Siria/ El "piano" de la muerte de la cárcel de Palmira. [Jean-Pierre Perrin]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mie Ene 5 16:39:21 UYT 2022


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Correspondencia de Prensa

5 de enero 2022

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Siria



El “piano” de la muerte de la cárcel de Palmira



Se salvó de la pena de muerte gracias a su edad. Salió, milagrosamente, de
las peores cárceles del régimen sirio. El escritor Mohammed Berro vio morir,
con sus propios ojos, a cientos de presos políticos. Finalmente consiguió
narrar aquello que creía indecible.



Advertencia: este artículo contiene detalles sobre la tortura y las
ejecuciones, su lectura puede revelarse especialmente difícil e impactante.



Jean-Pierre Perrin *

Mediapart, 4-1-2022

https://www.mediapart.fr/

Traducción de Correspondencia de Prensa



Mohammed Berro llegó a la cárcel de Tadmor, cerca de Palmira, apenas un mes
después de la masacre de casi mil presos políticos, perpetrada el 26 de
junio de 1980 por iniciativa de Rifaat al-Assad, el hermano menor del jefe
del Estado sirio. Él y los otros detenidos tuvieron que lavar las paredes
cubiertas de carne humana y de pelo durante un largo tiempo: los asesinos,
todos miembros de las "Saraya al-Difaa al-Thaoura" ("Brigadas de Defensa de
la Revolución"), habían lanzado granadas a través de pequeñas aberturas
situadas en el techo de las enormes celdas.



"No pude empezar a limpiar de inmediato porque estaba demasiado maltrecho
por la tortura. Como me habían arrancado las uñas de los pies en la prisión
anterior, ya no podía caminar", dice con voz uniforme, sin ningún resto de
ira o de amargura, como si hubiera logrado cierta neutralidad, en ocasión de
un viaje a París.



Según las cifras de Human Rights Watch, la matanza, que duró casi todo el
día, dejó entre 600 y 1.000 muertos y anunció la actual guerra civil en
Siria.



En aquella época, Rifaat al-Assad era el hombre más poderoso del país, junto
a su hermano Hafez. En particular, es el jefe de "todas" las prisiones
sirias. Mohammed Berro es formal, al igual que las organizaciones de
derechos humanos: "En Tadmor, a Rifaat lo apodaron por primera vez
"Al-Qa'id" ("el Jefe"). Luego, simplemente 'Al-Rabb' ('dios')".



Las Brigadas de Defensa, también conocidas como las "Panteras Rosas" por su
uniforme color púrpura, eran su ejército privado. Sólo le obedecían a él.
Hasta su caída en 1984, después de una lucha fratricida que casi degeneró en
una guerra abierta y que perdió. Luego se vio obligado a exiliarse en
Francia, tras un acuerdo con su hermano Hafez, el que le dio una
considerable fortuna para que se fuera. Esta fortuna, junto con otras
fuentes de ingresos, le permitió adquirir a lo largo de los años un enorme
imperio inmobiliario, que extendió luego a España y al Reino Unido.



Rifaat al-Assad fue el propietario de este patrimonio, estimado en Francia
en 90 millones de euros, hasta su condena, el 17 de junio de 2020, en París,
a cuatro años de prisión en el marco del asunto "bienes mal habidos", en
particular por blanqueo de dinero en banda organizada. Esta condena, junto
con el decomiso de sus bienes, fue confirmada por el Tribunal de Apelaciones
el 9 de septiembre de 2021.



Pero Rifaat al-Assad no tuvo que ir a la cárcel, y quedó fuera de una
investigado de la justicia suiza por "crímenes de guerra". Poco después de
su condena, se conoció su llegada a Damasco. Según el abogado sirio Anouar
al-Bouni, refugiado en Alemania, "Rifaat partió en un avión privado desde
Marbella (España), a través de Bielorrusia, pilotado por un cantante libanés
cercano al Hezbolá.



Con esta salida, debida por lo menos a la negligencia de la policía
francesa, o incluso a un acuerdo entre servicios, se convirtió en uno de los
peores criminales de guerra que escapa a la justicia.



En 1980, Mohammed Berro, escritor, periodista y director del Centro Sada de
Investigación y Opinión Pública de Estambul, que tiene ahora 58 años, fue
detenido en Alepo, junto con siete de sus amigos. Todos fueron acusados de
distribuir una publicación de los Hermanos Musulmanes. Aunque él mismo dice
que en esa época era "musulmán conservador", no era miembro de la Hermandad.
La Ley N.º 49 de julio de 1980, aún en vigor, estipula que toda persona
afiliada a esta organización "será considerada criminal de guerra y
castigada con la pena de muerte". "El juez me condenó a muerte en pocos
segundos. Ni siquiera tuve tiempo de abrir la boca", recuerda.
Afortunadamente, sólo tenía 17 años y la pena de muerte no se aplica a los
menores. Sus siete amigos no tuvieron la misma suerte y fueron ahorcados.



Así comenzó un largo viaje hasta el final del horror, que recién pudo
relatar varios años después, por ser tan inenarrable. Tadmor, en Palmira se
considera, en efecto, la más espantosa de las prisiones sirias. El poeta
Faraj Bereqdar, que estuvo detenido allí, la llama "el reino de la muerte y
la locura".



En efecto, en esta prisión situada a las puertas del desierto, Mohammed
Berro veía cada día la muerte y la locura en acción desde la celda que
compartía con decenas de otros presos: estaba situada frente a la sala de
ejecuciones. Los presos consiguieron hacer agujeros en la puerta y no podían
evitar ver los ahorcamientos en directo que, en esa época, tenían lugar dos
veces por semana, primero los sábados y los miércoles, y luego una sola vez.



Una característica aterradora de Tadmor es que las horcas, eran 12, no eran
verticales sino horizontales. "En los días de ejecución, los torturados,
llamados uno por uno de sus celdas, eran agrupados en un rincón. Luego
tenían que tirarse al suelo y pasar el cuello por una cuerda. Un juez
comprobaba la identidad de cada persona. Luego, gracias a un mecanismo, la
cuerda se tensaba mientras cuatro guardias sostenían el cuerpo del condenado
en el suelo. Luego pasaban al siguiente. Este método les permitía ejecutar
un gran número de condenados en un tiempo mínimo: un centenar en menos de
media hora. Esos cuerpos, que, en cada ejecución, se levantaban, luego caían
de nuevo, se levantaban y volvían a caer, eran para mí como las teclas de un
piano", dice.



Durante los ocho años que pasó en Tadmor-Palmyra, antes de ser trasladado a
la prisión mucho menos monstruosa de Sednanya, cerca de Damasco, Mohammed
Berro vio con sus propios cómo se llevaban a cabo 70 sesiones de ejecución.
Setenta sesiones.



Al mismo tiempo, su memoria registra los nombres de los jueces y oficiales
más crueles. Como la de Soleiman Attib, un juez que, en 1982, le pidió a un
padre que eligiera cuál de sus dos hijos sería ahorcado, prometiendo la vida
al que no designara. Tras muchas dudas, el padre acabó cediendo al chantaje.
Pero la promesa no se cumplió y su segundo hijo fue ejecutado después del
primero. El padre murió unos días después.



En Tadmor, muchas personas también morían bajo la tortura. Las sesiones
tenían lugar tres veces al día, como si se tratara de las comidas, sin
contar los golpes que les daban los guardias mientras pasaban lista. Dos
veces por semana tocaba ducha. "Los prisioneros tenían que correr
completamente desnudos en fila india durante un kilómetro y medio rodeados
por un cordón de guardias que los golpeaban", dice Mohammed Berro. Todas las
ocasiones eran un motivo de tortura: incluso ir a la peluquería cada 20 días
le daba la impresión de que el peluquero, con unas máquinas de cortar que
nunca eran afiladas, le clavaba ganchos en la cabeza.



Sobre las sesiones de tortura, Mohammed Berro documentó meticulosamente lo
que utilizaban los torturadores: garrotes, cadenas, cables trenzados,
látigos, correas de un metro de largo y dos centímetros de ancho, correas de
transmisión de tanques -un funcionario de prisiones le confirmó este último
dato. También utilizaban enormes bloques de cemento con los que aplastaban
el pecho de los prisioneros.



Todas las ejecuciones se llevaban a cabo bajo la atenta mirada de dos
cámaras de video que grababan también algunas de las sesiones de tortura.
Los videos, según el escritor, eran enviados al palacio presidencial.



El éxtasis de la sangre



El ex preso también estableció una pequeña sociología de los guardianes y de
los torturadores: "Los oficiales y suboficiales son soldados profesionales.
Los soldados eran reclutas. Muchos de estos últimos eran seleccionados
durante los tres meses de entrenamiento al comienzo de su servicio militar
para determinar cuáles eran los más sanguinarios y crueles. Al mismo tiempo,
les hacían un lavado de cerebro. Entre los oficiales alauitas, algunos
fueron elegidos porque tenían familiares asesinados por los Hermanos
Musulmanes, para exacerbar su deseo de venganza.



La iniciación concluía con el "bautismo de sangre", en el que el torturador
golpeaba durante tres horas al mismo detenido. "En Tadmor, este era un
ejercicio obligatorio para cada futuro carcelero. Era agotador incluso para
el que pega, que al cabo de 10 o 15 minutos ya no podía más. Así que los
otros carceleros lo alentaban y le arrojaban baldes de agua. El objetivo era
que siguiera golpeando una y otra vez hasta alcanzar el éxtasis. Éxtasis que
alcanzaba con la muerte de la persona a la que estaba torturando. Y, al
mismo tiempo, este asesinato le permitía sumarse al grupo de los otros
torturadores, los que pasaron antes que él por esta iniciación", dice el ex
preso.



La perversidad de esta "industria de la tortura" no tiene límites. En cada
sesión", continúa, "los prisioneros corrían a elegir a sus torturadores
entre los alauitas y los cristianos, evitando a los suníes. Temían que estos
últimos, al estar más controlados por el régimen debido a su filiación
religiosa, fueran aún más terribles con ellos."



"Todas las ejecuciones eran decididas por Hafez al-Assad, pero nunca dejó
constancia por escrito. Fue el propio ministro de Defensa, Mustapha Tlass,
quien las firmaba una a una", dice. De hecho, en sus memorias, Mirat Hayati
(El espejo de mi vida), se queja de que tenía que firmar hasta 150 por
semana y confiesa que el ejercicio le resultaba agotador. Tlass murió
tranquilamente en París en junio de 2017 a la edad de 85 años. Temía la
victoria de la rebelión y como estaba en desacuerdo con Bashar al-Assad, a
quien había servido inicialmente, se había refugiado en Francia. También
había sido, con Rifaat al-Assad, el ejecutor de la gran masacre de Hama, en
1982, y nunca se había preocupado por la justicia.



Durante todos esos años de detención, Mohammed Berro recogió extraordinarias
historias de valor y humanidad, pero todas ellas terminaron mal. Como la de
un sargento llamado Ahmad Sibai que mostraba un poco de compasión hacia los
prisioneros. "Por la mañana, cuando pasaba por nuestras celdas, nos decía
"buenos días" y mientras cerraba la puerta nos susurraba: "Alá encontrará la
manera de sacarlos de aquí". Pero, por su indulgencia fue denunciado y
acusado de "traición a la nación". Intervino la brigada de castigos. Decenas
de guardias vinieron a cortarlo en pedazos. Tardó una hora en morir.



Si la gran mayoría de los detenidos en Tadmor eran Hermanos Musulmanes,
también había oficiales que se habían opuesto al clan Assad. Todos ellos
estaban agrupados en un solo dormitorio. Mohammed Berro contó 180,
incluyendo 22 pilotos de combate. "Uno de ellos fue ejecutado porque dijo
que había soñado con un golpe de Estado. Los jueces le dijeron que un sueño
así no podía ser inocente, que debía tener esa idea en la cabeza", recuerda
el escritor.



El testimonio del antiguo preso es como un breviario de las peores torturas.
Lo peor siempre es seguro "Como en el caso de un oficial, llamado Abdel
Razzaq. Como se oponía a Rifaat al-Assad, los carceleros se divertían y
fueron matándolo lentamente, lo citaban para su ejecución, y luego la
posponían, cada vez, a último momento. La pospusieron 40 o 50 veces.



Los detenidos que murieron bajo la tortura o que fueron ejecutados eran
enterrados en fosas comunes cavadas en el desierto, a una docena de
kilómetros de Tadmor. "En 2011, como el régimen no descartaba la posibilidad
de ser derrocado, vinieron unas excavadoras a desenterrar y llevarse los
cadáveres para ocultar las pruebas de las ejecuciones", dice Mohammed Berro,
que también investigó a fondo la situación de las cárceles sirias tras su
liberación en 1993.



El número de presos en Tadmor se disparó con el levantamiento de 2011. Lo
que ha cambiado en las cárceles sirias es la cantidad de presos, que se
multiplicó por tres o por cuatro", explica. En Tadmor, de 7 a 8.000, pasamos
a 70.000. Obviamente, ya no torturan de la misma manera. Ahora, lo hacen en
las celdas, en los dormitorios, en los comedores, en los baños... En todos
los lugares donde se encuentran los presos con los carceleros. Y las
prisiones, algunas de ellas secretas, otras ubicadas en hospitales o en
cualquier lugar, se multiplicaron. Cada uno de los ocho servicios de
seguridad del régimen tiene ahora su propia cárcel. Cuando están demasiado
saturadas y llegan cientos de nuevos presos, los guardias no tienen dónde
ponerlos. Entonces, se acercan a los jefes de dormitorio y les dicen:
"Encuéntrame cinco de tu sector. Cada jefe de dormitorio tiene que
seleccionar inmediatamente a cinco presos, normalmente entre los más débiles
y enfermos."



Otra diferencia notable: "Antes de que se produjera la insurrección, las
condenas a muerte seguían un procedimiento, aunque fuera una caricatura de
procedimiento. Ahora, el régimen ya no tiene necesidad de fingir, de
respetar las reglas. Toda necesidad formal desapareció.



Después de la cárcel de Tadmor, Mohammed Berro pasó otros cinco años en
Sednaya, donde están encarcelados principalmente activistas de izquierda.
"Nada que ver con Tadmor, tanto que a Sednaya la llamábamos París. Allí no
nos torturaban. Gracias al contacto con los militantes comunistas, me
convertí en un poco marxista y ellos en un poco islamistas. El tiempo que
pasé en esa cárcel me sirvió mucho. Fue como una esclusa de aire", dice,
sonriendo.



El escritor tardó años en salir de Siria y luego en escribir su testimonio.
"Lloré como un niño con cada párrafo", dice. Para el investigador Salam
Kawakibi, director del Centro Árabe de Investigación y Estudios Políticos de
París (Carep), "ya hay grandes libros sobre el tema de la tortura en Siria,
como La Coquille, de Moustapha Khalifé, pero como hay un elemento de
ficción, no es realmente una narración. Por eso el libro de Berro es único.
Nadie ha documentado el sistema carceral sirio como él.



El intelectual y cineasta libanés Lockman Slim, que había trabajado mucho
sobre las masacres de Sabra y Chatila y sobre los crímenes de guerra en
Siria, ayudó profundamente a Mohammed Berro en su terapia filmando sus
declaraciones ante una cámara. Pero para Berro, a las innumerables
pesadillas de Tadmor se añadió una más: Lockman Slim fue golpeado y luego
asesinado a balazos el 4 de febrero en el sur del Líbano. Probablemente por
el Hezbolá.

* Jean-Pierre Perrin, reportero de Libération desde hace mucho tiempo.
Trabaja en el Próximo y en el Medio Oriente. Ahora es periodista y escritor
independiente. Autor de novelas policiales, como Chiens et Louves (Gallimard
- Série noire), relatos de guerra, entre los cuales Afganisthan: jours de
poussière (La Table Ronde - grand prix des lectrices de Elle en 2003) Les
Rolling Stones sont à Bagdad (Flammarion - 2003) La mort est ma servante,
lettre à un ami assassiné - Syrie 2005 - 2013 (Fayard - 2013) Le djihad
contre le rêve d'Alexandre (Le Seuil - premio Joseph Kessel – 2017)

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