Realidad y Verdad/ Algunas razones para robar un tren. [Santiago Alba Rico]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Oct 17 23:43:01 UYT 2021


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Correspondencia de Prensa

17 de octubre 2021

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Realidad y Verdad



Algunas razones para robar un trenc



Santiago Alba Rico *


Ctxt, 15-10-2021

https://ctxt.es/es/



Suelo guardar en mis archivos algunas noticias de esas que, de tan ciertas
como son, parecen imposibles. Fechada el 15 de enero de 2013 en Estocolmo,
este titular de la agencia EFE siempre me emocionó e intrigó de manera
infantil: “Una mujer de la limpieza roba un tren y lo estrella contra un
edificio en Suecia”. El cuerpo de la noticia daba algunas informaciones
vagas: que el tren estaba vacío, que se saltó la barrera de la estación de
Saltsjöbaden y embistió una vivienda habitada, que –salvo la ladrona– nadie
había sufrido heridas y que la policía estaba investigando los motivos del
robo. Como puede imaginarse, lo que más me interesaba eran precisamente “los
motivos del robo”, que excitaron largos ratos mi fantasía, pero seguí la
pista en días sucesivos sin encontrar ningún rastro: como solía reprocharles
Chesterton, a los periodistas no les atañen las historias sino las bengalas
y, una vez se apagan en medio de la noche, la oscuridad vuelve a reinar a
nuestro alrededor.



Pues bien, hace dos semanas, por casualidad, tropecé en mi ordenador con
esta vieja noticia y decidí intentarlo de nuevo. Tecleé en google y tropecé
enseguida –ay– con una entrada de la wikipedia y con una gran decepción. La
noticia era falsa. No. No era falsa. Una noche de enero de 2013, en efecto,
un tren se había estrellado contra una casa próxima a la estación de
Saltsjöbaden; y de dentro de uno de los vagones se había rescatado a una
mujer herida, la única pasajera, una empleada de veinte años que estaba
limpiando el convoy y que había sido víctima de una avería eléctrica y,
después, de las sospechas de la policía y de las calumnias de la prensa. El
28 de enero de ese mismo año, un tribunal la absolvió de todo delito y
atribuyó la responsabilidad a la empresa ferroviaria.



Se comprenderá mi desilusión. No porque yo deseara una peripecia morbosa
sino porque, de manera objetiva, el titular imposible coincidía con lo que
todos, sin saberlo, esperamos de una mujer de la limpieza. Como acababa de
fallecer Alfonso Sastre, al que siempre admiré mucho, me acordé de esa
distinción que él establece en muchos de sus ensayos y que yo mismo, aunque
no en el mismo sentido, he utilizado a menudo. Me refiero a la diferencia
entre “realidad” y “verdad”. Para Sastre, los humanos no vivimos en la
“apariencia” sino en la “realidad”, pero esa realidad oculta la verdad o,
mejor dicho, la obstaculiza, la distrae, la retiene en un grado bajo de
cocción: “Una verdad”, escribe, “es una realidad profundizada”. Yo diría, un
poco más allá, que hay un lugar en el que toda realidad deviene verdad. Para
Sastre, ese lugar era sin duda el teatro. El titular imposible de una mujer
que roba de noche un tren en Suecia incluía una verdad teatral que Sastre,
ignorante de la noticia, dejó pasar. El lugar donde la realidad deviene
verdad es, si se quiere, un lugar “cuántico”. Hace pensar en el famoso gato
de Schrödinger: en una habitación el gato –el mismo gato– está vivo; en la
habitación de al lado está muerto. En una el gato es real y en otra,
verdadero. Aquí lo mismo: en la misma estación la misma mujer sufre un
accidente ferroviario al mismo tiempo que roba un tren –el mismo tren– y lo
estrella contra una vivienda.



Esta diferencia entre historias reales e historias verdaderas –indispensable
para entender el placer epistemológico de la literatura– la he explicado a
menudo con el ejemplo de la revolución tunecina de 2011: un joven diplomado
en paro que vende verduras en una región miserable de Túnez es abofeteado
por un policía y, después de escribir a su madre una carta de despedida
denunciando la situación del país, se prende fuego delante del palacio del
gobernador. En la realidad, el joven no era tan joven, tampoco era
diplomado, no fue abofeteado por el policía (que era además una mujer) y no
dejó una carta lúcida y trágica antes de inmolarse. Ahora bien, solo la
historia verdadera podía provocar una revolución; y en ese lugar, en ese
momento, la realidad estaba condenada a devenir inevitablemente verdadera y
ello sin que interviniera ninguna manipulación premeditada. La conciencia
popular tenía ese esquema narrativo en su regazo, ya preparado, y se limitó
a adaptar a él una realidad que se le aproximaba.



Obviamente no todas las historias verdaderas producen una revolución; pero
si son verdaderas es porque introducen más realidad que la realidad misma.
Nada irrita tanto a un buen narrador oral como el hecho de que su compañero
de viaje, cicatero y realista, resuma ante el auditorio los hechos desnudos
de un plumazo, impidiendo así la posibilidad misma de irse gozosamente por
las ramas –que es la única manera de crear un árbol. No es solo una cuestión
de placer. Stendhal, por ejemplo, solía sacar sus relatos de informes
policiales o noticias de prensa. Pensemos en la diferencia que existe entre
Rojo y negro y los informes publicados en la Gaceta de los tribunales que le
inspiraron el personaje de Julien Sorel y la obra misma.



Así que, volviendo al malentendido del tren, podemos decir que hemos perdido
una buena ocasión de contar la verdad de una mujer de la limpieza o
–incluso– de las mujeres de la limpieza en general.  La diferencia entre la
realidad y la verdad es esta: no hay ningún imperativo narrativo que exponga
a una empleada de la limpieza de veinte años a un malhadado accidente
ferroviario, pero sí hay un imperativo narrativo que obliga a todas las
mujeres de la limpieza a robar un tren al menos una vez en su vida. Aunque
ninguna lo haga, sabemos que eso está ocurriendo, está ocurriendo sin parar,
mientras no ocurre, en el mundo de al lado. La noticia era un malentendido,
sí: había confundido realidad y verdad. El periodista se había equivocado y
por una vez había contado la historia verdadera, que rozaba apenas –con un
hilo o con un pelo– la prosaica historia real.



¿Qué verdad contaba? ¿Fue un plan o un impulso? ¿Qué pretendía nuestra
heroína? Hay varias habitaciones porque, al contrario de lo que ocurre con
la realidad, hay muchas historias verdaderas posibles. Hay muchas razones
por las que una mujer de la limpieza puede querer robar un tren.  Que cada
uno elija la suya. Yo imagino a Lucia –pues le vamos a dar un nombre de
abolengo– con ganas de desmelenarse más que de suicidarse; acabado su
trabajo, sola, cansada, de noche, sin muchas ganas de volver a casa, donde
su marido ya duerme, se deja arrastrar de pronto por un júbilo de adulterio.
En ese gesto veo la metáfora inversa a la del freno de emergencia
benjaminiano: una mujer que le quita el freno a su vida y a la máquina que
la explota, una especie de ludita al revés que se apodera alegremente de su
medio de trabajo y lo quiere hacer correr y correr sin límites ni destino,
en una eterna circulación por la red ferroviaria sueca que –ella lo sabe y
así lo quiere– solo puede terminar en un estrepitoso y feliz choque sin
víctimas.



¿Qué puede resumir mejor la vida verdadera de una mujer de la limpieza –su
cansancio, su lealtad a los suyos, su resistencia– que ese momento de
felicidad intempestiva, fulminante, inexplicable y diminuta en el que decide
una noche robar un tren para poder volver a casa después de haberse marchado
de ella para siempre?



* Santiago Alba Rico, es filósofo y escritor. Nacido en 1960 en Madrid, vive
desde hace cerca de dos décadas en Túnez, donde ha desarrollado gran parte
de su obra. Autor del libro "Ser o no ser (un cuerpo).

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