Género/ Ellas no se pasaban el día barriendo la cueva. [Cosima Lutz]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mie Jul 27 15:14:21 UYT 2022


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Correspondencia de Prensa

27 de julio 2022

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Género



Ellas no se pasaban el día barriendo la cueva



En la prehistoria las mujeres hacían cosas que algunos jamás habrían creído:
iban a cazar, creaban arte y disfrutaban de un estatus elevado. La
investigación apenas está comenzando a liberarse de los clichés de género
del siglo XIX. Esta nueva visibilidad es de gran importancia para el
presente.



Cosima Lutz *

Nueva Sociedad, julio 2022

https://nuso.org/articulo/

Traducción de Mariano Grynszpan



Cuando la modelo estadounidense Emily Ratajkowski terminó una agotadora
sesión de fotos en Nueva York y salió a la calle en calzas dispuesta a
disfrutar de un momento para ella, un hombre se le acercó, le miró la
entrepierna y dijo: «Puedo verte la vagina». Según escribe en su libro Mi
cuerpo, recientemente publicado también en español, la joven sintió una
«vergüenza punzante». Cuando a fines de 2017 una usuaria de Facebook publicó
imágenes de la Venus prehistórica de Willendorf, la plataforma censuró las
fotos por pornografía. Posteriormente la empresa se disculpó y aclaró que,
por supuesto, para las esculturas había excepciones. Cuando en agosto de
2021 los talibanes tomaron el poder en Afganistán, hubo que esperar apenas
tres meses para que el «Ministerio de Promoción de la Virtud y Prevención
del Vicio» ordenara a los canales de televisión que dejaran de emitir
películas o series protagonizadas por mujeres.



Habría muchas maneras de comenzar a narrar la invisibilización transcultural
de las mujeres, de sus cuerpos y de sus aportes al progreso de la humanidad.
Es cierto que el actual sistema de creación de valor –enmarcado en la
economía de la atención– sabe sacar provecho de la visibilidad del cuerpo
femenino, siempre que se ajuste a las características definidas por varones
heteronormativos para lo «cogible». Sin embargo, al menos en las películas
alemanas rodadas entre 2017 y 2020, ya a partir de los 35 años
aproximadamente las mujeres están menos presentes que sus colegas
masculinos. Esto lo demuestra Elizabeth Prommer, del Instituto de
Investigación de Medios de la Universidad de Rostock: según su estudio
«Sichtbarkeit und Vielfalt» [Visibilidad y diversidad], publicado
recientemente y dedicado al entorno audiovisual, la protagonista femenina
«es joven, delgada y aparece narrada en el contexto de una pareja o
relación»; los varones, en cambio, «tienen profesiones que se pueden
identificar, a veces son obesos, y en general se los representa de una forma
más polifacética».



Jugando con el lenguaje, cabe afirmar que no ser visto equivale a no ser
apreciado. ¿Por qué ocurre eso? ¿Por qué afecta sobre todo a las mujeres? El
hombre prehistórico es también una mujer reza el título programático de un
libro con el que la investigadora francesa Marylène Patou-Mathis está
causando cierta sensación también en Alemania. Inicia su texto con un tono
fuerte: «¡No! ¡Las mujeres prehistóricas no se pasaban el día barriendo la
cueva! ¿Y si resulta que también pintaron Lascaux, cazaron bisontes,
tallaron utensilios e idearon innovaciones y avances sociales?».



Los rasgos de las manos de muchas pinturas rupestres famosas hoy se asignan
en gran medida a mujeres. Aunque los primeros espeleólogos estaban
convencidos de que la incursión en las cavernas solamente podía ser cosa de
hombres (¡incluso se los dice la biología!), en realidad las mujeres se
encaramaron por sus paredes intransitables y las pintaron.



Según la prehistoriadora, en otros ámbitos no hay pruebas sólidas de una
autoría femenina. Pero lo fundamental, precisamente, es que tampoco hay
pruebas de que hayan sido obras de los varones. La Venus de Willendorf, por
citar un caso, puede haber sido creada también por una mujer. El hecho de
que ese cuerpo femenino exuberante haya sido denominado «Venus», en honor a
una diosa romana de una época completamente distinta, dice sobre todo una
cosa: que desde el punto de vista de quienes bautizaron la obra, solo era
posible representar una mujer desnuda para el placer del hombre. Es apenas
uno de muchos ejemplos de cómo los viejos tiempos han sido y son sometidos
al pensamiento patriarcal del presente.



No se trata solamente de una injusticia, sino que además es una estupidez
porque obstaculiza la mirada científica. Muchas veces los propios esqueletos
de nuestros antepasados no se ajustan a las expectativas actuales respecto a
las características femeninas y masculinas. Por ejemplo, las inserciones
musculares y el desgaste óseo demuestran que las neandertales solían arrojar
lanzas. Una tumba descubierta en 1880 en la isla sueca de Björkö sirvió
durante décadas como referencia para la identificación de guerreros vikingos
enterrados. ¿Quién más que un hombre sería sepultado así, rodeado de tanta
opulencia, junto con una espada, dos lanzas y 25 flechas, dos caballos y un
juego con tablero y piezas? En 2014 se determinó inequívocamente mediante
análisis de ADN que el esqueleto era femenino. Tal como escribe
Patou-Mathis, «la sociedad occidental patriarcal del siglo XIX era incapaz
de aceptar la idea de que había guerreras».



Ideas y clichés heredados



Afortunadamente la autora evita un tono triunfal o activista, y se atiene de
manera meticulosa a las posibilidades de demostración. Sintetiza cuáles son
las pruebas sólidas obtenidas a partir de las nuevas técnicas utilizadas
para analizar restos arqueológicos, qué avances logra la ciencia en la
interpretación de restos fósiles humanos y dónde existen (aún) limitaciones.
Aunque no cabe duda de que los hallazgos han puesto en tela de juicio
«muchas de las ideas y clichés heredados».



En el portal ZeitOnline, el ensayista Georg Diez califica como una
«revolución» el solo hecho de preguntarse si realmente el hombre fue
«siempre» el modelo de la humanidad –ya sea como artista, cazador,
científico o guerrero– o si no se trata más bien de una retroproyección de
estándares sociales del siglo XIX, cuando nació la prehistoria como
disciplina. Por cierto, en las revoluciones se produce en general un
intercambio de roles entre beneficiados y oprimidos, pero las relaciones de
poder siguen siendo las mismas. ¿Significa quizás que la mayor visibilidad
femenina es entonces una mera emancipación dentro de un sistema existente,
como lo expresó hace poco la politóloga feminista Antje Schrupp en una
entrevista en Radiocorax?



Hay que tomar de manera absolutamente literal el título El origen del mundo,
la «provocadora» pintura realizada por Gustave Courbet en 1866, para
entrever que la despectiva y agresiva frase de Donald Trump («Agarrarlas de
la vagina») podría acaso estar conectada con la pregunta de cómo comenzaron
en el fondo la depredación de la naturaleza, la Edad de los Metales y las
guerras. Partidarias de la teoría de los años 70 acerca de una diosa madre
existente en la Era Paleolítica (es decir, antes de la domesticación de los
animales, que precedió al sometimiento de las mujeres) están convencidas de
que, en definitiva, la presentación de la desnudez femenina no significa una
desvalorización de la mujer porque ese cuerpo no fue entendido como objeto,
sino como sujeto creativo.



Por lo tanto, en su representación se mostraba la valoración de aquel cuerpo
como el único capaz de generar nueva vida. La fertilidad masculina no debe
de haber tenido la importancia que luego le adjudicó el patriarcado. Fue así
hasta que las nuevas religiones de pastores convirtieron un hecho evidente
para todos, que cada persona llega al mundo desde el vientre de una mujer,
en una cuestión de fe difícil de probar y trasladaron violentamente la
autoría de la vida al hombre: la mujer proviene de la costilla de Adán. De
forma análoga, la otrora «sagrada» evacuación de sangre femenina durante la
menstruación y el nacimiento se tornó «impura» y fue condenada a la
invisibilidad, mientras que lo masculino y guerrero era puesto en un
pedestal.



La incertidumbre del presente aguarda respuestas urgentes frente a la
pregunta de «cómo comenzó todo». Así lo revela el gran éxito internacional
de libros como The Dawn of Everything: A New History of Humanity [El
amanecer de todo. Una nueva historia de la humanidad], de David Graeber y
David Wengrow, o el revuelo casi propio de la cultura pop en torno de las
obras de Yuval Noah Harari o James Suzman. Aun cuando hoy nadie está exento
de iluminar la prehistoria con las más coloridas retroproyecciones de
estados deseables, una nueva mirada sobre la parte femenina en la historia
de la humanidad sería beneficiosa no solo para las mujeres.



Muchos restos de piedra hallados no permiten extraer actualmente ADN
utilizable. Sin embargo, queda todavía por completar el mosaico de huecos en
la visibilidad femenina. En un libro sólido y vital, titulado Forces of
Nature: The Women who Changed Science [Fuerzas de la naturaleza: Mujeres que
cambiaron la ciencia], las estadounidenses Anna Reser y Leila McNeill
sostienen que «en lugar de aceptar simplemente que hay áreas donde no
aparecen mujeres, deberíamos preguntar por qué no es posible encontrarlas
allí y quién les negó el acceso». Según estas historiadoras de la ciencia,
es necesario reformular así la pregunta para poder reinterpretar un vacío en
los registros históricos «como testimonio de una determinada acción». Porque
olvidar, al igual que recordar, es un ejercicio activo.



Sin embargo, la mayor visibilidad por sí sola no soluciona todos los
problemas. En 2008, en su libro Ambivalenzen der Sichtbarkeit [Ambivalencias
de la visibilidad], Johanna Schaffer analizó el concepto desde una
perspectiva crítica de la dominación. Esta especialista austríaca en
historia del arte y ciencias culturales alienta a «transformar las demandas
de visibilidad, de modo tal que estén más cargadas de potencial reflexivo
que de peso cuantitativo».



La mayor visibilidad no implica un empoderamiento automático, como revelaron
recientemente las furiosas reacciones dirigidas hacia la cantante Adele
después de que adelgazara 45 kilos. Para muchos fans, eso era una traición a
la idea del movimiento de «positividad corporal». A partir de la decisión y
la supuesta adaptación de la cantante al ideal de belleza común, había
quedado anulado el vínculo tan estrecho con la norma de empoderamiento.



La mujer visible en términos de cultura pop, al igual que en la mayoría de
las películas alemanas, no tiene ahora mucho más que su envoltura. Como si
viviéramos todavía en los tiempos de Effi Briest, su relación es el mérito
de su (bella) envoltura. Al menos hasta que cumpla los 35 años. En 2013,
Emily Ratajkowski tenía 21 y se hizo famosa por su aparición semidesnuda en
el video de la canción «Blurred Lines» de Robin Thicke. La lectura de sus
reflexiones sobre las ambivalencias de la propia visibilidad, expuestas en
su libro Mi cuerpo, constituye un proceso tan sobrio como conmovedor y de
final abierto. Al escribir acerca de un fotógrafo agresivo, que recién
comenzó a tratarla con respeto cuando ella fue madre, señala que es gracioso
«que los hombres simplifiquen así los ciclos de vida de las mujeres: de
objeto sexual a madre a ... ¿qué? ¿Invisible?».



En el prólogo de su libro, Ratajkowski incluye una frase de John Berger. En
1981, en Modos de ver, el pintor y crítico de arte británico escribía:
«Pintaste a una mujer desnuda porque disfrutabas mirándola, le colocaste un
espejo en la mano y titulaste la obra Vanidad, y con ello condenaste
moralmente a la mujer cuya desnudez habías dibujado para tu placer personal.
La auténtica función del espejo era otra. Era convertir a la mujer en
cómplice de tratarse a sí misma, ante todo, como una imagen».



Mi cuerpo finaliza también con un espejo; y se sobrepone a él. La autora lo
deja colgado sobre la cama durante el nacimiento de su hijo. Ella se
convierte en su propio cómplice, observa cómo el cuerpo adquiere autoridad y
registra la fuerza (de)formadora en acción. «Como obnubilada», toma a su
hijo y se da a sí misma un resplandor divino: «Carne de mi carne, pensé». El
espejo queda entonces a un lado, pero ella puede seguir viendo ese «lugar»
desde donde ha llegado la nueva persona: «mi cuerpo». (Fuente: Neue
Gesellschaft)



* Cosima Lutz, realizó estudios de teatro, medios y cine, nueva historia de
la literatura alemana y ciencias políticas. Sus contribuciones se publican
en los diarios Die Welt y Berliner Morgenpost, así como en el portal
ZeitOnline. En 2018 recibió el premio Siegfried Kracauer a la mejor crítica
cinematográfica.

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