Estados Unidos/ Los escándalos de Trump: El Watergate con esteroides. [Sharon Smith]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Jul 23 12:28:35 UYT 2022


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Correspondencia de Prensa

23 de julio 2022

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Estados Unidos



Los escándalos de Trump: El Watergate con esteroides



Sharon Smith *

International Socialism Project (ISP), 20-7-2022

https://internationalsocialism.net/

Traducción de Correspondencia de Prensa



Hasta la llegada de Donald Trump a la presidencia en 2017, el expresidente
Richard Nixon -el único presidente de la historia de Estados Unidos que
renunció a su cargo- era ampliamente considerado como la máxima expresión de
abuso de poder de la presidencia de Estados Unidos. Nixon era conocido como
"Tricky Dick" [referencia el documental de Mary Robertson sobre Nixon, ndt]
y no por casualidad. Dominado por su propia paranoia, planeó despiadadamente
la destrucción de cada uno de sus supuestos enemigos, utilizando todos los
medios legales e ilegales a su disposición.



Sin embargo, parece que Nixon no podía distinguir la diferencia. Incluso
después de que se revelara su protagonismo en el encubrimiento del
Watergate, lo que lo llevó a renunciar, en declaraciones famosas, le dijo al
entrevistador David Frost en 1977: "Si el presidente lo hace, eso quiere
decir que no es ilegal".



Cuatro décadas más tarde, Trump tomó esta declaración y la hizo suya.



El Watergate y su encubrimiento



El escándalo del Watergate se desencadenó poco después de la publicación de
lo que se conoció como los Papeles del Pentágono en 1971, que tuvo
repercusiones en toda la sociedad estadounidense. Los documentos revelaron
que todos los presidentes estadounidenses, desde Harry Truman hasta Lyndon
Johnson, habían mentido sistemáticamente a la opinión pública sobre la
guerra de Vietnam, minimizando el nivel de participación de Estados Unidos y
exagerando el alcance de su éxito en cada momento. Si bien Nixon llegó a la
presidencia después de los acontecimientos documentados en los Papeles del
Pentágono, temía que sus propias mentiras -incluido el bombardeo secreto de
Camboya- quedaran al descubierto.



Aunque Daniel Ellsberg, el denunciante que filtró los Papeles del Pentágono
a la prensa, ya estaba siendo juzgado y se enfrentaba a una posible condena
de 115 años, la Casa Blanca se encargó del asunto. El objetivo de Nixon era
"juzgarlo en la prensa" arruinando su reputación. El consejero de Seguridad
Nacional, Henry Kissinger, llamó a Ellsberg "el hombre más peligroso de
América". La Casa Blanca envió a su equipo de " plomeros" (apodados así
porque su objetivo era detener las " filtraciones ") a entrar en la oficina
del psiquiatra de Ellsberg para robar información comprometedora. No
encontraron nada, pero cuando el juez que presidía el tribunal se enteró del
allanamiento, desestimó todos los cargos contra Ellsberg.



Sin embargo, la desesperación de Nixon por conseguir un segundo mandato como
presidente lo llevó a repetir el mismo error, pero a un nivel más grave.
Apenas nueve meses después de que fracasara el primer allanamiento de los
"plomeros", el Comité para la Reelección del presidente organizó dos
allanamientos en la sede del Partido Demócrata, en el complejo de oficinas
de Watergate, en Washington, D.C. Los intrusos entraron en las oficinas de
Watergate en mayo y luego de nuevo en junio de 1972 para robar archivos
confidenciales y establecer un sistema de vigilancia de escuchas
telefónicas. Por desgracia para Nixon, los ladrones fueron sorprendidos por
un guardia de seguridad y detenidos durante su segunda incursión en la sede
del Partido Demócrata.



Nixon procedió entonces a encubrir ilegalmente las actividades delictivas
del Comité. Poco después de la detención de los ladrones, dispuso cientos de
miles de dólares en "dinero de silencio" para que guardaran el secreto.
Irónicamente, Nixon no necesitó ninguna ayuda para ganar las elecciones de
1972. Fue reelegido con una victoria aplastante.



Aunque Nixon negó cualquier implicación en el robo de Watergate, empezaron a
surgir sospechas sobre el papel de su administración en el encubrimiento de
su papel en el robo. Un puñado de sus principales ayudantes, entre los que
se encontraba el consejero de la Casa Blanca John Dean, testificaron ante un
gran jurado, conscientes de que Nixon planeaba convertirlos en chivos
expiatorios de los robos y el encubrimiento. Entre otras cosas, revelaron
que Nixon había grabado en secreto conversaciones que probarían su papel en
las actividades ilegales.



Tras negarse a entregar las grabaciones durante meses, Nixon se vio obligado
a ceder y las cintas que lo incriminaban (fuertemente modificadas) se
hicieron públicas. A pesar de su infame afirmación: "¡No soy un
delincuente!", se vio obligado a dimitir de su cargo el 8 de agosto de 1974,
para evitar un juicio político y una condena casi segura.



La política estadounidense se desplazó hacia la derecha tras el Watergate.



El sucesor de Nixon, el ex vicepresidente Gerald Ford, lo indultó
rápidamente. Y en parte por esa razón, el Partido Republicano se enfrentó a
un electorado hostil, por lo que Ford perdió las elecciones presidenciales
frente al demócrata centrista Jimmy Carter en 1976.



Pero el descontento popular apuntaba a los dos grandes partidos políticos, y
ambos trataron de reinventarse en los años siguientes. Los efectos se siguen
sintiendo décadas después. Dan Balz afirmó recientemente en el Washington
Post: "Como dijo William Galston, de la Brookings Institution, 'hemos estado
viviendo durante casi medio siglo en el mundo que creó Watergate'".



Balz describió de la siguiente manera la transformación de los republicanos:



El Partido Republicano, personificado por políticos como Ford, Nelson
Rockefeller y George Romney, fue tomado por un nuevo movimiento conservador
basado en el Sur y el Cinturón del Sol [Sun Belt, franja meridional que se
extiende desde Florida hasta California, ndt], que veía al gobierno desde
una perspectiva mucho más hostil. En 1964, este tipo de conservadurismo,
liderado por el senador Barry Goldwater de Arizona, fue derrotado por
Johnson. En 1980, con la elección de Ronald Reagan, la era del liberalismo
del New Deal había sido desdibujada por un conservadurismo que se mantendría
en el partido y en el país durante décadas.



La victoria electoral de Reagan significó un nuevo giro hacia la derecha que
ya estaba en marcha en la política estadounidense. Los demócratas, por su
parte, pronto iniciaron un proceso de seguimiento del giro a la derecha de
los republicanos, justificado por su búsqueda de los llamados "votantes
indecisos", es decir, los votantes blancos de los suburbios que dudan entre
votar a los demócratas o a los republicanos. Desde entonces, los
republicanos han marcado la agenda de la política electoral estadounidense,
y los demócratas ofrecen una versión algo menos draconiana de la misma
agenda: el menor de los males, pero igualmente mala.

Balz describió el cambio de imagen del Partido Demócrata, siguiendo también
de cerca el de los republicanos:



Mientras tanto, los demócratas atravesaban su propia transformación, gracias
en parte a la entrada de nuevos miembros en el Congreso a partir de las
elecciones de 1974. "Tendían a ser más educados, más profesionales que los
anteriores grupos de demócratas, vinculados a la clase trabajadora y estaban
más interesados en cuestiones que quedaban fuera de los límites de la carne
y las papas", dijo Galston.



El futuro presidente Bill Clinton ayudó a formar una nueva corriente llamada
Consejo de Liderazgo Demócrata [Democratic Leadership Council], formada en
1985 para separar al Partido Demócrata de sus llamados "intereses
especiales": sindicatos, grupos de derechos civiles y otros movimientos
sociales liberales. Esta ala de los demócratas pasó a ser dominante en la
década de 1990, llamándose a sí misma los "Nuevos Demócratas",
personificados por la elección de Clinton en 1992 y su reelección en 1996.



Después de hacer campaña en 1992 con el eslogan "Poner a la gente en primer
lugar", Clinton perfeccionó el arte de lo que se conoce como
"triangulación", en la que consiguió robar el protagonismo a los
republicanos adoptando y convirtiendo en ley muchas de sus propuestas. Entre
estas se encontraban el "Don't Ask, Don't Tell" (una política que impedía a
los soldados abiertamente homosexuales servir en el ejército); la Ley de
Defensa del Matrimonio (que prohibía el matrimonio entre personas del mismo
sexo a nivel nacional); y el fin de la "asistencia social tal y como la
conocemos" mediante la Ley de Responsabilidad Personal y Reconciliación de
las Oportunidades de Trabajo [Personal Responsibility and Work Opportunity
Reconciliation Act] (que hacía que las prestaciones gubernamentales para los
pobres fueran temporales -imponiendo un límite de por vida a las familias- y
creaba exigencias de trabajo sin proporcionar guarderías subvencionadas por
el gobierno federal)



El camino hacia Trump



El escándalo del Watergate, junto con la publicación de los Papeles del
Pentágono y la posterior derrota del imperialismo estadounidense en Vietnam,
hizo que la confianza del público en las instituciones gubernamentales de
Estados Unidos cayera en picada, y que nunca se recuperara. Mientras que, en
1964, según Pew Research, el 77% de los encuestados dijo que confiaba en que
el gobierno hiciera lo correcto "casi siempre" o "la mayoría de las veces",
ese porcentaje se redujo al 36% a finales de 1974, tras la renuncia de
Nixon.



Esa trayectoria decreciente de la confianza pública -con algunas breves
fluctuaciones, como tras los atentados del 11-S- se ha mantenido hasta hoy.
Desde 2007, el porcentaje de encuestados que dicen confiar en que el
gobierno hace lo correcto "siempre" o "la mayoría de las veces" no ha
superado el 30%. Y este año, sólo alrededor del 20% estaba de acuerdo, lo
que supone un mínimo histórico.



Cuando Trump anunció su candidatura a la presidencia en 2015, el Partido
Republicano se había remodelado a lo largo de las décadas anteriores,
abrazando ruidosamente una serie de causas reaccionarias. Los republicanos
pasaron por varias evoluciones durante esas décadas: la Derecha Cristiana y
la Mayoría Moral [Moral Majority] en los años ochenta y noventa (que se
oponían al aborto y a los derechos LGBTQ, al mismo tiempo que defendían la
lucha contra la acción afirmativa [o discriminación positiva, ndt] como el
llamado "racismo al revés"; y luego el movimiento del "Tea Party" en la
década de 2000, que combinó las demandas de la derecha religiosa con
reclamos de impuestos más bajos [para los ricos] y recortes en el gasto
social del gobierno, junto con una gran dosis de racismo abierto.



De este modo, se había preparado el terreno para que Trump tomara el control
del Partido Republicano, si bien se inclinó aún más hacia la derecha una vez
que éste entró en escena.



Tal vez por esta razón, los crímenes de Nixon podrían parecer menores en
comparación con los de Trump. Si bien Nixon acaparó el mercado de las
actividades clandestinas, Trump fue hasta burlarse de las normas de la
conducta presidencial, en en una especie de desafío a la clase política para
que se animara a combatirlo.



Sin embargo, hizo mucho daño como presidente: desde la imposición de una
"prohibición musulmana" [“Muslim Ban"], hasta la prohibición de los soldados
trans en el ejército, y el nombramiento de tres jueces del Tribunal Supremo
totalmente reaccionarios que contribuyeron a la formación de la mayoría
conservadora de 6 a 3 que anuló el derecho federal al aborto. Sin mencionar
el negacionismo de Trump ante el Covid-19, subestimando constantemente los
enormes peligros del virus y presentando soluciones ridículas, como la
inyección de desinfectantes domésticos en el cuerpo de las personas, al
tiempo que hacía muy poco para implementar una respuesta nacional coordinada
a la pandemia.



Y estos son sólo algunos de los aspectos más destacados. No obstante, Trump
superó su primer mandato legalmente indemne, a pesar de los dos intentos de
impugnación por parte de los demócratas.



Pero ahora que Trump ya no es el presidente, es objeto de varias
investigaciones. Su comportamiento desquiciado después de haber perdido las
elecciones de 2020 podría acabar con él.



Trump y su negativa a aceptar los resultados de las elecciones



Hasta la fecha, Trump se ha negado a aceptar que perdió las elecciones de
2020 ante a Joe Biden. Recientemente, el 9 de julio, Trump insistió en que
una nueva sentencia del Tribunal Supremo de Wisconsin que había prohibido el
uso de muchas urnas en el estado era retroactiva a las elecciones de 2020,
reivindicando sus alegaciones de fraude electoral. Pero no es así: el fallo
sólo se aplica a las elecciones futuras.

Pero Trump nunca permitió que la verdad se interpusiera en el camino de sus
delirantes afirmaciones. Mucho antes de que se celebraran las elecciones de
2020, Trump empezó a afirmar que sólo podía perder si estaban manipuladas en
su contra, preparando el terreno para sus afirmaciones de fraude electoral
masivo a partir de su derrota.



El propio fiscal general de Trump, William Barr, declaró claramente después
de las elecciones: "Si había pruebas de fraude, no tenía ningún motivo para
suprimirlas... Pero siempre sospeché que no había nada. Todo era mentira".



Trump y sus aliados presentaron más de 50 demandas alegando fraude en la
votación, la mayoría en estados disputados en los que había ganado contra
Hillary Clinton en 2016 pero que, en 202, perdió contra Biden: Arizona,
Georgia, Michigan, Nevada, Pensilvania y Wisconsin. Todas sus demandas
fueron desestimadas por jueces estatales y federales, algunos de ellos
nombrados por Trump. Incluso el Tribunal Supremo de Estados Unidos se negó a
examinar dos demandas en nombre de Trump que pretendían anular los
resultados de las elecciones de 2020, de Pensilvania y Texas. Asimismo, los
recuentos de votos en Georgia y Pensilvania no hicieron más que validar la
victoria de Biden.



¿El ocaso de Trump?



Trump cruzó descaradamente la línea entre las actividades legales e ilegales
en dos incidentes:



En enero de 2021, Trump llamó al secretario de Estado de Georgia, Brad
Raffensperger, y lo presionó para que "encontrara" casi 12.000 votos que le
permitieran imponerse a Biden en los resultados de las elecciones de Georgia
de 2020.



1- Como informó el New York Times, esto implica que "corre el riesgo de ser
acusado de violar los estatutos penales relativamente claros de Georgia,
incluida la proposición criminal para cometer fraude electoral". El Times
añadió que, según el fiscal del condado de Fulton, Fani T. Willis, "en los
archivos de la corte, una serie de otros cargos son posibles, incluyendo el
de crimen organizado y de conspiración, lo que podría incluir una larga
lista de asociados pro-Trump, tanto dentro como fuera de Georgia".



Los "asociados" de Trump -incluidos Rudolph W. Giuliani y el senador Lindsey
Graham de Carolina del Sur- tienen cuidado: si Trump se hunde en este caso,
se los lleva con él.



2- En las audiencias del Comité Selecto de la Cámara de Representantes, que
tienen lugar actualmente, se recogen testimonios de personas que afirman que
Trump participó activamente en la organización de los disturbios violentos
del 6 de enero de 2021 en el Capitolio de Estados Unidos, incluyendo su tuit
de silbato para perros en la madrugada del 19 de diciembre.
"Estadísticamente, es imposible haber perdido las elecciones de 2020",
tuiteó Trump, añadiendo: "Gran protesta en D.C. el 6 de enero", en
referencia al día en que el Congreso debía certificar la victoria de Joe
Biden en el colegio electoral. "¡Estaré allí, será salvaje!".



El 28 de junio, el testimonio de la ex asesora de Trump, Cassidy Hutchinson,
de apenas 26 años y también republicana, permitió conocer desde dentro la
conducta de Trump antes y durante los disturbios del 6 de enero en el
Capitolio.



Como informó el New York Times, Durante dos horas impresionantes de directo
en la televisión, Hutchinson describió a un ex presidente desquiciado que,
según ella, fue advertido de que sus partidarios llevaban armas, pero no
manifestó ninguna preocupación porque no eran una amenaza para él. Dijo que
Trump trató de atrapar el volante de la limusina presidencial y se abalanzó
sobre su agente del Servicio Secreto porque quería ir al

Capitolio, y añadió que en un momento dado lanzó su propio plato de comida
contra la pared en la Casa Blanca.



"Tomé una toalla y empecé a limpiar la salsa de ketchup en la pared para
ayudar al chofer", atestiguó Cassidy Hutchinson.

(Más tarde, funcionarios del Servicio Secreto que pidieron el anonimato
dijeron que los dos hombres que iban en la limusina presidencial con Trump
estaban dispuestos a declarar bajo juramento que ninguno de los dos fue
agredido por el ex presidente y que no alcanzó a tocar el volante).



Pero para el Servicio Secreto, la situación es difícil, puesto que había
afirmado que había borrado los textos de los días 5 y 6 de enero, aunque
esgrimiendo razones divergentes: primero por una actualización de software,
y luego por la sustitución de dispositivos. El Comité Selecto emitió
entonces una citación al Servicio Secreto para que presentara los textos
borrados, lo que hasta el momento no se ha materializado.



También hay pruebas de que Trump planificó con antelación el llamado a los
manifestantes del 6 de enero a marchar hacia el Capitolio, lo que demuestra
que su discurso del mitin no fue un llamado espontáneo a la acción.



Ecos del Watergate… con esteroides



A medida que las audiencias continúan, cada vez se acumulan más testimonios
y pruebas contra Trump. Y uno de los ex asesores más cercanos a Trump, el
derechista rabioso Steve Bannon (que parece haber nacido con el dedo mayor
en el aire), debe ahora no solamente aceptar declarar, sino también
enfrentar cargos por desacato al Congreso debido a que ha desobedecido
repetidamente las citaciones para testificar ante el Comité Selecto de la
Cámara de Representantes.



Sin embargo, Trump se está hundiendo aún más. Al parecer, sigue siendo
incapaz de controlar sus impulsos, y parece haber llamado a un empleado de
la Casa Blanca que debería declarar en una futura audiencia del Comité de la
Cámara de Representantes. El empleado se negó a aceptar la llamada, y su
abogado informó de ello a dicho Comité.



Mientras continúan las audiencias sobre el 6 de enero, es imposible predecir
qué futuras revelaciones vendrán.



¿No oyen ustedes a Nixon riéndose en su tumba?



* Sharon Smith, militante de la izquierda socialista, reside en Chicago,
integra la redacción de ISP. Es autora de Subterranean Fire: A History of
Working-Class Radicalism in the United States (Haymarket, 2006) y Women and
Socialism: Class, Race, and Capital (revisado y actualizado, Haymarket,
2015).

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