Argentina/ El hambre y la pobreza tienen cuerpo de mujer: el feminismo campesino da sus primeros pasos. [Mariana Otero]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mar Dic 27 23:23:40 UYT 2022


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Correspondencia de Prensa

27 de diciembre 2022

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Argentina



El hambre y la pobreza tienen cuerpo de mujer: el feminismo campesino da sus
primeros pasos



La desigualdad de género es más profunda en las zonas rurales. Así es cómo
ellas se involucran en actividades productivas que les dan autonomía y
espacios de libertad fuera del hogar



Mariana Otero

El País, 27-12-2022

https://elpais.com/



Desde hace años, las mujeres del interior profundo de Argentina, donde
persisten arraigados patrones culturales patriarcales, dan sus primeros
pasos en el feminismo popular y campesino. Allí, en las zonas rurales
alejadas y olvidadas, la división del trabajo en los hogares sigue siendo
rígida y, ellas, las principales responsables de la seguridad alimentaria.



El campo reproduce las desiguales de las ciudades en el país: las estancias
de miles de hectáreas de trigo y soja contrastan con los humildes caseríos
del campesinado sin servicios básicos, que aún pelea por la posesión de sus
tierras. Las mujeres de este “otro campo”, suelen ser siluetas
invisibilizadas que cargan de lunes a lunes con las tareas de la casa, de la
crianza y del trabajo en terreno, sin descanso ni recreación.



Los datos del último Censo Nacional Agropecuario indican que en Argentina
hay casi 158 millones de hectáreas de uso agropecuario. Dos de cada diez
productores son mujeres y el 38% de la población residente y trabajadora en
la explotación agrícola y ganadera para exportación es femenina. En
contrapartida, el campesinado monte adentro no figura en gran parte de las
estadísticas. Sin datos, faltan políticas públicas y acceso a derechos.



La información del último Censo Nacional 2010 (falta procesar el censo 2022)
indica que la población rural en Argentina representa el 8,9% del total y
las mujeres son minoría (45%) porque migran y padecen el desarraigo.



“Las desigualdades y las violencias estructurales que sufren las mujeres
campesinas se caracteriza por las dificultades del trabajo digno reconocido
monetariamente, y la falta de acceso a la titularidad de las tierras que son
necesarias para la producción y para la vida cotidiana”, explica Carolina
Moyano, miembro del Movimiento Campesino Córdoba y del equipo de feminismo
campesino y popular.



La inequidad en el acceso al trabajo rentado y las condiciones de extrema
exigencia en la cosecha de la papa en el oeste de la provincia de Córdoba, y
de otros cultivos en varias provincias, sirvieron de motor para la búsqueda
de alternativas de empoderamiento a través de emprendimientos.



El Movimiento Nacional Campesino Indígena, que articula desde hace 20 años a
agrupaciones campesinas de siete jurisdicciones argentinas, y aglutina a
nueve mil familias, también forma parte de Vía Campesina, una organización
internacional que busca el desarrollo, el arraigo, mejores condiciones de
vida y la soberanía alimentaria.



Estos movimientos impulsan desde hace un lustro acciones de reflexión y
acción feminista, que nacen desde las propias comunidades. En la última
asamblea que reunió a 200 mujeres este año (el doble que en 2021) en Villa
Dolores, en el oeste cordobés, quedó claro que se trata de un feminismo con
“los pies en la tierra”, que lucha por la igualdad: por la vida digna libre
de violencias y opresiones.



“Hay que sacar a las mujeres de ese formato donde no hacen nada sino las
dejan (...) He pechado [empujado] para que tengamos una reunión de mujeres,
pero los hombres no les permiten ir, quieren saber de qué conversamos. No sé
qué piensan que vamos a planear”, dice Miriam Reinoso, de 58 años, pionera
de la Unión Campesina de Traslasierra (Ucatras) y habitante de Las
Cortaderas, un paraje rural árido casi en el límite con la provincia de San
Luis, donde cría cabritos, colabora con el servicio sanitario, elabora queso
de cabra y cremas con hierbas medicinales.



Miriam viene peleando desde hace dos décadas por la autonomía económica de
las mujeres, por el reconocimiento de las tareas no rentadas y la
eliminación del sometimiento histórico. “En el caso de la venta de la
producción de ganadería caprina, las campesinas no administran el dinero de
la comercialización sino los varones”, explica Moyano. Además, señala, los
animales de ellas se registran en los organismos oficiales a nombre de
ellos.



Ana Cuello, una campesina de 42 años, productora de dulces (mermeladas) en
la localidad de San José, subraya que el feminismo del campo es diferente al
de la ciudad. “Lo hacemos desde nuestras raíces como trabajadoras rurales.
Tenemos nuestra producción para defender nuestros ingresos y manejar nuestra
plata”, remarca.



Las mujeres explican que el feminismo va tomando forma desde la educación
popular como un ejercicio intelectual colectivo y horizontal que permite
entender cómo se manifiesta el patriarcado en las relaciones, estructuras
familiares y sociales campesinas, y desde ahí defender con acciones los
derechos y la vida digna.



“En lo rural y en lo urbano periférico, el hambre y la pobreza tienen cuerpo
de mujer. Es una metáfora un poco triste, pero el esfuerzo y las
dificultades no se sufren por igual entre hombres y mujeres”, opina Moyano.



De sol a sol



En el pequeño poblado de Las Cortaderas, a unos 800 kilómetros de la ciudad
de Buenos Aires, una calle de tierra seca y polvorienta separa al campo
próspero de los campesinos empobrecidos. A la derecha, las hectáreas de soja
con riego por aspersión. Al frente, un caserío de 41 familias que sobreviven
sin energía eléctrica, con agua de pozo, algunos cabritos en los corrales,
una escuela multigrado y un modesto centro de salud que funciona en el
terreno de Miriam.



Ella es una todoterreno, que además de ganarse el sustento con tareas de
campo es la referente de salud. No tiene estudios, pero aprendió con los
médicos comunitarios: hace papanicolaus, aconseja a los jóvenes sobre
anticoncepción y acompaña al profesional de salud que visita la zona una vez
al mes.



“Es una vida muy sacrificada en el campo. Estás luchando día a día.
Trabajamos mucho, de sol a sol. No tenemos un lugar para juntarnos a tomar
mate o para recreación, no te da el tiempo”, detalla.



Allí, en primavera, hacen 40 grados a la sombra y las arañas se achicharran
con el sol abrasador. En su casa en penumbras para mantenerla fresca, Miriam
cuenta que conoce sus derechos, algo que sus antepasados ignoraban. Por eso
fue una de las impulsoras de la apertura de la escuela campesina en un viejo
galpón.



“La gente no sabe cómo vive la mujer en el campo. No tenés un feriado.
Tenemos mucho trabajo que no es reconocido ni por los hombres que viven con
nosotras. ‘Es ama de casa, no hace nada’, dicen. Si lavar la ropa, levantar
a los chicos para la escuela o limpiar no es trabajo, ¿por qué no lo hacen
ellos?”, ironiza.



Poca autonomía



El feminismo campesino se construye desde las unidades productivas
conducidas por mujeres y desde espacios de formación política gestionados
por el Movimiento Campesino, una organización sin filiación política.



Nucleadas en comunidades, llevan adelante sus propios emprendimientos
colectivos: la elaboración de quesos de cabra, mermeladas, dulce de leche,
miel, productos de huerta o con hierbas aromáticas. Los comercializan a
precios justos a través de la organización campesina y así obtienen
ganancias que les permite independencia.



“Veníamos trabajando en la perspectiva de igualdad de género, pero no era
suficiente. Construimos el feminismo campesino y popular porque nos lleva a
mirarnos desde las particularidades de la vida del campo. La discusión tiene
que ver con el acceso a derechos; estamos disputando las políticas públicas
desde el origen: no hay registro de la situación de mujeres, de cuántas son
productoras y cuánto alimento producen. Creemos que si no se nombra no
existe y si no existe, no se nombra. La economía que generan las mujeres es
muy grande, pero la autonomía económica que tienen es muy baja”, opina
Carolina.



Producción y poder



En El Barrial, un vecindario de San José un grupo de campesinas - las
parientes Laura, Valeria, Lili, Romina y Ana Cuello, así como Belén Agüero y
dos varones- llevan adelante un emprendimiento de fabricación de dulces
caseros. La mesa de trabajo funciona en el patio de Ana donde se colocan los
frascos esterilizados y se cocina la preparación a fuego lento.



Todas las dulceras tienen experiencia en la cosecha de la patata; algunas,
desde los 11 años, con secuelas físicas por años de exigencias extremas. “La
gente junta en una bolsa a mano la papa que va tirando una máquina, sin
horario. Dejás la vida”, dice Valeria.



Por eso agradecen la oportunidad de recibir un subsidio del Estado para
producir alimentos y comercializarlos. Pero aún les falta la habilitación
para la venta al público; sólo lo hacen a través de una red de almacenes
campesinos distribuídos en el país.



Valeria cree que la posibilidad de elaborar las mermeladas es un paso a la
autonomía. “Ya no somos dependientes de que el hombre te va a traer la
moneda. Ahora le digo a mi marido: ‘yo manejo mi plata, dividimos gastos’.
Él me dice ‘van a esas reuniones allá (del movimiento campesino) y se
vuelven más fuertes’. Ya nos sentimos con más poder”, admite.

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