Afganistán/ La hambruna amenaza seis meses después del asalto talibán al poder. [Jean-Pierre Perrin]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Ene 28 13:20:10 UYT 2022


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Correspondencia de Prensa

28 de enero 2022

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Afganistán



La hambruna amenaza Afganistán seis meses después del asalto talibán al
poder



Jean-Pierre Perrin

Mediapart, 19-1-2022

https://www.mediapart.fr/es/



El nuevo régimen de Kabul parece vacilar constantemente entre el
endurecimiento de la represión y un ligero pragmatismo, lo que dificulta la
llegada de ayuda internacional. El colapso económico del país desde que los
talibanes tomaron el poder llevó a Washington a congelar 9.500 millones de
dólares en activos del Banco Central Afgano.



En Bamiyán, la capital de Hazarajat, la gran provincia del centro de
Afganistán, famosa por los dos budas gigantes destruidos por los talibanes
en 2001, el puñado de arqueólogos afganos que hacían lo posible por salvar
lo que queda del patrimonio de la región acabó huyendo. Los talibanes
asaltaron sus oficinas cuando, poco después de la toma de Kabul el 15 de
agosto de 2021, entraron en la pequeña ciudad, que no había ofrecido
resistencia.



“Hasta hace poco, los arqueólogos solían esconderse en las montañas todo el
día y sólo volvían a casa por la noche para dormir. Pero ahora la mayoría ha
preferido abandonar la ciudad”, afirma un exasesor español del Ministerio de
Cultura afgano que ha estado en contacto con ellos.



Cuando se cumplen seis meses del asalto al poder del régimen talibán, el
miedo, alimentado por las persecuciones y masacres sufridas por los hazara
durante el primer régimen talibán (1996-2001), vuelve a pesar en esta
provincia. Los hazara, que representan entre el 15% y el 20% de la
población, son chiitas y los talibanes los consideran herejes que se han
unido a Teherán.



Según un informe de la ONG Human Rights Watch, miles de miembros de esta
comunidad ya han sido expulsados de sus tierras en las provincias de
Helmand, Balkh, Dalkundi, Kandahar y Uruzgán, ya que los talibanes han
decidido expropiar sus tierras y repartirlas entre sus partidarios.



Pero a este miedo se suma el aún más terrible del hambre que amenaza a
Hazarajat, una de las provincias más pobres de Afganistán, tras una terrible
ola de sequía, la segunda en cuatro años. Por lo general, la nieve del
invierno es una bendición, ya que permite los cultivos de primavera y nutre
los ríos. Este año, está ahí, pero en el estado de desorganización del país,
se percibe como otra catástrofe.

Más que la represión, la amenaza de una terrible hambruna atormenta no sólo
a Hazarajat, sino a todo Afganistán. A ello se suma el completo colapso
económico del país desde que los talibanes tomaron el poder, lo que llevó a
Washington a congelar 9.500 millones de dólares en activos del Banco Central
Afgano.



“El número de personas que pasan hambre en Afganistán no tiene precedentes;
23 millones de afganos no saben de dónde saldrá su próxima comida”, se
alarma Isabelle Moussard Carlsen, jefa de la Oficina de Coordinación de
Asuntos Humanitarios (OCHA) del Secretariado de la ONU en Afganistán, en el
sitio web Défis humanitaires [Desafíos Humanitarios]. “Representa más de la
mitad de la población. Uno de cada dos niños está gravemente desnutrido
[...] Nunca he visto una crisis semejante en mi vida como humanitario”,
añade.



“Con las temperaturas invernales por debajo de cero, los afganos también
tienen que gastar más, de sus ya menguados ingresos, en combustible y otros
suministros propios del invierno, en un momento en el que las reservas de
alimentos están en su punto más bajo debido al ciclo de las cosechas”,
añade.



La petición de ayuda de la ONU



El 22 de diciembre, el Consejo de Seguridad de la ONU adoptó por unanimidad
un proyecto de resolución, propuesto por Estados Unidos, para facilitar la
entrega de ayuda humanitaria a Afganistán. En principio, esta excepción
debería permitir al fondo humanitario de Afganistán beneficiarse de un
presupuesto de 5.000 millones de dólares (4.400 millones de euros) para
2022, una cantidad excepcional para un solo país, incluso superior a la
asignada a Siria y Yemen. Pero, ¿se movilizará esta suma a tiempo para
ayudar a una población ya en grave peligro, dado que el sector bancario ya
no existe en Afganistán?



Hasta la fecha, ni el llamamiento para esta recaudación de fondos ni la
petición de ayuda lanzada por el secretario general adjunto de Asuntos
Exteriores de la ONU, Martin Griffiths, que la ha calificado de “una de las
catástrofes humanitarias más graves” de la historia de Afganistán y que
pidió que estos fondos se desembolsaran lo antes posible, han tenido efecto,
ya que las grandes potencias se muestran visiblemente reticentes a llevar
ayuda a una población bajo el control de los talibanes.



En el frente interno, el nuevo régimen de Kabul parece vacilar
constantemente entre el endurecimiento de la represión y un ligero
pragmatismo. “Hay una especie de normalización llena de incertidumbres.
¿Quién tiene el verdadero poder dentro de los talibanes? Se tiene la
impresión de un poder opaco que oscila entre el pragmatismo y el dogmatismo.
Todo parece decidirse detrás del telón”, afirma Etienne Gille, presidente de
la ONG Amitié franco-afghane (Afrane), que trabaja en Afganistán desde hace
más de 40 años.



Si en un primer momento la represión se dirigía a las fuerzas de seguridad
del gobierno anterior, con un número desconocido de ejecuciones sumarias
–más de un centenar a finales de noviembre en las cuatro provincias (de 34)
en las que Human Rights Watch investigó– y encarcelamientos, ahora se dirige
a la educación y la cultura. Unos 150 medios de comunicación ya han dejado
de publicar. Los periodistas han sido detenidos y golpeados.



“Todos mis colegas afganos del museo de Kabul, del departamento de
monumentos históricos, pero sobre todo los arqueólogos, se encuentra en una
situación muy complicada. Muchos profesores de las universidades de Kabul y
Herat también han recibido repetidas amenazas de muerte, por carta o vía
WhatsApp”, afirma el exasesor español. “Los empleados del Ministerio de
Cultura en Herat [la gran ciudad del oeste, conocida como la “Florencia de
Afganistán” por sus joyas arquitectónicas] también han huido.



Los sijs y los hindúes han huido



De ahí la impresión de querer hacer borrón y cuenta nueva, significada en
particular el 4 de octubre de 2021 por la decisión del ministro de Educación
Interior, Abdul Baqi Haqqani, de invalidar los títulos de enseñanza
secundaria obtenidos en los últimos 20 años y de contratar únicamente a
profesores que inculquen los valores islámicos a los futuros alumnos. Otras
confesiones distintas del Islam suní también han sido objeto de ataques: el
5 de octubre, el templo sij de Kabul fue objeto de vandalismo por parte de
talibanes fuertemente armados, lo que provocó que los últimos fieles hindúes
y sijs abandonaran el país.



Ante la opresión talibán, hay pocas voces disidentes que se atrevan a
dejarse oír.Se siguen produciendo manifestaciones de mujeres, pero aunque se
reprimen menos que antes, ahora son poco concurridas.



No obstante, hay indicios de que el nuevo régimen busca la aceptación, como
demuestran varias fetuas (decretos religiosos). Una de ellas prohíbe a los
milicianos cortar el cabello masculino que se considere no islámico, una
práctica que estuvo en vigor de 1996 a 2001. Otro decreto les prohíbe entrar
en las casas a su antojo.



Otro decreto permite a las mujeres viajar hasta 72 km de su casa sin ir
acompañadas de un miembro masculino de su familia más cercano, una medida
considerada como un endurecimiento de la ley por la comunidad internacional,
mientras que los talibanes la ven como una suavización de la ley –hasta
entonces, ni siquiera podían ir solas al mercado–. Finalmente, las niñas
pudieron volver a la escuela en marzo. “La cuestión es cuál será el
contenido de la educación y qué oportunidades tendrán las niñas”, precisa
Etienne Gille.



“Cada día, los talibanes dan señales de moderación para mostrar su buena
voluntad a la población”, reconoce el investigador Karim Pakzad,
especialista en Afganistán del Instituto de Relaciones Internacionales y
Estratégicas (Iris). “Pero no funciona porque, en algún momento, toman una
decisión que desagrada al pueblo, como la reciente detención del académico
Faizullah Jalal, que recreó la unidad de los kabulíes contra ellos”.



El profesor de derecho, que se ha forjado una reputación de crítico feroz de
los dirigentes afganos desde los años ochenta y que fue encarcelado tanto
durante la ocupación soviética como durante el primer reinado de los
talibanes, se atrevió a llamar “terrorista” y “becerro” (un grave insulto en
Afganistán, utilizado para designar a un imbécil) a un portavoz talibán,
Mohammad Naim, durante un debate televisado en el canal Tolo, uno de los
últimos medios de comunicación que siguen funcionando.



“Reina una atmósfera de miedo y terror”, dijo entonces Faizullah Jalal.
“Algunos aseguran que tenemos seguridad”, refiriéndose al fin de la guerra
civil, “pero ¿qué significa esta seguridad? Donde no se aplica la ley, ¿es
la seguridad? Donde no hay libertad de expresión, ¿hay seguridad?”



'Esteshaadi', el escuadrón kamikaze



De ahí su detención unos días después, el 8 de enero, con el pretexto de
haber utilizado las redes sociales para incitar a la población a la
revuelta. Sus familiares temían aún más por su vida porque el principal
portavoz talibán, Zabihullah Mujahid, había fabricado acusaciones muy graves
contra él, atribuyéndole una cuenta de Twitter falsa creada por sus propios
servicios. Para sorpresa de todos, y sin que se sepa si fue por las
protestas que desencadenó su detención, el académico fue liberado el
miércoles 12 de enero.



Pero si el nuevo régimen muestra ocasionalmente algunos signos de
moderación, éstos se ven compensados por otros más alarmantes, como la
importancia que se da dentro de su ejército al escuadrón Esteshaadi (“en
busca del martirio”), una unidad formada íntegramente por combatientes
suicidas, a los que se ha visto desfilar en la televisión afgana, equipados
con chalecos explosivos y conduciendo coches preparados para ataques
suicidas. Tres mil de ellos, según cifras oficiales, están desplegados desde
octubre en la frontera con Tayikistán, país que ha adoptado una línea muy
hostil hacia los “estudiantes de religión”.



Este culto a los terroristas suicidas forma parte ahora de la ideología
oficial –algo que no ocurría entre 1996 y 2001– y parece reflejar el peso
que han ganado dentro de la cúpula talibán las redes Haqqani, estrechamente
vinculadas a Al Qaeda –fue la organización terrorista del difunto Osama bin
Laden la que introdujo la práctica de los atentados suicidas en Afganistán–.



El 19 de octubre, Sirajuddin Haqqani, líder de estas redes, se dirigió a
cientos de familiares de terroristas suicidas, todos hombres, a los que
había reunido en el gran hotel Intercontinental de Kabul, para darles ropa,
dinero y parcelas, y glorificar este tipo de atentados.



En este contexto, un acontecimiento político totalmente inesperado pasó
prácticamente desapercibido. El 10 de enero, el ministro de Asuntos
Exteriores de los talibanes, Amir Khan Muttaqi, se reunió en Teherán con
Ahmad Massoud, el hijo del legendario “comandante”, que dirige el Frente
Nacional de Resistencia (FNR), y otros dos líderes de la oposición, una
visita orquestada por los Guardias Revolucionarios iraníes, los pasdarán.



En total, se celebraron no menos de tres reuniones entre las dos partes
hostiles. “Los iraníes intentaron romper el bloqueo de la situación. Ahmad
Massoud, refugiado en Tayikistán, no podía permitirse rechazar tal
invitación de Teherán. Pero cuando Muttaqi se ofreció a regresar a Kabul con
la promesa de que sería bien recibido allí, puso tres condiciones: que los
talibanes aceptaran un gobierno de transición y el principio de que el
futuro gobierno fuera elegido, así como garantías sobre los derechos humanos
y la situación de las mujeres. Muttaqi abandonó Teherán furioso y, una vez
en Kabul, trató de restar importancia al encuentro. Este fue un fracaso
total, incluso para la diplomacia iraní”, afirma Karim Pakzad.



Y añade este investigador: “Desde que tomaron el poder, nada prueba que los
talibanes hayan hecho ningún progreso, ni dentro ni fuera de Afganistán. No
han conseguido nada, siguen sin tener aliados y no han obtenido ningún
reconocimiento, a diferencia de la vez anterior, cuando los Emiratos Árabes
Unidos, Pakistán y Arabia Saudí reconocieron su régimen. Incluso China, que
los apoyaba mucho, parece haberse distanciado. De ahí el temor, tras el
fracaso de su política de moderación, de que se endurezcan y lleven a cabo
una represión abierta. Mientras tanto, es un caos a todos los niveles. Una
cosa sí es cierta: la hambruna realmente existe”.

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