Cultura/ Raymond Williams, la vigencia de un puñado de preguntas. [Ingrid Sarchman]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Oct 23 23:20:57 UYT 2021


  _____

Correspondencia de Prensa

23 de octubre 2021

 <https://correspondenciadeprensa.com/> https://correspondenciadeprensa.com/

redacción y suscripciones

 <mailto:germain en montevideo.com.uy> germain en montevideo.com.uy

  _____



Cultura



Raymond Williams, la vigencia de un puñado de preguntas



Investigador y ensayista galés, fue uno de los fundadores de la Escuela de
Birmingham, que renovó las miradas sobre la cultura.



Ingrid Sarchman

Revista Ñ, 21-10-2021

https://www.clarin.com/revista-enie/



Raymond Williams nació hace cien años y del otro lado del océano atlántico.
En apariencia, su mundo, el de la clase obrera en la Inglaterra de comienzos
del siglo XX gestado bajo el humo de las chimeneas y las locomotoras, poco
se parece al nuestro. Sin embargo, aunque su muerte se produjo hace más de
treinta años, en 1988, basta con recorrer algunos de sus trabajos para
advertir que las preocupaciones no son tan distintas, o que es posible
trazar una línea de conexión entre ese y este.



Si nuestro medioambiente se caracteriza por ser uno hiperconectado, donde
proliferan múltiples miradas y opiniones sobre cualquier tema, esto no
garantiza su trato igualitario en el campo de la cultura. El eurocentrismo,
propio de la Ilustración, fue mutando en los últimos siglos hasta encontrar
su forma actual, algo que podría definirse como urbanocentrismo y que
referiría al modo en el que ciertos intelectuales se endilgan saberes acerca
de los gustos y los consumos de las clases subalternas.



Este modus operandi se advierte cuando se analiza las maneras en las que
estas minorías suelen ser representadas en los medios de comunicación. Las
alternativas se presentan en forma de estereotipo o de romantización.



El 22 de marzo de 1895 Louis y Auguste Lumière proyectaron sobre una
pantalla gigante el momento en el que los obreros salían de la fábrica.
Aunque la proyección duró exactamente 46 segundos, ese acto dio origen a uno
de los fenómenos técnicos y culturales más importantes de la
contemporaneidad: el cine.



Si los antecedentes técnicos ya estaban en la fotografía de mediados del
siglo pasado y en el praxinoscopio de Emile Reynaud (un carrousel compuesto
de dibujos que al moverse generaban la ilusión de movimiento) los
culturales, en cambio, fueron más novedosos.



Preguntas



Así como la imprenta posibilitó la impresión de diarios, revistas y
fanzines, a lo largo de los siglos XVIII y XIX, el siglo XX permitió el
desarrollo de toda una tecnología puesta al servicio de un actor nuevo: las
audiencias. ¿Qué y cómo comprender a un grupo reunido alrededor de una
pantalla o un parlante? ¿Qué papeles cumplieron la política, la publicidad y
la ficción en la conformación de estos grupos de consumo?



La historia de los medios, que también es la historia de los dispositivos,
fue contestando estas preguntas de distintas maneras y en función del
contexto. Al fin y al cabo, su influencia no podría pensarse de la misma
manera en el contexto de la crisis del 29 en Estados Unidos que en los
albores del nazismo en Alemania de la década del 30.



Sin embargo, a mediados de los cincuenta, en Inglaterra, una cosa estaba
clara: los medios de comunicación no podían pensarse por fuera del
conglomerado maquínico sobre el que se había gestado la revolución
industrial un siglo antes.



Los estudios culturales británicos, fueron iniciados en Cambridge por,
justamente, los hijos y los nietos de los obreros que habían podido acceder
a la educación superior. Raymond Williams junto a Richard Hoggart, Eduard
Thompson y Stuart Hall sentaron las bases para un nuevo enfoque en el
análisis mediático a partir de sus propias experiencias y biografías.



En The uses of literacy, traducido al español con el equívoco nombre de La
cultura obrera en la sociedad de masas o en francés como La culture du
pauvre (La cultura del pobre) y publicado el mismo año en el que los
televisores empezaron a formar parte de la arquitectura hogareña, Hoggart
resaltaba los modos en los que las clases populares resistían por medios de
tradiciones, los embates de los mensajes mediáticos, reinterpretándolos
desde sus propias prácticas.



Al año siguiente, Williams publicó Culture and Society, un trabajo donde
oponía dos modos de vida: el abocado a la productividad y a la adecuación
del hombre a la máquina frente a uno más artesanal asociado a las costumbres
y tradiciones del campesinado. A su manera, anticipaba las preocupaciones
actuales relacionadas con el cuidado del medioambiente y la producción a
pequeña escala.



Así, el trabajo ligado a la cultura no podía, mejor dicho, no debía, perder
de vista la escala humana que le había dado origen. Unos años más tarde,
Thompson publicaría The making of the English Working Class y Stuart Hall
haría lo propio con The popular arts donde se insistiría en los lazos entre
sociedad, cultura y prácticas. Estos libros serían los pilares de la
biblioteca del Centre of Contemporany Cultural Studies (CCCS) con sede en la
Universidad de Birmingham.



De este modo, Williams, Hoggart, Thompson y Hall no solo fueron los padres
fundadores de esta corriente, sino que ellos mismos encarnaron las ideas.
Después de todo demostraron, en carne propia, la posibilidad del ascenso
social y la evidencia de que la crítica literaria debía ocuparse también de
producciones menos elitistas como el folletín, la historieta y otros
contenidos similares que habían consumido a lo largo de su vida.



La televisión está aquí



La llegada de la televisión –como símbolo y como artefacto– hizo más
evidente las relaciones ambiguas entre audiencias y contenidos. No solo
porque el modo de recepción, ante un mismo mensaje, podría despertar
reacciones contradictorias –que irían desde la aceptación, hasta el rechazo,
pasando por la indiferencia– sino que estas maneras de consumir no podrían
explicarse desde relaciones lineales entre clase social y gustos
predeterminados.



Esta perspectiva intentaba cumplir con dos objetivos relacionados: por un
lado, diferenciarse de las tendencias norteamericanas que le daban todo el
poder al televidente y, por el otro, se hacían eco de las lecturas marxistas
dentro del continente.



Al igual que los herederos de la Escuela de Frankfurt en Alemania o la
corriente estructuralista en Francia, sostenían que para comprender los
fenómenos sociales era necesario abandonar una perspectiva determinista
entre la base económica y los fenómenos sociales de la superestructura. La
inadecuación entre ambas instancias no podía ser pensando como un problema a
superar sino más bien el modo de existencia de lo social.



El desajuste constitutivo entre las condiciones económicas y los fenómenos
sociales era el único modo de entender las dinámicas cambiantes, la
indeterminación y, por qué no, la irrupción de los acontecimientos. Este
punto de vista no solo ponía el acento en las condiciones reales de
existencia de las distintas clases sociales, lejos del idealismo, sino que
además, les otorgaba cierta autonomía de acción.



De alguna manera, la clase social no determinaba el destino, solo sugería
una trayectoria que podía o no cumplirse. En el mejor de los casos balizaba
el punto de partida.



En esta línea, Williams publicó, a mediados de los 60, The long revolution.
Allí reafirmaba a la cultura como “ese proceso global a través del cual las
significaciones se construyen social e históricamente; la cultura y el arte
no son más que una parte de la comunicación social”. Así, se advierten dos
movimientos en simultáneo: por un lado, desliga de manera definitiva a la
cultura de su definición restringida a un consumo de elite y por el otro
reafirma su “marxismo dislocado”.



La cultura no puede concebirse más que como práctica anclada y comprometida
con un presente histórico que, no obstante, carece de determinación. Los
sujetos sociales pivotearían entre su realidad histórica y su conciencia
situada. El espacio que quedaría entre ambas instancias abriría un juego que
explicaría la irrupción del acontecimiento –como lo sucedido en mayo del 68,
por ejemplo– así como también los movimientos sociales de largo alcance.



De manera temprana, Williams advirtió que temas, en apariencia diversos,
como el feminismo, la ecología o el cambio climático podían formar parte de
una agenda compartida, dinámica y cambiante. No solo porque los mismos
interpelaban supuestos intereses subalternos, especialmente cuando estos no
formaban parte de casi ninguna agenda, sino porque evidenciaban el
agotamiento de un modelo tecnocéntrico asociado con la fe en el progreso
ilimitado y la imposición de un pensamiento hegemónico al que le dio el
nombre de “modernismo”.



Si en la segunda mitad del siglo XX, los medios de comunicación se
desarrollaron conforme a un modelo hiperproductivo, si contribuyeron a crear
contenidos uniformes desconociendo las diferencias y acoplando mensajes
dentro de una enorme máquina de entretenimiento constante y repetitiva, el
retorno al pensamiento williamsiano adquiere el valor de rescate.



Y lo hace no solo porque insiste en la especificidad de los consumos, en la
recuperación de las tradiciones y el arte como práctica política, sino
porque, y especialmente, le otorga voz propia a los que, en general, no
están acostumbrados a hacerse oír. Desde esta perspectiva, las mal llamadas
minorías silenciosas, podrían alzar la voz por sobre quienes se han arrogado
el derecho de hablar por ellas.

  _____





--
El software de antivirus Avast ha analizado este correo electrónico en busca de virus.
https://www.avast.com/antivirus


------------ próxima parte ------------
Se ha borrado un adjunto en formato HTML...
URL: http://listas.chasque.net/pipermail/boletin-prensa/attachments/20211023/a1362346/attachment-0001.htm


Más información sobre la lista de distribución Boletin-prensa