Ucrania/ Berdichev, en el corazón de las tinieblas: de las peores atrocidades nazis a los bombardeos de Putin. [Cristian Segura]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Abr 30 13:41:42 UYT 2022


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30 de abril 2022

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Ucrania



Berdichev, en el corazón de las tinieblas: de las peores atrocidades nazis a
los bombardeos de Putin



En esta ciudad de Ucrania nacieron los escritores Vasili Grossman y Joseph
Conrad, y en ella se casó Honoré de Balzac. Sufrió el Holocausto nazi y la
feroz represión estalinista. Hoy Berdichev sigue condenada a las tinieblas
de la guerra.



Cristian Segura

El País, 30-4-2022

https://elpais.com/eps/



Hay una pequeña ciudad en el centro de Ucrania que pocos conocen más allá de
las fronteras de este país en guerra. Su nombre, Berdichev, no resulta
familiar para la mayoría de europeos, pero su historia y presente concentran
el alma y el dolor compartido por los pueblos del Viejo Continente. Entre
sus colmenas de viviendas soviéticas aguantan todavía bellos edificios del
siglo XIX, testigos de un pasado rico en lo cultural y en lo económico.
Berdichev fue centro espiritual del judaísmo en Ucrania y cuna de una
refinada aristocracia local que vio nacer a dos genios de la literatura como
Vasili Grossman y Joseph Conrad. También fue el escenario de las peores
atrocidades nazis y de la feroz represión comunista. Hoy vive bajo la
amenaza de los misiles rusos.



Suenan las sirenas de alerta ante un posible ataque aéreo y los transeúntes
de la calle de Europa prosiguen su camino como si nada sucediera. Han pasado
ya semanas desde el inicio de la guerra y los ciudadanos se han acostumbrado
a este tétrico sonido, acompañado además por el doblar de las campanas de
las iglesias. Las alarmas indican que los radares del Ejército ucranio han
detectado actividad aérea del invasor en dirección a la provincia de
Yitómir, donde se localiza Berdichev. Pueden ser misiles, drones o aviones.
Solo en una ocasión cayeron las bombas sobre el casco urbano de la ciudad.



Los ciudadanos de Berdichev se sienten confiados en los últimos días de
marzo y aprovechan cuando sale el sol para pasear por la avenida principal,
la dedicada a Europa. En las horas de alarma aérea únicamente se prohíbe el
acceso a la plaza frente al ayuntamiento porque es un posible objetivo del
enemigo. La sede consistorial es un enorme edificio con dimensiones
soviéticas más propias de un ministerio que de un municipio de 75.000
habitantes que dejó atrás su época más gloriosa. A pocos metros del
ayuntamiento se encuentra la iglesia de Santa Bárbara. En ella contrajeron
matrimonio en 1850 la condesa polaca Éveline Hanska y el escritor francés
Honoré de Balzac, uno de los padres de la novela moderna.



La condesa Hanska era una de las muchas admiradoras que tuvo Balzac. Durante
dos décadas mantuvieron una relación epistolar que empezó cuando ella era la
mujer del conde ucranio Vinceslas Hanski. Cuando este murió, en 1841, los
amantes intercalaron estancias por Europa y sobre todo en el palacio que
ella había heredado, a 60 kilómetros de Berdichev. Se casaron tan solo tres
meses antes de la muerte del escritor. Ella fue posteriormente enterrada
junto a él en París y es recordada por ser la destinataria de las Cartas a
la extranjera, una recopilación póstuma de las misivas que le escribió él,
textos que exponen la capilaridad de los pueblos de Europa. “Piensa que
estaré navegando durante quince días por el Mediterráneo”, relataba Balzac
en 1838 a su futura esposa, “de allí a Odesa es todo mar, o, como decimos en
París, un camino pavimentado. Y de Odesa a Berdichev solo hay un paso”.



En la calle de Europa hay un edificio de oficinas que lleva el nombre de
Balzac. Un busto del escritor preside el acceso a los ascensores que llevan
al visitante a la sexta planta, donde la familia Dziuba regenta el parque
infantil Marioland, una adaptación local del famoso videojuego. La zona de
actividades infantiles se ha quedado sin empleadas ni niños, la mayoría se
han desplazado a provincias más alejadas del frente o al extranjero. Sí
funciona el restaurante, Luigi, que en vez de a familias da de comer a los
hombres que se han quedado en la ciudad. Luda Dziuba es la hermana del
propietario y durante la guerra se encarga del establecimiento. Dziuba no
conocía la historia de amor entre Balzac y Hanska, y que acabaría dando
nombre al edificio en el que sirve pizzas y hamburguesas. Admite que poco
sabe del pasado de su ciudad en general, pero sí sabe, porque se lo
enseñaron en la escuela, que los alemanes masacraron a la población judía
local.



Berdichev, como buena parte de Ucrania, fue durante siglos una pieza
codiciada por Polonia, Lituania y Rusia. A mediados del siglo XVIII fue la
capital económica de los territorios orientales de Polonia, pero fue
posiblemente un siglo más tarde, coincidiendo con la efeméride del
matrimonio de los Balzac, el momento más dulce de Berdichev. La ciudad era
por entonces parte del Imperio ruso. La industria local permitía que
floreciera un urbanismo admirado y una sociedad educada. En 1850 se levantó
la escuela de música y estudios hebreos de la calle Vinnitska, un elegante
edificio de dos plantas, actualmente abandonado, con estucados en la fachada
que reproducen el telón de un escenario. Cuando este se construyó había
otros 80 centros educativos judíos, hoy solo quedan tres. A finales del
siglo XIX, el 80% de la población, más de 55.000 personas, era judía; hoy
estos solo son unos 300 vecinos de Berdichev, el 0,4% de la población.



Los pogromos rusos de finales del siglo XIX iniciaron la progresiva
desaparición de la sociedad judía de la ciudad. La revolución bolchevique,
que a Ucrania llegó en 1920, trajo la represión religiosa, a la que sucedió
algo mucho peor, el exterminio nazi. Cuando el escritor Vasili Grossman dejó
su Berdichev natal en los años veinte, 30.000 de sus habitantes, “poco más
de la mitad del total”, eran judíos. Cuando volvió en 1944 como corresponsal
de guerra junto a las tropas soviéticas, liberando el este de Europa en
dirección a Berlín, la práctica totalidad habían sido fusilados y
enterrados. Grossman descubrió en aquel momento que una de las víctimas era
su madre. A ella le dedicó su obra más importante, Vida y destino.



En el número 14 de la calle Shevchenko está la única placa en el espacio
público de Berdichev dedicada a uno de sus más insignes hijos, uno de los
más importantes narradores en ruso de la segunda mitad del siglo XX. En una
casa de dos plantas adyacente a la escuela de medicina, ambas construidas
por el tío de Grossman, vivieron el escritor y su madre, donde pasaron sus
últimos momentos juntos. Grossman fue un revolucionario convencido al que
los crímenes del estalinismo convirtieron en un crítico del régimen
comunista. Vida y destino fue prohibida en la Unión Soviética y no fue hasta
la década de los ochenta que su maestría empezó a ser reconocida en su
propia tierra.



Ninguno de los vecinos o autoridades que entrevistó El País Semanal en
Berdichev había leído nada de Grossman. El regreso a la ciudad natal inspira
la que fue su última novela, Todo fluye (Galaxia Gutenberg), censurada en la
Unión Soviética, pero que en 1970 pudo ser publicada en Europa Occidental.
Cuenta la historia de un preso político en Siberia que se beneficia de la
excarcelación masiva de víctimas del estalinismo tras la muerte del tirano,
en 1953. Iván Grigórievich vuelve a sus raíces para encontrarse con que los
suyos le olvidaron: “Había desaparecido de la conciencia de la gente, de sus
corazones, ya fueran fríos o ardientes; existía en secreto, y cada vez
aparecía con más dificultad en la memoria de aquellos que lo habían
conocido”.



Para llegar a la fosa común de Khazhyn hay que recorrer ocho kilómetros de
una carretera secundaria controlada por las patrullas de las Fuerzas de
Defensa Territorial, la división militar que moviliza a los ciudadanos
ucranios armados. En el arcén saltan los cuervos y las palomas, y en los
árboles, todavía pelados por el invierno recién finalizado, solo verdean las
formas redondas del muérdago. El bosque, poco frondoso y mojado por la
lluvia, conduce a un promontorio en el que hay dos estelas conmemorativas:
la más reciente fue erguida hace tres años por el Memorial de los Judíos
Asesinados en Europa y el Ministerio de Exteriores de Alemania. Incluye
información del lugar y de los crímenes allí cometidos. La estela más
antigua, de la década de los ochenta, solo indica que se levantó “a la
memoria de los ciudadanos soviéticos aquí caídos”.



Un total de 12.000 personas fueron ejecutadas en la fosa de Khazhyn. Donde
reposan los restos de los muertos, las autoridades desplegaron recientemente
una red de alambre y sobre ella volcaron toneladas de piedras. Genadi
Kisluk, presidente de la comunidad judía de Berdichev, explica que cada año
había profanaciones por parte de ladrones en busca de joyas y otros objetos
de valor.



Kisluk tiene 55 años y nació en Berdichev, como sus padres y sus abuelos.
Ellos se salvaron del Holocausto porque antes de la llegada de los alemanes
fueron evacuados a Kazajistán. Administra el cementerio judío de Berdichev,
uno de los destinos de peregrinaje más importantes de los judíos ortodoxos
jasídicos: en él está enterrado el rabino Levi Yitzchok, uno de los líderes
del jasidismo en el siglo XVIII. Cien mil de sus fieles procedentes de
Israel y Estados Unidos visitan cada año el lugar, pero en esta primavera
bajo la sombra de la guerra solo se deja ver algún que otro vecino que pasea
a su perro.



Las lápidas más antiguas tienen una forma particular de la región, de la que
Kisluk dice no tener explicación. “Las llamamos los zapatos”. Muchas han
sido tumbadas por las inclemencias del tiempo, otras fueron vandalizadas.
Kisluk comenta que en su camposanto no hay nada financiado por los alemanes,
y señala un discreto monumento sufragado por un ruso descendiente de
Berdichev. Preguntado por su opinión sobre la invasión rusa, Kisluk responde
que él no habla de política: “Los rusos serán siempre bienvenidos en este
lugar”. El administrador del camposanto subraya además que durante la Unión
Soviética los judíos no tuvieron nunca problemas.



“La frase ‘yo no entro en política’ es la mejor manera de saber que alguien
está a favor de Rusia”, afirma Stanislav Shostak, el intérprete de esta
publicación en la visita a Berdichev. A Shostak, hijo de un ucranio judío
residente en Israel, la reacción de Kisluk le sulfuró. “Mi padre ha roto
muchas amistades con rusos israelíes que también le decían que no querían
hablar de la guerra porque no entran en política”.



Kisluk es un ejemplo de las estrechas raíces culturales e identitarias que
parte de la población ucrania comparte con Rusia. Pero la invasión ejecutada
por el Kremlin ha provocado que muchos ucranios renuncien a este legado
compartido. La escuela número 8 de Berdichev ha sido habilitada como centro
de acogida para desplazados del frente oriental y como punto de distribución
de ayuda humanitaria. Las clases se imparten a distancia y el profesorado
intercala las horas lectivas frente al ordenador con trabajos de
voluntariado, desde cocinar chuletas rebozadas hasta preparar conservas de
pepinos, pasando por tejer redes de camuflaje para el Ejército. En las
puertas de las aulas hay carteles en tres idiomas que indican las
asignaturas que allí se imparten: en ucranio, inglés y hebreo. Pese a que es
la lengua materna de un tercio de la población, el ruso se excluyó
expresamente de la escuela a raíz de la guerra separatista espoleada por
Rusia en 2014 en la región del Donbás.



“Nunca nos hubiéramos imaginado que nos sucedería esto con nuestros vecinos
y hermanos Rusia y Bielorrusia”, afirma entre lágrimas la subdirectora de la
escuela número 8, Alina Ryzhko. Su llanto se convierte en rabia cuando
recuerda a un exalumno recientemente caído en el frente. Para ella, como
para millones de ucranios, Rusia es el mal. “Yo tengo amigos en Rusia, mejor
dicho, tenía amigos, es muy duro porque apoyan esta guerra”, dice esta
maestra. “Rusia había visto muchas cosas en mil años de historia”, anotó
Grossman en Todo fluye con un lamento parecido al de Ryzhko: “Durante los
años soviéticos el país había sido testigo de victorias militares mundiales,
enormes construcciones, ciudades nuevas, presas que detenían el curso del
Dniéper y el Volga y canales que unían los mares, la potencia de los
tractores, de los rascacielos… La única cosa que Rusia no había visto en mil
años era la libertad”.



El Museo de Historia de Berdichev es una humilde colección de objetos
variopintos y loas a los personajes más granados de la ciudad. Es un caserón
en los terrenos fortificados del convento de las carmelitas descalzas, una
comunidad religiosa fundada en el siglo XVII y actualmente compuesta por una
docena de monjas polacas. Miles de familias se han refugiado en Polonia
durante la guerra gracias a la intercesión de estas religiosas. En el patio
de acceso al convento solo dejan verse perros callejeros que esperan a que
alguien les dé algo de comida. Buena parte del museo está dedicado a glorias
soviéticas, como el teniente general ruso Georgy Petrovsky, que en enero de
1944 comandó una columna de 20 tanques contra el ocupante alemán dentro de
la ciudad. Uno de esos blindados, un T-34, preside el homenaje a aquella
gesta en una plaza de Berdichev.



Ocho décadas después de que Petrovsky abriera las puertas del municipio a
las tropas soviéticas, el museo ha retirado de sus salas las piezas más
valiosas y las ha puesto a buen recaudo. La dirección del centro especifica
que no se han protegido por miedo a los bombardeos, sino a los posibles
saqueos en el caso de que el Ejército de Vladímir Putin acceda a Berdichev.
En el acceso principal a la exposición se mantiene un mural con las
fotografías de una veintena de soldados de la 26ª Brigada de Artillería, que
tiene su cuartel en el municipio: son los fallecidos en la guerra que
provocó Rusia en 2014 para separar el Donbás de Ucrania.



John Garrard es uno de los mayores expertos sobre la historia de Berdichev.
Este profesor emérito de Estudios Rusos de la Universidad de Arizona ha
escrito prolíficamente sobre el pasado judío de la región y sobre Grossman.
Garrard recuerda que el eje entre Berdichev y Yitómir, la capital de la
provincia, 40 kilómetros al norte, fue el escenario de la victoria más
importante de la invasión alemana en la Unión Soviética: fue desde allí
desde donde la 11ª División Blindada rodeó Kiev “en cuestión de horas” en
septiembre de 1941. “Los soviéticos perdieron 400.000 hombres, asesinados o
como prisioneros, en su mayor derrota en la II Guerra Mundial”, dice
Garrard, y añade: “Los rusos parecen ignorar su propia historia, su Ejército
está actuando como la Wehrmacht alemana, y el Ejército ucranio está en la
posición del Ejército Rojo”.



Garrard opina que en un lugar como Berdichev confluyen otras memorias
ignoradas. Por ejemplo, la de la población local que colaboró en el
exterminio judío, algo de lo que ni se contempla todavía hablar, a
diferencia de lo que ha sucedido en otros países europeos como Francia, una
actitud heredada de la época soviética. “Cuando el Ejército Rojo retomó la
ciudad, el discurso soviético era concentrar las culpas en los alemanes e
ignorar la colaboración ucrania. Campesinos ucranios se apoderaron de las
propiedades judías, saquearon sus viviendas. Este olvido consciente ha
continuado hasta hoy”, opina Garrard. “¿Quién quiere reconocer que sus
familias se beneficiaron del asesinato de sus vecinos judíos, o que incluso,
en algunos casos, los instigaron?”, plantea.



La inercia soviética también lleva a que la figura de Grossman, voz crítica
e incisiva sobre los crímenes contra los judíos, continúe en un segundo
plano, valora Garrard: “El nombre de Grossman fue rehabilitado en la década
de los ochenta, después del agujero negro que fue la Unión Soviética, pero
su trabajo sobre el Holocausto, que trata igualmente sobre el doloroso y
desconocido papel del colaboracionismo ucranio, continúa reprimido”.



Vasili Grossman escribió en Todo fluye algunas de sus reflexiones más
celebradas sobre la voluntad del individuo de prevalecer, la misma que le
llevó al ostracismo: “Por enormes que sean los rascacielos y potentes los
cañones, por ilimitado que sea el poder del Estado e imponentes los
imperios, todo eso no es más que humo y niebla que desaparecerá. Lo que
permanece, se desarrolla y vive es solo una verdadera fuerza, que consiste
en una sola cosa, la libertad. Vivir significa ser un hombre libre”.



Joseph Conrad, hijo de Berdichev, también quiso ser libre para seguir su
propio camino. A él se le dedica otro espacio expositivo en las dependencias
del convento de las carmelitas, financiado con capital polaco. Józef Teodor
Konrad nació en 1857 en el seno de una familia latifundista de la minoría
polaca local. Como recogió John Stape en su biografía The Several Lives of
Joseph Conrad (Penguin), el mismo Conrad había admitido que Berdichev, “un
lugar tan remoto” de Inglaterra, su país de adopción, parecía “un punto de
inicio imposible” en su biografía. La familia Konrad se trasladó de
Berdichev a Varsovia cuando el pequeño Józef solo tenía tres años. El padre
era un activo opositor al imperialismo ruso, defensor de la independencia
polaca. Fue deportado a Siberia. La madre murió cuando el pequeño tenía 9
años, y el padre, cuando contaba 11. Cuidó de él un tío, pero pronto, de
adolescente, empezó a labrarse su perfil de aventurero que a los 21 años le
llevó a Inglaterra.



Conrad, como Balzac, conectaría a Berdichev con la Europa Occidental. Uno en
francés y el otro inglés, el primero desde el territorio del realismo y el
segundo marcado por el romanticismo, ambos autores se aproximarían a algunos
de los aspectos más duros de la condición humana. La obra más reconocida de
Conrad, El corazón de las tinieblas, aporta párrafos que suenan como el eco
de una violencia común y atávica, sea en el río Congo del libro o en los
campos de cereales de la Ucrania occidental: “De cuando en cuando se ve un
campamento militar perdido en la selva, como una aguja en medio de un pajar;
frío, niebla, tempestades, enfermedad, exilio y muerte, la muerte acechando
en el aire, en el agua y entre los matorrales”.

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