Hambre/ La crisis alimentaria global. [Daniel Gatti]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Jun 3 23:49:11 UYT 2022


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Correspondencia de Prensal

3 de junio 2022

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Hambre



La crisis alimentaria global



Morir de hambre



Daniel Gatti

Brecha, 3-5-2022

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En el mundo se producen actualmente muchos más alimentos que los necesarios
para abastecer a toda su población. Nunca, en realidad, se produjeron
tantos. Y sin embargo el hambre crece y crece. América Latina en su conjunto
es considerada uno de los principales graneros del mundo. Según datos de la
Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura
(FAO, por sus siglas en inglés), la región produce lo suficiente como para
dar de comer, y bien, a 1.300 millones de personas, más del doble de sus
habitantes y una sexta parte de la población del planeta. «Es una región que
tiene un papel irreemplazable en la seguridad alimentaria global», dijo al
medio alemán Deutsche Welle la oficina regional de la FAO (30-V-22), pero
también es, agregó, «la región más cara para comer sano» y una de las que se
caracterizan por un acceso más desigual a los alimentos.



Hoy América Latina está amenazada por eso que en el lenguaje onusiano es
descrito como una crisis alimentaria, es decir, una situación en que las
personas tienen «dificultades para consumir alimentos suficientes, seguros y
nutritivos». La actual sería, incluso, una de las crisis más graves de las
últimas décadas para esta región: de esas que llaman agudas, como aguda
sería la insuficiencia alimentaria que padecería a corto plazo una buena
parte de los habitantes del área.



***



El esquema se reproduce en mayor o menor medida en todas las zonas del antes
llamado tercer mundo. De acuerdo al informe anual 2021 de la Red contra las
Crisis Alimentarias, desde 2017 el número de personas en situación de
«crisis alimentaria aguda» crece y crece: en 2019 eran 135 millones y en
2020, 155 millones, en 55 países y territorios. Para 2022 se prevé que
rondarían los 200 millones. Quienes se saltean al menos una comida al día,
según la FAO, totalizan a su vez unos 800 millones, y 95 millones de ellos
están en América Latina. Unos 9 millones de personas (entre ellas 5 millones
de niños) mueren cada año en el planeta por factores ligados al hambre, como
desnutrición, malnutrición o enfermedades perfectamente curables. Ma che
pandemia.



Los conflictos y el cambio climático –por los eventos extremos cada vez más
habituales que arrasan con cultivos– figuran de manera invariable en estos
informes como causa de estas crisis. Y en los dos últimos años el covid, o
más bien las medidas tomadas –o no tomadas– contra el covid. Ahora es la
guerra de Ucrania, que involucra a dos de los mayores productores mundiales
de maíz, trigo y fertilizantes, la que domina el escenario y es citada como
probable desencadenante de un «huracán de hambruna», en palabras del
secretario general de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), António
Guterres.



El aumento de los precios de los alimentos como consecuencia de la guerra en
Europa haría que los países del África subsahariana, que hasta 2017
destinaban el 20 por ciento de sus ingresos a alimentos, deban destinarle el
35 en 2023, los de Asia del Sur un 20, cuando gastaban el 15, y los de
América Latina un 20, cuando invertían un 13.



***



Pero hay otro factor más antiguo, estructural, que raramente aparece –o lo
hace de cotelete– en los documentos onusianos: el del modelo de producción.
Cuando se prioriza el agronegocio de gran escala para la exportación, basado
en monocultivos y dependiente de hidrocarburos, dijo a la Deutsche Welle
Susanna Daag, integrante de una red de asociaciones alemanas que trabajan en
América Latina, se generan las condiciones para que, en un extremo, unos
pocos coman a saciedad y, en el otro, muchos lo hagan salteado o estén en
situación de hambruna.



Es lo que sucede en América Latina y en buena parte del sur global, y lo que
explica aparentes absurdos como que en el país del maíz –México– se priorice
la exportación del cereal por sobre el consumo de los propios habitantes,
que tienen que pagarlo a precios desorbitantes, o que en el país de la carne
comer un asado le salga un ojo de la cara al hijo del vecino. El uruguayo
paga la carne cara si su cotización sube en el mercado mundial y la sigue
pagando cara cuando su precio cae. Siempre pierden los mismos, siempre ganan
los mismos. Y no habría nada que hacer, porque «somos tomadores de precios»
y lo que se decida en la bolsa de Chicago es palabra divina.



***



Los alimentos que América Latina produce –y produce de todo– no van
prioritariamente a dar de comer a sus habitantes, sino a engordar a quienes
los exportan, que a menudo son transnacionales. O se llega al colmo de
importar productos impensables. Alrededor del 30 por ciento de los alimentos
que un país con vocación agrícola como Colombia consume vienen del exterior:
maíz, trigo, azúcar, cebada, leche. México importa maíz, trigo y frijoles,
productos básicos y ancestrales en la dieta de sus habitantes.



El fundamento de los gobiernos mexicanos (de los liberales y de los que
dicen no serlo) para comprar fuera lo que se puede producir dentro es que
resulta más conveniente. Pero es una construcción ideológica. «La falacia
neoliberal de que es más barato importar los granos que producirlos
nacionalmente amenaza con cobrar una factura que podría ser de un alto costo
social y político», escribe Alberto Vizcarra Osuna (Aristegui Noticias,
28-V-22). Cuando algún país se sale, aunque sea un poco, del redil que le
fija la Organización Mundial del Comercio y protege su mercado nacional
–India, por ejemplo–, lo cercan, apunta la alemana Daag: le dicen que está
«contradiciendo el mantra del libre comercio».



***



Y ahí está precisamente el nudo del problema: en un sistema que expande al
infinito la desigualdad, destaca el periodista Martín Caparrós, autor en
2014 de un monumental ensayo-crónica titulado El hambre. «El hambre es la
metáfora más brutal de la desigualdad» y su causa no es la pobreza, sino la
riqueza de unos pocos, dijo el argentino. «El hecho de que 800 o 900
millones de personas pasen hambre no es un error del sistema, sino que es la
forma en que el sistema está organizado. Es lo propio de un sistema global
en el que la producción de alimentos no está dirigida a que comamos todos,
sino a que los más ricos coman todo lo que necesitan y mucho más, y
despilfarren y tiren. Mientras el orden económico mundial siga favoreciendo
este tipo de producción, esto va a seguir sucediendo. Y el problema no se
arregla mandando unas bolsas de comida cada tanto o haciendo pequeños actos
de caridad» (Universidad de Barcelona, 4-VI-15).



***



En noviembre pasado, al director del Programa Mundial de Alimentos de
Naciones Unidas, David Beasley, no se le ocurrió mejor solución para
resolver la situación de las 42 millones de personas que en los siguientes
meses eran más proclives a morir de inanición que llamar a los
supermillonarios a que largaran sus morlacos. «Con 6.000 millones de dólares
se soluciona. No es complicado», dijo, y desafió concretamente a Elon Musk y
a Jeff Bezos. Musk lo tomó al pie de la letra, vendió acciones de Tesla por
5.000 y pico de millones de dólares y donó lo recaudado a «organizaciones
benéficas». Dicen que Beasley quedó satisfecho. Amigos ideológicos de Musk
se rieron: no es sacándole plata a los ricos que el planeta se desarrollará
sino dándoles más libertades a esos ricos y liberalizando aún más la
economía, saltó la estadounidense Heritage Foundation (Panam Post,
16-II-22). El derrame hará que los pobres puedan comer, insistió. Ni un
mísero ladrillo del sistema movió el bueno de Beasley.

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