Fast fashion/ Lo que es moda no incomoda, dice el dicho, pero debería. [Paula Pereda-Suárez]
Ernesto Herrera
germain5 en chasque.net
Mar Jul 26 00:24:29 UYT 2022
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26 de julio 2022
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Fast fashion
Lo que es moda no incomoda, dice el dicho, pero deberÃa
Los problemáticos entretelones de la industria de la moda rápida: contaminación, explotación y coacción a los consumidores.
Paula Pereda-Suárez
La Diaria, 25-7-2022
https://ladiaria.com.uy/
En el tÃtulo de este artÃculo aparece la palabra “modaâ€. Ese concepto ahuyenta a muchos, apasiona a algunos y causa absoluta indiferencia en otros. Este último caso es el de Andrea Andy Sachs, personaje ficticio de la taquillera pelÃcula El Diablo viste a la moda. Andrea interpreta a la asistente personal junior de la frÃa redactora en jefe Miranda Priestly, quien controla el mundo de la moda desde su revista Runway (un paralelismo nada casual con Vogue). Al principio, Andy no encaja bien en el ambiente de la moda, rodeado de chismes y superficialidades. Su falta de estilo, sus nulos conocimientos de moda (y de la misma revista) y su ligera torpeza al trabajar, la hacen el blanco de burlas en la oficina como por ejemplo cuando se burla de dos cinturones (“cosasâ€) de un celeste muy similar. Miranda le responde: “¿Estas cosas? Oh, entiendo. Tú crees que esto no tiene nada que ver contigo. Tú vas a tu armario y seleccionas, no sé, ese jersey azul deforme porque intentas decirle al mundo que te tomas demasiado en serio como para preocuparte por lo que te pondrás. Pero lo que no sabes es que ese jersey no es sólo azul, no es turquesa ni es marino, en realidad es cerúleo. Tampoco eres consciente del hecho de que en 2002 Óscar de la Renta presentó una colección de vestidos cerúleos. Y luego creo que fue Yves Saint Laurent el que presentó chaquetas militares cerúleas. Y luego el azul cerúleo apareció en las colecciones de ocho diseñadores distintos, y después se filtró a los grandes almacenes, y luego fue a parar hasta una deprimente tienda de ropa a precios asequibles, donde tú, sin duda, lo rescataste de alguna cesta de ofertas. No obstante, ese azul representa millones de dólares y muchos puestos de trabajo, y resulta cómico que creas que elegiste algo que te exime de la industria de la moda, cuando, de hecho, llevas un jersey que fue seleccionado para ti, por personas como nosotros, entre un montón de cosasâ€.
Se asocia a frivolidad y antojo, a una industria insaciable que atiborra las tiendas de caprichos. Pero si cambia el enunciado y se habla de ropa pasa a ser una cuestión que nos atañe a todos. Cada mañana elegimos un atuendo, y esas prendas no llegaron solas a nuestras manos. Pasaron el filtro de una selección meditada. Estamos acostumbrados a comprar sin preguntar. Elegimos algo por ser útil, bonito, porque nos soluciona un problema o nos atribuye cierto estatus. El cómo es producido pareciera ser irrelevante. Hoy nos fijamos más, pero se nos sigue explicando poco. La elaboración de, digamos, una sencilla camiseta sigue siendo una nebulosa. De dónde salió la materia prima. Quién hizo el desmotado, el hilado, el tejido y el tintado del algodón. Quién se encargó del diseño, de la distribución. Y finalmente: dónde acaba esa prenda cuando nos deshacemos de ella. Todo esto es un misterio cuyos detalles, probablemente, nos aburre saber. Ni siquiera sospechamos cuando algo que implica tantÃsimo trabajo se cobra $199. No imaginamos que hay una proporción inversa entre el precio, que paga el comprador, y el coste humano y medioambiental, que pagamos todos.
Muchos animales se adornan; el sapiens es el único que se viste. La ropa ejerce un papel crucial en nuestra vida. Explica desde quiénes somos como individuos hasta quiénes somos como civilización. Es una manifestación cultural de primer orden que lo abarca todo: las protestas polÃticas, el arte, los avances tecnológicos. Este no es tanto un artÃculo de investigación como de reflexión, de ahà que haya preferido simplificar al máximo de lo posible. La concisión obliga a resumir temas muy complejos que requerirÃan matices. Estas páginas no pretenden ser un panfleto airado, sino una invitación a considerar nuestras opciones. No quiero hablar de culpa como sÃ, sino de responsabilidad. No se aturde con más cifras de las imprescindibles, no se exigen imposibles: quememos la tarjeta de crédito, afeitémonos la cabeza, comamos pasto al borde de la carretera. La idea es entreabrir la puerta de la duda para que cada uno ahonde en lo que más le dé qué pensar.
Si cada vez hay más información acerca de todo lo que implica la industria de la moda, ¿por qué se sigue comprando a lo loco? ¿Se explican los detalles de la moda rápida de un modo demasiado complejo? Es un reto criticar un negocio que se presenta disfrazado del envoltorio más sugestivo: prosperidad, diversión, recompensa. Una cosa es segura, y esto vale igual para las empresas que para los consumidores: es mejor un solo cambio tangible, concreto y constante que intentar hacerlo todo bien.
¿Qué es la moda rápida, de todos modos?
La “moda rápida†es una frase de moda, pero ¿qué significa realmente? La moda rápida es un método de diseño, fabricación y comercialización centrado en la producción rápida de grandes volúmenes de ropa. Este tipo de producción aprovecha la réplica de las tendencias de la pasarela o de la cultura de los famosos y los materiales de baja calidad, como los tejidos sintéticos, para llevar estilos baratos al consumidor final. Estas prendas baratas y a la moda han dado lugar a un movimiento en toda la industria hacia cantidades abrumadoras de consumo. La idea es poner en el mercado los estilos más novedosos lo más rápido posible, para que los compradores puedan hacerse con ellos cuando todavÃa están en la cima de su popularidad y luego, lamentablemente, desecharlos después de unos pocos usos.
Se trata de la idea de que repetir un conjunto es un error de la moda y de que, si se quiere seguir siendo relevante, hay que lucir los últimos looks en el momento en que se producen. Forma parte del sistema tóxico de sobreproducción y consumo que ha convertido a la moda en uno de los mayores contaminantes del mundo. El resultado es un impacto perjudicial para el medioambiente, los trabajadores de la confección, los animales y, en última instancia, los bolsillos de los consumidores. Antes de que podamos cambiarla, repasemos su historia.
Breve historia de la industria de la moda
La sobreproducción en la moda es un fenómeno que apenas tiene cincuenta años. El modelo tradicional de manufactura era bajo demanda, sin stocks, algo que hoy se recupera y que revaloriza el oficio, la espera y la exclusividad. De la costura se pasó, a principios del siglo XX, a la producción en serie. A finales de los años ochenta apareció la fast fashion, concebida con un solo objetivo: ofrecer una oferta abundante, incesante y barata. ¿Cómo? Mediante un sistema de producción de respuesta rápida, inventarios dinámicos y decisiones modificadas en tiempo real. Los precios pueden mantenerse bajos estrujando a los proveedores, produciendo en paÃses en desarrollo con condiciones laborales pésimas y plagiando con descaro ideas de otros diseñadores.
La llegada de la moda rápida fue recibida con entusiasmo por todas las edades y los estratos sociales, por aquellos que alguna vez sintieron que habÃan quedado excluidos de las tendencias por razones geográficas o económicas. ¡Lo trendy por fin al alcance de cualquier bolsillo! ¡Merecemos estrenar una remera cada semana! La moda rápida democratizó el estilo, argumentan algunos. Pero lo único que consiguió es devaluar nuestra percepción de la ropa, presentándola como desechable. Con el cambio de siglo, en paralelo a esos imperios de la eficiencia aparecieron otras empresas aún más aceleradas y corrosivas. Una moda ultrarrápida nacida al calor del big data y las redes sociales que, en la actualidad, es capaz de incorporar a sus tiendas online (no tienen tiendas fÃsicas, no las necesitan) unas quinientas prendas diarias.
La CEO de Shein, Molly Miao, presumió de llegar a los mil nuevos modelos diarios. Incluso en artÃculos de pocos dólares dejan pagar en cuatro cuotas. Lo que sea con tal de que compremos. Su voracidad hace que la vieja guardia de la moda rápida parezca un hatajo de tortugas reumáticas. Acostumbrados a precios bajÃsimos desde hace años, muchos compradores han galvanizado la creencia de que todo lo que quede por encima de cierto umbral está inflado. O peor: si pagamos algo más que una miseria es que nos están robando. Lo barato ya no es una opción, es un derecho. ¡Ay! La moda rápida se ha ganado merecidamente su fama gangrenosa. Es la responsable del desprestigio del sector a ojos del mundo, de que se perciba esta disciplina como superficial y contaminante. Pero las prendas caras tampoco están siempre libres de culpa. Las prácticas de las marcas de prêt-à -porter (1) y de lujo pueden ser igual de reprobables. Es el sistema entero el que falla.
Hoy en dÃa, las marcas de moda rápida producen unas 52 “microtemporadas†al año, es decir, una nueva “colección†a la semana. Según la autora Elizabeth Cline, esto comenzó cuando Zara pasó a realizar entregas quincenales de nueva mercancÃa a principios de los años ochenta. Desde entonces, es habitual que las tiendas cuenten con una gran cantidad de existencias en todo momento, para que las marcas no tengan que preocuparse por quedarse sin ropa. Al replicar las tendencias de la calle y de la semana de la moda a medida que aparecen en tiempo real, estas empresas pueden crear nuevos y “deseables†estilos ya no semanalmente, sino diariamente. De este modo, las marcas disponen de grandes cantidades de ropa y pueden asegurarse de que los clientes nunca se cansan del inventario.
Los números hablan
Ante todo, una inexactitud repetida mil veces: la de que la industria de la moda es la segunda más contaminante del mundo. No lo es. En 2018 tuvo que intervenir The New York Times para matizar una afirmación que habÃa rebotado como un pinball, sin que nadie tuviera los datos para demostrarla. Con todo, no importa mucho que sea la segunda o la cuarta. Ese tipo de titular extremo, aunque incorrecto, funciona como sacudida urgente y la moda necesitaba un foco urgente que la señalara. Estas son algunas cifras que dan una idea del panorama:
-La industria de la moda provoca 10% de las emisiones mundiales de carbono. Es la segunda manufactura (aquà sÃ) que más agua consume y la responsable de 20% de la polución de los océanos.
-En el planeta hay 75 millones de trabajadores que se dedican a confeccionar ropa. Menos de 2% de ellos gana un salario suficiente para vivir.(2) Dicho de otro modo: 98% de ellos se encuentra desprotegido, en un estado de pobreza sistémica y la gran mayorÃa son mujeres: 75%. Las jóvenes se proclaman comprometidas con la sororidad mientras visten camisetas con lemas como “THE FUTURE IS FEMALE†confeccionadas por chicas de Bangladesh que cobran 30 céntimos de dólar la hora.
-Solo usamos 20% de nuestro armario. El resto de las prendas duerme el sueño de los justos. Creà que la observación era exagerada hasta que me dirigà a mi ropero.
-Desde el año 2000 la producción de moda se ha duplicado. Antes del cambio de milenio, las marcas presentaban dos colecciones anuales (verano e invierno), frente a las cincuenta actuales de las marcas de fast fashion.
-Se calcula que, de seguir este ritmo, el consumo de ropa aumentarÃa un 60% para el año 2030. Solo hay un camino sensato posible: reducir drásticamente el volumen. Incluso si toda esa ropa estuviera hecha de tejidos orgánicos y tintes naturales, los efectos en el planeta serÃan devastadores. No es solo el cómo, sino el cuánto.
-En Europa, cada persona compra cada año unos cuarenta artÃculos; vestirá cada pieza una media de diez veces antes de deshacerse de ella. Es una pincelada con brocha gorda (abarca edades, paÃses y rentas muy diferentes), pero sirve para hacerse una idea. Una imagen deprimente: prendas nuevas que esperan -en tiendas o almacenes- a ser vendidas. Esperan y esperan. En vano. Jamás encontrarán quienes las vistan. Han requerido esfuerzo, sufrimiento, recursos. Para nada. Acabarán incineradas, enterradas o enviadas en fardos a un paÃs lejano que no las quiere, pero cuyo gobierno claudica a cambio de acuerdos económicos ventajosos.
En resumen... ¿Por qué es tan mala la moda rápida?
Contaminación del planeta
El impacto negativo de la moda rápida incluye el uso de tintes textiles baratos y tóxicos, lo que convierte a la industria de la moda en uno de los mayores contaminantes del agua limpia del mundo, junto con la agricultura.
Los tejidos baratos también aumentan el impacto de la moda rápida. El poliéster es uno de los tejidos más populares. Se deriva de los combustibles fósiles, contribuye al calentamiento global y puede desprender microfibras que se suman a los crecientes niveles de plástico en nuestros océanos cuando se lava. Pero incluso los tejidos “naturales†pueden ser un problema a la escala que exige la moda rápida. El algodón convencional requiere enormes cantidades de agua y pesticidas en los paÃses en desarrollo. Esto provoca riesgos de sequÃa y crea una tensión extrema en las cuencas hidrográficas y una competencia por los recursos entre las empresas y las comunidades locales.
La velocidad y la demanda constantes suponen un aumento de la tensión en otros ámbitos medioambientales, como el desmonte de tierras, la biodiversidad y la calidad del suelo.
Debido a la escasa regulación sobre la normativa de aguas residuales, en paÃses como China, Nepal o Bangladesh los vertidos de los fabricas se vuelcan -directamente, sin más, ahà va ese regalito- en rÃos y arroyos. Ese engrudo es una mezcla de productos quÃmicos cancerÃgenos, sales, disolventes y metales pesados. Cuando la superficie del rÃo se espesa y oscurece impide que la luz penetre en el fondo, reduciendo la capacidad de las plantas para realizar la fotosÃntesis. Bajan los niveles de oxÃgeno en el agua y mueren la flora y la fauna acuática. Esas sustancias tóxicas no se evaporan ni desaparecen, solo van de aquà para allá. El agua con productos quÃmicos riega cultivos y asciende asà en la cadena alimentaria. Algunas de esas sustancias se acumulan en el cuerpo (¿Erin Brockovich?, ¿alguien?) y aumentan el riesgo de padecer afecciones. A los pescadores de esos rÃos se les acaba el sustento. Nadie del vecindario puede emplear esa agua. Los trabajadores de las fábricas enferman porque no realizan su trabajo bien equipados; llevan sandalias o van descalzos, no usan guantes ni mascarilla.
Este ejemplo aparece con frecuencia cuando se habla de “maldades†fashion: producir unos jeans -desde hacer crecer el algodón hasta el producto final- requiere unos 8.000 litros de agua, la cantidad que una persona bebe en diez años. Eso para un solo par. El asunto de los jeans es especialmente grave, ya que es la prenda más popular del planeta... y también la más contaminante. La ciudad de Xintang (Guangzhou) se autoproclama la capital mundial del vaquero, con una producción de 800.000 unidades al dÃa. Su rÃo Dong supera 128 veces los lÃmites de cadmio, además de contener mercurio, cromo, plomo y cobre.
El impacto de la moda en el medioambiente no se detiene en el proceso de producción. Los microplásticos que sueltan los tejidos sintéticos al lavarse -ya en nuestra casa- representan 35% de la contaminación de los océanos. Según la ONU, en 2025 dos tercios de la población mundial vivirá bajo condiciones de estrés hÃdrico. Para que los productores construyan centros eficaces de tratamiento de aguas y empleen tecnologÃas sin productos quÃmicos, es decir, se lancen a hacer una inversión, las marcas deberÃan comprometerse a firmar contratos a largo plazo. Una relación duradera y firme con sus proveedores serÃa ventajosa para todos. La pena es que la moda solo piensa, como mucho, en pasado mañana.
Explotación de los trabajadores
Además del coste medioambiental de la moda rápida, hay un coste humano. Para conocer de verdad una firma no se fijen solo en su Instagram o sus tiendas. Observen dónde y cómo se hace su producto. Las cadenas de suministro poco claras y con prioridades agresivas -rapidez, cantidad y efectividad al coste mÃnimo- son, ya se ha dicho, uno de los grandes problemas de la moda. Los fabricantes oficiales sà son visibles. Pero como su volumen y su ritmo de trabajo son vertiginosos necesitan subcontratar a terceros. La subcontratación no es la excepción sino la norma, y a menudo implica a más de un partÃcipe. Es decir, el subcontratado también subcontrata. Todo sucede lejos de cualquier marco legal; es trabajo a corto plazo, a salto de mata y con horas extras. Esa parte del proceso queda fuera del control de la marca. Esta intuye que pueden darse irregularidades, pero se hace la vista gorda.
Una prenda pasa por una media de cien personas desde la materia prima hasta su venta, por eso es tan difÃcil hacer un seguimiento. En el primer nivel de lo logÃstica es donde hay más falta de transparencia, riesgos medioambientales y posible trabajo infantil o forzado. Los sueldos ayudan a entender el brutal margen de beneficio de la industria. En los principales paÃses productores de moda (Bangladesh, Vietnam, Indonesia, India, Laos, Pakistán, Camboya) se cobran entre 100 y 200 dólares mensuales. Únicamente en China, Tailandia y Filipinas los salarios se acercan a los 300 dólares por mes. La situación se repite en paÃses “más prósperosâ€. Hay talleres clandestinos en Prato, Leicester y Manchester, São Paulo, Buenos Aires, Durban o Los Ãngeles.
Estas marcas ganan millones de dólares mientras venden piezas baratas debido a la gran cantidad de artÃculos que venden, sin importar el coste o el margen de beneficio. Y, sin duda, los trabajadores de la confección cobran un salario muy inferior al mÃnimo. En el documental The True Cost, la autora y periodista Lucy Siegle lo resumió perfectamente: “La moda rápida no es gratuita. Alguien, en algún lugar, está pagandoâ€.
En 2013, el hundimiento del edificio Rana Plaza, en Bangladesh, mató a 1.134 personas e hirió a 2.500 más. Es el peor accidente de la era moderna en una fábrica de ropa. Su impacto supuso un antes y un después; a partir de ese año surgieron movimientos globales y campañas para la reforma sistémica de la industria, y más de 200 empresas firmaron un acuerdo para mejorar los estándares de salud y seguridad en los centros de trabajo.
Sin embargo, las lÃneas morales se desdibujan cuando se tiene en cuenta que la moda rápida puede ser mucho más accesible e inclusiva. Los defensores de la moda ética se han esforzado por desentrañar esta complicada narrativa, pero el coste y las tallas exclusivas siguen siendo barreras para muchos.
Coaccionar a los consumidores
Por último, la moda rápida puede afectar a los propios consumidores, fomentando una cultura de “usar y tirarâ€, tanto por la obsolescencia incorporada de los productos como por la rapidez con que surgen las tendencias. La moda rápida nos hace creer que tenemos que comprar más y más para estar al tanto de las tendencias, creando una sensación constante de necesidad y de insatisfacción final. La tendencia también ha sido criticada por motivos de propiedad intelectual, ya que algunos diseñadores alegan que los minoristas han producido ilegalmente sus diseños en masa.
¿Cómo detectar una marca de moda rápida?
Algunos factores clave son comunes a las marcas de moda rápida:
Miles de estilos, que tocan todas las últimas tendencias cada semana.
Un tiempo extremadamente corto entre el momento en que una tendencia o prenda se ve en la pasarela o en los medios de comunicación de los famosos y cuando llega a las estanterÃas.
Fabricación en el extranjero, donde la mano de obra es la más barata, con lo que eso implica.
Cantidades limitadas de una prenda concreta: es una idea de la que fue pionera Zara. Con la llegada de nuevas existencias a la tienda, cada pocos dÃas, los compradores saben que si no compran algo que les gusta, probablemente perderán su oportunidad.
Los materiales baratos y de baja calidad, como el poliéster, hacen que las prendas se degraden tras unos pocos usos y se tiren a la basura, por no hablar del problema de las microfibras que se desprenden.
¿Qué podemos hacer nosotros?
Personalmente me parece estupenda esta cita de la diseñadora británica Vivienne Westwood: “Compra menos, elige bien, haz que dureâ€.
Comprar menos es el primer paso: intenta volver a enamorarte de la ropa que ya tienes dándole un estilo diferente o incluso “buscándole la vueltaâ€. También vale la pena considerar la creación de un armario cápsula en tu viaje por la moda ética.
Elegir bien es el segundo paso, y la elección de una prenda de alta calidad hecha de un tejido ecológico es esencial aquÃ. Todos los tipos de fibra tienen sus pros y sus contras. Elegir bien también puede significar comprometerse a comprar primero en tu armario, a comprar solo de segunda mano o a apoyar a las marcas más sostenibles (hay muchas marcas slow fashion en Uruguay que valen la pena).
Por último, debemos hacer que dure y cuidar nuestras prendas siguiendo las instrucciones de cuidado, usándolas hasta que se desgasten, remendándolas siempre que sea posible y reciclándolas responsablemente al final de su vida útil.
Notas
1) El prêt-à -porter es el término que designa las prendas confeccionadas, vendidas en estado acabado y en tallas estandarizadas, a diferencia de las prendas a medida o las confeccionadas a la medida de una persona concreta.
2) Andrew Morgan, The True Cost (2015).
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