Memoria/Bolivia/ Mónika Ertl, la mujer que hizo justicia. [Ricardo Ragendorfer]
Ernesto Herrera
germain5 en chasque.net
Dom Oct 24 11:13:39 UYT 2021
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Correspondencia de Prensa
24 de octubre 2021
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Memoria/Bolivia
La mujer que hizo justicia
Ricardo Ragendorfer *
Socompa, 12-10-2021
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El 9 de octubre de 1967, el Che Guevara fue asesinado en la Quebrada del
Yuro, Bolivia. Tres años y medio más tarde, a diez mil kilómetros de
distancia, el coronel Roberto Quintanilla -uno de los responsables de la
muerte del mítico guerrillero y entonces cónsul boliviano en Hamburgo,
Alemania- caía bajo las balas de una vengadora, Mónika Ertl.
Durante el mediodía del 1º de abril de 1971, el cónsul de Bolivia en la
ciudad alemana de Hamburgo se encontraba en su despacho, situado en el
primer piso de un antiguo edificio céntrico. Con un dedo clavado en el
intercomunicador, oía la voz del recepcionista:
–Llegó la señorita australiana que viene por su visado.
–Hágala pasar.
Entonces se alisó el bigote negro mientras se ponía de pie. Tras entrar, la
mujer cerró lentamente la puerta. Su cabellera rubia lucía un laborioso
peinado y unas gafas de sol le enmascaraban el rostro. El cónsul la recibió
con una sonrisa que se esforzaba en resultar amable, mientras extendía la
mano izquierda hacia una silla. Y dijo:
–Tome asiento, señorita.
Ella no obedeció. Estaba como paralizada. La escena misma se paralizó.
El cónsul, algo incómodo, repitió la frase con un tono más enérgico. Y clavó
los ojos sobre la recién llegada, ya sin esforzarse en resultar agradable.
De pronto, enarcó las cejas, como sorprendido. En ese instante se escuchó el
inconfundible sonido de un disparo.
La mujer, con un Colt Cobra calibre 38 entre las manos, gatilló otros dos
tiros. Recién entonces, el cónsul se desplomó sobre la alfombra.
A continuación hubo un pesado silencio. La victimaria, con rapidez, puso los
pies en polvorosa.
En el despacho quedó su peluca, los anteojos negros y, sobre el cuerpo del
cónsul, un papel en el que simplemente se leía: “Victoria o muerte / ELN”.
Eran las siglas del Ejército de Liberación Nacional. Así se denominaba la
milicia guerrillera comandada por Ernesto “Che” Guevara en Bolivia. Y el
hombre ajusticiado no era, por cierto, un diplomático común sino el coronel
Roberto Quintanilla, uno de los responsables de su asesinato, luego de haber
sido capturado en la Quebrada del Yuro el 9 de octubre de 1967.De modo que
la ejecución del militar fue obra de una venganza política. Pero también es
la bisagra de otra trama que merece ser contada.
En este punto, es necesario retroceder en el tiempo.
El cielo por asalto
Transcurría la primavera de 1953 cuando el montañista y camarógrafo alemán,
Hans Ertl, de 45 años, llegó a Bolivia para establecerse con su familia en
una hacienda selvática ubicada al este de Santa Cruz.
En Alemania, aquel hombre había sido amigo, amante y colaborador de Leni
Riefenstahl, la cineasta favorita de Hitler, cuyas películas fueron un hito
de la propaganda nazi. Ertl solía jactarse de su intervención en al menos
dos: Triumph des Willens (El triunfo de la voluntad / 1935) y Olympia
(1936), un documental sobre los Juegos Olímpicos de Berlín.
Luego, ya desatada la guerra, pasó a ser el fotógrafo del mariscal Erwin
Rommel durante su campaña en el norte de África. El tipo también solía darse
dique de su amistad con él. Y puesto que el “Zorro del Desierto” –como se lo
llamaba a Rommel– fue fusilado por orden del Führer por su vínculo con los
oficiales que atentaron contra su vida el 20 de julio de 1944, tal
circunstancia, tras la caída del Tercer Reich, le permitió a Ertl repetir
una suerte de descargo ideológico a través del tiempo: “Yo nunca fui nazi”.
Por lo pronto, en Bolivia, nadie lo molestó por ello.
Los días se sucedían para él plácidamente repartidos entre su propiedad
rural, bautizada “La Dolorida”, sus tareas como documentalista y sus
extensas estadías en la ciudad de La Paz. Allí frecuentaba la comunidad
alemana. En aquel contexto hizo amistad con un compatriota, al cual incluso
le consiguió empleo en un aserradero de Las Yungas explotado por tres judíos
austríacos que habían llegado a ese país huyendo del Holocausto.
El nuevo amigo se convirtió en un asiduo visitante en el hogar paceño de
Ertl, al punto de que sus hijas lo llamaban “Tío Klaus”. Tal era su nombre
de pila. Su apellido: Altmann.
La familia de Ertl –compuesta por su esposa, Aurelia, y las adolescentes
Monika, Heidi y Beatrix– lo acompañaban en un sitio y otro. De las hijas, su
favorita era Monika, de 16 años. Ella lo asistía en las tareas
cinematográficas, además de compartir su pasión por la práctica de esquí y
el alpinismo.
Aurelia murió en 1958. Monika, entonces, fijo su residencia permanente en La
Paz, al amparo de los Harjes, una acaudalada familia germano-boliviana de
cuyos hijos ella era amiga, especialmente del mayor, llamado Hans. Ellos no
tardaron en enamorarse. Y la boda fue en la Navidad de aquel año.
Por un tiempo la pareja residió en el norte de Chile, puesto que Hans era
ingeniero en las minas de cobre. Ya de regreso en La Paz, la pareja se volcó
a una intensa vida social: partidas de golf, de bridge y ese tipo de cosas.
Pero la intimidad de ellos no era idílica. Porque Hans en realidad era un
celópata controlador. Aún así, la crisis entre ellos demoró en estallar:
recién se divorciaron en 1966.
Faltaban meses para que Bolivia concitara la atención internacional por la
muerte del Ché Guevara. En ese momento, Monika asimiló esa noticia con
cierta indiferencia. En eso tuvo que ver su despolitización. Y el hecho de
estar muy imbuida en los preparativos de un viaje a Europa.
Al año siguiente, estando en Alemania, se encontró de casualidad con
Reinhardt, el menor de los Harjes. Y regresaron juntos a Bolivia. Su ex
cuñado, un estudiante de Medicina con ideas de izquierda, supo introducirla
en los círculos revolucionarios de La Paz. Monika, entonces, tomó contacto
con sobrevivientes del foco guevarista, agrupados en lo que quedaba del ELN.
Y se unió a ellos. Sus nuevos compañeros la llamaban “Imilla”.
En esa época inició un apasionado romance con el antiguo lugarteniente del
Che y líder de esa organización: Guido Peredo Leigue (a) “Inti”. Como era de
suponer, la militancia de Mónica no fue vista con buenos aojos por su
familia.
Por aquellos días, Hans continuaba administrando su campo, sin dejar de lado
la realización de documentales. También frecuentaba con asiduidad a sus
amistades alemanas en La Paz.Entre ellos seguía estando Altmann, cuya vida
había dado un promisorio salto: ya alejado del aserradero de Las Yungas, por
entonces hacía negocios en sociedad con el presidente militar de Bolivia,
René Barrientos.
En marzo 1969, Monika visitó a su padre en La Dolorida. Ella tenía un
propósito preciso: instalar allí una base de entrenamiento del ELN. Pero
Hans se negó con vehemencia en medio de una tensa discusión. Fue la última
vez que se vieron.
El 9 de septiembre, Inti Peredo cayó acribillado en La Paz durante una
emboscada del ejército. El coronel Quintanilla encabezaba el operativo.
El callejón sin salida
En la mañana del jueves 1º de abril de 1971, las calles de la zona céntrica
de Hamburgo estaban atestadas de peatones. Quizás algunos hayan reparado en
la silueta femenina que salía del antiguo edificio ubicado en el número 125
de la Heilwigstraße. Pero sin suponer que aquella mujer acababa de cargarse
a un represor boliviano.
Ella no era otra que Monika, y se perdió entre el gentío sin dejar rastros.
Ese acto extremo causó el interés de la prensa mundial, que ilustró sus
coberturas al respecto con imágenes del finado: aquel hombre con uniforme de
gala en un acto castrense; aquel hombre con uniforme de combate en una zona
selvática, y aquel hombre junto al cuerpo sin vida del Che, señalando una de
sus heridas con el dedo índice.
Al día siguiente, en La Dolorida, Hans Ertl escrutaba aquellas mismas
fotografías en la tapa del diario santacruceño El Deber. Durante la mañana
se había enterado del asunto por radio. Y lo asaltó un presentimiento:
¿acaso la ejecutora de habría sido nada menos que su hija?
Ya al anochecer, confirmó esa sospecha con la llegada a la hacienda de
cuatro policías. Pero se retiraron sin dar con él. Hans estaba oculto en la
copa de un árbol con una carabina, dispuesto a todo. Lo cierto es que
Interpol había identificado a Monika como la ejecutora del coronel
Quintanilla. Y ella era ya buscada en medio mundo.
Para Ertl empezó una etapa de insomnio y desesperación. No intuía en el
destino de Monika nada bueno. Ella parecía tragada por la tierra. En rigor,
se había refugiado por unos meses en Chile –allí gobierna Salvador Allende–
y luego viajó a Cuba, dado que el ELN no consideraba prudente su regreso a
Bolivia. Allí ya estaba instaurada la dictadura del general Hugo Banzer.
En enero de 1972 la sorprendió en La Habana una noticia publicada en el
diario Granma: la identificación en Bolivia por dos cazadores franceses de
nazis, Serge y Beate Klarsfeld, del criminal de guerra alemán Klaus Barbie,
apodado el “Carnicero de Lyon” debido a sus tareas como jefe de la Gestapo
en dicha ciudad francesa. Entre sus “hazañas” resalta la captura y
deportación de 44 niños judíos ocultos en la villa de Izieu, y el asesinato
de Jean Moulin, el cuadro de la Resistencia francesa de más alto rango
atrapado por los nazis. En el plano cuantitativo, se le atribuía el envío a
los campos de concentración de 7.500 personas y 4.432 asesinatos.
Barbie no era otro que el “Tío Klaus”. Pero salió indemne del problema,
gracias a la protección del régimen de Banzer, al que ya por entonces
asesoraba en la organización y funcionamiento de su aparato represivo.
Monika comentó el asunto con Regis Debray, quien también estaba en La
Habana. Se trataba del intelectual francés que había estado en contacto con
el Ché en Bolivia. Capturado por esa razón, salió en libertad a fines de
1970, durante el gobierno del general Juan José Torres.
Un plan para secuestrar a Barbie
Semanas después, tal operación se organizó desde el norte chileno con la
venia de ELN. Junto a Monika y Debray, participa el matrimonio Klarsfeld y
el periodista boliviano Gustavo Sánchez Salazar. El primer paso era ingresar
clandestinamente a Bolivia desde el desierto de Atacama. Pero, finalmente,
un accidente vial malogró la acción.
A mediados de ese año se celebró una reunión de urgencia convocada por el
ministro del Interior boliviano, general Juan Pereda Asbún, en la sede
central de la temible Dirección de Inteligencia del Estado (DIE). El motivo:
la posible presencia de Monika en el país. Entre los asistentes estaba
Barbie.
No se equivocaban. Ella vivía clandestinamente en un barrio popular del
municipio de El Alto. Y con sus compañeros trataba de reorganizar al ELN,
diezmado por la represión. Su captura era un objetivo primordial del
régimen.
En semejantes circunstancias, ella logró hacerle llegar una carta a Hans y
pudo recibir su respuesta: él le ofrecía refugio y protección en La
Dolorida. No habrá otro contacto entre ellos.
Durante la mañana del 12 de mayo de 1973, Monika salió de su refugio para
reunirse con dos militantes. A ella le llamó la atención que las calles del
barrio estuvieran desiertas. Y que flotara un espeso silencio. De pronto, se
desató el infierno.
Desde las esquinas, desde los árboles y desde los autos estacionados,
incontables siluetas gatillaban al unísono. Ella murió atravesada por los
primeros disparos. Al cesar el repiqueteo de las balas, Klaus Barbie se
acercó a reconocer el cuerpo.
Ocho años después, tras la dictadura del general Luis García Meza, ese
sujeto fue deportado a Francia. Allí se lo juzgó por sus crímenes durante la
Segunda Guerra Mundial y fue condenado a prisión perpetua.
Barbie murió en una prisión de Lyon el 25 de septiembre de 1991, a los 78
años.
Hans Ertl exhaló su último suspiro en Santa Cruz de la Sierra el 23 de
octubre de 2000. Tenía 92 años.
* Ricardo Ragendorfer (Bolivia, 1957) es un periodista de investigación y
escritor radicado en Argentina, especializado en temas policiales.
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