Salud Pública/ Dónde se equivoca el movimiento contra la psiquiatría sobre las enfermedades mentales. [Madeleine Ritts]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Abr 10 12:46:30 UYT 2022


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Correspondencia de Prensa

10 de abril 2022

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Salud Pública



Dónde se equivoca el movimiento contra la psiquiatría sobre las enfermedades
mentales



Madeleine Ritts,*

Viento Sur, 7-4-2022

https://vientosur.info/

Traducción de Viento Sur



La salud mental es evidentemente difícil de categorizar o definir. Después
de más de dos siglos de estudio, apenas estamos cerca de conseguir
explicaciones satisfactorias -científicas o de otro tipo- para las diversas
formas de malestar y perturbación psíquica que pueden experimentar las
personas.



La dificultad para comprender el sufrimiento psicológico se ve agravada por
el hecho de que las adversidades sociales y personales -como la pobreza, la
desigualdad, la precariedad económica y las experiencias de violencia o
abuso- influyen significativamente en nuestra salud mental. Y, sin embargo,
la experiencia de traumas semejantes afecta a los individuos y a su salud
mental de manera diferente. ¿Por qué algunos supervivientes de la guerra
desarrollan síntomas de estrés postraumático y otros no?



Impulsados por un deseo humanista de aliviar el sufrimiento, y por una
justificada y profunda sospecha de sus justificaciones ideológicas, los
radicales de izquierda han tratado, comprensiblemente, de encontrar
explicaciones a las enfermedades mentales en las miserias cotidianas de las
sociedades capitalistas. La precariedad económica y los bajos ingresos no
pueden explicar por sí solos la depresión: no todos los que viven con bajos
ingresos están deprimidos, y no todos los que tienen depresión tienen bajos
ingresos. Otras formas de trastorno mental, como la manía o la psicosis, son
aún más difíciles de atribuir únicamente a cuestiones de justicia económica.
Aun así, salvo algunos modestos avances científicos en torno a los factores
de riesgo sociales y genéticos (en el caso de la esquizofrenia), estamos
lejos de comprender su causa.



Es difícil abordar estas cuestiones de causalidad cuando las mismas
cuestiones que intentamos explicar están tan débilmente definidas. Las
etiquetas diagnósticas intentan imponer un orden a una gran diversidad de
experiencias que sencillamente no podemos explicar. Algunas personas con
esquizofrenia oyen voces y siguen llevando vidas ricas y significativas.
Otras experimentan alucinaciones debilitantes y, en ocasiones, violentamente
perturbadoras, o una profunda desorganización del pensamiento y del habla.
Estas personas pueden ver muy limitada su capacidad para realizar las tareas
cotidianas más básicas. Una combinación de psicoterapia y medicación
antipsicótica puede aliviar las características angustiosas de la psicosis
en algunos casos, pero no en todos. Para algunos desafortunados, los efectos
secundarios de los medicamentos pueden ser lo suficientemente importantes
como para superar los beneficios esperables.



Para atender cualquier dolencia humana con la compasión adecuada y un
tratamiento idóneo, es necesario compartir una cierta comprensión, aunque
sea general, de la naturaleza del problema que pretendemos abordar. Muchas
de las críticas bienintencionadas al tratamiento médico del sufrimiento
psicológico se han centrado exclusivamente en sus causas sociales,
bloqueando la posibilidad de un acercamiento entre la crítica socialista de
la sociedad capitalista y el intento científico de curar el sufrimiento
innecesario.



La naturaleza controvertida de la psiquiatría



En general, hemos asignado a los psiquiatras la doble tarea de comprender y
responder al sufrimiento mental. Si bien la psiquiatría no es el área
científicamente más primitiva de la medicina occidental moderna, sí es
probablemente la más polarizante. Un estudio de la historia de la
psiquiatría presentará descripciones desconcertantemente divergentes de la
profesión. En sus doscientos años de historia, la psiquiatría ha pasado por
muchos períodos de crisis y de reinvención y, con cada transformación,
surgen nuevos paradigmas, estándares de evidencia y métodos de
investigación.



Tanto si se es partidario como crítico de la disciplina, la identidad
siempre cambiante de la psiquiatría supone un reto importante para
cualquiera que intente tejer una narración coherente de su historia
institucional e intelectual. Sus defensores sostienen que los psiquiatras
son idealistas obstinados o soldados atribulados de la ciencia médica. Los
escándalos con gran repercusión, las reformas fallidas, los grandes
pronunciamientos y los fracasos públicos son etapas propias del conocido
camino del progreso científico gradual.



Sus críticos, por el contrario, describen la historia de la disciplina como
un proceso lleno de violencia. Desde este punto de vista, la psiquiatría se
caracteriza por la represión y la conspiración: los psiquiatras son
elementos interesados que se benefician y contribuyen al castigo de aquellos
que amenazan la moral burguesa y el orden dominante. Y sin embargo, a través
de estos profundos desacuerdos, uno encuentra un cierto nivel de acuerdo que
conecta a los defensores de la psiquiatría y a muchos de sus críticos: que
la locura sigue eludiendo nuestra comprensión de sus fundamentos básicos.



Los críticos del enfoque del status quo sobre el sufrimiento psíquico han
ofrecido valiosas objeciones a nuestros supuestos más preciados sobre lo que
constituye la enfermedad mental. Y lo que es más importante, han llamado la
atención sobre los graves problemas de integridad moral y científica de la
disciplina.



En la izquierda, las críticas habituales tratan de explicar cómo la
psiquiatría puede, sin darse cuenta, medicalizar la injusticia. Estas
críticas destacan la delictiva relación de interdependencia entre la
psiquiatría y la industria farmacéutica, así como las diferentes formas en
que la psiquiatría puede ser utilizada para legitimar la violencia y la
opresión social. Críticos como Michel Foucault, R. D. Laing y David Cooper
han aportado una visión política incalculable a las cuestiones del
diagnóstico, el tratamiento y la custodia. Sin embargo, yendo más allá,
también han respaldado el punto de vista de que las intervenciones dirigidas
al sufrimiento psíquico son erróneas, inútiles o inhumanas.



El capitalismo es el trastorno, la enfermedad mental es el síntoma



Los vínculos íntimos entre la desigualdad social y el sufrimiento psíquico
están bien documentados y son conocidos tanto por conservadores como por
progresistas. El New York Times, el Financial Times y el Globe and Mail de
Canadá han vinculado las crecientes tasas de depresión, ansiedad y "muertes
por desesperanza" a las defectuosas redes de apoyo social y a los sistemas
de atención sanitaria escasamente financiados o inaccesibles. Por su parte,
los izquierdistas llevan mucho tiempo destacando la tensión estructural
entre los programas de bienestar social y el funcionamiento básico del
capitalismo. El inmutable dominio de la acumulación sobre las necesidades
humanas garantiza que nada -incluido el trabajo de cuidados- pueda tener
prioridad sobre las exigencias ineludibles de la mercantilización y el
beneficio.



Si la pobreza, la explotación y la alienación son características inherentes
al capitalismo, la degradación de la salud física y mental es inevitable
mientras sigamos viviendo bajo el dominio del mercado. Para algunos, los
sentimientos de tristeza, ansiedad y estrés, tanto episódicos como crónicos,
se entienden mejor como respuestas lógicas a las fuerzas estructurales que
están en juego en la vida cotidiana bajo el capitalismo.



La medicina psiquiátrica puede servir para legitimar y reforzar los
intereses de la élite gobernante, ya sea por falta de oposición o de forma
intencionada. Como el difunto gran Mark Fisher escribió una vez: "La actual
ontología dominante niega cualquier posibilidad a una causalidad social de
la enfermedad mental. La quimio-biologización de la enfermedad mental es,
por supuesto, estrictamente proporcional a su despolitización". Este punto
de vista, debo decirlo, es sostenido por no muchos psiquiatras y
profesionales clínicos de la salud mental. Sin embargo, el sentimiento
general que subyace es correcto: cuando el sufrimiento de origen político se
medicaliza como disfunción personal, nuestro sentido de la solidaridad
social y del poder político colectivo también se resiente.



En The sane society (Psicoanálisis de la sociedad contemporánea), el
filósofo marxista Erich Fromm intentó ofrecer una formulación correctiva al
paradigma médico dominante de la salud y la enfermedad mental. Para Fromm,
la salud mental no se define por lo bien que un individuo puede adaptarse a
su sociedad, sino por lo bien que la sociedad se ajusta a las necesidades de
sus individuos. Una sociedad sana es aquella en la que las personas disponen
de los medios, la libertad y la seguridad para prosperar como individuos, al
tiempo que sienten la solidaridad y la pertenencia como parte de un todo que
los incluye. La naturaleza corrosiva de la competencia y la atomización de
la vida bajo el capitalismo roe nuestra psique colectiva y nadie, ni
siquiera la clase dirigente, se libra de su capacidad para provocar
sufrimiento existencial.



Los esfuerzos por exponer los fundamentos socioeconómicos del sufrimiento
psíquico suelen tomar como caso de estudio estados de malestar psíquico en
los que los límites entre la salud y la enfermedad no son fácilmente
diferenciables. La depresión, la ansiedad, la angustia existencial -o los
"trastornos del estado de ánimo y la ansiedad"- son tan frecuentes como
diferentes en grado. La casi imposibilidad de establecer conexiones causales
entre fenómenos sociales concretos y trastornos del estado de ánimo y de
ansiedad mal definidos es una de las limitaciones de las explicaciones
socioeconómicas de las enfermedades mentales.



Es dudoso que todas las formas de sufrimiento y desorganización psíquica
-como la psicosis- puedan explicarse por igual y de forma satisfactoria por
los sufrimientos de la vida bajo el capitalismo (aunque se puede ver
fácilmente cómo estas podrían empeorar). Los debates sobre el grado en que
el socialismo podría ser una panacea para la depresión, la ansiedad y los
traumas -especialmente los más crónicos y graves- son en su mayoría
especulativos. Parece más razonable suponer que, al igual que el dolor
existiría en un mundo postrevolucionario, también lo harían las enfermedades
mentales.



Las populares discusiones sobre la psiquiatría a menudo atribuyen a la
profesión una comprensión poco matizada de nuestra vida psíquica.
Ciertamente, se puede encontrar un fanatismo neurobiológico en la industria
farmacéutica y en ciertas áreas de la disciplina. Sin embargo, en las
últimas dos décadas, el "modelo biopsicosocial" ha surgido como el paradigma
principal de la psiquiatría contemporánea. Representa un cambio
significativo en la forma en que la medicina de salud mental tienen en
cuenta la compleja interacción entre los factores sociales, el desarrollo
psicológico y los genes.



Sin embargo, existen importantes críticas sobre la aplicabilidad y la
coherencia del modelo biopsicosocial. La principal es que el modelo no tiene
un marco sistemático para priorizar entre los factores biológicos,
psicológicos y sociales. Esto deja un amplio margen para que los clínicos
ignoren o exageren la importancia de algunos de los factores determinantes
y, al hacerlo, afecten significativamente a la prestación de la asistencia.



Como ejemplo, consideremos el caso hipotético de alguien que experimenta una
angustia extrema debido a su creencia de que poderosos y malignos espíritus
intentan tomar el control de su cuerpo. Si se interpreta a través de una
visión biológica estrecha, su sufrimiento podría atribuirse a una
esquizofrenia mal tratada, por lo que lo mejor sería encontrar un
medicamento antipsicótico más eficaz. Sin embargo, un médico con una visión
diferente, que explorara la historia del desarrollo de este paciente, podría
encontrar una historia de abuso infantil a manos de un miembro respetado de
la comunidad religiosa del paciente. En la medida en que la experiencia
actual del paciente tiene sus raíces en un trauma psicológico, se podría
priorizar una intervención psicoterapéutica sobre los ensayos con
medicamentos. Otro médico podría explorar tanto los elementos biológicos
como los psicológicos, pero dar mayor consideración al entorno social del
paciente. Si, por ejemplo, este paciente reside en un centro de
internamiento sucio, violento y caótico, es mucho menos probable que los
médicos aborden las barreras que le impiden seguir la psicoterapia, recordar
tomar su medicación y establecer relaciones de confianza.



La formulación de casos clínicos es una de las muchas áreas en las que un
análisis político, guiado por la justicia social y económica, sigue siendo
muy necesario para evitar el tipo de psiquiatrización de la vida cotidiana
con la que Fisher, Fromm, los miembros de la Red de Psiquiatría Crítica y
muchos otros están preocupados con razón. Sin embargo, propiciar una crítica
a la excesiva dependencia de la psiquiatría en las explicaciones químicas
del sufrimiento humano no debería cerrar la posibilidad de investigar sus
causas biológicas.



Trastorno depresivo mayor: locura y control social



A lo largo de la historia, las enfermedades mentales han recibido muchos
nombres, significados y definiciones diferentes. Las descripciones de
"locura" y "melancolía" se remontan a la antigüedad. Dado que la comprensión
de la "locura" parece ser históricamente contingente, el propio concepto de
enfermedad mental es controvertido.



Pocos pensadores han sido tan influyentes en la construcción de un andamiaje
teórico para la locura como Michel Foucault. Locura y civilización (1988),
el análisis histórico-filosófico de Foucault, rastrea la aparición de la
"locura" como objeto de estudio científico y como fenómeno social que
requiere la intervención y el control del Estado. En su relato, el
desarrollo de una "ciencia mental" de la locura -es decir, la psiquiatría-
no tenía nada que ver con la profundización de nuestra comprensión de la
naturaleza humana, y sí con los nuevos modos de gobernanza. Desde este punto
de vista, las ciencias de la mente son en sí mismas estructuras de control,
un "monólogo de la razón" que ahoga todas las voces que amenazan la
autoridad de la clase dirigente o el orden social.



La teoría de Foucault de que los gobernantes de los primeros tiempos de la
modernidad y la industria veían a los locos como una amenaza para el orden
social es, en el mejor de los casos, dudosa. Los historiadores no han
encontrado prácticamente ninguna prueba que corrobore esta idea, que debemos
considerar como una conjetura. No obstante, el relato de Foucault sigue
teniendo mérito. Su cuidadoso tratamiento de los valores políticos y
culturales asociados con la locura ha proporcionado herramientas teóricas
útiles a los "activistas de la locura" y a los grupos contra la psiquiatría.
Su trabajo también ha inspirado a generaciones de académicos y clínicos a
cuestionar lo que consideramos normal y por qué, y cómo los comportamientos
desviados se convierten en trastornos que necesitan ser etiquetados.



Son preguntas útiles. La historia es rica en ejemplos de cómo la psiquiatría
ha patologizado la resistencia política, desestimando los actos de oposición
como casos de trastorno mental. Por citar dos ejemplos: la drapetomanía, o
"la enfermedad que hace huir a los esclavos", es un ejemplo atroz de
diagnóstico que da cobertura a una práctica social atroz, y el trastorno
negativista desafiante (TND, actualmente incluido en la quinta edición del
Manual de Diagnóstico y Estadística) es un diagnóstico que se aplica
normalmente a los niños y adolescentes que parecen inusualmente hostiles y
que no son suficientemente obedientes o deferentes con los adultos en
posiciones de autoridad. Como han señalado muchos críticos, el TND es un
diagnóstico mal definido y cargado de valores, que corre el riesgo de
medicalizar los factores ambientales y contextuales que conforman el
desarrollo y el comportamiento infantil. Otro de los fallos de la
psiquiatría, como han demostrado las campañas y los movimientos LGBTQ, es la
forma en que la orientación sexual y las expresiones no normativas de género
han sido objeto de la patología médica de forma absolutamente dañina.



Sin embargo, los argumentos que equiparan la psiquiatría con un control
social casi dictatorial presentan una comprensión reduccionista de la
profesión y atribuyen a los psiquiatras mucho más poder del que pueden
tener. En estas narrativas está ausente una visión de los pacientes como
receptores de cuidados y no como víctimas. ¿Cómo entender entonces a los
pacientes actuales y a los que lo fueron cuando hablan de resultados
positivos y, en algunos casos, de un cambio de vida tras el tratamiento
psiquiátrico? La visión de victimización y de supervivencia de la
psiquiatría no sólo descarta las experiencias de curación de algunas
personas, sino que también sugiere que las personas sólo necesitan liberarse
de las garras de la psiquiatría para revivir.



Llevadas a su punto final lógico, las teorías de control social -las que se
denominan ampliamente "antipsiquiatría"- sostienen que la enfermedad mental
es un mito. Se trata de una propuesta muy controvertida, especialmente para
los profesionales de salud mental que trabajan sobre el terreno, o para
cualquiera que haya experimentado u observado a alguien luchar con un
comportamiento obsesivo debilitante, con perturbaciones visuales y auditivas
incomprensibles, o con decisiones radicalmente fuera de lugar y peligrosas
en pleno estado maníaco.



Para los miembros más intransigentes del movimiento contra la psiquiatría,
el mito de la enfermedad mental es un intento de las estructuras sociales
opresivas de excluir el poder revolucionario del deseo y la desviación. El
concepto de esquizofrenia, para algunos pensadores franceses que escribieron
tras la rebelión del mayo de 1968 en París, era un punto de apoyo para el
poder libidinal que podía rehacer la sociedad. Los revolucionarios, según
esta escuela de pensamiento, podían desmantelar las estructuras de jerarquía
y opresión abrazando la locura y el deseo. Mientras que la fuerza liberadora
del loco o del desviado podría haber fracasado en lograr un cambio social
revolucionario, los arquitectos del neoliberalismo desplegaron un ethos de
individualismo radical con un éxito considerable. Ronald Reagan y Margaret
Thatcher estaban muy contentos de dar énfasis a un orden social basado en el
interés personal y la autogratificación.



Históricamente, los que niegan la existencia de la enfermedad mental han
encontrado extraños compañeros de viaje en los políticos conservadores. La
derecha, deseosa de justificar la abdicación de la responsabilidad de dar
ayudas humanitarias a la salud mental financiadas con fondos públicos, está
muy contenta de aprovecharse de los manifiestos errores de la psiquiatría.
En Canadá y el Reino Unido, la desinstitucionalización -el proceso histórico
de desmantelamiento del sistema de manicomios y su cambio hacia una atención
basada en la comunidad- se desarrolló con el objetivo explícito de reducir
los gastos de atención sanitaria.



Históricamente, los que niegan la existencia de la enfermedad mental han
encontrado extraños compañeros de cama en los políticos de derechas.



En las últimas décadas, los servicios y apoyos de salud mental basados en la
comunidad se han desarrollado a través de un proceso azaroso, sin un plan o
una visión coherente. Las débiles redes de servicios privados, de
beneficiencia y gubernamentales que ahora forman la base de la atención
comunitaria en gran parte de Estados Unidos y Canadá son incapaces de
proporcionar una continuidad de cuidados a muchas personas que luchan contra
enfermedades mentales graves. La vida de los enfermos mentales suele estar
marcada por la violencia, la pobreza, la falta de vivienda y el
encarcelamiento. Los activistas de resistencia contra la psiquiatría
caracterizan a esta como un componente de esta dominación para afirmar que
hace más daño que bien, defendiendo por ello soslayar los tratamientos.
¿Hasta qué punto la lucha contra el control social llega a coincidir con una
política de abandono social?



El complejo farmacéutico-industrial



La influencia de la industria farmacéutica sobre la educación médica, la
investigación y la práctica clínicas no es exclusiva de la psiquiatría. Sin
embargo, es ciertamente preocupante el papel de la psiquiatría a la hora de
impedir una comprensión profunda de aquellos problemas que la industria
farmacéutica pretenden tratar con medicamentos. Las empresas farmacéuticas
ejercen un preocupante grado de poder y autoridad en la definición de los
trastornos mentales, la investigación de las causas del sufrimiento psíquico
y la determinación de cual es la mejor manera de abordarlo.



A mediados del siglo XX, a medida que la psiquiatría dependía cada vez más
de las intervenciones farmacéuticas, la industria farmacéutica se dio cuenta
de lo rentable que podía ser una alianza, y nació una relación de
inquietante dependencia. En Anatomía de una epidemia (2010), Robert Whitaker
investigó la lucha de la psiquiatría por su legitimación junto a la de los
intereses de la industria farmacéutica para exhibir los profundos vínculos
de dependencia entre ambas. Esta relación, tras la aparición de los
"revolucionarios" fármacos psicoactivos en la década de 1950, queda
claramente ilustrada por la transición de la psicoterapia como método de
tratamiento dominante hacia la terapia impulsada por la industria
farmacéutica.



Aunque inicialmente se desarrollaron para tratar infecciones, de forma
bastante fortuita se descubrió que fármacos como la clorpromazina y el
meprobamato eran útiles para modificar los estados mentales y atenuar la
presencia de síntomas agudos de psicosis, ansiedad y depresión. Aunque nadie
sabía cómo funcionaban, rápidamente se extendió su uso en hospitales
psiquiátricos y centros ambulatorios.



Con el tiempo, los investigadores pudieron observar que los psicofármacos
afectaban al equilibrio de varios mensajeros químicos (neurotransmisores) en
el cerebro, e hipotetizaron que los fármacos debían corregir desequilibrios
químicos. Por ejemplo, dado que la clorpromazina bloquea los receptores de
dopamina en el cerebro -cuyo efecto es reducir la agresividad y síntomas
psicóticos como las alucinaciones- se postuló que las psicosis debían estar
causadas por un exceso de dopamina. De este tipo de observaciones nació la
infame teoría del "desequilibrio químico" de las enfermedades mentales.



Las siguientes décadas de investigación sobre la fisiología de las
enfermedades psicóticas abrieron importantes líneas de investigación para
comprender los elementos neurobiológicos implicados en el malestar psíquico
y en los trastornos mentales. Sin embargo, el problema de toda esta
investigación es que está controlada en gran medida por los intereses
farmacéuticos, el problema que inhibe la mayoría de los estudios de ciencia
básica y de experimentación psiquiátricos. Al trabajar dentro de la matriz
de los incentivos del mercado, las empresas farmacéuticas hacen
declaraciones audaces y afirmaciones reduccionistas sobre las causas de las
enfermedades mentales. La teoría del desequilibrio químico se vendió a los
pacientes y al público general porque era una herramienta de marketing
conveniente. Pero su promesa de curas químicas fue exagerada de forma
desproporcionada.



Las empresas farmacéuticas tienen medios evidentes para vender sus productos
-como la publicidad directa al consumidor- y también estrategias más
encubiertas. Los grupos de presión de la industria tienen un impacto
significativo en la salud pública y en la política farmacéutica, y la
financiación por parte de la industria de las actividades académicas y de
investigación clínica sesga gravemente la educación médica y las guías de
práctica clínica. En general, la psiquiatría se apoya en una base de
conocimientos que se ha visto comprometida por la participación de la
industria, pero este hecho por sí solo no explica la legítima preocupación
por las extralimitaciones de la psiquiatría. Los médicos de familia -que
llevan a cabo la mayoría de las prescripciones de psicofármacos para las
usuarias de la atención ambulatoria- reciben mucha menos formación en
psicoterapia de la que deberían. Sus esfuerzos de buena fe por ayudar a las
personas se ven a menudo comprometidos por una excesiva dependencia de las
recetas.



Mientras los prescriptores siguen utilizando rudimentarias herramientas
psicofarmacológicas, la investigación y el desarrollo de nuevas
intervenciones psicofarmacológicas se han prácticamente paralizado. A las
empresas les resulta mucho más rentable modificar, volver a patentar y
renombrar los medicamentos existentes que dedicarse al negocio mucho más
arriesgado de crear nuevas teorías y tratamientos. Esto explica, en parte,
por qué las empresas farmacéuticas invierten mucho más dinero en marketing
que en investigación y diseño.



Quienes defienden y promueven la psicofarmacología lo hacen en gran medida
porque sus fármacos, aunque imperfectos, suelen ser eficaces. Sin embargo,
no es fácil valorar la veracidad de las afirmaciones realizadas por las
empresas farmacéuticas. La desmesurada cantidad de dinero de la industria
farmacéutica implicada en los estudios médicos compromete gravemente la
calidad y la fiabilidad de la información que hace pública. El hecho de que
los estudios financiados por la industria farmacéutica tengan muchas más
probabilidades de presentar resultados positivos que los no fnanciados por
esta está bien documentado. Además, los procedimientos de aprobación de
medicamentos de la Administración Federal de Medicamentos de EE.UU. y de
Health Canada -la cual sigue por línea general las decisiones tomadas en
Estados Unidos- están dramáticamente sesgados en beneficio de las empresas
farmacéuticas.



Para sacar un medicamento al mercado, las empresas farmacéuticas deben
presentar todos los ensayos clínicos que han patrocinado (no están obligadas
a presentar revisiones independientes de sus productos). Aunque las empresas
farmacéuticas pueden realizar tantos ensayos como quieran de un medicamento,
para que sea aprobado sólo deben presentar dos ensayos que demuestren que
este es más eficaz que un placebo. Los ensayos negativos rara vez ven la
luz, mientras que los estudios positivos se promocionan en congresos y se
publican en revistas médicas. El público, y hasta cierto punto los médicos
que nos tratan, quedan en gran parte en un estado de ignorancia.



Hacia una política de izquierdas de la atención de salud mental



Es fácil seleccionar los evidentes abusos de la psiquiatría para arrojar una
luz negativa sobre toda la disciplina -sobre su pasado, presente y futuro-.
Sin embargo, cabe señalar que los defensores de la psiquiatría también han
producido sus propias historias selectivas las cuales arrojan una luz mucho
menos negativa sobre su disciplina. Un enfoque más ecuánime sería mantener
nuestras críticas a la psiquiatría y reconocer al mismo tiempo la gran
dificultad de dar respuesta al sufrimiento psíquico.



Figuras prominentes de la disciplina como Leon Eisenberg y Allen Frances han
ofrecido evaluaciones muy difundidas de las limitaciones habituales de la
psiquiatría y de sus muchos fracasos. En 1982, en medio de las frenéticas
promesas de una "revolución neurobiológica" en la psiquiatría, Roberto
Mangabeira Unger destacó los desafíos de la disciplina en un conmovedor
discurso ante la Asociación Americana de Psiquiatría:



“Nada perjudica más a la ciencia que la negación o la banalización del
enigma. Al tiempo que tenemos ante nuestros ojos los fracasos explicativos
de la ciencia psiquiátrica, también somos capaces de descubrir elementos
válidos de autoconocimiento incluso en los ataques más extremos y menos
cuidadosos a la psiquiatría contemporánea: de hecho, hacer que incluso sus
críticos más confusos e implacables sean fuentes de inspiración es el sueño
de un científico”.



La ciencia dista mucho de ser políticamente neutral, pero la izquierda puede
y debe emplear sus métodos para promover fines políticos emancipadores y
transformadores.



Las políticas del sufrimiento psíquico tiene varias dimensiones. Sabemos que
las personas padecen diversas formas de malestar psíquicos importantes y
duraderas que puede aliviarse o resolverse. Sin embargo, carecemos de
explicaciones sociológicas, psicológicas y biológicas satisfactorias para
ellas. Los profesionales de la psiquiatría no tienen el monopolio de este
estado de ignorancia: es compartido por todos. Pero hemos cedido una
autoridad y un poder significativos a los investigadores médicos y a las
empresas farmacéuticas para progresar en nuestra comprensión pública sobre
asuntos de gran interés y complejidad. Futuros estudios deben atenerse a
normas más estrictas de transparencia y responsabilidad democrática.



La labor asistencial es una parte importante de la lucha más amplia por
conseguir libertades sociales y económicas universales. Se necesita con
urgencia la provisión pública de programas sociales y terapéuticos
cuidadosamente diseñados -como casas de acogida, grupos de iguales,
viviendas de apoyo, mediación de casos y terapias psicológicas y médicas
verdaderamente accesibles- para ayudar a las personas a vivir con seguridad
y bienestar.



No es fácil ni sencillo arrebatar el poder a las empresas e instituciones
que actualmente se benefician de su monopolio sobre el sufrimiento psíquico.
El camino hacia la democratización de la investigación científica será, sin
duda, una ardua batalla. Sin embargo, es fundamental que vayamos más allá de
la crítica y el rechazo generalizados de la psiquiatría y que nos
comprometamos más activamente con estas cuestiones. Esto comienza con la
humildad y una apreciación matizada de los desafíos epistemológicos y
políticos a los que nos enfrentamos.



Una política de izquierdas de la atención de salud mental debe exigir una
investigación democrática y financiada con fondos públicos sobre la
naturaleza del sufrimiento mental y los posibles tratamientos, evaluaciones
regulares de lo que es importante para las personas que sufren, y un
compromiso con la provisión de tratamiento e interés por la atención. Las
respuestas sociales a las enfermedades mentales se han caracterizado durante
mucho tiempo por los extremos del paternalismo o la desatención. La
izquierda tiene mucho que aportar para forjar un nuevo camino.



* Madeleine Ritts trabaja como jefa de equipo de un programa comunitario de
salud mental y adicciones en un hospital del centro de Toronto. Participa en
la organización del trabajo en torno a la pobreza y los sin techo y ocupa un
puesto de investigación basada en la práctica en el Li Ka Shing Knowledge
Institute. (Artículo publicado el
https://www.jacobinmag.com/2022/03/anti-psychiatry-movement-mental-illness-p
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