Análisis/ Rusia-Ucrania y la izquierda latinoamericana: un escenario mucho más complejo de lo que parece. [Marc Saint-Upéry]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Abr 9 16:11:35 UYT 2022


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Correspondencia de Prensa

9 de abril 2022

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Análisis



Rusia-Ucrania y la izquierda latinoamericana: un escenario mucho más
complejo de lo que parece



Marc Saint-Upéry *

A l'encontre, 8-4-2022

http://alencontre.org/

Traducción de Correspondencia de Prensa

¿Las izquierdas del continente iberoamericano están realmente tentadas de
justificar o "entender" la guerra de Putin? Para algunos observadores de la
región, el vaso del discurso "antiimperialista" y antiestadounidense está
más que medio lleno. Pero, cuando se observan de cerca las posiciones
reales, lo que más llama la atención es que ese vaso está más que medio
vacío.



¿Podemos decir que la izquierda latinoamericana tiene predisposición
culpable y mayoritaria a favor de Vladímir Putin? Sería muy imprudente sacar
conclusiones precipitadas sobre este tema a partir de posiciones
heterogéneas y difícilmente comparables. A este respecto, muchos amigos y
camaradas me han preguntado qué pensaba de un artículo del periódico Le
Monde publicado el 27 de marzo de 2022 y titulado: "En Amérique latine, les
accents pro-Poutine de la gauche".



Habiendo denunciado durante mucho tiempo las derivas y las ilusiones
"campistas" de buena parte de la izquierda latinoamericana, cabría esperar
que estuviera de acuerdo con las grandes líneas de este panorama
continental. Pero no es así. Fruto de un mosaico de correspondencias bien
intencionado pero bastante heterogéneo, este análisis de Le Monde es
bastante esquemático, mezcla aspectos de la situación que tienen poco que
ver entre sí y pasa por alto en gran medida las tendencias más profundas que
revela la situación. Los redactores o periodistas de Le Monde consideran que
el vaso del discurso regional "antiimperialista" contra Estados Unidos está
más que medio lleno, mientras que lo que más llama la atención cuando se
profundiza un poco en la cuestión es que está más que medio vacío. Déjenme
explicarles.



En primer lugar, es un poco absurdo poner a un mismo nivel a editorialistas
de periódicos marcados ideológicamente pero no necesariamente muy
influyentes y las posiciones de los partidos políticos o, a fortiori, de los
gobiernos y sus representantes diplomáticos. Escritores como Guerra Cabrera,
Tello Chávez o Majfud -citados por Le Monde sin perspectiva- abundan en la
prensa de izquierdas y en las redes sociales latinoamericanas, pero sus
variaciones libres sobre el tema "la culpa es ante todo de la OTAN" se
caracterizan por la acumulación de tópicos poco informados y por una doble
ceguera: (a) la ignorancia radical de las realidades de la geopolítica
contemporánea y de las relaciones internacionales y (b) la ignorancia total
de las principales tendencias de la opinión popular en sus propias
sociedades. Volveré sobre este último punto, que es muy importante, al final
de este análisis.



Con el tipo de discurso atribuido a "la izquierda" por Le Monde, nos
encontramos en parte como esos personajes de dibujos animados que siguen
caminando por el borde del acantilado antes de darse cuenta de que están
caminando hacia el vacío y cayendo. Por parte de una pequeña casta
intelectual parasitaria y resentida, se trata de una especie de
"antiimperialismo zombi", un tigre de papel sin un verdadero dominio
analítico o político ni de la opinión popular ni de las fuertes tendencias
infraestructurales de la inserción de América Latina en la geopolítica
mundial. Estas últimas son ciertamente complejas y están sin ninguna duda
marcadas por una disminución relativa de la hegemonía hemisférica
estadounidense. Pero esta evolución está esencialmente ligada al peso de
China, no al de Rusia; y sobre todo, no corresponde en absoluto a un
realineamiento global, sistemático y generalizado, ni tampoco a una
aspiración unilateral a alcanzar dicho realineamiento, sino a una situación
"estratificada", en la que -y esto es muy importante- no hay absolutamente
ninguna congruencia entre comercio, economía, política, soft power,
identificación cultural, diplomacia y geoestrategia.



Pasemos a las descripciones de las actitudes de los distintos candidatos y
partidos de izquierda y/o de los distintos gobiernos que supuestamente
encarnan la izquierda. En primer lugar, la idea de que "la izquierda
[latinoamericana] en general no ve a Rusia como una amenaza" es cierta, pero
puede significar varias cosas diferentes y tiene un tono perfectamente
banal. Del mismo modo, se podría decir que los indonesios tienen buenas
razones para no preocuparse por la guerra civil en Etiopía, y los
mozambiqueños para ser bastante insensibles a la represión india en
Cachemira. En cuanto a la idea de que esta izquierda "ve a Rusia como un
socio en la construcción de un mundo multipolar", hay que relativizarla,
tanto porque estamos hablando de un país con un PIB inferior al de Italia
como porque estamos en la era post 24 de febrero. Esto cambia muchas cosas
y, en mi opinión, las cambiará aún más a largo plazo.



Permanencia de la doctrina diplomática de los Estados latinoamericanos



Veamos la situación país por país. En México, cualesquiera que sean las
interpretaciones de tal o cual fracción de su partido efectivamente
"atrapado", la posición del gobierno de Andrés Manuel López Obrador (AMLO)
refleja sobre todo una doctrina internacional muy arraigada en México y en
todas las instancias diplomáticas latinoamericanas: no absoluto a la
violación de la soberanía de los estados y sus fronteras, prioridad absoluta
a la resolución pacífica de los conflictos (de ahí la práctica regional de
remitir todas las disputas territoriales locales a los tribunales
internacionales u otros organismos de resolución de controversias
interestatales). Por supuesto que puede haber matices de interpretación en
la aplicación de estos principios, pero la supuesta tibieza "pacifista" de
AMLO no ha cambiado la posición de México en la Asamblea General de la ONU,
y además refleja un hecho bien conocido en México: el profundo desinterés
del presidente mexicano por las relaciones internacionales (en contraste con
el dinamismo proactivo que mostró la diplomacia del otro gigante
continental, Brasil, bajo Lula). Por el contrario, la condena mucho más
enérgica del Ministro de Asuntos Exteriores mexicano, Marcelo Ebrard, a la
invasión rusa no refleja ninguna contradicción importante dentro del
gobierno.



Por las mismas razones, no hay nada de "errático" en la posición de
Argentina, contrariamente a lo que sugiere un investigador entrevistado por
Le Monde. La visita de Alberto Fernández a Rusia tres semanas antes de la
invasión fue una visita diplomática y comercial perfectamente banal y
legítima, realizada en un contexto de graves dificultades económicas que
empujaron al gobierno argentino a buscar todas las salidas y oportunidades
posibles. Ello no impidió en absoluto que este mismo gobierno firmara casi
simultáneamente un acuerdo con el FMI y condenara después la invasión rusa
el 3 de marzo en la ONU, como era de esperar, siempre de acuerdo con la
doctrina tradicional de la diplomacia latinoamericana [1].



Los "cristinistas" (partidarios de Cristina Fernández de Kirchner)
ciertamente tienen una serie de disensiones con Alberto Fernández,
principalmente en torno a la política económica, pero las diferencias
retóricas superficiales sobre la actitud hacia Putin y Rusia que pueden
surgir aquí y allá no forman parte de ellas. De hecho, no sólo ninguna
figura importante del bando "cristinista" ha denunciado la posición de
Argentina en la ONU, sino que la propia expresidenta recordó en un tuit que
su Gobierno no había reconocido la anexión de Crimea por parte de Moscú (una
posición que responde tanto a las tradiciones diplomáticas mencionadas como
a la preocupación por no deslegitimar los reclamos argentinos sobre las
Malvinas). Al final, aunque sea a través de una trayectoria diferente, más
principista para la "nueva izquierda" chilena, más pragmática y a veces
desigual para los peronistas argentinos, la posición de Buenos Aires sobre
Rusia -pero también, observemos, sobre las violaciones de los derechos
humanos y la represión en Venezuela y Nicaragua- es la misma que la de
Chile: una condena firme.



Además, pero esto merecería una explicación muy larga, no hay que olvidar
nunca que el peronismo argentino encarna todo un universo polimorfo que está
lejos de coincidir con "la izquierda", aunque el kirchnerismo haya
"izquierdizado" en parte de su discurso. Históricamente, detrás de una
retórica hábilmente ambigua que abogaba por una "tercera posición" (entre el
capitalismo y el comunismo, y entre los dos bloques) y de breves fricciones
iniciales con Washington, Perón siempre se mantuvo firmemente anclado en el
campo occidental. No hay ninguna razón para que esto cambie hoy en día en
los que dicen ser sus seguidores en el gobierno. (Paradójicamente, fue la
dictadura argentina de Videla la que en su momento promovió un pronunciado
coqueteo geopolítico con la Unión Soviética).



En cuanto al Brasil, no hay que sobrestimar los derrapes del PT, que ahora
es esencialmente una máquina electoral en estado de coma cerebral desde hace
varios años. Por cierto, en buena parte de los círculos intelectuales de la
izquierda brasileña sigue prevaleciendo el mismo "antiimperialismo zombi"
residual que mencioné anteriormente. Pero en este caso, es bien sabido que
funciona como una sobrecompensación ideológica de la política ultra moderada
y centrista de Lula, el único candidato creíble de la izquierda en ese país
actualmente. Las piadosas y vagas declaraciones pacifistas de este último
sobre Ucrania no deben interpretarse como la traición a un remanente de
complacencia ideológica hacia Putin (aunque también pretendan, por cierto,
conciliar "antiimperialismo" y multilateralismo), sino como la expresión del
mismo margen pragmático y retórico de interpretación de los principios de la
diplomacia brasileña, que son los mismos que los de la mayoría de sus
vecinos.



La diferencia es que, cuando vuelva de nuevo al poder, Lula va a reactivar
la diplomacia proactiva de Brasil y muy probablemente intentará que
Itamaraty [2] desempeñe un papel específico en cualquier intento de
negociación con Rusia, si es que esto todavía resultara posible. En esto
emularía a Erdogan o a Naftali Bennett, y ciertamente no lo hará "contra"
Estados Unidos o "a favor" de Rusia, sino con la aquiescencia tácita o
explícita de Washington.



El caso de Perú es tan confuso y complejo que se necesitarían al menos cinco
páginas para explicar adecuadamente los entresijos de la caótica situación
interna del gobierno de Pedro Castillo. El adjetivo "errático" es
perfectamente apropiado para la política interna del presidente peruano, no
para su posición sobre Ucrania, que es francamente la última preocupación
tanto de las autoridades de Lima como del electorado peruano. Además, tachar
al gobierno de Castillo de "izquierda" resulta cada vez más delicado y
problemático para un gabinete que ha sido remodelado cuatro veces en ocho
meses (con, entre otras cosas, la sucesión de cuatro presidentes del Consejo
de ministros, tres ministros de Asuntos Exteriores, tres de Justicia y dos
de Economía, y un promedio de cambio de ministro cada nueve días) y que
avanza a tientas reciclando a políticos y tecnócratas de todo pelaje, con,
como única preocupación, la de su supervivencia a corto y medio plazo. Esto
se hace sin ninguna coherencia estratégica o programática y sin grandes
reformas progresivas, que en todo caso serían imposibles por la fragilidad,
la inestabilidad y el carácter heterogéneo y oportunista de su base
parlamentaria.



La falta de visión es lo que le reprocha su socio inicial, el partido
"marxista-leninista" de Vladimir Cerrón, un vehículo electoral improvisado
del que Castillo no es miembro y del que se ha ido distanciando cada vez más
por razones que nada tienen que ver con Ucrania. (Cabe señalar que, también
en este caso, se necesitarían al menos cinco páginas para describir lo que
es realmente el partido Perú Libre, que en realidad tiene poco que ver con
el "marxismo" o el "leninismo" -y que curiosamente se autodenomina
"socialista pero no comunista"- y que además encubre las prácticas de una
serie de feudos regionales clientelistas, o incluso de facciones
criminales).

No me detendré en las posiciones de La Paz, Caracas y Managua, relativamente
previsibles, pero con matices y contradicciones de "equilibrio" que Le Monde
menciona muy brevemente de pasada sin explicarlas realmente (entre otras
cosas, ¿es Caracas la que "aprovecha la agitación geopolítica para jugar la
carta del acercamiento a Washington", o más bien lo contrario?)



En cuanto a Gustavo Petro, no está en el poder y es probable que su marcha
hacia el Palacio de Nariño (sede de la presidencia colombiana) encuentre
muchos obstáculos en un país todavía desgarrado por conflictos muy
violentos, con un proceso de "paz" engañoso y la presencia de la derecha más
intratable y sanguinaria del continente. Es cierto que una "minoría intensa"
en la base militante de Petro reproduce en las redes sociales todos los
clichés del antiimperialismo de manera automática, sin reflexión alguna;
esto también es comprensible en vista de las pesadas responsabilidades
históricas del intervencionismo estadounidense y de sus aliados locales en
Colombia. Pero hoy, por un lado, estos reflejos hiperbólicos apenas se
diferencian del recalentamiento ideológico bastante desinformado al que nos
tienen acostumbrados en Francia, por ejemplo, los atrabiliarios partidarios
de Jean-Luc Mélenchon; por otro lado, es muy probable que, si Petro es
elegido (lo que no es seguro), veamos, por todo tipo de razones -que sería
demasiado largo explicar aquí en detalle- la misma dinámica "cordial" y
sorprendentemente constructiva en su relación con Washington que marcó el
advenimiento del gobierno progresista de Xiomara Castro en Honduras.



Lo que tienen en común Petro y Castro es que insisten en su afinidad con
Bernie Sanders y Gabriel Boric y evitan como la peste cualquier asociación
ideológica con el régimen de Nicolás Maduro, aunque el líder de la izquierda
colombiana se muestre, con razón, partidario de una normalización o, al
menos, de una "descrispación" de las relaciones diplomáticas con Venezuela
(una descrispación a la que, como se ha visto, Estados Unidos no será ni
mucho menos necesariamente hostil).



Por otro lado, Petro tiene mucha razón al rechazar las bravatas retóricas
del presidente uribista Iván Duque sobre la posibilidad de enviar tropas
colombianas a Ucrania. Pero esto tiene poco que ver con el fondo del
problema, y las enormes dificultades que esperan a un eventual gobierno de
izquierdas en Colombia no serán principalmente geopolíticas.



El fin del engaño "antiimperialista"



El artículo de Le Monde ilustra bastante bien la grandeza y las limitaciones
del periodismo de referencia. Al movilizar a sus corresponsales en varias
capitales, el diario francés ofrece ciertamente una variedad de perspectivas
regionales, pero éstas siguen siendo bastante heterogéneas y desconectadas.
Al mezclar descuidadamente razones ideológicas con posiciones diplomáticas,
esta visión general permite apenas comprender la verdadera dinámica en juego
en la región. Paradójicamente, mientras el tono del artículo parece lamentar
el filo putinismo que supuestamente prevalece en la izquierda regional y
verlo como una tendencia en parte comprensible pero políticamente
cuestionable, accarea agua al molino de los filoputinistas latinoamericanos
al reforzar los estereotipos superficiales en los que se basa su espontáneo
tropismo prorruso. Es cierto que lo que realmente sucede es difícil de
captar si uno se contenta con brindar una muestra aleatoria y no ponderada
del discurso de la izquierda "Putinversteher" [3], y luego entrevistar para
contrapesar a los críticos liberales pro-occidentales que tienen todo el
interés del mundo en mezclar indiscriminadamente a todas las izquierdas así
como los niveles de análisis.



En realidad, el filoputinismo inercial de una parte (en declive) de los
comentaristas de izquierda latinoamericanos es a la vez masivo y
superficial, tontamente pavloviano y relativamente insignificante en
términos políticos y diplomáticos concretos. Desde el punto de vista
sociológico, también refleja una fracción de la intelectualidad local que ya
no es lo suficientemente militante o comprometida con la vida política
activa como para influir en la toma de decisiones políticas reales en
momentos cruciales de definición política y diplomática. Sobre todo, cada
vez tiene menos impacto en la opinión popular mayoritaria. Así lo demuestra
una reciente encuesta (diciembre de 2021) sobre las respectivas percepciones
de los latinoamericanos sobre una serie de grandes países (Estados Unidos,
China y Rusia) y sobre los principales actores de la Unión Europea,
realizada por el Instituto Latinobarómetro y la Fundación Ebert [4]. En
respuesta a la pregunta "¿De cuál de los siguientes países tiene mejor
opinión? - que a nivel de todo el continente otorga a Estados Unidos un 47%
de opiniones favorables, frente al 43% de Alemania, el 19% de China y el 17%
de Rusia - los únicos países latinoamericanos en los que Estados Unidos
queda por debajo del umbral de opinión favorable del 35% son México (35%) y
Argentina (32%). Por otro lado, las opiniones favorables a Estados Unidos
ocupan el primer lugar y superan el 50% en Bolivia (52%), Colombia (51%),
Costa Rica (56%), Guatemala (53%) y... ¡Venezuela (66%!!).



En México, este relativo antiamericanismo es bastante comprensible teniendo
en cuenta la experiencia histórica, ya que más de la mitad del territorio
original del país fue anexionado por Estados Unidos en el siglo XIX. Pero al
mismo tiempo, este resentimiento histórico se complica y mitiga en gran
medida por el grado de interpenetración sociodemográfica y cultural
irreversible entre los dos grandes países vecinos, un fenómeno que sin duda
impedirá que México se convierta en un bastión activo del antiimperialismo
estadounidense.



En Argentina, en cambio, el antiamericanismo es un fenómeno esencialmente de
clase media, cultural y europea. Podrán llamarme malintencionado, pero la
clase media de sensibilidad kirchnerista y/o izquierdista de Argentina se
parece en esto a un gigantesco club de profesores jubilados que leen Le
Monde Diplomatique en Francia. Y su antiamericanismo es tan característico,
automático, mal calibrado y mal informado como el de Jean-Luc Mélenchon o la
mayoría de los lectores acríticos de Le Diplo en Francia. Además, en estos
dos países, México y Argentina, Alemania tiene de lejos el mayor porcentaje
de opiniones favorables (50% y 45% respectivamente), y no China o Rusia, que
están muy por detrás, especialmente en Argentina.



A modo de conclusión provisoria, me gustaría hacer una afirmación que sé que
hará aullar de indignación a buena parte de mis lectores, pero que no deja
de ser la estricta verdad: como ideología movilizadora de masas y brújula
unilateral para proyectos de desarrollo nacional creíbles, el
antiimperialismo antiestadounidense está muerto y enterrado en América
Latina. Prueba de ello es, entre otras cosas, el estrepitoso fracaso del
régimen bolivariano en Venezuela, país del continente donde Estados Unidos
tiene el mayor índice de opiniones favorables (66%) tras veinte años de
histriónica propaganda contra los yanquis -lo que obviamente no impidió a la
"boliburguesía" militar-mafiosa en el poder ir de compras a Miami y adquirir
allí pisos de lujo. El efecto de retroceso universal de este fracaso y la
justificada percepción del gobierno de Caracas como un anti modelo que debe
ser rechazado han marcado profundamente la conciencia popular en
prácticamente todo el continente; y más aún, por supuesto, en los países que
tuvieron que absorber el grueso de los seis millones de venezolanos que
huían de su famélica patria saqueada por un régimen autoritario depredador,
ultracorrupto y abismalmente incompetente.



Esto no quiere decir que no existan o dejen de existir contradicciones entre
los intereses del hegemón hemisférico y los de los gobiernos, proyectos
nacionales o pueblos latinoamericanos, tres realidades que están muy lejos
de coincidir y que deben ser cuidadosamente distinguidas y analizadas en su
justa medida. Esto no es en absoluto lo que pienso, y por lo tanto, no
quiero que me pongan en un aprieto. Lo que quiero decir es que en un mundo
parcialmente multipolar -aunque todavía se caracterice por una fuerte
asimetría de poder militar- en el que las esferas de acción e influencia
comercial, económica, política, cultural (diferentes tipos de poder blando),
diplomática, militar y geoestratégica están en gran medida desalineadas y no
son congruentes, una hostilidad unilateral o incluso la desconfianza hacia
Estados Unidos es perfectamente incapaz de alimentar un proyecto político
progresista consistente y sostenible.



Además, algunos de los resultados de la encuesta de Latinobarómetro
confirman directa o indirectamente lo que es evidente para cualquiera que
conozca íntimamente estos países: en América Latina, el sentimiento de
pertenencia a un "Occidente" o a una "cultura occidental", ciertamente vago
y genérico, con una percepción bastante compleja, en parte pertinente y en
parte ingenua y distorsionada, de las ventajas respectivas del "modelo"
estadounidense y del "modelo" europeo, es muy mayoritario y es probable que
aumente en lugar de disminuir. Esto no contradice el sentimiento de
pertenencia simultánea a un "Sur global" asolado por la pobreza y la
desigualdad, pero la consiguiente afirmación político-cultural de un
tercermundismo "tricontinental" es de hecho muy marginal en la opinión
pública regional, incluso entre las poblaciones de origen indígena (y la
encuesta no lo pregunta, pero todo indica que el país asiático más popular
en América Latina no es China, sino probablemente Corea del Sur).



La retórica y los estados de ánimo antiamericanos, un tanto pavlovianos,
recogidos a granel por Le Monde no cambiarán nada, y si la invasión de Putin
parece reavivarlos superficialmente a corto plazo, sólo puede reforzar la
deriva hacia la irrelevancia de la retórica antiimperialista tradicional en
la región a medio y largo plazo. El feroz despertar del imperialismo de la
Gran Rusia también corre el riesgo de desestabilizar la posible reanudación
-si Lula vuelve al poder- de proyectos contrahegemónicos "moderados", como
el de musitar políticamente el poder de negociación y la influencia de los
BRICS [5], por ejemplo, pues ¿qué pasará con la "R"? ¿Y qué pasará con la
legitimidad del "C" mañana, o pasado mañana, en caso de una invasión
sangrienta de Taiwán o un conflicto armado con la India? Es probable que
todo esto sea bastante complicado [6].



¿No me creen? Acepto apuestas. Mark my words, y hablamos de neuvo dentro de
cinco o diez años. (Artículo publicado en el Blog de Marc Saint-Upéry,
7-4-2022:
https://blogs.mediapart.fr/saintupery/blog/070422/ukraine-et-gauche-latino-a
mericaine-un-scenario-bien-plus-complexe-qu-il-n-y-paraithttp/)



* Marc Saint-Upéry, periodista, editor y traductor. Autor de El sueño de
Bolívar. El desafío de las izquierdas sudamericanas, Paidós, Barcelona,
2008. (Redacción Correspondencia de Prensa)



Notas



[1] Obsérvese que esta misma doctrina explica tanto la firme condena de la
invasión rusa como el rechazo -salvo en parte por Chile- a sumarse
activamente a la lógica de las sanciones, instrumento sobre el que la
diplomacia latinoamericana siempre ha tenido fuertes reservas. Para todas
estas cuestiones, véase el imprescindible y muy esclarecedor artículo
publicado por los analistas de la Fundación Carolina de Madrid: José Antonio
Sanahuja, Pablo Stefanoni y Francisco J. Verdes-Montenegro, "América Latina
frente al 24-F ucraniano: entre la tradición diplomática y las tensiones
políticas", Documentos de Trabajo 62 / 2022 (2a época),
https://www.fundacioncarolina.es/wp-content/uploads/2022/03/DT_FC_62.pdf.

[2] Sede del Ministerio de Relaciones Exteriores de Brasil.

[3] Una pintoresca expresión política alemana para los actores políticos
occidentales que "entienden" (Verstehen) a Putin y siempre están dispuestos
a encontrar excusas para todas sus acciones.

[4] "¿Qué se piensa en América Latina sobre la Unión Europea?",
Latinobarómetro/Friedrich Ebert Stiftung, diciembre de 2021. La encuesta se
basa en una muestra representativa de la población de diez países
latinoamericanos (con una cobertura media del 87%). En cada uno de estos
países se realizaron 1.200 entrevistas en línea en español y portugués a
adultos con estudios secundarios o superiores. Se aplicaron cuotas en
función del sexo, la edad, el nivel educativo, la categoría social y la
región. La encuesta se llevó a cabo mediante un método de muestreo
estratificado y se sometió a un alto nivel de control de calidad.

[5] Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica.

[6] Por supuesto, si Donald Trump -o un Trump al cuadrado, como el
gobernador de Florida Ron de Santis- llega al poder en 2024, el poder blando
regional de Washington se verá de nuevo significativamente erosionado. Sin
embargo, no creo que esto altere significativamente ni las grandes
tendencias del desarrollo regional ni las enormes incertidumbres del
escenario geopolítico mundial, que seguirán desdibujando las supuestas
lógicas del realineamiento.

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