Cine/ 50 años de "Harry el Sucio". [Charles Bramesco]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Lun Ene 10 22:34:43 UYT 2022


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Correspondencia de Prensa

10 de enero 2022

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Cine



50 años de “Harry el Sucio”



Charles Bramesco *

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Traducción de Lucas Antón



Harry Callahan es el policía sobre el que nos han advertido. Aunque esta
semana se cumplen cincuenta años desde que Dirty Harry [Harry el Sucio], el
thriller de Don Siegel que definió el género, irrumpiera en los cines [en
1971] con su Smith & Wesson en ristre, el perfil general de fuerzas del
orden peligrosas y fuera de control que se ha consolidado en el último
lustro de discurso público parece que podría haberse calcado del ejemplo de
la película. Interpretado con un ceño de total repulsión por Clint Eastwood
-Paul Newman había rechazado el papel por ser "demasiado de derechas"-, el
inspector jefe de la policía de San Francisco es algo más que el habitual
misántropo. Es un intolerante frente a la igualdad de oportunidades,
desprecia a todos los grupos étnicos que le recita de un tirón un colega
agente a modo de lista de la compra de insultos. No duda en recurrir a la
violencia en su trabajo, no le importa un poco de cruda tortura para extraer
información de un delincuente herido de bala. Y lo más peligroso de todo es
que se cree incapaz de responder ante nadie más que ante Dios, a quien
probablemente se enfrentará con el mismo ceño fruncido.



Desde sus primeras etapas de desarrollo, el guión concebido por el equipo de
Harry y Rita Fink, marido y mujer, dejó claro que Harry no es ningún “boy
scout”, pero los partidarios a ambos lados del pasillo ideológico que
busquen una afirmación de su postura se verán decepcionados. Aquellos que
esperen una denuncia completa de este tosco enfoque de la policía se
llevarán un chasco, con los métodos más ásperos validados a menudo por la
necesidad, como si Harry fuera la última barrera defensiva de una sociedad
que se tambalea al borde de la anarquía (el tipo no puede ni siquiera
conseguir un perrito caliente sin que reclame su atención el atraco a un
banco). Sin embargo, los entusiastas que van por ahí de Calla-fans conversos
también han pasado por alto algo crucial, ciegos a su falta de lugar en la
ciudad que ha jurado proteger. Sin condenar ni condonar sus acciones, la
película ofrece lo que puede ser la imagen más clara de la manera de verse
del policía arquetípico como el único dispuesto a hacer los trabajos sucios
que mantienen unida a Nortemérica, aunque eso signifique ensuciarse.



Encajonado entre el sheriff de Gary Cooper puesto en un compromiso en High
Noon [Solo ante el peligro] y Jack Nicholson aullando que le necesitamos en
ese muro en A Few Good Men, [Algunos hombres buenos], Harry Callahan se
presenta como el hijo de puta sin el que no podemos sobrevivir. Es el
antihéroe seminal de los 70, un hombre que romperá la ley para hacerla
cumplir. Esa frase no es más que uno de los muchos clisés que se han
desgastado, precisamente porque llegan al núcleo del dilema filosófico
fundamental del trabajo policial: los policías balarrasa que están en el
filo no respetan las reglas, pero maldita sea, consiguen resultados. Cuando
el asesino, inspirado en “Zodiac” y apodado Scorpio, aterroriza la zona de
la bahía [de San Francisco] con una ola de asesinatos, los ineficaces
pazguatos en puestos de responsabilidad no pueden hacer otra cosa más que
cruzarse de brazos. Harry se niega a dejarse maniatar por la burocracia,
hasta el punto de que sus bruscas detenciones son declaradas inaceptables en
los tribunales, lo que permite que salga libre Scorpio, al que habían
atrapado. Desprecia tanto la autoridad institucional que se niega a sentarse
en el asiento que le han reservado cuando se reúne con el alcalde, al que
trata como poco más que un perdedor que se cruza en su camino.



Si aquellas partes de Harry que no se van a domesticar le convierten en un
tipo duro cautivador y en un miembro productivo de la brigada, también le
señalan como un extraño no apto para una comunidad educada y civilizada.
Desde las tomas en plano subjetivo meticulosamente desplegadas en la escena
inicial, Siegel transmite silenciosamente el perdurable adagio de Nietzsche
sobre cómo aquellos que se enmarañan con monstruos están destinados a
transformarse en uno. Al principio, vemos a una belleza que retoza en
bañador en la piscina de una azotea a través del punto de mira del rifle de
francotirador de Scorpio, y cuando Harry acude a inspeccionar la escena del
crimen tras su asesinato, observa la piscina desde la misma perspectiva en
la misma azotea. Para atrapar a un delincuente, un hombre debe pensar como
un delincuente, una táctica que se contagia de forma desagradable. Pronto
descubrimos que Harry es una especie de pervertido, que se distrae un par de
veces mientras trabaja mirando a hurtadillas a las mujeres desnudas del
edificio de al lado. Lo considera una gratificación en una profesión en la
que no hay muchas.



Aunque la película reconoce los defectos de carácter de Harry y la
alienación que se deriva de ellos, apoya su postura de que un cuerpo de
policía imperfecto es, sin embargo, algo vital y poco apreciado. Cuando su
compañero dimite después de recibir un disparo, Harry charla con la esposa
del tipo a la salida del hospital y ella se lamenta de la falta de respeto
que la gente tiene por los hombres de uniforme, abucheados como "cerdos" por
la generación más joven. Es revelador que Scorpio utilice generosamente ese
mismo epíteto en las burlas de sus desquiciadas pistas; sus rasgos revelan
las posturas más verdaderas de la película, en el sentido de que encarna
todo aquello a lo que se opone con más ardor. Es la peor pesadilla de un
conservador social, la amenaza “hippie” convertida en homicida (obsérvese la
hebilla del cinturón de Scorpio con el símbolo de la paz y los bucles de
después del “verano del amor”). Su denigración también obliga a dar la
pincelada más solapada de la película, la elección de codificar a Scorpio
como el tipo de homosexual en el armario que cacarea encantado "¡guau, qué
grande!" cuando Harry desenfunda su arma de mano. Se pretende que
reconozcamos que es un desviado por el regocijo erótico que experimenta al
pagar a un negro corpulento -otro fantasma de la imaginación reaccionaria-
para que le dé una paliza, con el fin de exagerar las heridas sufridas a
manos de Harry.



Aunque Harry no es el defensor ideal, tal como reconoce la película, sus
defectos palidecen en comparación con aquello a lo que nos enfrentamos.
Resulta conveniente que los crímenes de Scorpio carezcan de la ambigüedad de
la labor policial de Harry, que sea un psicópata que se complace simplemente
en hacer daño a la gente. En las secuencias asombrosamente tensas de Siegel,
razón principal por la que esta desagradable obra sigue siendo infinitamente
posible de ver de nuevo después de medio siglo, Harry representa la
diferencia entre un autobús lleno de niños muertos y alegrarte el día. Una
facción cada vez mayor del pueblo norteamericano ha llegado a rechazar esta
premisa, excusa preferida del policía canalla para justificar sus
extralimitaciones sin la ambivalencia clave de esta película. La patología
de Harry se ha convertido en algo más acosado, pero no ha desaparecido. Esa
mentalidad de la “delgada línea azul” revive en cada discusión en contra de
la abolición de la policía, sin que se mencione su sombra de amoralidad. La
película termina cuando Harry arroja su placa a una masa de agua, dándole la
espalda a la policía de San Francisco para un presumible giro hacia el
vigilantismo. Lo más preocupante de todo es que sus innumerables aspirantes
en la actualidad creen que no deberían tirarla, deshaciéndose del subtexto
que ya no les conviene.



* Charles Bramesco  crítico norteamericano de cine y televisión radicado en
Brooklyn, colabora en medios como 'Rolling Stone'. Artículo publicado en The
Guardian, 23-12-2021.

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