Argentina/ La crisis y el keynesianismo nacional populista. [Rolando Astarita]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Jul 31 11:50:25 UYT 2022


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Correspondencia de Prensa

31 de julio 2022

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Argentina



La crisis y el keynesianismo nacional populista



Rolando Astarita *

Marxismo & Economía, julio 2022

https://rolandoastarita.blog/



La profundización de la crisis económica argentina -al momento de escribir
esta nota llevamos más de un mes de corrida cambiaria, y suba desatada de
los precios- ha dado pie a una cantidad de explicaciones, salidas del campo
«nacional y popular», de tipo voluntarista y/o conspirativa. Casi
invariablemente, sus dirigentes y voceros culpan por la crisis a los
«formadores de precios»; a los «especuladores»; a los «golpistas dirigidos
por la embajada de EEUU»; e incluso «a la traición» del ex ministro Guzmán.
Este discurso prevalece en la izquierda nacional, en los espacios de raíz
stalinista (PC y militancia ex PC; PCR; castristas y afines) y hasta permea
diagnósticos y políticas de partidos que se reclaman del trotskismo.



En notas pasadas he criticado estas posiciones. En la presente entrada
amplío los argumentos. Es que los especuladores, los «formadores de precios»
y semejantes constituyen manifestaciones de superficie del estallido de
contradicciones sociales más profundas. En otros términos, afirmamos que la
presente crisis es el resultado de problemas estructurales que el
kirchnerismo keynesiano (o keynesianismo nacional populista) no solo no
superó, sino agravó. Cuestiones que hemos tratado en diferentes notas, y a
las que pasamos revista en lo que sigue, con el foco puesto en las
diferencias del enfoque marxista con el que es propio del keynesianismo
kirchnerista. Empezamos con el carácter de la recuperación económica en
2002-03 y los límites del crecimiento “a tasas chinas” de los años dorados
del kirchnerismo, de 2003 a 2010.



Crecimiento del producto, escaso desarrollo de las fuerzas productivas



Entre septiembre y octubre de 2010 publicamos notas (aquí, aquí) en las que
señalamos que la recuperación de la economía argentina desde mediados de
2002 se había basado en la caída de los salarios (tipo de cambio muy
elevado) y el agravamiento de las condiciones de vida de las masas
trabajadoras (la pobreza llegó al 52% de la población). Por eso, contra lo
que afirmaba el relato nacional-popular, no había habido una salida
“progresista” de la depresión de 2001-02. Más aún, todavía en 2010 los
salarios formales del sector privado estaban apenas un 10% por encima del
nivel de 2001; y el 36% de los trabajadores tenían empleos informales o
precarios. Pero tal vez más significativo es que, luego de 7 años de
«crecimiento a tasas chinas» no habían cambiado en absoluto las estructuras
atrasadas y dependientes del capitalismo argentino. A comienzos de la década
2010 no había aumentado la productividad de la industria vía progreso
tecnológico; tampoco había crecido la relación capital / trabajo (índice de
intensidad capitalista); ni había aumentado la participación de la
industria, o actividades productivas, en el PBI. La balanza comercial
industrial continuaba siendo fuertemente deficitaria; y no había incremento
significativo del trabajo con alto valor agregado (lo que en el marxismo se
llama trabajo complejo).



Pero además, habían disminuido las inversiones en energía e infraestructura.
Decíamos en una de las notas citadas más arriba: “Las reservas argentinas de
gas en 2010 están en 7,8 años, mientras que a fin de la década de los
noventa se ubicaban en 30 años. La matriz energética argentina está basada
en el gas. Las reservas de petróleo en 2009 eran de 11 años, en tanto en
1998 eran de 34,8 años. Hoy Argentina importa energía. Ya en 2010 hubo
cortes de suministro energético, y todo el mundo reconoce que hay que
aumentar la inversión en el sector; lo que implica hablar de rentabilidad y
tarifas. Algo similar puede decirse del transporte, en especial el
ferroviario. La falta de inversión en los ferrocarriles afecta de conjunto
la productividad de la economía (los granos, por ejemplo, se mueven en su
mayoría con unos 100.000 camiones)”. También: “Casi el 90% del crecimiento
de las exportaciones en los últimos 12 meses se deben a la soja, el maíz,
minerales y automóviles. Las exportaciones de automóviles están destinadas
mayoritariamente a Brasil; también de acero. De conjunto la industria
argentina sigue teniendo problemas para insertarse competitivamente en el
mercado mundial”. Una parte importante de la plusvalía se volcaba al consumo
suntuario, la inversión inmobiliaria, o iba al exterior. Estas últimas
inversiones obedecían a una lógica de valorización financiera. En
contrapartida, la inversión en plantas, equipos e infraestructura productiva
continuaba débil (por debajo del 20% del PBI, en promedio; aquí),



Lo anterior se articulaba con las modificaciones bruscas del tipo de cambio
–cambio alto para mejorar la competitividad, presiones inflacionarias /
cambio bajo para anclar la inflación, con repercusión negativa en la balanza
comercial- que inducían a un crecimiento profundamente desigual (por
ejemplo, entre sectores productores de transables y no transables) y
desestructurado. De ahí también la secuencia de devaluaciones, inflaciones,
reversiones cambiarias, déficits de la cuenta corriente y fugas de capitales
(analicé esta dinámica en Economía Política de la dependencia y el
subdesarrollo, UNQ).



El déficit y su monetización, y la teoría monetaria moderna



Hacia mediados de 2012, y pasado el boom de los precios de las materias
primas, se hicieron claros los límites que estaba alcanzando “el modelo K”,
con una demanda interna empujada por el consumo y el gasto estatal, y débil
inversión. Con el paso de los años el superávit fiscal de 2003 se transformó
en déficit, que fue cubierto primero con los fondos de las AFJP tomados por
la ANSES, y luego, y de manera creciente con emisión monetaria. Emisión que
generaba presión inflacionaria; la que a su vez conducía a una mayor
apreciación del peso, dado que el gobierno retrasaba el tipo de cambio para
mantener a raya la inflación. Por eso, era intrínsecamente contradictorio
cubrir el déficit con emisión, atrasar el tipo de cambio nominal para frenar
la inflación, y pretender un tipo de cambio real alto para sostener la
competitividad (aquí).



A pesar de su importancia, la idea de que la financiación del déficit vía
emisión empujaba la inflación era recusada por los economistas K, con el
argumento de que se trataba de una tesis monetarista. Conectaba, además, con
la llamada teoría monetaria moderna, según la cual los déficits fiscales
pueden cubrirse con emisión sin consecuencia negativa alguna. Hemos
discutido estas cuestiones en anteriores entradas (aquí, aquí). La cuestión
de fondo: con independencia de «especuladores y formadores de precios», se
preparaba el terreno para un eclosión de inconsistencias macroeconómicas,
con el telón de fondo de una acumulación de capital que no remontaba y una
economía que se estancaba.



La acumulación capitalista y el keynesianismo criollo



Los desarrollos citados se entrelazan con diferencias con los economistas y
sociólogos kirchneristas acerca del rol del consumo y la demanda en el
desarrollo económico. Por ejemplo, con los que planteaban que la inversión
depende, por principio de aceleración, de la demanda. Según este enfoque, en
los 2000 Argentina había entrado en sólida etapa de desarrollo, ya que la
demanda, vía estímulo del consumo, inducía a niveles crecientes de inversión
que a su vez reforzaban el desarrollo. Pero esta tesis no se verifica en la
realidad del modo de producción capitalista. Al respecto, dimos como ejemplo
el estímulo del gobierno kirchnerista al consumo de energía –vía tarifas
subsidiadas- que no se traducía en un aumento de la inversión en energía
(para una visión más amplia de la crítica, véase aquí).



De una manera más simple, la anterior diferencia se manifiesta en las
diferencias con el keynesianismo kirchnerista sobre el rol del consumo y la
inversión. Es que en el discurso habitual de los keynesianos “lo que explica
el crecimiento es el consumo privado”. En crítica a esta idea, señalamos
(aquí) que incluso en Keynes, “dada la psicología del público, el nivel del
producto y del empleo depende del monto de la inversión”. Y en Marx “el
consumo de los trabajadores depende de que vendan su fuerza de trabajo al
capital. Para que esto ocurra, el capitalista debe renovar, por lo menos, el
ciclo productivo. Si no lo hace, no contrata obreros y estos no consumen. Es
lo que ocurre en las crisis y depresiones, cuando se multiplican los cierres
de empresas, se reducen plantillas y desaparecen las horas extra. En estas
condiciones, ¿cómo se puede esperar que la reactivación económica venga de
una recuperación del consumo obrero?”



Déficit, demanda, emisión, trabajo improductivo



A lo largo de estos últimos años economistas del kirchnerismo plantearon que
puede sostenerse la demanda por medio del gasto público, el cual podría ser
financiado con emisión o deuda (siempre que esta última fuera en moneda
nacional). Además, sigue el argumento, no importa si el gasto es destinado a
sostener trabajo improductivo (“enterrar y desenterrar botellas con
dólares”) porque lo decisivo sería estimular la demanda.



Pero el trabajo improductivo, a diferencia del productivo, no genera
plusvalía. Por lo tanto, en la medida en que del trabajo productivo no
crezca, no hay manera de sostener la demanda con gasto improductivo
realizado por el Estado. Una inyección de la demanda solo tiene efecto
positivo sobre la producción si los capitalistas ponen en marcha las
inversiones. De lo contrario, el gasto fiscal solo estimula a la economía
por lapsos breves, a la par que crecen la deuda y/o la emisión sin respaldo.
Un esquema insostenible que desemboca en crisis monetarias, cambiarias e
incluso bancarias (para una discusión de estas posiciones aquí).



Giro hacia el estancamiento en los 2010



Un pilar del modelo K, en los 2000, según los kirchneristas, era el
superávit en la cuenta corriente. Pues bien, a partir de 2010 empeoró la
cuenta corriente. Entre 2010 y 2015 el déficit acumulado en cuenta corriente
se elevó a 49.655 millones de dólares. Entre las causas principales de esta
reversión estuvo el atraso del tipo de cambio (se buscaba anclar la
inflación, aunque también se devaluó en 2014) y el fin de la suba de los
precios de las materias primas. El tema no era menor, pero no fue
problematizado por los K-economistas. Además, entre 2006 y 2015 las salidas
de capitales totalizaron 79.000 millones de dólares. Salidas que tampoco
fueron problematizadas por los K-partidarios. Cayeron las reservas del BCRA,
y la deuda bruta de la Administración Central aumentó, entre 2011 y 2015, en
43.000 millones de dólares, alcanzando 240.665 millones al final del segundo
gobierno de Cristina Kirchner. Aunque la deuda externa no aumentó de manera
significativa y tampoco creció mucho la deuda nominada en dólares. Pero sí
la nominada en moneda nacional, y se produjo un marcado deterioro de los
activos del Central. Pero tampoco fue problematizado por los defensores del
K modelo.



Todo llevó entonces a que desde 2011 las dificultades de la economía
argentina fueran crecientes e insoslayables. Pero los teóricos de “basta
estimular la demanda para que haya desarrollo sostenido” y similares miraron
para otro lado (véase aquí). Aunque la prueba más clara del atascamiento del
desarrollismo kirchnerista nos la proporciona Santa Cruz. Esta provincia,
con gobiernos K desde hace décadas, y pocos habitantes, en los 1990 recibió
unos 1000 millones de dólares por la privatización de YPF. Un «maná del
cielo» que no generó un solo emprendimiento productivo. Y la provincia
terminó, en 2016, en una crisis pavorosa. Es imposible decir que la causa de
tal fracaso fueron «los especuladores golpistas y formadores de precios».



Con Cambiemos en el gobierno el balance de la cuenta corriente siguió
aumentando el rojo. Solo en los dos primeros años el déficit acumulado fue
de 46.000 millones de dólares. En respuesta el macrismo estimuló inversiones
de cartera, altamente especulativas; la inversión directa extranjera
continuó débil y la prometida «lluvia de inversiones» no existió. Con una
economía que tendía al estancamiento, e imposibilitado de aumentar la
emisión monetaria, el gobierno aumentó el endeudamiento. La deuda externa
gubernamental pasó de 87.701 millones de dólares a finales de 2015 a 153.052
millones en el primer trimestre de 2018. La deuda bruta de la Administración
Central se elevó de 240.665 millones de dólares en 2015 a 323.065 millones
en 2019 (aumentando la parte de la deuda con los organismos internacionales,
en primer lugar el FMI).



Paralelamente la fuga de capitales continuaba a todo vapor: totalizó 128.000
millones de dólares en los cuatro años de gobierno de Cambiemos. De nuevo
enfatizamos que una porción significativa del excedente no se reinvertía
productivamente en la economía del país (para más datos, véase aquí). En
consecuencia, entre 2015 y el presente, el PBI no creció; y el producto por
habitante disminuyó. En una serie de gráficos sintetizamos algunos de estos
desarrollos entre 2011 y 2021, aquí. Estos antecedentes son insoslayables en
la explicación de la explosiva profundidad de la actual crisis. Y exceden en
mucho el infantil argumento “el problema son los especuladores”.



La dinámica de la crisis cambiaria y monetaria



El deterioro del balance del Banco Central provocado por la emisión sin
respaldo (tiene en el activo más y más títulos “paga dios”) socava a la
moneda nacional. Lo que induce a mayores salidas de capitales que buscan una
reserva confiable de valor. Esa salida debilita más la acumulación, la
recaudación fiscal y por lo tanto, la capacidad de endeudamiento. Si se
intenta mantener la demanda con gasto estatal, aumentan el déficit y el
endeudamiento: cada vez más se toma deuda para pagar deuda anterior
(intereses y principales); y para financiar un déficit que no deja de
crecer. Inevitablemente, llega un punto en que los dueños del capital
dinerario se niegan a seguir financiando al Tesoro, y se dispara la salida
de fondos hacia el dólar. Es lo que ocurrió a partir del 8 de junio de 2022,
cuando se inició la actual corrida. La salida de las posiciones en bonos del
Tesoro la inició un organismo estatal, Enarsa, y en los días siguientes
muchos inversores decidieron salirse de los activos en pesos. Por lo tanto
los fondos de inversión debieron vender los títulos para restituir el dinero
a sus clientes. Los bancos también redujeron sus tenencias de bonos atados
al CER. Todo esto responde a una lógica habitual en los mercados
capitalistas.



En respuesta a esa salida de los activos en pesos, el Banco Central emitió
para comprar bonos y sostener su precio. Solo entre el 8 de junio y el 5 de
julio la emisión aumentó en un billón de pesos. Paralelamente, presionó a
los bancos para que redujeran sus tenencias en Leliq y aumentaran las de
títulos en pesos del Tesoro. Con ese fin no renovó parte del stock de Leliq.
Pero de esta manera quedaron pesos en manos de los bancos que no fueron a la
compra de bonos en pesos, a pesar de que el Tesoro aumentó su rendimiento
para hacerlos más atractivos. Por otra parte el BCRA dispuso un seguro para
los títulos de deuda en pesos del Tesoro que tengan los bancos. En términos
financieros se trata de un put: el Central se compromete, a cambio de una
tasa, a comprar a los bancos los bonos que tienen en cartera a un
determinado precio, en caso de que los bancos decidan desprenderse de esos
bonos. Con lo cual se está admitiendo que la crisis cambiaria y financiera
puede expandirse a crisis bancaria. Recordemos que desde que asumió el
gobierno de Fernández los bancos duplicaron su exposición a la deuda
pública. Una caída del valor de los títulos podría dar lugar a un desastre,
ya que habría que asumir grandes pérdidas, siendo que la actividad bancaria,
por definición, es altamente apalancada (los bancos operan con el dinero de
los depositantes). En cualquier caso, si se activase este seguro generaría
más emisión. Y de aquí a fin de año el Gobierno tiene que renovar deuda por
4 billones de pesos.



Por otra parte, la mayor emisión del BCRA destinada a sostener los bonos es
esterilizada mediante Leliq y Pases. Por lo cual se está transformando un
pasivo del Tesoro en un pasivo del Central. El stock de Leliq y Pases roza
los 7 billones de pesos (al 19/07/22 son 5,98 billones de Leliq y 0,886
billones en Pases pasivos). Lo cual obliga a más emisión para cubrir los
intereses de estos pasivos (a junio 2022 las Leliq a 28 días pagan una tasa
efectiva anual del 66,5%; la tasa efectiva anual de Pases a un día es
49,9%). Con las colocaciones en Leliq los bancos pagan los intereses por los
depósitos que captan. Lo cual es una nueva manifestación del carácter
altamente especulativo de la economía: en condiciones “normales” del sistema
capitalista los depósitos bancarios deberían destinarse principalmente a la
financiación de empresas, o del consumo. Esta lógica financiera especulativa
tiene una de sus patas en las políticas del Banco Central y el Ministerio de
Economía. O sea, no es obra exclusiva de golpistas o de los eternos
especuladores. En última instancia, estos surfean tendencias que los
superan, intentando, cómo no, hacerse de ganancias financieras.



En ese escenario, continúa debilitándose el balance del Banco Central; por
lo que cae más aún la confianza en el peso como reserva de valor. Como se ha
señalado repetidas veces, hoy el Central tiene muchas dificultades para
acumular reservas. Al margen de que hubo una fuerte demanda de dólares para
cubrir importaciones de energía (6600 millones de dólares en el primer
semestre de 2022), y cierta retención de soja por parte de las patronales
agrarias, la salida de las tenencias en pesos por parte de los fondos, y de
las empresas es la que determina la tendencia de fondo. Más aún, con tasas
de interés reales negativas, cualquier empresa considera conveniente, para
financiarse, tomar deuda en pesos y retener dólares. De ahí que la situación
cambiaria no se puede arreglar con parches (por caso, intentar que los
turistas extranjeros cambien sus dólares o euros en el mercado oficial y
similares).



Hay que destacar que la falta de reservas del Banco Central amenaza con
desembocar en una cesación de pagos (que desataría una devaluación de
proporciones aún mayores). La restricción de importaciones de insumos
vitales está generando disminución o interrupciones en la producción.
Obsérvese que en este caso la crisis no es por “sobreproducción”
(característica del capitalismo), sino por debilidad de la producción (una
nueva manifestación de las dificultades que enfrenta el capitalismo
dependiente y atrasado).



Por otro lado, hay una sangría de bonos vinculados a los dólares
financieros. Los bonos con que se operan los dólares financieros se han
derrumbado. Para contener el aumento del dólar financiero varios organismos
estatales y el BCRA se desprenden de bonos dólar. Lo cual significa que el
BCRA por un lado emite dinero para comprar bonos CER que están vendiendo
inversores privados; y por el otro lado vende bonos dólar para frenar la
suba del dólar financiero, que es el que utilizan las empresas y los grandes
inversores.



Algunos datos más: desde la asunción de Fernández (diciembre 2019) hasta el
22 de julio de 2022 el precio del dólar informal se multiplicó por 5,2 (de
$65 a $337); los dólares financieros lo acompañaron de cerca. La inflación
acumulada entre enero 2020 y junio 2022 fue del 280%. La actividad económica
no supera los niveles de mediados de 2019; en el primer semestre de 2022 la
pobreza se acerca al 40% de la población, y aumenta a medida que aumenta la
inflación.



Crisis monetaria, reclamo por “orden”



La crisis cambiaria y monetaria es expresión de la debilidad de la
acumulación. Pero a su vez, la profundiza la crisis de la acumulación. En el
extremo, la continua pérdida de valor de la moneda hace inviable el
funcionamiento del mercado, ya que se vuelve imposible comparar
productividades y tiempos de trabajo. Las transacciones se interrumpen y se
privilegia el atesoramiento. En respuesta, crece el reclamo de “poner orden”
y estabilizar la economía. Por eso una situación de crisis aguda no siempre
da lugar a una salida de izquierda (como muchas veces parece pensar la
izquierda). Puede imponerse un programa económico de derecha. Por caso, la
hiperinflación bajo Alfonsín y la primera parte del gobierno menemista
legitimó, ante los ojos de la población, la disciplina monetaria de la
Convertibilidad.



Keynesianismo populista y salidas de derecha



Lo planteado al final del apartado anterior conecta con las consecuencias
del fracaso de políticas keynesianas populistas: finalmente allanan el
camino a políticas de ajuste. Una cuestión que han destacado varios
poskeynesianos en crítica al “keynesianismo bastardo”. Por ejemplo, y
refiriéndose al gobiernos latinoamericanos que aplicaron un populismo
“keynesiano”, Bresser Pereira y Dall’Aqua dicen: “Este populismo económico
comúnmente ha sido legitimado por un cierto tipo de ‘keynesianismo’ que da
énfasis exclusivo a la demanda efectiva, revirtiendo la ley de Say y
recomienda el uso indiscriminado de política fiscal y déficit fiscal como
medios de estabilización cíclica. El ejemplo extremo de este enfoque es el
intento de legitimar aumentos salariales como una forma de promover el
consumo y sostener la demanda agregada” (véase aquí; también para otras
referencias y críticas de poskeynesianos al keynesianismo bastardo
populista).



La tesis “son todos candidatos del FMI”



La crisis económica se agrava por la crisis política, expresada en el choque
entre Cristina Kirchner, la Cámpora y el Instituto Patria, con Alberto
Fernández y sectores del peronismo que pueden serle afines. El conflicto se
expresó recientemente en la negativa de los K a votar el acuerdo con el FMI;
en las críticas de Cristina Kirchner al ahora exministro Guzmán; y en las
diferencias acerca de cuánto y cómo subir las tarifas de electricidad y gas,
entre otros hechos. Sin embargo, muchos sectores de izquierda dicen que
estamos ante una puesta en escena, y que kirchneristas, peronistas,
radicales, macristas, liberales, son pro FMI por igual. Hemos criticado este
enfoque a propósito de la última campaña electoral (“todos son candidatos
del FMI”, rezaba la propaganda del FIT-U). Señalamos entonces que para los
capitalistas –y “los mercados”- no daba lo mismo que subiera Macri o
Cristina Kirchner:



“El problema de fondo: no solo es simplista [la idea de “todos son
candidatos del FMI], sino también equivocada… La realidad es que las fuerzas
burguesas, o pequeño burguesas, expresan intereses distintos, y tienen
orientaciones distintas. No se pueden pasar por alto estas diferencias. Por
supuesto, es lógico y necesario explicar que la crisis y el endeudamiento
del Estado argentino estrechan al máximo los márgenes para aplicar políticas
económicas “nacionales y populares”. Por algo Alberto Fernández dice que si
gobierna va a renegociar con el Fondo, mientras el antiimperialista Pino
Solanas mira para otro lado. Pero no por eso podemos concluir en que Pino es
un candidato del FMI. A su vez, y por otra parte, la izquierda no debería
apoyar a un Pino Solanas (o a Patria Grande, o a La Cámpora, etcétera)
frente a un Macri o una Carrió, con el argumento de que Pino (o Patria
Grande) no es el candidato del FMI” (aquí).



Por supuesto, afirmar que no son iguales no es sinónimo de sostener que uno
u otro es más progresivo para la clase obrera. El kirchnerismo (en
cualquiera de sus variantes) no es progresivo con respecto al albertismo, el
radicalismo o el macrismo. Se puede advertir incluso en que no tiene
alternativa de fondo frente a la actual crisis. Decir, por ejemplo, que la
corrida cambiaria se para con la policía, y que la inflación se frena con
controles de precios, como dicen dirigentes K, equivale a confesar que no se
tienen alternativas reales. ¿O es que pueden mostrar algún ejemplo histórico
en que esas políticas hayan dado resultado? En otra escala, el desastre
venezolano también evidencia la falta de perspectivas del populismo
estatista (capitalismo de Estado burocrático). Esas políticas llevan a
situaciones sin salida progresista -los ajustes sobre salarios y condiciones
de vida de las masas se imponen de hecho-y siembran la desmoralización en
las masas trabajadoras. Y más específicamente, la creencia de que problemas
sociales, como la inflación o la corrida cambiaria, se solucionan con
policías y burocracia, es propia de burócratas, y de muy limitados
horizontes mentales. Aunque se trate de orientaciones y programas distintos
de los defendidos por los “candidatos del FMI”.



Dejamos apuntado que la crisis política afecta a la “estructura social de
acumulación”, entendida esta como el conjunto orgánico de los distintos
aspectos sociales, económicos y políticos que configuran el ámbito donde se
desarrolla la acumulación capitalista (esta definición la tomo de Cristian
Caracoche, Duhaldismo, kirchnerismo y macrismo, 2020, Buenos Aires, Imago
Mundi; sobre estructura social de acumulación, aquí).



Un ataque a la clase obrera, necesidad de una respuesta de clase



Los episodios de alta inflación y recesión en Argentina han dado lugar,
históricamente, a fuertes bajas de salarios y empeoramiento de las
condiciones laborales y de vida. En esas coyunturas los empresarios buscan,
con la anuencia o colaboración de los gobiernos de turno, que los salarios
no suban en la misma proporción en que lo hacen los precios y el tipo de
cambio. Por eso, cuando los asalariados responden a la inflación y
depreciación de la moneda con luchas y recuperan terreno perdido en el
reparto del ingreso, los capitalistas responden con nuevas subas de precios,
que llevan a nuevas devaluaciones. En esos casos, la agudización de la
espiral inflacionaria refleja la exacerbación del conflicto de clases. Lo
cual muestra las limitaciones de las respuestas puramente gremiales frente a
un ataque del capital de conjunto. Por eso, ese conflicto ya no es meramente
económico, sino político. De manera que una respuesta de clase al capital
debería articularse en una política de los trabajadores independiente de la
burguesía. Pero para esto es necesario romper con el colaboracionismo de
clase, propio del keynesianismo nacional populista.



* Rolando Astarita, economista, docente en la Universidad Nacional de
Quilmes y en las Facultades de Ciencias Sociales y de Ciencias Económicas de
la UBA (Universidad de Buenos Aires), Autor de “Keynes, poskeynesianos y
keynesianos clásicos”. (Universidad Nacional de Quilmes editorial, 2018).

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