Argentina/ El extraño país de la apatía y la polarización. [José Natanson]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Sep 4 23:00:49 UYT 2021


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Correspondencia de Prensa

4 de setiembre 2021

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Argentina



El extraño país de la apatía y la polarización



Quemando en el camino manuales de ciencia política, la recta final hacia las
PASO (Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias) está demostrando lo
que parecía imposible: que polarización y apatía pueden convivir en la misma
elección.



José Natanson

Le Monde Diplomatique, edición Cono Sur, septiembre 2021

https://www.eldiplo.org/



Por un lado, como viene sucediendo desde hace ya algunos años, todo indica
que la sociedad se inclinará mayoritariamente por alguna de las dos grandes
coaliciones: el Frente de Todos, que salvo la persistencia del indómito
cordobecismo ha logrado unificar a la totalidad del peronismo, y Juntos por
el Cambio, que reúne al espectro no peronista.



Esta configuración binaria comenzó a gestarse durante el conflicto del
campo, el último partero de nuestra historia, y es resultado de un largo
proceso de aprendizaje político. En efecto, durante buena parte de la década
kirchnerista el no peronismo se presentó fragmentado en propuestas que iban
desde la derecha tradicional a los intentos siempre fallidos por construir
un polo progresista alternativo. Sobre el segundo mandato de Cristina, el
peronismo también comenzó a dividirse, con las consecuentes derrotas
kirchneristas en 2013, 2015 y 2017.



Ambos aprendieron, y hoy podrá haber tensiones y disputas pero las
coaliciones se mantienen unidas, por el sencillo hecho de que es lo que les
conviene a todos. Con Florencio Randazzo reducido a un meme superyoico
fijado en su trauma fundante, terminaron de enterrarse los sueños
lavagnistas de construir un centro potente, y hoy la política se organiza en
dos bloques. Si hay novedades, como la que motoriza el ascendente Ricardo
López Murphy en la interna porteña de Juntos, tensionan más hacia los
extremos que hacia el centro, al igual que los pocos desgajamientos
relevantes, de los cuales el que encarna Javier Milei es el más ruidoso. 



La grieta, entonces, una vez más. Y un reconocimiento: aunque arrastró la
conversación pública a niveles exasperantes de conflicto y aunque resultó
muy paralizante desde el punto de vista de la gestión de gobierno, la
polarización fue políticamente eficaz, en la medida en que permitió que
ambos bloques lograran expresar los intereses y los valores de sectores
mayoritarios del electorado, y transformarlos en una confrontación que hizo
inteligibles las opciones políticas: se podrá preferir a uno u otro, pero
nadie podrá decir que kirchnerismo y macrismo son lo mismo. Y además, y muy
decisivamente, permitió procesar el desacuerdo de manera democrática, con
reconocimiento mutuo de legitimidades y una alternancia –del peronismo al no
peronismo y de ahí nuevamente al peronismo– impecable. Frente a los
estallidos y los golpes de Estado que asolan a media América Latina,
Argentina atraviesa una etapa de envidiable estabilidad democrática.



Es tristeza



Al mismo tiempo que se consolidaba la dualización del sistema político y que
se potenciaban, sobre todo en el lado no peronista, los discursos extremos,
se iba instalando, como una niebla que baja lenta de la montaña, una
creciente distancia de la sociedad con la política, una apatía ciudadana que
las encuestas ya comienzan a captar.



Este clima de desencanto pone fin al largo período de repolitización
militante del kirchnerismo y también a la más breve etapa de efervescencia
macrista, y remite por momentos a la atmósfera de fines de los 90, sólo que
sin los años previos de boom de consumo y con una recesión de una década y
una pandemia sobre las espaldas. Argentina ya estalló en 2001, y todos
comprobamos el costo. Quizás por eso, la abulia no deriva por ahora en
explosión social. No es un grito al estilo del “Que se vayan todos”, sino un
“Que se queden, está bien, pero que hagan algo”. No es indignación, es
tristeza.



Aunque resulta difícil de cuantificar de manera exacta, algunos indicios
coinciden en señalar este estado general de desánimo. El más concreto es la
participación electoral, que disminuyó notablemente en todas las elecciones
locales que se realizaron en los últimos dos años: en Misiones, pasó del 79%
al 60%; en Río Cuarto, del 62 al 50; en Jujuy, del 80 al 70, mientras que en
Salta, en condiciones de normalidad epidemiológica, bajó del 73 al 64, y en
Corrientes, también con pocos casos, pasó del 80 al 65. Aunque la pandemia
puede haber pesado, sobre todo en el voto de los mayores, el porcentaje de
caída sugiere que podría haber algo más.



El “índice de nihilismo político” elaborado por Alberto Quevedo e Ignacio
Ramírez para FLACSO confirma esta intuición (1). En 2013, año en el que
comenzó la medición, sólo un 36% de los encuestados decía estar de acuerdo
con la afirmación “Todos los políticos son iguales”; hoy ya son el 45 (de
manera inversa, quienes rechazan la idea cayeron del 57 al 45).



Las estimaciones de Quevedo-Ramírez, realizadas el año pasado, mostraban un
desequilibrio importante por partido: el 50% de los votantes de Juntos por
el Cambio respaldaba la posición escéptica, contra apenas el 34% de quienes
apoyan al peronismo. Cabe preguntarse si esto sigue siendo así, si el
rechazo sigue concentrándose sobre todo en el no peronismo. Episodios
recientes como el vacunatorio VIP o las frecuentes transgresiones a la
cuarentena por parte de funcionarios nacionales alimentan la idea de un
gobierno insensible a los sufrimientos de las mayorías y estira la distancia
que lo separa de la sociedad. Con sus aires de Puerto Madero, la foto de
Olivos activó en el ciudadano común el recuerdo de lo que no pudo hacer por
imperio de las restricciones sanitarias: el cumpleaños del nene sin amigos,
los meses sin ver a los padres, el velorio desnudo de deudos. Y subrayó un
rasgo quizás tolerable en un gobierno elitista, pero que resulta inaceptable
en uno de corte popular –y menos en medio de una pandemia–: la indolencia.



Al impacto de la foto se suman la persistencia de la inflación y las
dificultades para concretar la promesa de recuperar el salario real,
redondeando un clima de decepción que quizás no se traduzca en un movimiento
electoral profundo pero que sí redunda en una notoria falta de entusiasmo
con la campaña. Y que nos propone otra pregunta. En su investigación,
Quevedo y Ramírez concluyeron que, si las identidades políticas se
construyen sobre una base de identificación y rechazo, el componente
negativo está más concentrado en el no peronismo que en el peronismo. “La
identidad política del electorado cambiemita está mucho más fundada en la
diferencia, en el rechazo al otro. En cambio, la identidad kirchnerista se
estructura fundamentalmente sobre una liturgia propia, no tan dependiente
del contraste con los votantes de otras fuerzas”.



¿Sigue siendo así? ¿Los votantes del Frente de Todos lo hacen convencidos de
apoyar el proyecto oficial o actúan por temor a un regreso del macrismo? Así
como en su momento Cambiemos se constituyó como una coalición
anti-kirchnerista, donde el espanto ante la continuidad de Cristina pesaba
más que cualquier otra consideración, ¿no es hoy el peronismo, en gran
medida, un anti-macrismo?



Juventud



La frialdad ciudadana resulta tanto más llamativa cuanto que se concentra
especialmente en los jóvenes. La consultora Escenarios, dirigida por Pablo
Touzon y Federico Zapata, preguntó por la autodefinición política y encontró
que la categoría “independiente” pesa más entre los jóvenes que en el resto
de las franjas etarias (2). Las encuestas señalan que las opciones
anti-sistema estilo Milei recogen buena parte de sus adhesiones entre las
nuevas generaciones de votantes.



Los motivos de esta despolitización juvenil no son misteriosos, alcanza con
querer mirar. En primer lugar, la crisis económica: la tasa de desocupación
juvenil duplicó en el primer semestre del año la del promedio de la
población (20% contra 10%). Pero además está la historia: un joven de 25
años pasó prácticamente toda su adolescencia y su juventud en recesión, con
recuerdos lejanos de los años dorados del primer kirchnerismo. Y conoció,
como único paisaje político, el paisaje de la grieta. Sobre esta larga
crisis socioeconómica y sobre esta inmutabilidad de las opciones políticas
irrumpió la pandemia, que el gobierno de Alberto Fernández enfrentó
imponiendo una cuarentena tan responsable como insensible a las
particularidades de la juventud: un discurso rigorista que por momentos
pareció provocar a los jóvenes, como sucedió con las acusaciones sobre
adolescentes que, tras emborracharse en una fiesta clandestina, volvían a
casa a contagiar al abuelo.



En todo caso, la retracción política de los jóvenes es un signo de
descompromiso que impacta sobre todo en el kirchnerismo, el movimiento que
capitalizó primero, e impulsó después, la repolitización de la juventud, un
proceso que comenzó subterráneamente en 2003 y que se hizo visible en el
mítico acto del Luna Park del 14 de septiembre de 2010, donde se estrenó el
Nestornauta y donde Néstor Kirchner hizo su última aparición pública. El
influjo juvenil del kirchnerismo lo llevó a imponerse claramente entre los
nuevos votantes, a punto tal que si en las elecciones presidenciales de 2015
solo hubieran votado los jóvenes Daniel Scioli habría ganado… en primera
vuelta (3).



Emergente principal de aquel fenómeno y expresión fundamental de la
vibración ideológica kirchnerista, La Cámpora se consolidó durante esos años
como una fábrica de militancia, una incubadora de buenos funcionarios y, con
el tiempo, una estructura territorial de despliegue nacional. Pero en el
camino, y como parte de este mismo proceso de crecimiento, fue perdiendo su
componente juvenil. Sin llegar a los extremos de la Juventud Radical, que
sobre el final del alfonsinismo contaba con una conducción íntegramente
compuesta por canosos, los líderes de La Cámpora se han convertido en
hombres de Estado cuarentones. ¿Cuándo se egresa de La Cámpora?



Fresa y chocolate



En un artículo que se convirtió en un clásico (4), los politólogos Peter
Mair y Richard Katz explicaron las transformaciones que vienen atravesando
los partidos políticos desde los años 90 como una reacción a los cambios
sociales. Simplificando, sostuvieron que las divisiones ideológicas,
sociales o religiosas tradicionales se han ido diluyendo en sociedades cada
vez más complejas, heterogéneas y fragmentadas. La erosión de estas
“referencias fuertes” transformó a los partidos en fuerzas amplias e
ideológicamente lábiles. Como consecuencia, la estructura que sostenía y le
daba consistencia ideológica al partido –la militancia, los sindicatos– fue
perdiendo peso frente a la dependencia de los recursos del Estado, lo que a
su vez invirtió –tal el hallazgo copernicano del planteo de Mair y Katz– el
sentido de la representación: los partidos ya no son más los encargados de
representar los intereses de la sociedad ante el Estado, sino los
responsables de transmitir las políticas estatales a la sociedad.



Gerardo Scherlis, discípulo argentino de Mair, sostiene que el resultado de
este “giro estatista” de los partidos es un cambio en su percepción: la
gente los ve de otra forma. ¿Cómo? Como un servicio público provisto por el
Estado, al estilo del gas o la recolección de residuos, algo caro y molesto,
pero necesario para garantizar la continuidad de la democracia, un régimen
que puede resultar enojoso pero que en última instancia es preferible a los
demás (5). Al perder nervio ideológico, los partidos se transformaron en un
fenómeno legal antes que social, una institución más de la democracia, como
son el Congreso o la Presidencia. Resulta lógico entonces que no sean
juzgados principalmente por su capacidad para expresar una ideología, sino
por su eficacia a la hora de gestionar el Estado; menos por lo que son que
por lo que hacen. El eslogan “venimos a resolver los problemas de la gente”
resume este espíritu municipalista de las fuerzas políticas modernas.



Escrito pensando sobre todo en Europa, el planteo de Mair puede proyectarse,
matizado, sobre Argentina. Aunque la polarización fortaleció dos núcleos
duros de ideología intensa, sobrevive un amplio electorado flotante que,
sumado a los bordes blandos de los polos, es el que define las elecciones, y
que efectivamente vota en función del desempeño gubernamental de cada
partido. Como en otros países, en Argentina la competencia política se
organiza en torno al eje oficialismo-oposición.



La conclusión está abierta. Si la política está dividida en dos bloques, y
las elecciones se definen por la eficacia de cada uno en la gestión del
Estado, cabe preguntarse qué sucede cuando esos bloques ya fueron juzgados y
castigados. En menos de una década, en efecto, los argentinos votaron contra
el kirchnerismo (en 2015 y 2017) y contra el macrismo (en 2019), para
inclinarse finalmente por el peronismo de centro expresado por el Frente de
Todos. ¿Y ahora? El repliegue político de los jóvenes, la baja performance
de algunas figuras hasta hace poco tiempo muy valoradas como María Eugenia
Vidal y el ascenso de las opciones anti-sistema estilo Milei son indicios
que abonan la idea de un clima general de desánimo. Mientras seguimos
pendientes de la polarización, el malestar se cocina desde abajo. El
problema no es horizontal (entre los políticos), sino vertical (entre la
clase política como un todo y una sociedad disconforme). Por eso pueden
convivir polarización y apatía.



Notas



1. https://www.eldiarioar.com/opinion/usos-desconfianza_129_7296123.html

2.
https://www.infobae.com/politica/2021/08/28/bronca-pesimismo-e-insatisfaccio
n-en-la-poblacion-en-la-previa-a-las-paso/

3. Véase el editorial de Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, de mayo de
2017.

4. Richard Katz y Peter Mair, “Changing Models of Party Organization and
Party Democracy: The Emergence of the Cartel Party”, Party Politics, Vol. 1,
N° 5, 1995.

5. Ver el artículo incluido en el libro de Andrés Malamud (compilador),
Adelante radicales, Capital intelectual, 2019.

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