Fetichismo/ Mundo Musk. Los ultrarricos al rescate del planeta. [Daniel Gatti]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Ene 7 11:57:56 UYT 2022


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Correspondencia de Prensa

7 de enero 2022

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Fetichismo



Los ultrarricos al rescate del planeta

Mundo Musk



Convertidos en el nuevo modelo mediático a imitar por la humanidad, los
multimillonarios de la industria tecnológica se presentan como emprendedores
resueltos a salvar la civilización. Es más bien lo contrario.



Daniel Gatti

Brecha, 7-1-2021

https://brecha.com.uy/



En 2021 la brecha entre ricos y pobres llegó a un nivel desconocido desde
comienzos del siglo XX. Un informe macro del Laboratorio sobre la
Desigualdad Global publicado en diciembre muestra que hoy el 10 por ciento
más poderoso de la población mundial concentra el 76 por ciento de la
riqueza, mientras que la mitad más pobre, solo el 2 por ciento. En América
Latina, la diferencia es aún más pronunciada: el 10 por ciento más rico
acapara el 77 por ciento de la riqueza, mientras que el 50 por ciento más
pobre, apenas el 1 por ciento.



En la punta baja, el año pasado otros 100 millones de terrícolas cayeron en
la extrema pobreza, ese territorio hacinado en el que se nada en la nada. En
la punta alta, los hiperhipermillonarios –ese puñado– aumentaron su riqueza
en un 14 por ciento. «Observamos un mundo todavía más polarizado, en el que
el covid ha amplificado el fenómeno del ascenso de los multimillonarios y ha
dejado más pobreza», dijo a comienzos del mes pasado a El País de Madrid
Lucas Chancel, cabeza del grupo coordinador de los más de 100 investigadores
que trabajaron para el informe. No es el virus, sino el sistema, aclaró
luego el economista francés.



La tendencia a la aceleración de las desigualdades arrancó en los años
ochenta y de ahí en adelante se ha mantenido, salvo frenos puntuales aquí y
allá, que no han alterado el panorama sustancialmente. Desde los noventa (ya
en un mundo homogéneamente capitalistizado), esos que ahora llaman –en
inglés– zillionaires, los astronómicamente millonarios, un 0,0001 por ciento
de la población mundial, aumentaron su riqueza en un promedio anual del 8,1
por ciento; los un poquito menos ricos, el 0,001 por ciento, en un 5,9, y el
0,01 por ciento del escalón siguiente, en un 5 por ciento. Una norma: a
mayor riqueza, mayor ganancia.



«Lo que cabe esperar es que siga siendo así», dice Thomas Piketty, otro
integrante del equipo coordinador del Informe sobre la Desigualdad Global
2022. El documento apunta que la desigualdad se acentuará no solo entre
individuos, sino también entre los recursos del sector público y los del
sector privado: «Los gobiernos son hoy mucho más pobres que hace 40 años. Es
una tendencia secular que observamos: el sector público se empobrece y el
privado se enriquece». La pandemia (el manejo de la pandemia, el contexto en
el que transcurre la pandemia) aportará su cuota para hacer más hondo el
foso, con Estados más endeudados y ricos aún más enriquecidos e intocados.



La revista Forbes estimó que el patrimonio líquido sumado de las 500
personas más ricas (que en 2021 se incrementó en 1 billón de dólares) es hoy
mayor que el producto bruto interno individual de todos los países del
planeta, con excepción de Estados Unidos y China, y dejó entrever, como
Piketty, que todo hace prever que la distancia aumentará.



***



Elon Musk es el zillionaire más en boga. En 2021, el dueño de la fábrica de
vehículos eléctricos Tesla y de la compañía aeroespacial Spacex, y fundador
de la plataforma de pagos Paypal se convirtió no solo en el hombre más rico
del planeta, sino en el primero en la historia en haber acumulado una
fortuna superior a los 300.000 millones de dólares. Forbes la calculó en
308.000 millones en noviembre del año pasado. Otras fuentes la reducen a
270.000 millones. Qué más da. Del puñado de magnates que componen lo que el
Instituto de Estudios Políticos (IPS) de Estados Unidos llama la docena
oligárquica, Musk fue quien más se benefició con la pandemia. De acuerdo a
Forbes, hizo el grueso de su fortuna entre enero de 2020 y fines de octubre
de 2021. Antes de comienzos de 2020 no figuraba ni siquiera en el top 10 de
los más ricos, el pobre.



Entre la docena de oligarcas identificados por el IPS están, por supuesto,
los principales ejecutivos de las GAFAM (las megaempresas del sector
tecnológico: Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft). Desfilan por allí
Jeff Bezos, el propietario de Amazon y Starlink, a quien Musk desplazó del
lugar de más rico del mundo en la escala de milmillonarios; Mark Zuckerberg,
el patrón de Facebook; Bill Gates, el fundador de Microsoft, y varios altos
ejecutivos de Google. También se alinean los herederos del gigante de la
distribución Walmart y el bueno de Warren Buffett, aquel gurú de Wall Street
que pidió que, por favor, el fisco de Estados Unidos le cobrara impuestos
más o menos a la altura de sus ganancias, porque pagaba menos que su
secretaria, el mismo que hace unos años dijo: «La lucha de clases existe y
la estamos ganando los ricos». Solo entre marzo y agosto de 2020, de acuerdo
al IPS, los 12 habían acrecentado globalmente sus ganancias en un 40 por
ciento.



Las cifras dadas por Forbes son particularmente alucinantes. A noviembre del
año pasado, los 20 mayores magnates yanquis reunían una riqueza de 5,3
billones de dólares. A alguien en Europa se le dio por calcular que
cualquiera de estos milmillonarios gana en un año más o menos lo mismo que
lo que ganan, sumadas, varias decenas de miles de trabajadores europeos de
ingresos medios a lo largo de toda su vida (Bezos como unos 50 mil
trabajadores, Musk como unos 80 mil).



***



En diciembre, Time eligió a Musk como personaje del año. «Guste o no, hoy
estamos en el mundo de Musk», dijo Edward Felsenthal, editor de la revista
estadounidense. «Este tímido sudafricano con síndrome de Asperger, que
escapó de una infancia brutal y superó una tragedia personal, que hace solo
unos pocos años era objeto de continuas burlas y tratado como un estafador
loco al borde de la quiebra, ahora somete a los gobiernos y a la industria a
la fuerza de su ambición. […] Con un movimiento de su dedo, el mercado de
valores se dispara o se desmaya y un ejército de devotos está pendiente de
cada una de sus palabras» en Twitter, añadió, donde lo siguen casi 70
millones de personas. A Time le fascina este «genio» y «payaso» que fabrica
autos eléctricos, que los vende como una de las soluciones al cambio
climático y que, al mismo tiempo, promueve el turismo espacial y se propone
llevar a Marte, de aquí a 2050, a 1 millón de personas en naves de Spacex
para ir colonizando el planeta rojo e ir preparando un futuro humano
posterrícola, por si a Gea le quede poco tiempo.



En 2016, en un congreso internacional de astronáutica, Musk dijo: «No hay
para la humanidad más que dos caminos: o bien permanece aferrada a la Tierra
para siempre y llegará el momento en que un acontecimiento causará su
extinción, o bien apuesta a una civilización multiplanetaria». Tiempo
después fue más taxativo aún: «Es esencial para la supervivencia de la
humanidad fundar una sociedad centrada en el viaje espacial». Time cree que
Musk sabe vender como nadie lo que hasta hace poco parecía una quimera y
que, sobre todo, sabe hacer que muchísimos lo tomen a él como modelo de lo
que hay que ser.



***



En 2021, cuatro hiperricos viajaron al espacio sideral a bordo de una nave
de Spacex, la empresa de Musk, quien no fue de la partida. Algunos de sus
competidores sí volaron en naves de sus propias empresas. El primero fue el
zillionaire británico Richard Branson, dueño de Virgin Galactic, que
invirtió 1.000 millones de dólares para darse el gustito de decir: «Oh, my
God!» al contemplar la Tierra desde una altura de 85 quilómetros y dar el
puntapié inicial de un programa comercial de turismo espacial que ya está
completito: Virgin asegura que le han reservado 600 boletos. Cada uno vale
entre 200 mil y 250 mil dólares.



A Branson le siguió Bezos: el hombre se embarcó a bordo de una nave de Blue
Origin en julio y tres meses después invitó a dar un paseíto al actor Wiliam
Shatner, el capitán Kirk, de Viaje a las estrellas, su héroe de infancia.
Los héroes de Musk eran personajes de El Señor de los Anillos y la Serie de
la Fundación. «Me hacían sentir el deber de salvar el mundo», le contó en
2009 a la revista The New Yorker, cuando recién estaba probando el Roadster,
el primer auto eléctrico de Tesla, pero ya era un rico y megalómano
empresario que, a falta de un imperio mediático propio, tenía un habilísimo
manejo de Twitter y despuntaba como nuevo gurú del sector tecnológico, cosa
en la que se convirtió tras la muerte de Steve Jobs. «De niño soñaba con ser
quien soy: alguien que está por fuera de cualquier conflicto social y pone
todo su talento, todo su esfuerzo, al servicio de los demás. A mí lo que más
me interesa es que la Tierra siga existiendo, pero tengo el deber, también,
de proponer alternativas», le dijo el año pasado a un canal de televisión
nórdico.



***



«Lo sideralmente extraño de esta historia es cómo los milmillonarios han
logrado imponer la idea de que de ellos –los superricos, más ricos que
cualquier Estado, más poderosos que cualquier organización internacional–
depende nada menos que la supervivencia del planeta; la idea de que son
ellos, y solo ellos, quienes tienen el dinero, el talento y el poder
necesarios para rescatarnos y evitar el apocalipsis», se sorprendía, en
noviembre, en Glasgow –donde se estaba desarrollando la COP 26, la
Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático–, un directivo
de la confederación internacional Oxfam. «Más extraño aún es que hayan
logrado desligarse de cualquier responsabilidad sobre el estado actual del
mundo, cuando no hay que ser demasiado agudo para darse cuenta de que ellos
son una parte fundamental del problema, no de la solución», decía.



Hoy «los ultrarricos están de moda», constataba, a su vez, el 24 de
diciembre, el diario Il Manifesto. Y, evocando también la conferencia de
Glasgow, recordaba que allí, en sus corredores, en sus ambulatorios, quienes
más se hacían notar no eran los ministros de medioambiente ni los militantes
sociales, sino los Bezos, los Musk, los Gates y los representantes de la
Financial Alliance for Net Zero, un conglomerado de 400 y pico de bancos,
fondos de inversión y grandes empresas (entre ellos, Black Rock, Goldman
Sachs, Moody’s, Bloomberg) que se proponen desarrollar fabulosos proyectos
verdes que poco y nada ayudarán a cumplir su supuesto objetivo. «Después de
Glasgow, a mediados de noviembre, Thomas Friedman, editorialista de The New
York Times, ganador de tres Pulitzer, escribió en ese diario una larga nota
que se podría resumir así: “Necesitamos un poco menos de Greta Thunberg (la
joven ecologista sueca) y un poco más de Elon Musk. La buena noticia es que
eso es lo que está sucediendo”», apuntaba la publicación italiana.



***



Las imposturas de los zillionaires son tan astronómicas como sus fortunas.
Los megaplanes de reforestación de Bezos y los automóviles eléctricos de
Musk no son más que engañapichangas. Carísimos engañapichangas a los que
ellos destinan una parte ínfima de sus ingresos que parece fabulosa y en los
que se embarcan los Estados que no pretenden encarar transformaciones de
fondo.



Hace un par de años, Amazon anunció varios compromisos climáticos, según los
cuales para 2040 habrá llegado al «equilibrio ecológico», pero falseó a tal
punto su propia huella de carbono –la que dejan los aviones que transportan
sus mercaderías, que cada vez son más y cada vez vuelan más; la que deja la
mayor parte de los productos que comercializa, como artículos electrónicos y
textiles– que cualquiera de las cifras que anuncia son mentirosas, dice una
investigación conjunta de Amigos de la Tierra, el sindicato Solidaires y la
asociación ATTAC publicada en Francia (Mediapart, 26-XII-21). Un solo vuelo
al espacio de Blue Origin emitió en 11 minutos tantos gases de efecto
invernadero como los que emite en toda su vida una de las 1.000 millones de
personas más pobres del planeta.



También son espejitos de colores los megaplanes de reforestación que
financia el dueño de Amazon. Emmanuel Macron recibió a Bezos a besos en
Glasgow el 1 de diciembre, luego de que el zillionaire anunciara que
«donará» 1.000 millones de dólares para la Gran Muralla Verde que se
proyecta en África, que el presidente francés promueve. «Resolver el
problema que supone la emisión de gases de efecto invernadero plantando
árboles es simplemente un espejismo», dice el documento de Amigos de la
Tierra, Solidaires y ATTAC.



Mismo espejismo con Musk y sus autos eléctricos. En su página web, Tesla
asegura que su razón de ser es «acelerar la transición mundial hacia una
energía sostenible», eléctrica o solar. Bienvenidos sean los planes para
abandonar las energías fósiles, pero la visión de Musk, dice Laura
Villadiego en La Marea Climática, «se basa en los mismos principios que
crearon el problema: un mundo de sobreconsumo, que deja las opciones
sostenibles a los que más abusan de ellas, los ricos». «Y eso hace que
pierdan todo su sentido. El propio Musk es parte de ese modo de vida»,
añade. De acuerdo a The Washington Post, solo en 2018 el magnate recorrió
unos 250 mil quilómetros en avión, incluidos sus viajes entre una punta y
otra de Los Ángeles para evitar los embotellamientos.



En cuanto a los autos de Tesla, que se están vendiendo como pan entre los
consumidores ricos y riquitos, sus baterías requieren toneladas de litio,
cuya extracción tiene costos ambientales y sociales enormes. Por ejemplo,
dejar sin agua a las comunidades que pueblan las zonas áridas en que se
ubican las salinas donde se halla el metal. En América Latina están en
Chile, Bolivia y Argentina. En el desierto de Atacama (Chile tiene el 40 por
ciento de las reservas de lo que hoy se llama oro blanco) el agua, ya
naturalmente escasa, lo es aún más debido a la extracción de litio.



***



En nada les interesa a estos superricos el bien común, su altruismo es de
pacotilla, sugería, en una nota publicada en 2018 en varios medios, el
profesor de cultura virtual estadounidense Douglas Rushkoff: «Ellos se están
preparando para un futuro digital que tiene mucho menos que ver con hacer
del mundo un lugar mejor que con trascender la condición humana y aislarse
de un peligro muy real y presente de cambio climático, migraciones masivas,
pandemias globales y agotamiento de recursos. Para ellos, el futuro de la
tecnología consiste realmente en una sola cosa: escapar».



***



Mientras preparan el escape, son seres bien de este mundo, bien de su clase.
Y así actúan: oponiéndose a pagar impuestos, porque a los ricos hay que
incentivarlos para que sigan creando riqueza y empleo (Bezos reclamó que le
descontaran de sus impuestos lo que gasta en colegios privados para la
educación de sus hijos); exigiendo a sus empleados que trabajen más por
menos, porque el mundo está en crisis y se necesita el esfuerzo de todos
(«Nunca vi que nadie transformara nada trabajando solamente ocho horas
diarias», declaró hace no tanto Musk, para quien una semana laboral de 80
horas sería lo normal); considerando a los trabajadores de sus empresas
«eslabones reemplazables de una cadena», según dijo un gerente de Amazon en
medio de su enésima campaña de desprestigio contra quienes pretendían formar
un sindicato en la empresa (y no lo lograron), y viendo los puestos de
trabajo que destruyen (por un empleo creado por Amazon, desaparecen 2,2 en
el sector del comercio de cercanía) como meros daños colaterales.



Meros daños colaterales deben también haberle resultado a Bezos las ocho
muertes en el almacén de Amazon que se desplomó en Kentucky por un tornado
en diciembre. La pareja de uno de los fallecidos contó que a los
trabajadores les impedían salir del local a pesar de las alertas, porque
estaban embalando a todo trapo para la zafra de Navidad. «Amazon no nos deja
irnos», tuiteó este empleado, Larry Virden. En los enormes depósitos de la
empresa de Bezos en Estados Unidos, los trabajadores deben atravesar enormes
corredores para llegar a un baño. Como por lo general el tiempo no les da,
deben usar pañales. En las plantas de Musk saben que si no se dejan
sobreexplotar o si reclaman, pueden perder el empleo. «La gente que
normalmente me conoce se lleva una buena impresión de mí. Si no los he
despedido», le dijo una vez el megarrico a The New Yorker.



En 2019, Martín Capparós escribía en una columna («El modelo Bezos») que
décadas atrás pensaba, ingenuo él, que los sindicatos de izquierda
argentinos «debían llevar a sus trabajadores a Punta del Este para que, al
ver esas mansiones, esos coches, esas siliconas, esos precios, los obreros
se llenaran de sacrosanta indignación de clase y reaccionaran». Alguien le
contestó que «quizás el resultado sería que muchos insistirían en admirar y
desear esos sitios, esas vidas». El periodista concluía: «Para eso sirven
los Bezos de este mundo: te ofrecen la ilusión de que podés ser así. Lo malo
no es siquiera que no es cierto; lo peor es que te convencen de que eso es
lo que vale la pena querer, que esa es la meta. El negocio es redondo: si
muchos quieren ser como ellos, ellos podrán seguir siendo como ellos sin
parar». Curiosa forma de síndrome de Estocolmo, decía.



Un síndrome que por aquí opera a full cuando, pongamos, nos dicen que a los
malla oro –incluso a nuestros chiquitos malla oro– hay que dejarlos pedalear
tranquilos, porque según les vaya a ellos nos irá a nosotros. Y lo creemos.

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