XX. He escrito
libros sobre la guerra civil europea, la violencia nazi, la memoria del
Holocausto, el exilio y el totalitarismo. Y después pasé a trabajar sobre el
otro pilar del siglo XX: las revoluciones. El siglo XX no fue solamente un
siglo de guerra y de genocidios, sino también de revoluciones. Entonces para
comprender el siglo XX hay que encajar los eventos. Es un ensayo que intenta
contribuir a la comprensión de lo que fueron las revoluciones. Y eso solo es
posible porque tenemos la consciencia de que un ciclo se acabó.



Mi idea es que habrá revoluciones en el siglo XXI. De hecho, ya hubo: las
revoluciones árabes, como una ola de revoluciones permanentes, que sugieren
que será un ciclo de revoluciones. Los movimientos sociales de estos últimos
meses indican que la revolución es una opción posible para el mundo en el
cual vivimos, pero esas revoluciones serán profundamente diferentes de las
revoluciones del siglo XIX y XX. Serán diferentes de las revoluciones
clásicas, que van desde la revolución francesa y el ciclo de las
revoluciones atlánticas (Norteamérica, Francia, Haití) hasta la Revolución
Sandinista en 1979, que fue la última revolución en el sentido clásico de la
palabra. Ese ciclo se acabó, y las revoluciones nuevas, del siglo XXI, serán
diferentes. Un nuevo modelo de revolución –una búsqueda de nuevas formas de
vida, de participación y deliberación colectiva, de organización, de debate,
de autogestión– surgirá de los movimientos mismos y no será introducido
desde el exterior. Pero creo que para construir este nuevo modelo de
revolución es indispensable elaborar las experiencias del pasado.



* Enzo Traverso, historiador, profesor de la Universidad de Cornell y autor,
entre otros, de Melancolía de izquierda. Marxismo, historia y memoria (Fondo
de Cultura Económica, 2018).

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