Alemania/ El nazismo y la política de la memoria. [Mario Kessler]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mie Jul 27 22:34:47 UYT 2022


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Correspondencia de Prensa

27 de julio 2022

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Alemania



El nazismo y la política de la memoria



Mario Kessler *

Contretemps, 13-7-2022

https://www.contretemps.eu/

Traducción de Viento Sur

https://vientosur.info/



El enfoque de Alemania sobre la época nazi se suele poner como modelo de
cómo un país se enfrenta a su pasado. Pero también hay mucho que aprender de
los límites de esta experiencia, especialmente en lo que respecta a la
necesidad de una memoria pública basada en un internacionalismo sin reservas
y en el horizonte de la liberación de todos los pueblos.



En este artículo, Mario Kessler reseña el libro de Susan Neiman Learning
form the Germans. Confronting Race and the Memory of Evil (Nueva York,
Picador, 2020).



***



Poco después de la guerra árabe-israelí de 1967, el activista afroamericano
de los derechos civiles Julius Lester escribió que el recuerdo de los seis
millones de judíos asesinados no debía oscurecer la visión de los crímenes
de guerra estadounidenses en Vietnam y la opresión de las personas negras en
Estados Unidos. La sociedad estadounidense, dijo, está enferma, y es incapaz
de hacer frente a este legado racista.



Treinta y seis años después, fui profesor invitado en la Universidad de
Massachusetts, en Amherst, y le recordé a Lester, que estaba dando clases
allí, su ensayo. Mientras tanto, se había convertido al judaísmo, se había
formado como rabino y erudito religioso y se había convertido en profesor.
Me dijo que no tenía que retractarse de lo que había escrito, pero que había
llegado a comprender la universalidad del Holocausto: ningún otro crimen, ni
siquiera la esclavitud, es comparable.



El racismo en todas sus formas es un mal fundamental de la humanidad. Pero
el odio a los judíos y la esclavización de pueblos africanos enteros en el
continente americano son más antiguos que el racismo moderno que opera en
términos pseudo-biológicos. Este último invocó la supuesta amenaza a la
salud pública para expulsar a las personas inferiores consideradas dañinas.
En la Alemania nazi fueron exterminadas, y el tratamiento de este pésimo
legado de la historia alemana también definiría las décadas que siguieron al
fin poco glorioso de Hitler. La legislación racial en EE UU fue anterior al
imperio nazi y persistió mucho después de 1945. "Lo comprendo", dijo un
soldado negro estadounidense en el campo de concentración liberado de
Buchenwald, "porque vi a gente linchada sólo por ser negra"[1].



Así pues, ¿cómo afrontan este legado Alemania, tras su problemática
unificación, y Estados Unidos en la actualidad, un legado que ambas
sociedades comparten de distinta manera, pero que también las separa? Estas
preguntas son el núcleo del libro de Susan Neiman, Learnning form Germans.
Es una lección de clarividencia aplicada.



Defensa del universalismo



Nacida en 1955, esta autora judía creció en Atlanta, Georgia. Dejó la
escuela a los catorce años y se unió a una comunidad en California. Pero su
sed de conocimiento la llevó de nuevo a las aulas, sin dejar de participar
en el movimiento antiguerra. Fue admitida en el New York City College y
posteriormente estudió filosofía en Harvard y, en parte, en la Freie
Universität de Berlín Occidental.



En 1986 se doctoró en Harvard bajo la supervisión de John Rawls, con quien
siguió en contacto académico y personal hasta su muerte. A continuación, fue
profesora adjunta y asociada en Yale, y más tarde profesora en Tel Aviv. En
el año 2000 se incorporó al Foro Einstein de Potsdam (Alemania), un lugar de
encuentro intelectual que dirige desde entonces.



Los antepasados de Susan Neiman emigraron a Estados Unidos lo
suficientemente pronto como para librarse en gran medida de la mortífera
máquina nazi y de sus inquietantes recuerdos. Pero creció en Georgia, un
Estado en el que la población negra era considerad ciudadana de tercera
clase y en el que las y los judíos eran ciudadanos de segunda clase, como
pudo comprobarlo en su propia infancia. La autora describe forma
impresionante cómo, al principio intentó descartar estas experiencias por
considerarlas sin importancia, antes de llegar a aceptarlas.



El libro es una combinación de informe social y análisis sociológico,
reflejado a través de los ojos de una filósofa con mentalidad histórica.
Immanuel Kant es la referencia central para Susan Neiman. Junto con el
filósofo de la Ilustración, busca pensadores independientes que utilicen su
intelecto para superar los límites impuestos al pensamiento.



Otro pensador mencionado por Neiman, el historiador Isaac Deutscher, también
se preocupaba por transgredir los límites. Deutscher se veía a sí mismo como
un "judío no judío" (fue él quien acuñó el término) que seguía vinculado a
la herencia del judaísmo que condujo a los judíos fuera del gueto hacia la
emancipación. Esta emancipación debe ir más allá de las fronteras del
judaísmo, pero es precisamente la resistencia de las y los judíos a la
opresión y a la exclusión lo que puede permitirles contribuir a la
liberación de todos los pueblos. Según Neiman, la condición previa para ello
es un internacionalismo sin reservas. A esta actitud la llama universalismo,
y es a través de ella que tiende un puente entre Deutscher y la Ilustración
kantiana, cuyo legado defiende con firmeza.



Tal contexto informa por sí mismo el pensamiento y el proceso de trabajo de
la autora.



“Este libro muestra cómo el pueblo alemán ha intentado reconocer de forma
lenta y discontínua los males cometidos por su nación. Se han escrito muchos
libros para animarnos a aprender las lecciones del Holocausto, algunos de
ellos no muy fiables. Lo que me interesa es lo que podemos aprender de
Alemania después de la catástrofe. Esta historia debería dar esperanza,
especialmente a las y los estadounidenses que ahora mismo luchan por aceptar
nuestra propia historia dividida”[2].



Susan Neiman se pregunta quién tiene derecho a hacer comparaciones. Los
nazis fueron los primeros en comparar sus propias políticas raciales con las
de Estados Unidos, y mucho antes de llegar al poder recurrieron al eugenismo
estadounidense para apuntalar su teoría racial. La autora cita a Tzvetan
Todorov, para quien



"los alemanes tienen que hablar de la singularidad del Holocausto, los
judíos deben hablar de su universalidad… Un alemán que habla de la
singularidad del Holocausto asume su responsabilidad; un alemán que habla de
su universalidad lo niega" (p. 28).



Este último sólo pretende exculparse: si, en cierto modo, todo el mundo
fuera culpable de los asesinatos en masa, ¿cómo podrían haberlo evitado los
alemanes?



Pero tras un doloroso proceso de reflexión, esta actitud dio paso a
Vergangenheitsaufarbeitung (tratamiento del pasado), una palabra que no sólo
supuso un reto fonético para la autora. En Alemania, el interés por todos
los aspectos del pasado nazi -incluida la responsabilidad de las y los
alemanes de a pie- ha crecido, como demuestra el gran número de lugares
conmemorativos. También en Estados Unidos hay muchos lugares que conmemoran
el Holocausto; pero a pesar de los avances de los dos últimos años, son muy
pocos los lugares que conmemoran la esclavitud (se puede decir lo mismo de
Gran Bretaña). En Washington es inconcebible un monumento sobre el genocidio
de los nativos americanos… aunque sea junto al Museo del Holocausto.



El Holocausto, como mal absoluto, ha permitido a Estados Unidos desviar la
atención de sus propias fechorías. Así, muchos estadounidenses no
comprendieron (al menos hasta hace poco) la Guerra Civil estadounidense y la
sociedad de la época de Jim Crow. La cultura política estadounidense se
beneficiaría enormemente de una confrontación selectiva con el pasado, al
igual que la sociedad alemana ha hecho por su parte.



Theodor W. Adorno escribió que la reevaluación del pasado influye en el
consciente, pero sobre todo en el inconsciente. Susan Neiman cita al
pensador de la Escuela de Frankfurt en este sentido:



"Así es como nos hemos construido: si nos atacan desde fuera, nos
apresuraremos a defender nuestro terreno" (p. 48).



Neiman deja claro por qué los nazis -asesinos en masa como Adolf Eichmann y
predecesores y sucesores ideológicos como Martin Heidegger y Carl Schmitt-
pudieron dormir más tranquilos que sus víctimas supervivientes, y por qué
incluso las pocas personalidades que intentaron recordar todo esto se
encontraron primero con el rechazo y después apenas un reconocimiento
condescendiente.



En los años 50 y 60, el antiguo combatiente de la resistencia Wolfgang
Abendroth fue el único profesor universitario de Alemania Occidental que
inició una investigación sobre la resistencia obrera antifascista. Porque en
Alemania Occidental no se podía hablar de antifascismo, la propia palabra
constituía un anatema. Por el contrario, dominaron las estrategias
exculpatorias: Los temas más frecuentes fueron el bombardeo de ciudades
alemanas por parte de los Aliados y la expulsión de los alemanes de los
antiguos territorios del Este.



Las alemanias de la posguerra



Susan Neiman intenta comprender por qué esto fue probablemente inevitable
tras el final de la guerra, en los años del "milagro económico", durante los
cuales las y los alemanes se lanzaron a una actividad frenética: un intento
de olvidar y hacer olvidar. Rinde homenaje a los esfuerzos del canciller
socialdemócrata Willy Brandt y de la generación de los años sesenta por
desgarrar este velo de olvido intencionado y plantear a sus propios padres
preguntas de carácter indagatorio. Rinde homenaje a la política de la
memoria del gobierno de coalición socialdemócrata/verde (1998-2005),
impensable bajo el anterior canciller conservador Helmut Kohl.



En particular, la autora presenta a Jan Philipp Reemtsma, director del
Instituto de Investigación Social de Hamburgo, como una figura clave en la
confrontación con el pasado, especialmente como pionero de la exposición de
los crímenes de la Wehrmacht en 1995. Esta exposición supuso una
sorprendente inversión de los intentos de rehabilitar el ejército alemán
durante la guerra:



"Los héroes de la Wehrmacht se habían convertido en víctimas y perdedores de
las bombas y los campos de prisioneros de guerra; una transición muy
diferente; ahora tenían que acostumbrarse a ser autores de crímenes" (p.
70).



A partir de 1995, los ataques a la exposición hicieron estallar todas las
contradicciones del debate sobre la historia, incluso con más fuerza que
durante la famosa Historikerstreit (pelea de historiadores), nueve años
antes[3].



Con respecto a la República Democrática Alemana (RDA), la autora presenta
una tesis clara y sencilla:



"Alemania del Este tuvo más éxito en deshacerse del pasado nazi que Alemania
del Oeste. Como cualquier intento de realizar juicios normativos sobre la
historia, éste puede ser, y será, complicado. Sin embargo, la sentencia será
una sorpresa para la mayoría de los lectores angloamericanos. Para la
mayoría de las y los alemanes, esta afirmación es el equivalente filosófico
de arrojar el guante en un duelo a la antigua". (p. 80)



La autora nunca toma el antifascismo de Estado de forma literal y muestra
cómo se fue ritualizando e instrumentalizando poco a poco. Sin embargo, es
importante recordar que la RDA estaba por delante de la Alemania Occidental
en muchos aspectos. Neiman cita a Hans Otto Bräutigam, antiguo representante
permanente de Occidente en la RDA, diciendo que "uno de los mayores puntos
fuertes de Alemania Oriental" (p. 97) fue su temprana condena del
fascismo[4].



Las y los alemanes orientales entrevistados por la autora -el pastor
protestante y activista de los derechos civiles Friedrich Schorlemmer, el
biólogo molecular Jens Reich, el director del Centrum Judaicum de Berlín
Oriental, Hermann Simon, la cantante folclórica en yiddish Jalda Rebling y
el escritor Ingo Schulze- también destacaron que el antifascismo en la RDA
no era sólo una retórica vacía. Desde el principio, hubo películas, libros y
obras de teatro sobre ello, y el alumnado de todas las escuelas visitó el
campo de concentración de Buchenwald. Learning from the Germans es también
un llamamiento a la población del Este para que no se dejen despojar de esta
buena parte de su patrimonio, y una exigencia a la población del Oeste para
que honre este patrimonio como parte de una cultura democrática de la
memoria.



Pero, ¿por qué los judíos de la RDA, que sufrieron persecución, exilio y
campos, hablan tan poco de su judaísmo? ¿Quizás, entre otras razones, porque
la solidaridad con sus compañeros no judíos del movimiento obrero era su
vínculo más fuerte? Ahora bien, también es cierto que en la RDA el
compromiso antifascista ayudó a muchas personas a limpiar sus nombres. Según
una encuesta del periódico Der Spiegel, tras 45 años de educación
antifascista el 4% de la población de Alemania Oriental mostraba actitudes
antisemitas extremas en 1990, cuatro veces menos que en Alemania Occidental.
Mientras tanto, estas cifras han alcanzado y superado las de Alemania
Occidental (p. 116).



En 1945, la mayoría de la población de Alemania del Este era tan reacia como
la del Oeste a dar el paso hacia el antifascismo, y precisamente por eso
había que hacerlo por ellos. Pero durante la Guerra Fría, Occidente
necesitaba la experiencia de quienes habían trabajado contra la Unión
Soviética bajo Hitler. Así, como demuestra claramente Susan Neiman, el
anticomunismo, solamente despojado de forma temporal de sus elementos
antijudíos, fue probado para su reutilización y resultó adecuado.



Las ayudas financieras a Israel, que "se denominan compensaciones y no
reparaciones, una palabra que recuerda demasiado a menudo al detestable
Tratado de Versalles", se consideran así una coartada para la integración de
la República Federal en la comunidad occidental anticomunista (p. 99). Pero,
como nos dice uno de los pasajes más inquietantes de Neiman, la ecuación
política del fascismo y el comunismo tenía un "propósito aún más oscuro":



"Pocos soldados de la Wehrmacht se vieron impulsados a tomar las armas para
masacrar a los civiles judíos, pero pocos desobedecieron las órdenes de
hacerlo una vez pasados a la retaguardia. (...) Ahora bien ninguna dictadura
llega lejos limitándose a dirigir sus tropas; debe inspirarlas. El ética
heroica cultivada por los nazis no habría servido para exhortar a los
reclutas a disparar a los ancianos con barba larga o a matar a los bebés a
bayonetazos; estos actos tuvieron lugar, pero no se anunciaron. El
llamamiento a la defensa de Europa contra la amenaza comunista fue alto,
claro y mucho más eficaz". (p. 102)



Esto sirvió para apaciguar los persistentes sentimientos de culpa de muchos
alemanes occidentales y para justificar el anticomunismo:



"Cuanto peor es la imagen de los bolcheviques ahora, mejor es la de los
nazis en retrospectiva". (p. 103)



Pero la represión del pasado también tuvo lugar en la RDA: el silencio sobre
los crímenes del estalinismo, incluido su antisemitismo. Susan Neiman se
pregunta: ¿Podría haber sobrevivido la RDA si hubiera sido capaz de asumir
estos crímenes del mismo modo que los nazis, si no hubiera utilizado también
el antifascismo para encubrir la injusticia y la opresión? En todo caso,
como señala la autora, la RDA no fue condenada porque abusara del
antifascismo, sino porque quería combinar el antifascismo con el socialismo
y pretendía acabar con los responsables de la guerra y las masacres.



¿Lecciones alemanas?



Susan Neiman explica que el impulso para escribir su libro surgió cuando el
presidente Obama pronunció el discurso en memoria de los nueve
afroamericanos asesinados en Charleston, Carolina del Sur, el 26 de junio de
2015, y pidió una reevaluación fundamental del racismo en Estados Unidos y
su historia. Visitó Mississippi en 2016 y, tras la elección de Donald Trump,
pasó parte de su año sabático, en 2017, en la Universidad de Mississippi.



Allí, Neiman recapituló el movimiento por los derechos civiles y se preguntó
hasta qué punto el racismo institucional y estructural seguía presente en
Estados Unidos, más abiertamente en el Sur. Sitúa el inicio del movimiento
por los derechos civiles en 1955, cuando los asesinos blancos de Emmett
Till, un afroamericano de 14 años, fueron absueltos. Ese mismo año, el
boicot a los autobuses de Montgomery, Alabama, fue la primera señal de
rebelión masiva contra el racismo estatal. El tardío enjuiciamiento de los
asesinos de Till y la gestión del crimen serán difíciles de olvidar para
cualquiera que lea la exposición de Susan Neiman sobre los cristianos
afroamericanos que rezan por la misericordia de los asesinos de Till:



"La capacidad para devolver el odio con amor borra la razón del mapa, al
menos durante un tiempo. No puedo entenderlo, menos aún, sabiendo que, en la
historia, las iglesias negras de toda América siguen abriendo sus puertas y
sus corazones a los forasteros blancos, una y otra vez. Qué amor y coraje.
Qué valor y qué amor". (p. 247)



En Estados Unidos, incluso más que en Alemania, Susan Neiman se basa en
entrevistas a hombres y mujeres de los más diversos orígenes y profesiones.
Con respeto y simpatía, retrata a personas a las que ni siquiera se les
permitió soñar con una trayectoria educativa como la suya. Describe las
condiciones de Mississippi, el estado más pobre de Estados Unidos, donde la
la gente negra (¡y también la blanca!), privada de educación, tiene pocas
posibilidades de salir del círculo vicioso de la pobreza, de la
discriminación educativa y laboral, de una precaria atención sanitaria y de
la muerte prematura.



Pero también reconoce los grandes esfuerzos que se están haciendo para
abordarlos, al menos a pequeña escala. Descubre incansablemente las
iniciativas de las mujeres y los hombres en la ayuda mutua y la solidaridad,
incluso donde parece que no se puede hacer nada. Estos pasajes del libro son
especialmente conmovedores por su humanidad. Sin caer nunca en el patetismo,
sin dar lecciones. Su lenguaje, como señala el historiador Jan Plamper en
una reflexiva reseña, es "justo, sin señalar con el dedo a nadie".



Ningún sudista justifica hoy la esclavitud; y en Alemania ya no es
socialmente aceptable un antisemitismo abierto. Sin embargo, las rituales
celebraciones en honor del ejército confederado recuerdan al autor la
glorificación cristiana del sufrimiento, del mismo modo que el
fundamentalismo religioso en general se ha convertido en un "sustituto de la
Causa Perdida" (p. 188). En cambio, los "monumentos más convincentes, ...
las palabras de los propios esclavos, recogidas de los testimonios de la
Works Progress Administration[5] y grabadas en tablillas de granito
colocadas en largas hileras, están demasiado poco en la conciencia de la
gente" (p. 190). La ignorancia de los contextos sociales, incluso a la hora
de enfrentarse al pasado de las personas hizo posible la llegada de Donald
Trump, señala la autora en repetidas ocasiones.



Vale la pena recordar que la carrera política de Trump comenzó como parte
del movimiento Birther, que difundió la mentira de que Barack Obama no había
nacido en Estados Unidos y que, por tanto, su presidencia era ilegítima.
Pero esto no es más que el reverso mugriento de la afirmación igualmente
inmunda de que la gente negra, cuando habla de igualdad, sólo piensa en
poseer a las mujeres blancas. Para Neiman, la fantasía de que los hombres
negros violen a las mujeres blancas es "una especie de proyección"; está
alimentada por la culpa reprimida de los blancos, que saben "que sus
antepasados tomaron a las mujeres negras a su antojo" y ahora creen "que los
hombres negros harán lo mismo". (p. 176)



¿Acaso los elogios al Ejército de la Confederación desde principios del
siglo XX -que ocultaban la causa por la que luchaban- no sirvieron para
reconciliar a los miembros blancos del Ejército enemigo? ¿Es una
coincidencia que la película racista de D.W. Griffith El nacimiento de una
nación triunfara en 1915, el mismo año en que el Ku Klux Klan celebró su
renacimiento en una ceremonia nocturna en Atlanta, el mismo año en que el
judío Leo Frank fue linchado en el mismo Estado de Georgia? ¿Las sombras de
aquella época se han convertido realmente en sombras del pasado?



Neiman recuerda a tres activistas de los derechos civiles, James Earl
Chaney, Andrew Goodman y Michael Schwerner, cuyo asesinato en 1964
constituye el argumento de la película Arde Mississippi, de Alan Parker, de
1988. También recuerda a Edgar Ray Killen, que organizó sus muertes y luego
vivió como un hombre libre durante cuarenta y un años. Incluso escucha a los
racistas que intentaron explicarle que los negros son intrínsecamente
criminales, y que es de eso que tenemos que protegernos. Por último, al
igual que en la Alemania Occidental de los años 50, el anticomunismo, junto
con el racismo militante, sirve de narcótico. Todas las universidades son
"focos de comunismo", le dijeron a la autora más de una vez.



Entonces, ¿son quienes detentan el poder quienes escriben la historia? Lo
hacen si los medios de producción e información están en sus manos, pero en
las universidades y en otros lugares también han tenido que hacer
concesiones. "Tuvimos un brillante movimiento por los derechos civiles, pero
no ganamos la guerra narrativa", dijo Bryan Stevenson, un abogado
afroamericano que fundó el Monumento Nacional por la Paz y la Justicia en
2018, un monumento que conmemora a las víctimas del linchamiento racial en
Montgomery, Alabama (p. 278).



Optimismo provocador



Este libro es un hito en la literatura sobre la cultura de la memoria. Por
primera vez, la autora ha reunido las distintas culturas de la memoria de la
gente estadounidense y alemana, alemana del este y alemana del oeste, judía
y no judía, gente estadounidense blanca y negra. Muestra de forma clara que
las respectivas revalorizaciones del pasado pueden pensarse conjuntamente,
que son multidimensionales tanto aquí como allí, y que se necesitan varias
generaciones para que la historia se ponga al día.



Pero el libro ofrece más que eso: Neiman dibuja un impresionante cuadro de
la época con poderosas pinceladas, captando los problemas de ambas
sociedades. Rompe las fronteras entre la filosofía y la política, la
historiografía y la literatura, escribiendo brillantemente para un público
amplio sin abandonar nunca la erudición. Learning from the Germans se dirige
a un público de izquierdas moderado  y evita sabiamente cualquier
terminología que pueda desanimarles. Pero cualquiera que lea este libro con
mentalidad política se dará cuenta de que no sólo está impulsado por la
solidaridad con los perdedores de la historia, sino también por un espíritu
socialista y un optimismo casi desafiante.



¿Por qué este libro es también de gran importancia para los lectores
francófonos? Francia y Bélgica arrastran un legado colonial, cuyo coste es
cada vez más reclamado por los pueblos antes oprimidos por la colonización.
La memoria de los crímenes coloniales en Francia y Bélgica, al igual que en
Alemania, es contradictoria y sigue marcada por las medias tintas y la
represión. Así pues, el llamamiento de de Susan Neiman a la reflexión y a la
acción va más allá del ya vasto tema de su libro.



Podemos concluir dejando que Susan Neiman hable una vez más. Como judía,
aprendió en Israel que



"No puedo sentirme más unida a un traficante de armas que comparte mi origen
étnico que a un amigo chileno, sudafricano o kazajo que comparte mis valores
fundamentales. Mis conexiones son con sujetos humanos, no con genealogías.
Elijo a mis amigos, y a mis amores, sobre esa base. (p. 384)



(Texto publicado originalmente en una versión ligeramente abreviada en
Jacobin, 8/01/2022. Traducción de Doina Lungu, en colaboración con la
autora, editada por Stathis Kouvélakis).



* Mario Kessler es investigador principal del Leibniz Zentrum für
Zeithistorische Forschung (Centro Leibniz para la Investigación de la
Historia del Tiempo Presente) en Potsdam, Alemania. Enseñó durante muchos
años en universidades estadounidenses, especialmente en la Universidad
Yeshiva de Nueva York.



Notas



[1] Citado en: Jonathan Kaufman, The Broken Alliance: The Turbulent Times
between Blacks and Jews in America, Nueva York, 1989, p. 50.

[2] Ibid, p. 25. Todas las citas son de la edición de bolsillo de Picador.

[3] Historikerstreit (disputa de los historiadores) fue una controversia
entre académicos conservadores, liberales y socialdemócratas y otros
intelectuales en Alemania Occidental a mediados y finales de los años 80. Se
trataba de cómo integrar la Alemania nazi y el Holocausto en la
historiografía alemana y, en general, en la visión que el pueblo alemán
tiene de sí mismo. La posición adoptada por los intelectuales conservadores,
encabezados por Ernst Nolte, era que el Holocausto no era único y que, por
tanto, los alemanes no debían soportar una carga especial de culpa por la
"solución final" de la "cuestión judía". El debate atrajo la atención de los
medios de comunicación. Aunque la posición de Nolte y sus partidarios fue
firmemente rechazada por la gran mayoría de los historiadores de la época,
en los últimos años los estudiosos, especialmente en Alemania y Austria, la
han comprendido cada vez mejor.

[4] Las misiones permanentes de la República Federal de Alemania (RFA) y de
la República Democrática Alemana (RDA) sirvieron como embajadas de facto la
una para la otra desde 1973 hasta 1990.

[5] La Works Progress Administratiion, fundada en 1935, era una agencia del
Nuevo Trato, que empleaba a millones de solicitantes de empleo (en su
mayoría hombres sin educación formal) para llevar a cabo proyectos de obras
públicas.

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