Afganistán/ Mil soles espléndidos. Son las afganas. [Solange Behoteguy]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Feb 12 12:50:52 UYT 2022


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Correspondencia de Prensa

12 de febrero 2022

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Afganistán



Mil soles espléndidos para Afganistán



Sombras nada más, eso son las mujeres en Afganistán, golondrinas azules
encarceladas en su propio cuerpo. Golondrinas sin alas



Solange Behoteguy

CTXT,11/02/2022

https://ctxt.es/es/



Hace poco leí Mil soles espléndidos (2007; Salamandra, 2009) de Khaled
Hosseini. Empecé leyendo una novela y terminé sintiéndome testigo de algo
terriblemente real: todo lo que les sucedía a las heroínas (Laila y Mariam)
lo están viviendo millones de mujeres afganas hoy, ahora.



A seis meses de la toma de Afganistán por los talibanes, el futuro parece
más incierto que nunca y una se pregunta: ¿cuándo saldrán los mil soles
espléndidos escondidos tras los muros de Kabul?



La compleja crisis humanitaria que oculta los soles en Afganistán no se
generó en seis meses ni mucho menos en veinticuatro horas. Es el resultado
de cuarenta años de conflictos, y quizás por ello también sea válido
preguntar: ¿qué es Afganistán? ¿Un país, una frontera o una pelota a la que
se quiere dominar para ganar el Gran Juego? (Término popularizado por
Rudyard Kipling en su novela Kim (1901), en la que describe una de las
mayores rivalidades de la historia entre británicos y rusos por apoderarse
de Asia Central.)



En Afganistán, el Gran Juego ha sido permanente. Quizás con un sentido más
literario, pero no por ello menos temerario, los rusos prefieren hablar de
tournament of shadows. Tras la salida de los rusos después de la revolución
de Octubre, llegaron los comunistas. “¿Qué? ¿No sabes lo que es un
comunista? ¡Todo el mundo lo sabe!”, exclama Rashid a Mariam en Mil soles
espléndidos. “Cruzó los pies sobre la mesa y masculló que era alguien que
creía en Karl Marxist”. Después de los comunistas, los talibanes, luego los
americanos y recientemente otra vez los talibanes. Un juego de poder que
parece no acabar nunca, y en el que siempre pierden las mujeres. Sombras
nada más, eso son las mujeres en Afganistán, golondrinas azules encarceladas
en su propio cuerpo. Golondrinas sin alas.



Igual que Laila y Mariam en Mil soles espléndidos, en 2022 una adolescente
afgana puede ser obligada a casarse con un hombre viejo que la violará la
noche de bodas y rezará para que le dé un hijo varón.



Más de una vez al leer la novela de Hosseini me pregunté qué más podía
sucederles. Pero nunca era suficiente. Después de las golpizas que Raschid,
el marido de ambas, les proporcionaba con crueldad inagotable, ocurrió que
las comidas se fueron haciendo cada vez más raras. Hoy, según el Programa de
Alimentación Mundial (PAM), 22,8 millones de afganos, lo que equivale a más
de la mitad de la población, padecen niveles extremos de hambre. Algunas
familias venden a sus bebés para comprar comida.



La crisis en Afganistán es millonaria: millones de niños y en especial niñas
no van a la escuela, un millón de niños de menos de cinco años son
susceptibles de morir de malnutrición y, paradójicamente, se puede decir que
en Afganistán no hay niños, porque se convierten en adultos demasiado rápido
a fuerza de golpes y hambre. Emily Dickinson diría que viven un funeral
permanente en la cabeza.



Este invierno, los 3,5 millones de desplazados internos dormirán en carpas
improvisadas bajo sábanas de plástico y algunos venderán sus pertenencias
para calentarse.



La población está expuesta no solo al covid sino también a enfermedades
mortales prevenibles como el sarampión, la diarrea y la polio. Más del 80%
de la población depende de agua potable contaminada, según declaró
recientemente el secretario general de Naciones Unidas.



La economía se hunde. Según el Banco Mundial, el 75% del gasto público
dependía de la asistencia internacional, suspendida en respuesta a la toma
de poder de los talibanes. El país –si existe, al menos tal como lo
imaginamos desde nuestra perspectiva occidental– se enfrenta a la peor
sequía de las últimas dos décadas y, por si fuera poco, el 17 de enero de
este año, Afganistán tembló. Un terremoto de magnitud 5,3 sacudió el
distrito de Qadis y la provincia de Badghis.



Las Naciones Unidas han solicitado 5.000 millones de dólares para su plan de
respuesta humanitaria urgente. El fondo será destinado a resolver problemas
de salud, educación, electricidad, pero también a proporcionar ayuda vital a
los países que acogen refugiados afganos.



Atención: spoiler. Al final de la novela, cuando por fin se reúnen Laila y
Tariq, abandonan Kabul y se instalan en Murri. Allí viven una relativa
felicidad, temeraria y frágil. Cuando Estados Unidos toma Kabul después del
11 de septiembre, Laila siente que debe regresar a su tierra natal, resuenan
en ella las palabras de su padre: “Cuando esta guerra termine, Afganistán te
necesitará tanto como a sus hombres, tal vez más incluso. Porque una
sociedad no tiene la menor posibilidad de éxito si sus mujeres no reciben
educación. Ninguna posibilidad”.



“Laila parpadea para contener las lágrimas, Kabul los aguarda. Los necesita.
Al volver a casa, están haciendo lo correcto”. Kabul necesita a sus mujeres
para reconstruirse. Y Aziza, la hija de Laila y Tariq, podrá ir a la escuela
y ser lo que quiera. Cuantos más derechos se le respeten a una mujer, más
identidades poseerá. Porque una mujer puede ser madre, hija, hermana,
abuela, profesora, deportista o lo que quiera y ningún proceso de paz puede
tener éxito si no se las incluye.



Se puede decir que la novela de Hosseini tiene un final feliz. Tariq, Laila
y sus dos hijos Aziza y Zalmai toman un helado de rosas sentados en un banco
con las montañas detrás y el sol iluminando tenuemente el camino hacia algo
que se parece a la felicidad. Hay esperanza. Lo terrible como lectora, es
haber leído la novela en 2022 sabiendo que el 15 de agosto de 2021 los
talibanes se apoderaron de Kabul. Y entonces una imagina a Laila, desgastada
otra vez, con la memoria adolorida. El pasado lo conoce muy bien, pero no
puede evitar las lágrimas al imaginar el futuro. Su hija Aziza ya tiene
veintinueve años y ve cómo una vez más los mil soles espléndidos se esconden
detrás de los muros y de las montañas.



Las mujeres de ahora, como Aziza, ya no son las mismas de antes, han
estudiado, se han apropiado del espacio público y le han dado esperanza a
las mujeres escondidas como soles en las áreas más alejadas de la capital.
Esos soles se preparan para irradiar su fuerza y de ese futuro femenino
emergerán “otros Afganistanes”, “otras Asias” parafraseando a Gayatri
Spivak, que nos invita a ejercitar una imaginación informada para pensar una
pluralidad de identidades. El futuro de Afganistán será femenino o no será.

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