Brasil/ El casamiento perfecto. El vínculo entre evangelismo y política [Brenda Carranza - Entrevista]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Abr 22 10:10:14 UYT 2022


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Correspondencia de Prensa

22 de abril 2022

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Brasil



El casamiento perfecto



En esta entrevista Brenda Carranza describe el avance de la influencia
neopentecostal en la política brasileña y su efecto en el debate público.



Marcelo Aguilar, desde San Pablo

Brecha, 21-4-2022

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La doctora en Ciencias Sociales Brenda Carranza vive hace décadas en Brasil
y ha dedicado gran parte de su vida académica al estudio de la religión, el
fundamentalismo cristiano y su relación con la política. Es profesora e
investigadora del Departamento de Antropología Social de la Universidad
Estadual de Campinas y coordinadora del Laboratorio de Antropología de la
Religión de esa casa de estudios. En diálogo con Brecha, describe el proceso
histórico de avance neopentecostal en la vida pública brasileña.



—¿Cómo surge el pentecostalismo y cómo llega a Brasil?



Para comprender el pentecostalismo en Brasil, primero hay que entender que
es parte de un fenómeno internacional, que nace en Estados Unidos dentro del
protestantismo, con una fuerte apelación a la piedad y la devoción. Al final
del siglo XIX, a esa inquietud por la piedad se le agrega la inquietud
misionera, de llevar el fervor religioso a todas partes del mundo y renovar
desde dentro a los protestantes. Cuando hablamos de pentecostalismo como un
movimiento religioso que tiene como base el carisma –que busca vivir los
dones del Espíritu Santo, como hablar en lenguas, sanar dolencias y hacer
profecías según las imágenes bíblicas originales–, hablamos de algo que
surge en el siglo XIX y comienzos del XX, principalmente en comunidades
étnicas segregadas de Estados Unidos. En el oeste del país, tiene una
importante influencia negra. Allí comienza un movimiento de expansión, un
fuerte impulso de anuncio a todas las naciones, con la idea de ir por todo
el mundo, afirmando la experiencia religiosa pentecostal.



Esto llega a Brasil en 1910, se instala en el norte y poco a poco se expande
por todo el país, con núcleos muy fuertes en el sudeste y el sur. Una idea
que puede ayudar a entender este fenómeno religioso espiritual, que después
va tomando formas políticas, es que en sus orígenes pretende lograr una
renovación espiritual. Cuando se afirma como movimiento, apunta a renovar el
cristianismo y cambiar las costumbres y la manera en que las personas se
identifican. En los comienzos hay una clara influencia anticatólica,
iconoclasta, en la que el protestantismo se va afirmando en oposición a la
Iglesia católica, lo que en el pentecostalismo brasileño permea los tres
primeros tercios del siglo XX, hasta 1980, más o menos. Por entonces, los
pentecostales se vuelven fácilmente identificables por el público brasileño.
Andan con la Biblia debajo del brazo, promueven una moral firme, buscan todo
el tiempo convertir a otros y –algo fundamental– promueven una teología
apolítica, sin ningún tipo de relación con la política partidaria.



—Paradójicamente, hoy ocupan vastos espacios políticos del país. ¿Hubo un
cambio en la doctrina?



A lo largo de todo el siglo XX, el pentecostalismo acompaña los cambios
sociales que se dan en el mundo. En las décadas del 60 y el 70 se dan
cambios muy fuertes en Estados Unidos. Avanzan el movimiento por los
derechos civiles, el antirracismo y el feminismo, lo que le da a la época
una exuberancia contracultural. Los sectores evangélicos conservadores ven
por entonces un declive en la participación religiosa de los fieles y
empiezan a leer la contracultura como un peligro para la nación protestante
y blanca. Frente a esto, surge la llamada teología del dominio o
dominionismo, que tiene dos hermanas, la teología de la prosperidad y la
teología de la batalla espiritual.



Para la teología del dominio, los cristianos deben salir del apoliticismo y
ocupar activamente espacios políticos, porque si no lo hacen, la
contracultura, el comunismo y todo lo que atenta contra la religión se
asentará en el poder. Al mismo tiempo, junto con el avance de la sociedad de
consumo y los medios de comunicación, va surgiendo la teología de la
prosperidad: no es tan malo usufructuar el consumo; las costumbres no pueden
ser tan rígidas en lo económico y lo comercial; si Dios nos da la
posibilidad de vivir bien, ¿por qué no hacerlo? Por otro lado, la idea de
batalla espiritual trae a estas concepciones otro componente: los creyentes
deben confrontar y perseguir a todos los que están contra la religión, a
todos los que puedan representar una amenaza para los principios cristianos.
Estas teologías, que nacen en los setenta y los ochenta, se implantan
naturalmente en la derecha estadounidense y sus referentes comienzan a ser
rápidamente arropados por el Partido Republicano. De allí vienen misioneros
a América Latina, con la idea de que el pentecostalismo local debe ocupar
espacios en la política, porque, de alguna manera, creen ellos, el
cristianismo está en peligro.



---En un artículo publicado en el libro Novo ativismo político no Brasil: os
evangélicos do século XXI, usted afirma que en Brasil el clima de tensión
social ha contribuido a consolidar un nuevo actor político: el
evangélico-pentecostal, alineado con la derecha brasileña, lo que ha
propiciado una nueva relación entre religión y política. ¿De qué se trata
esta nueva relación?



Poco a poco, en las últimas décadas, comienza a trabajarse la posibilidad de
que los cristianos pentecostales ocupen espacios políticos como tales. En
1977 se funda en Brasil la Iglesia Universal del Reino de Dios, cuyo obispo,
Edir Macedo, se nutre tanto de la teología de la prosperidad como de la idea
de batalla espiritual. Macedo elige dos enemigos: las religiones
afrobrasileñas y todos los políticos que no le permiten acceder al poder. Es
entonces que la teología del dominio se instala con fuerza en el país a
través de una nueva corriente, llamada neopentecostalismo, fuertemente
dedicada a evangelizar a través de los medios de comunicación, a ocupar
espacios político-partidarios y a dar desde allí la batalla espiritual,
dentro de un marco en el que todo lo que sea minoría es visto como un
enemigo.



En 2002, cuando la elección en la que gana por primera vez [Luiz Inácio]
Lula da Silva, ya existe una consolidación de 20 años de los grupos
religiosos pentecostales en la política, grupos que se han tornado claves
para las disputas electorales. Por entonces ya tienen un gran know how de
cómo ganar una elección, por lo que consiguen muchas bancas en el Congreso,
estadual, municipal y federalmente. Entre 1990 y 2000, este
neopentecostalismo crea una red de articulación que le permite tener un
fantástico conocimiento del marketing político y se constituye como una base
electoral que los partidos ya no pueden despreciar. Les puede caer mejor o
peor, pero no la pueden ignorar.



Este proceso ocurre, con más o menos intensidad, en prácticamente toda
América Latina. Pero sus grandes redes políticas multinacionales tienen su
sede en Brasil, porque es donde hay más dinero y más articulación con lo
secular. La Iglesia Universal del Reino de Dios y Asamblea de Dios, dos
grandes representantes del pentecostalismo en el país, se han convertido en
pilares políticos fuertes de Brasil y llevan casi la voz cantante en las
elecciones. En 2003, Lula es elegido con un fuerte apoyo evangélico,
negociando con Macedo. A esa altura, los evangélicos, con pentecostales y
neopentecostales a la cabeza, ya articulan con los políticos como un actor
consolidado.



—¿Cómo pervive esa articulación durante los gobiernos petistas y por qué se
van derechizando los neopentecostales?



El radicalismo religioso se junta con un radicalismo político. Lo que ocurre
en el cristianismo latinoamericano en las décadas del 70, el 80 y el 90 bajo
la forma de un cristianismo progresista, de corte ideológico izquierdista,
causa incomodidad en el pentecostalismo, porque levanta algunas banderas que
van contra costumbres y principios que ellos consideran inamovibles. Algo
parecido ocurre en Brasil. Así como los evangélicos se van fortaleciendo a
través de su bancada política, compuesta fundamentalmente por pentecostales
y neopentecostales, durante los gobiernos petistas [2003-2016] también se
fortalecen las demandas de las minorías, que pasan a tener representaciones
en las comisiones del Congreso y, de forma paralela, a potenciar la
discusión de su agenda en la sociedad toda.



Esto hace que comience a haber debates muy fuertes en la interna de la
política institucional. En 2010, Dilma Rousseff llega al gobierno
prometiendo a los grupos evangélicos que no discutirá la despenalización del
aborto durante su mandato. Lo mismo ocurre en 2014. En paralelo, a partir de
2011, los grupos evangélicos y su programa de conservadurismo moral se
fortalecen institucionalmente. Por entonces, el Partido de los Trabajadores
tiene que articular muchos asuntos con muchos actores y los temas que van
contra la agenda de los grupos evangélicos son dejados de lado con tal de
que se tranquilicen y apoyen al gobierno para avanzar en otros frentes. Así
se fortalece la influencia del programa religioso en el aparato jurídico y
dentro del propio gobierno. La agenda moral cobra cada vez más fuerza en los
cálculos de apoyo político de los diferentes partidos. Para 2016, cuando
llega el impeachment, en las justificaciones de los votos en aquella sesión
ya se ve bien claro que la agenda profamilia y moralista está diseminada e
implantada con fuerza en casi todos los sectores del Congreso.



Gradualmente, los neopentecostales van retirando su apoyo político a la
izquierda y se fortalece el apoyo a la derecha. En 2018, en una elección
polarizada entre derecha e izquierda, y entre progresistas y conservadores
dentro del campo religioso, esto cobra una gran relevancia. Podemos pensar
en una nueva fase del pentecostalismo y del sector cristiano en general, ya
que también aparecen sectores más radicales del catolicismo que comienzan a
trabajar junto con los neopentecostales en torno a la idea de una nación
cristiana. Esta idea es reforzada en el primer discurso de Jair Bolsonaro
como presidente: «Somos un país cristiano». Lo repite en la ONU
[Organización de las Naciones Unidas] en 2019 y 2020, y en 2021 con un
agregado: «Somos un país conservador».



—Recientemente, el ministro de Educación se vio forzado a renunciar debido a
un escándalo que incluía el tráfico de influencias por pastores
neopentecostales. ¿Hasta qué punto esta corriente ha penetrado la
institucionalidad?



Debemos tener memoria histórica. El lobby religioso responde a modelos
históricos de relaciones con el poder. El modelo católico siempre fue un
modelo cara a cara, en el que los políticos van a misa, después desayunan
con los obispos y a partir de ahí hacen negocios. Son los políticos quienes
van a la sacristía. Al entrar en juego el modelo pentecostal, las
estrategias y los mecanismos son los del juego político democrático. Los
pastores y los fieles se presentan a las elecciones, las ganan, van a las
comisiones parlamentarias e ingresan en la dinámica interna del Poder
Legislativo. Y ahí el lobby político es propio de la manera misma de
trabajar de los parlamentos y las instituciones como las conocemos: el toma
y saca, el intercambio de favores. Al final, en intercambios de este tipo,
que poco o nada tienen que ver con los derechos ni con los mecanismos
democráticos de representación, se cocinan muchas cosas.



Pero eso no es nuevo, siempre estuvo. En 2006, en el segundo mandato de
Lula, se hace una gran operación policial, llamada Sanguessugas
(‘chupasangres’), que desbarata una mafia que desvía dinero público
destinado a comprar ambulancias. En ella están implicados varios pastores
que tienen una doble identidad: son representantes políticos y, al mismo
tiempo, representantes religiosos. Más de 15 años después, lo que ha habido
es una evolución en la forma en la que el sector evangélico permea los
poderes Ejecutivo y Judicial, y logra tener ahora influencia en los tres
poderes. A partir de 2018, vemos en posiciones de primer orden a personas
declaradamente evangélicas y con vínculos orgánicos explícitos con sus
iglesias. Son los casos de, por ejemplo, la ministra Damares Alves y el
ministro del Supremo Tribunal Federal [STF], André Mendonça, surgido de la
Asociación Nacional de Juristas Evangélicos.



—En el momento de su candidatura para el STF, Bolsonaro celebró que se
tratara de un ministro «terriblemente evangélico».



Sí, tan terriblemente evangélico que ahora, frente al proceso que involucra
al expolicía militar y actual diputado federal bolsonarista Daniel Silveira
[por amenazar a autoridades, intentar impedir el ejercicio del Poder
Judicial y hacer llamados al golpismo], el bolsonarismo pide que sean
exonerados nueve de los 11 ministros del STF y que solo queden para juzgar a
Silveira el ministro Mendonça y el ministro Kássio Nunes Marques, también
designado por Bolsonaro. Al mismo tiempo, la bancada evangélica ha llamado a
orar por Silveira. Bolsonaro está todo el tiempo dando señales a ese sector.
Les dice a los evangélicos que no los abandonará, que sus enemigos no lo
están dejando hacer mucho, pero que le tengan paciencia. Apoya su agenda en
las comisiones parlamentarias, pone a sus representantes al frente de los
ministerios y les cumple las promesas. Es como decirles: «En 2022 no se
olviden de que cumplí con mantener en alto la agenda moral y evitar a
cualquier precio que avanzaran las agendas de género y el debate sobre el
aborto». Hay un casamiento perfecto entre la política conservadora y la
agenda moral religiosa.



—Ante esta estrategia de Bolsonaro, que tiende a acercarlo a los
evangélicos, ¿cómo se pueden leer las recientes declaraciones de Lula sobre
el aborto como una cuestión de salud pública y como un derecho?



Hay que tener en cuenta que el sector evangélico no es homogéneo. La
plataforma de Bolsonaro agrada a determinados sectores, pero no abarca a
todo el mundo. Ahora bien, dentro del evangelismo y de los sectores
religiosos en general, algunos de los cuales pueden estar también dentro de
la izquierda, el tema del aborto es muy sensible, mucho más que los derechos
de las minorías, el casamiento igualitario y la homosexualidad. Que lo digan
los analistas, pero creo que puede ser una declaración innecesaria frente a
un fenómeno mayor: la ascensión de la ultraderecha en el mundo. Este es el
país de las tempestades, por lo que esto hace mucho ruido y pega fuerte
entre los conservadores. De todos modos, no creo que sea la discusión que
definirá la elección.



—¿Cuál será, entonces?



—Diría que el voto religioso siempre tiende a ser conservador. Pero no
podemos guiarnos únicamente por los movimientos institucionales: quién apoya
a quién, qué apoya el Congreso, qué apoya la bancada evangélica. Esa es una
parte, pero tenemos que estar muy atentos a lo que se discuta en las bases
religiosas, en las que hay una polarización muy grande. El voto religioso
puede ser decisivo y estar relacionado con una idea de moralidad, pero creo
que será mucho más importante ver cómo se trabajan el odio, el miedo y las
amenazas.



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Racismo religioso



—¿Qué papel juega el pentecostalismo político frente a las religiones de
matriz africana, que últimamente son víctimas de diversos ataques?



Estos grupos sufren un racismo religioso muy fuerte y son el objetivo
principal de las agresiones evangélicas. Son atacados directamente en sus
terreiros. Esto es visto como parte de la batalla espiritual de la que
hablábamos. Los atacantes se justifican a través de una visión particular
del demonio, de quién es el demonio, por la que se ve a las religiones de
matriz africana como enemigos del cristianismo que merecen ser perseguidos y
castigados. Son víctimas del fanatismo y la intolerancia, y no son un grupo
homogéneo federalizado que se representa a sí mismo, como hacen los
evangélicos. No puede decirse que sean de izquierda en bloque, como tampoco
puede decirse que los fieles evangélicos sean de derecha en bloque. Lo que
hay, entre estos últimos, son grupos de representación y poder, que son los
más visibles en los medios.



Lo importante en la elección es lo que pasa en la base y dependerá de cuál
sea la fibra que se toque. Ahí se verá si el discurso de la amenaza, la
violencia y el odio surte efecto. Los grupos evangélicos y católicos
conservadores son los que gritan más alto en este momento, y es lo que más
interesa difundir. Detrás de ellos hay mucho dinero y representación
política. Pero no son los únicos que reinan en el campo de la espiritualidad
brasileña. Causan mucha resistencia. Y este es el país de las sorpresas. Lo
único que ya sabemos es que la elección será violenta. Esperemos que no
desgarre el tejido social.

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