Colombia/ El liderazgo juvenil que se impone: solidario, creativo y convencido. [Verdad Abierta]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Ene 28 13:26:28 UYT 2022


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Correspondencia de Prensa

28 de enero 2022

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Colombia



El liderazgo juvenil se impone con creatividad y convicción



Alejados de los grandes reflectores de la prensa nacional, pasando
desapercibidos ante la opinión pública y en medio de múltiples dificultades,
decenas de jóvenes de diversas regiones del país han dado un paso adelante
para defender sus derechos y saldar las deudas que la sociedad les ha
endosado a ellos y a las comunidades que representan.



Verdad Abierta, 26-1-2022

https://verdadabierta.com/



Energía es lo que tienen y sus historias de vida marcan el camino para que
cientos de jóvenes líderes y líderesas sociales trabajaran por una mejor
calidad de vida de sus entornos comunitarios, a pesar de los riesgos que
corren en un país como Colombia, en donde ejercer la defensa de los derechos
humanos es una labor de altísimo riesgo.



Hombres y mujeres que no sobrepasan los 28 años de edad acumulan más de una
década de trabajo a favor de sus barrios, de sus veredas, de sus colectivos
artísticos, con la creatividad que siempre irradian y pensando en que niños,
niñas y jóvenes merecen un futuro con mejores oportunidades educativas,
laborales y culturales.



No ha sido una labor fácil. Las noticias sobre amenazas, atentados y
asesinatos de líderes y lideresas sociales, así como de autoridades étnicas,
se volvieron habituales y esa tragedia abarca, incluso, a los jóvenes que
decidieron arropar a sus comunidades en busca de una mejor calidad de vida.



De acuerdo con registros de la organización no gubernamental Somos
Defensores, entre el 2002 y el 30 de septiembre de este año, 1.230
activistas sociales fueron asesinados. Lo más paradójico de esa cruel
radiografía es que los homicidios se dispararon a raíz del Acuerdo de Paz
firmado en noviembre de 2016 entre el Estado colombiano y la extinta
guerrilla de las Farc.



A pesar de ese sombrío panorama, en medio de espirales de violencia en el
campo y en ciudades, con necesidades básicas insatisfechas, marginados y en
muchas ocasiones rechazados por su edad o falta de experiencia, cientos de
jóvenes decidieron asumir su propia representación, no sólo para ser
escuchados, sino para aportar soluciones a los problemas que los aquejan.



La Ley Estatutaria 1885 de 2018 define al joven como “toda persona entre 14
y 28 años cumplidos en proceso de consolidación de su autonomía intelectual,
física, moral, económica, social y cultural que hace parte de una comunidad
política y en ese sentido ejerce su ciudadanía”. De acuerdo con el
Departamento Administrativo de Estadísticas (DANE), para el 2020 en Colombia
había cerca de 12,6 millones de jóvenes, de ellos el 50,4% son hombres y el
49,6% mujeres.



Además de que son un amplio sector de la población, también padecen las
consecuencias de una economía que no ha sido capaz de absorberlos en sus
cadenas productivas y de un sistema educativo que tampoco les ofrece amplias
posibilidades para fortalecer su preparación intelectual y laboral.



Cifras del DANE correspondientes al periodo abril-junio de este año
establecieron que la tasa de desempleo juvenil llegó al 23,3%, equivalente a
1,5 millones de personas, siendo las mujeres jóvenes las más afectadas, con
cerca de un 30%, y los hombres con un 18,5%.



En cuanto al acceso a la educación, los datos son preocupantes. De Acuerdo
con el Sistema Nacional de Información de Educación Superior, para el año
2020, la matrícula total en educación superior fue de 2.355.603 estudiantes,
que representa una tasa de cobertura del 51,6%, lo que deja por fuera del
sistema a cientos de miles de jóvenes.



Ante esas carencias y las que rodean a sus comunidades en aspectos como
deficiencias en el acceso a salud, servicios públicos y recreación, los
liderazgos juveniles se cimentan sobre diversos pilares, entre los que se
destacan la familia, algunos espacios de formación generados en entornos
escolares y por programas de organizaciones no gubernamentales, así como
redes de apoyo conformadas por los mismos jóvenes.



Tales cimientos los han alejado de engrosar las filas de grupos armados o
redes de crimen organizado, de ser parte de los abultados indicadores de
violencia del país y de estar condenados al ostracismo, permitiéndoles
potenciar sus aptitudes y su vocación de liderazgo.



Y justo una de las organizaciones que estimula a los jóvenes a tener miradas
constructivas sobre la realidad del país es la Fundación Mi Sangre. A través
de sus distintos programas, fortalece liderazgos propositivos, colaborativos
y conscientes.



De acuerdo con su directora, Catalina Cock, el trabajo con jóvenes es una
vocación de la Fundación desde su surgimiento, hace ya 15 años, que se
enriquece con cada experiencia y se fundamenta en la apuesta de promover
liderazgos que impulsen acciones de cambio en sus comunidades, que
trascienda la individualidad y trabajen en redes amplias, y que surjan de
procesos reflexivos internos. “Le ponemos mucho énfasis a la transformación
del ser, al cambio interior para el cambio exterior”, dice.



Para ahondar en estos temas, VerdadAbierta.com abordó a siete jóvenes que
pertenecen a la red de esta organización no gubernamental con el fin de
conocer sus trayectorias, las motivaciones que los llevaron a defender los
derechos humanos y sobre el país que intentan construir con su esfuerzo
diario, cargado de energía.



Bases del liderazgo joven



Andrea Robledo tiene 22 años de edad. Nació en Medellín, pero ha vivido gran
parte de su vida en el municipio de Sabaneta, sur del área metropolitana.
Por fortuna, no ha padecido la violencia ligada al conflicto armado ni a
combos del crimen organizado. Su lucha ha sido contra la exclusión y la
marginalización.



El liderazgo se avivó desde muy joven bajo dos influencias: el espejo de su
padre, quien ha sido presidente de la Junta de Acción Comunal (JAC) de la
vereda Las Lomitas durante varios años; y los espacios de participación de
su colegio y de trabajo comunitario ligado a la Iglesia católica.



Su despertar por las causas sociales fue “en la adolescencia, cuando
comenzaba a salir, a conocer y a tener un poco más de conciencia de la
realidad y por el colegio donde estudiaba, donde siempre nos motivaban a
participar”.



Sin embargo, esa pulsión la cultivó su padre desde niña, quien la llevaba a
diversas reuniones políticas, y su madre, quien le inculcó la solidaridad
para ayudar a los demás sin esperar nada a cambio. A los 14 años, cuando la
comunidad abrió una línea infantil en la JAC, ingresó a ella y empezó a
trabajar en espacios de participación, creando programas para los niños de
la vereda.



En 2018, en medio de las elecciones legislativas y presidenciales, creó la
Corporación Cafecito Político, en la que, por medio del diálogo, busca que
se conozcan los problemas y las necesidades de los jóvenes antioqueños, para
producir transformaciones. La idea, dice, fue “crear un espacio de
conversación, donde podamos decir lo que sintamos”, porque “en un país tan
polarizado como Colombia, hay que abrir estudios de discusión desde el
argumento”.



Uno de sus principales logros se dio al año siguiente con las elecciones de
gobernadores: “Hicimos el primer y único foro joven con candidatos a la
Gobernación, donde nos fuimos por todo Antioquia para traer esas voces de
los jóvenes a Medellín. Nosotros siempre hemos hecho una crítica y es: ¿cómo
se puede pensar un departamento desde Medellín? Es muy difícil, porque la
realidad es muy distinta en cada región. Entonces nos fuimos a caminar y a
conversar”.



A cientos de kilómetros de la capital antioqueña, Aidis Magaly Angulo, de 33
años de edad, también trabaja por su comunidad. Su historia personal
representa a miles de afrodescendientes del Pacífico que, por causas
asociadas al conflicto armado o al abandono estatal, deben salir de sus
tierras natales para preservar su integridad o buscar mejores condiciones de
vida.



Cuando tenía cinco años su padre decidió abandonar Tumaco y llevarse su
familia a la ciudad de Cali, capital de Valle del Cauca. Llegaron a una zona
de invasión conocida como la Colonia Nariñense, un lugar deprimido,
estigmatizado y violento, donde cientos de familias originarias de la costa
del departamento de Nariño luchan a diario por sobrevivir.



De tener el mar al lado, pasó a crecer en un “asentamiento” en medio de
pandillas y las llamadas “fronteras invisibles”. Allí conoció la violencia
de cerca, pues a una tía le asesinaron al esposo. En medio de ese ambiente
tóxico, los adolescentes terminaban en grupos armados y las jovencitas,
madres adolescentes.



La tabla de salvación para Aidis fue el Centro de Desarrollo Comunitario
Arcoíris, que conoció a los 13 años de edad. En ese lugar, creado a mediados
de los años noventa, vio que existían opciones de vida diferentes a las que
les ofrecía el asentamiento.



“Llegué a un espacio donde me sentía como en un oasis, ahí empecé un proceso
de formación”, recuerda. “Yo era una chica súper tímida, con mucha
inseguridad, me daba mucho miedo ver a la gente a la cara, entablar
conversaciones y allí me acompañaron en todo un proceso; participé de una
escuela de formación de educación popular y aprendí muchísimas cosas. Quería
que ese fuera mi mundo”.



Posteriormente, estudió Licenciatura en Pedagogía Infantil apoyada
económicamente por una beca condonable del ICETEX que se amortiguaba con
trabajo comunitario. Así compaginó su pasión por la labor social y el pago
de sus estudios. Desde ese momento, ha luchado hasta el cansancio por los
derechos de las mujeres.



“Tengo varios grupos de mujeres y dos clubes de niñas que vengo acompañando
hace rato, donde he ido haciendo relevo generacional también con ellas, para
que empiecen a asumir otros roles dentro de la comunidad. Y mi trabajo se
ajusta perfectamente a esto que hago: estoy actualmente trabajando en la
Subsecretaría de Equidad de Género (de la Alcaldía) con mujeres desde la
prevención de violencia”, cuenta con orgullo.



Con sus acciones pretende cambiar el destino al que están condenados los
jóvenes y las jóvenes de la Colonia Nariñense. Por medio de su historia de
vida, le inculca a “estos niños y a estas niñas que sí es posible terminar
el colegio, que sí sirve para algo”. Su propósito es cambiar esos relatos
que dicen ‘¿Para qué vamos a estudiar si robando tenemos platas diario?’ O
aquellos que plantean: ‘Yo me embarazo del más malo, del que tiene el poder
y el control, y pues voy a estar protegida y voy a tener plata’.



Bajo el cielo caleño también trabaja Gustavo Vásquez, de 25 años de edad.
Sus primeros pasos los dio en Floralia, barrio popular de la Comuna 6.
Creció en un ambiente de pandillas, fronteras invisibles y microtráfico.
Aunque en su adolescencia no le gustaba el estudio y prefería la rumba,
gracias al apoyo de su familia logró terminar el bachillerato y graduarse
como Politólogo en la Universidad del Valle.



Su labor de alfabetización en el colegio lo llevó a conocer de cerca los
problemas de los jóvenes de su comunidad, como la falta de promoción de la
lectura, y encendió su chispa de liderazgo social. A los 17 años empezó a
recorrer el camino del activismo.



Creó la escuela de liderazgo juvenil ‘Movete, vé’ para capacitar a niños y
adolescentes del barrio El Poblado, e impulsó la iniciativa Altavoz, a
través de la cual promueve la lectura de muchachos entre 14 y 17 años de
edad.



“Fue muy interesante ese proyecto, porque me permitió tener esa primera
espinita con todo este tema del activismo y cómo hacer acciones colectivas.
Claramente no lo hacíamos solamente por el deseo de leer de nosotros, sino
también por ocupar el tiempo libre de chicos y chicas que estaban en el
barrio. Porque en un barrio popular, por lo general, es muy negativo
decirlo, pero yo sé que, en este momento, que son las 2:30 o más tardecito,
me voy al parque y veo puros chicos consumiendo porque sus papás están
ocupados”, cuenta.



En la Universidad del Valle coordinó la Red de Estudiantes de Educación
Superior, en donde realizó incidencia política junto con otros jóvenes para
que en la Alcaldía de Cali y en la Gobernación de Valle del Cauca fueran
tenidas en cuenta las necesidades de ese sector social en la política
pública de la región.



“Ahí lo que más rescato y me parece crucial es cómo nosotros, sin tener la
experticia, sin tener el conocimiento, pudimos de alguna manera negociar
directamente con la Alcaldía para que se incluyeran indicadores que tuvieran
un enfoque diferencial”, concluye.



Muy al norte de aquellas barriadas caleñas, aparece Aldair Romero, un joven
de 25 años de edad, nacido en San Pelayo, Córdoba, pero criado en Carepa,
Antioquia. Desde adolescente empezó a cultivar su liderazgo en el colegio,
donde fue Personero y por primera vez empezó a asumir la vocería de
terceros. Sobre sus hombros ha tenido que cargar dos discriminaciones para
realizar su labor: la de una región, el Urabá antioqueño, que lleva el
estigma de la violencia paramilitar, y la de ser homosexual.



“A cualquier parte a la que tú vas, dicen: ‘Urabá, eso es una tierra de
paracos’. Y no, Urabá no solamente es paracos, no solamente es homicidio.
Urabá es cultura, Urabá es diversidad”, resalta Romero, quien defiende su
tierra con pasión.



Cuando cursaba tercer semestre de Derecho en la Universidad Cooperativa de
Colombia, fue invitado a participar en la campaña política de Ovidio de
Jesús Ardila Rodas, quien, con 7.034 votos, logró la Alcaldía de Carepa en
los comicios celebrados el 25 octubre de 2015, para el periodo 2016-2020.



“Lo más bonito es que hice parte de una campaña pobre. Lo máximo que
podíamos dar en las reuniones eran pancitos de 300 pesos y si queríamos
hacer un sancocho para la comunidad, nos íbamos dos o tres líderes, que
éramos jóvenes, por todo el comercio de Carepa a pedir un kilo de carne, un
kilo de hueso o 2 mil de plátano. Así hicimos una campaña y nos ganamos una
Alcaldía”, recuerda.



Y expone el impacto que tuvo esa experiencia en su vida: “Hizo que me
enamorara aún más del tema de ser líder, de transformar territorios y
realidades. Entendí que no era bueno odiar la política, cuando las
decisiones más importantes que se toman en una sociedad, se toman a través
de la política”.



En el caso de Aldair, su liderazgo pudo crecer y explotar gracias a la
confianza que le brindaron para aportar a la construcción de una mejor
sociedad, desde un cargo público, sin importar su edad ni su orientación
sexual, y los conocimientos que adquirió a través de su participación en las
redes juveniles promovidas por la Fundación Mi Sangre.



“Iniciamos con ese plan de incidencia a tejer red, a buscar alianzas, a
formalizar mesas diversas, a construir políticas públicas en los municipios
y han sido tres años dándola toda por transformar realidades aquí en Urabá”,
así resume su proceso de lucha social.



Este joven cordobés sueña con que en el país se acaben los “ismos” y la
división deje de existir: “Sí, excelente, qué bacano que entendamos lo que
nos diferencia. Pero qué genial que podamos entender lo que nos une”.



Y se explaya en su ilusión: “Me sueño un país donde ya dejemos de
señalarnos, donde ya no sea necesario tener que legislar leyes especiales
para algunos grupos poblacionales, sino que de verdad empecemos a hablar de
derechos humanos sin distinción alguna, independientemente de dónde sea,
dónde esté ubicado, así sea alto o bajito, si eres negro, o lo que sea, si
eres mujer o si eres hombre, o como te quieras autorreconocer”.



Vidas bajo presión



.Las agendas juveniles abarcan diversos temas, todos significativos para sus
comunidades y entornos sociales, pero que también inquietan a aquellos que
se oponen a las reivindicaciones por las que luchan los líderes y las
lideresas jóvenes. Estigmatización, persecuciones, amenazas y ataques son
parte de las situaciones que enfrentan cotidianamente.



De ello sabe el joven boyacense Sergio Chacón, de 20 años de edad, quien se
formó en Derecho en la Universidad de Antioquia, en Medellín, y se reconoce
como activista de la comunidad LGBTI (Lesbianas, Gays, Bisexuales,
Transgéneros e Intersexuales). Al hacer señalar los obstáculos que ha
enfrentado, resalta dos: su orientación sexual y su juventud.



En el primer caso, hace referencia a lo ocurrido cuando, según él, lo “sacan
del closet” y se ven afectados los procesos de liderazgo en los que venía
trabajando en una iglesia cristiana. Fue objeto de críticas y de un mal
ambiente: “Después de haber salido del closet todos los de la Iglesia
buscaron la forma de llenar de cucarachas las cabezas de mis papás. Decían
cosas como ‘Sergio está con unos marihuaneros, con maricas, con putas, con
gente revolucionaria’, ‘Sergio se va a volver capucho’, pero logro
mostrarles y convencerles que eso no es así y que el mundo en el que yo me
estaba moviendo era muy distinto y que lo que yo estaba haciendo era
importante para la sociedad”.



Y en el segundo caso, su juventud, la discriminación se presentó en
instancias de participación ciudadana. “Quizás no he recibido esa
discriminación por ser LGBTI, pero si por ser joven, todo el tiempo, todo el
tiempo”, reitera.



Y para explicar esa situación, pone como ejemplo lo que ocurre en la Comuna
10, pleno centro de Medellín, donde vive: “Esa comuna es gobernada y
liderada por los mismos viejitos de siempre, y ellos todo el tiempo repiten
que nosotros no sabemos de qué carajos estamos hablando y que no deberíamos
meter las narices ni en la Junta de Acción Comunal ni en la de
administración local”.



Y agrega otro escenario: los espacios de concertación y decisión política.
“Cuando llega el Alcalde, cuando llega el gabinete, y estamos en reuniones
con un montón de adultos dicen: ‘Ay tan lindo Checho, tan lindo el joven’,
pero nadie presta atención y en realidad no toman en serio lo que uno está
diciendo”.



Pero más allá de esas situaciones, su activismo también lo ha puesto en
riesgo, especialmente por su nivel de visibilización durante las jornadas
del Paro Nacional de finales del año pasado, cuando fue incluido en un
panfleto que circuló en la Universidad de Antioquia atribuido a las llamadas
Autodefensas Gaitanistas de Colombia.



“Decía que nos iban a dar muerte por ‘guerrilleros izquierdosos’ a mí y
otros compañeros”, recuerda Sergio, y dice que también ha recibido varias
amenazas de muerte por redes sociales y hostigamientos desde perfiles falsos
en Internet, así como llamadas insistentes de números.



La lideresa Alejandra Colmenares, de 31 años de edad, se encuentra en
Casanare actualmente, pero ha trabajado en distintas regiones del país,
incluso en el extranjero, especialmente en El Salvador, Guatemala y
Honduras, en labores de incidencia política, que es su pasión.



Resultado de todos esos aprendizajes y de cara a las elecciones
presidenciales de 2018, impulsó dos iniciativas gestadas en la Fundación Mi
Sangre: los llamados Parches democráticos y No se lo dé a cualquiera, a
través de los cuales pretendía concientizar a los jóvenes de la importancia
de participar en política en el departamento de Casanare.



Al año siguiente, trabajando en Puerto Gaitán, Meta, con una organización no
gubernamental, recibió un mensaje preocupante: “Alejandra, si usted no se va
de aquí puede que mañana no amanezca, eso es todo lo que puedo decir”. Ella
preguntó que “por qué me tenía que ir si estaba haciendo una labor buena,
estoy haciendo mi trabajo social, y me dijeron que me fuera. Yo me vine
porque tengo una hija”.



En el norte del país, en Calamar, Bolívar, trabaja Yelitza Castellar Ruiz,
de 25 años de edad, Contadora Pública de profesión, sobresale porque a sus
18 años fue elegida concejal del municipio, siendo la mujer más joven del
país en obtener esa curul con el aval del Partido Liberal. Actualmente va
por su segundo periodo.



Su labor social y política la ha enfocado en la defensa de derechos
esenciales como la educación, acceso a una salud digna e integral, a la
verdad y justicia, entre otros. Si bien no ha enfrentado graves riesgos, su
trabajo en el Concejo ha sido obstaculizado por sus contrincantes políticos.



“La Presidencia de la mesa actual no me ha permitido participar de ninguna
de las comisiones accidentales que ha formado dentro del Concejo, o sea, me
ha cohibido mi derecho de hacer parte de una comisión”, se queja Yelitza y
agrega que tampoco se ha creado la Comisión para la Equidad de la Mujer.
“Como mujer también he tenido muchos obstáculos”, destaca.



Una de las quejas de esta concejal es la prohibición impuesta por la actual
mesa directiva del Concejo de grabar las sesiones, a pesar de que, por su
carácter, son audiencias públicas. “Los calamarenses no saben qué pasa en el
Concejo y eso me ha costado a mí muchos problemas porque yo transmito en
vivo y le hago saber a la comunidad de lo que está pasando”, explica la
lideresa.



“Esos han sido mis obstáculos -agrega-. De resto, todos los obstáculos son
mentales y si tú mentalmente estás preparado, que eres capaz de vencer lo
que la vida te enfrente, lo demás es cuento”.



Trabajo en red



¿Y cómo se respalda Yelitza para realizar su labor política y social? Con un
grupo de jóvenes que, según ella, “todos los días me motiva a seguir
luchando y yo sé que, aunque la lucha es ardua, aunque no es fácil, muy
pronto vamos a ver los resultados o los frutos de nuestra gran espera y de
nuestra perseverancia porque queremos que a las necesidades del municipio se
les den solución y que los calamarenses puedan acceder a estos espacios sin
tantos obstáculos y sin tantos problemas”.



Su manera de trabajar muestra la eficacia del trabajo mancomunado,
colaborativo, en red, que articula energía y creatividad. Una estrategia que
han adoptado también líderesas y lideresas consultadas por este portal,
incluso, para garantizar su seguridad personal y la de los procesos que
representan.



Sergio, el líder de origen boyacense, reflexiona sobre el tema y lanza una
aseveración cargada de sinceridad: “Yo siempre he dicho que me siento más
cuidado por mis amigos y mis parceros que por el Estado. Justamente con
ellos empezamos a hablar del cuidado como un acto político. Y aunque sea en
el otro lado del país, pues, finalmente están con uno y es algo muy bonito”.



Andrea, la lideresa paisa que se define como tejedora, destaca el papel de
articularse en red como una estrategia de protección y destaca que “entre
todos vamos tejiendo ese círculo de seguridad. Yo me siento en la red en un
lugar seguro donde puedo decir cualquier cosa y no me voy a sentir juzgada,
antes me hacen sentir como aliviada”.



El trabajo en red, agrega esta joven, también fortalece las iniciativas y
amplía la perspectiva de las labores que adelanta, especialmente cuando
tiene contacto con jóvenes de otras ciudades: “Hay algunas cosas que nos
pueden llegar a unir. Y entonces, en ese sentido, sí, el trabajo en red ha
sido súper efectivo de hecho. Yo lo recomiendo en todas partes. El trabajo
en red es el que potencia, no solamente las organizaciones en sí mismas,
sino el impacto que se genera en las comunidades”.



De construcción de redes para hacer más efectivo el trabajo también sabe
Aldair, en el Urabá antioqueño, quien destaca que el trabajo en red
“representa el hecho de que vas a amplificar tu voz, vas a amplificar tu
mensaje y, adicionalmente, vas a ser parte de un hormiguero y todo lo que tú
te propongas es más probable que lo logres”.



Los tejidos de Mi Sangre



Detrás de cada líder y lideresa juvenil hay procesos que se han venido
construyendo poco a poco, con la paciencia de quien teje una manta de lana o
un sombrero. Todo se va consolidando a su tiempo y parte del apoyo que
reciben unos y otras proviene de la Fundación Mi Sangre. Sus cifras, en 15
años de labores, respaldan ese trabajo.



Por lo menos 32 mil jóvenes han pasado por sus espacios de formación,
colaboración y encuentro, provenientes de 171 municipios de 22 departamentos
del país. Su objetivo fundamental es que sean estos hombres y mujeres, con
su energía y creatividad, los que lideren los cambios en sus comunidades a
través de ciudadanías activas y la participación en escenarios de toma de
decisiones.



Uno de los enfoques que aplica a Fundación en sus intervenciones con jóvenes
es el de Cambio Sistémico, concepto que, según su directora, contempla
“abordar las causas estructurales de los problemas que nos aquejan como
sociedad, no los síntomas”. Es por ello que su trabajo involucra a
profesores, líderes comunitarios, funcionarios y “con todos aquellos
entornos que inciden en la experiencia y en la realidad de los jóvenes”,
resalta.



Una de las causas estructurales que destaca son los esquemas mentales, por
eso en la Fundación le apuestan fuertemente a la transformación de
narrativas a través de campañas de movilización. El propósito, según Cock,
es “cambiar creencias en torno a los jóvenes: que no los veamos solo como
víctimas o víctimarios, o agentes pasivos, sino que reconozcamos el poder
transformador que tienen”.



El cambio sistémico también hace referencia al trabajo articulado con
diversas instituciones públicas y privadas. “Es juntar a los actores y
tratar de identificar pequeños ajustes que no necesariamente implican
grandes recursos”, precisa.



Con respecto a aquellos sectores que son bastante críticos con los jóvenes,
sobre todo cuando se movilizan masivamente por sus causas, como se observó
en las jornadas del Paro Nacional de este año, la directora de Mi Sangre
afirma que desde esta organización “fomentan acciones que lleven a la
empatía”. Y detalla un ejemplo de ese tipo de intervenciones.



“Durante el estallido social, la percepción de empresarios y diferentes
actores sobre los jóvenes estuvo asociada a daños y bloqueos. Para ellos,
joven que protesta, era igual a vándalo. Mi Sangre facilitó a través de
Proantioquia un proceso de diálogo y co-creación con los jóvenes”.



Llevaron entonces a los empresarios de esta fundación del sector privado a
zonas de la ciudad como las comunas 8 y 13, donde sus jóvenes tienen
procesos comunitarios” a que vivieran sus realidades, a que los escucharan
con el corazón y la mente abierta; y viceversa, porque también hay mucha
resistencia de los jóvenes hacia los otros. Entonces es crear experiencias
de conexión humana donde nos vemos como iguales”.



De ese tipo de encuentros, cuenta Cock, están emergiendo iniciativas en
términos de empleo, de educación, de una plataforma y escuela de liderazgo
de la mano con los empresarios. “Mi Sangre fue la facilitadora de ese
proceso y Proantioquia está convocando” y se proyecta que el año entrante
este proyecto se consolide. “Se espera que de allí surjan posibles
pasantías, o mentorías, o pequeños estipendios para que los líderes puedan
dedicarse a su labor social sin estar ahogados económicamente, o co-crear
soluciones para problemáticas que emerjan”.



La brecha juvenil se siente con fuerza en el sector rural, donde los accesos
a empleo, educación, cultura y recreación son más complejos que en las
ciudades. En esos ámbitos también ha incursionado Mi Sangre, destacándose
intervenciones en prevención del reclutamiento en por lo menos 21 municipios
de diversas regiones de Antioquia y preparan un proyecto para el año que
viene en la región de los Montes de María, entre los departamentos de Sucre
y Bolívar, con el apoyo de la Organización Internacional para las
Migraciones (OIM).



“Tenemos recetas, pero lo suficientemente flexibles para meter los
ingredientes locales y adaptarnos a esas realidades. En las zonas rurales
las jornadas de estudio y trabajo son totalmente distintas, por eso nos
adaptamos a horarios, lugares de encuentro, para responder a esas
dinámicas”, explica Cock.



Por último, la directora de la Fundación Mi Sangre reconoce que los jóvenes
se han ganado espacios, pero no son suficientes. “Sigue habiendo
estigmatización, pero sí se han ganado espacios, antes era casi nulo, pero
desde las políticas de juventud, lo han logrado”. ¿Y qué más se requiere?:
“Abrir otros espacios, no solo desde lo político, sino desde lo empresarial,
en sus juntas directivas, en los consejos asesores de las fundaciones, en
cargos de cierta responsabilidad, abrir espacios que reconozcan ese aporte
que hacen los jóvenes; y también apoyarlos en sus procesos organizativos
para que puedan tener cierta sostenibilidad en el tiempo”.



Para líderes y lideresas juveniles de diversas regiones del país, la
Fundación Mi Sangre ha representado un gran apoyo en su formación personal
que ha redundado en sus labores comunitarias y en la construcción de redes
que hacen más efectivas sus tareas y en las cuales se sienten seguros.



Aldair, el líder de Urabá, resume lo que significa la intervención de Mi
Sangre en la vida de miles de jóvenes y en sus procesos sociales y
comunitarios: “La Fundación Mi Sangre representa la posibilidad de poder
cambiar realidades y de no parar de soñar; representa un hito en la vida de
uno, te da esperanza. Cuando viene alguien tan inspirador como la Fundación
Mi Sangre que te dice ‘articulemos, construyamos’, créeme que a ti se te
compone la vida. ¿Por qué? Porque está fundación llega y te abre una
cantidad de puertas, conoces aliados, te forman, te preparan, te acompañan,
te apoyan, te respaldan”.



Este reportaje se hizo con el apoyo de la Fundación Mi Sangre.

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