Alternativas/ Mandel, precursor de la democratización ecosocialista y autogestionaria del trabajo con rostro humano. [Daniel Albarracín]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mie Jun 15 23:02:11 UYT 2022


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Correspondencia de Prensa

15 de junio 2022

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Alternativas



Mandel, precursor de la democratización ecosocialista y autogestionaria del
trabajo con rostro humano



Daniel Albarracín

Viento Sur, 15-6-2022

https://vientosur.info/



Decía Slavoj Zizek que en esta sociedad resulta más fácil imaginar el fin
del mundo que el final del capitalismo. Diríamos nosotros, no es posible
imaginar una sociedad que supere el capitalismo sin desarrollar una política
que libere al trabajo del yugo de la relación salarial y que le democratice.
Eso requiere poner en marcha un tipo de trabajo dotado de características
democráticas, emancipadoras y de cooperación social -productivas y de
cuidados-, alineadas con fórmulas de planificación democrática de la
economía -al menos en sus actividades estratégicas-. Esta planificación [1],
para evitar la degradación de nuestro planeta, ha de basarse en criterios de
transición ecológica a largo plazo atentos a la cuestión de clase, haciendo
de ésta una herramienta de transición ecosocialista y democrática. Se trata,
por tanto, de poner en pie un modelo de trabajo bajo una forma social nueva,
de y para una sociedad de personas productoras y cuidadoras, libres y
asociadas, que se cuidan en común y que respetan la madre Tierra. Ernst
Mandel, en este trabajo [2], que ahora se reedita, y que reúne las líneas de
varias de sus conferencias, sienta las bases de este proyecto.



La alienación, ¿una condena antropológica inevitable?



Según Hegel, en una sociedad organizada los individuos ceden parte de sus
derechos individuales mediante un contrato social, viendo aquí una
alienación de todo individuo respecto del Estado. Asimismo, la dialéctica
entre la necesidad y el trabajo conduce, a su juicio, a la imposibilidad de
satisfacer plenamente las necesidades humanas por la organización del
trabajo, causando el fenómeno de la alienación en el ámbito laboral (Mandel,
78:16 y 18). Para Hegel, a su vez, la enajenación está asociada a la
naturaleza del ser humano, debido a la distancia entre lo que produce en la
práctica y la idea que proyectaba en su mente antes de iniciar su labor
(Mandel, 78:18). De esta manera, presenta como ineludible este fenómeno, más
aún cuando el ser humano se separa, inevitablemente, del fruto de su
trabajo.



Marx señala que la auténtica alienación obedece a la forma social del
trabajo, no al trabajo en sí mismo necesariamente. Marx considera que, en
una sociedad donde los individuos parten de condiciones dispares respecto a
las relaciones de propiedad, esa cesión de derechos al Estado, de la que
habla Hegel, es un fenómeno de alienación que afecta principalmente a los
que no la poseen, al perder derechos entregados a una institución hostil con
ellos (Mandel, 78:16), pero no respecto a los propietarios entendido como
clase.



Así, Marx se desprende de la concepción idealista hegeliana. Ni las
necesidades humanas son ilimitadas ni el producto del trabajo colectivo está
abocado a no poder colmarlas; depende de la situación histórica (Mandel,
78:19) y no de una razón antropológica intrínseca y perenne. La opresión no
es fruto de la enajenación frente a una idea, sino de una forma de sociedad
organizada en torno a la producción de mercancías, en un contexto histórico
donde predomina la economía capitalista. De tal modo, que, contra la
resignación, es concebible y posible liberarse de dichos condicionamientos.



La acostumbrada lectura de las tesis de Marx disociando sus reflexiones
tempranas y tardías, oponiendo la perspectiva humanista y liberadora de su
obra de juventud a la más racional y sistemática de su obra madura, no
resulta acertada. La crítica de la economía política, culminada, entre otros
trabajos, en El Capital, no ensombrece sus reflexiones iniciales. Al
contrario, lo adecuado estriba en interpretar, a la luz del sentido de sus
primeras inquietudes, la obra más estructurada final, para abrir camino a la
tarea humanista emancipadora que se propone, profundizando frente a qué
relaciones sociales y en qué contexto histórico la lucha tiene lugar
(Mandel, 78:22). Esto es, tomar al viejo Marx con la mirada luminosa del
joven Karl.



La relación salarial extorsiona a las personas sin aquellos medios a tener
que alquilar su fuerza de trabajo en el mercado, esto es, intercambiando su
tiempo, fuerza y capacidades a cambio de dinero. Un intercambio desigual que
es la base de la explotación. Así, la alienación económica no se origina
sino en “la separación de las personas del libre acceso a los medios de
producción y a los medios de subsistencia” (Mandel, 78:25) que causa el
trabajo bajo la relación salarial y formas sociales equivalentes.
Consecuentemente, la emancipación supone establecer una relación de las
personas trabajadoras con dichos medios, que no esté coartada por el régimen
de propiedad privada de los medios productivos y de la tierra, niy por la
relación salarial.



No solo el capitalista se apropia de los medios, sino que a su vez lo hace,
al menos parcialmente, del tiempo, la energía, el saber y el fruto
productivo del trabajo, en lo que corresponde al plusvalor. Si esto no fuera
poco, el proceso de producción está dictado por el capital que apunta qué,
cómo y dónde se debe producir.



El gobierno del tiempo



En la época industrial, el trabajador se convierte en apéndice de la
máquina, que marca la forma y el ritmo del trabajo, viendo su trabajo y
conocimiento expropiados. En los trabajos estandarizados, el grueso de los
trabajadores, no pueden recurrir a su creatividad (Mandel, 78:29) o la ven
muy delimitada y condicionada. Además, si la desarrollan, la empresa se la
apropiará para mejorar el rendimiento económico, desplazando a otros fines.
Eso no impide que las empresas esperen una proactividad y aportación de
ideas permanente, siempre que sean funcionales al rendimiento.



En el trabajo asalariado, el dominio del sentido del trabajo, el gobierno de
la producción, y la están en manos de una minoría, y los resultados del
trabajo y la creatividad son apropiados por las clases dominantes. Así, las
posibilidades de realización en el espacio de trabajo se pliegan a una
entrega a la lógica de la ganancia. Además, con las tendencias a la
intensificación del trabajo, las exigencias de productividad, desde el lado
de la oferta, y la implicación y la atención, desde el de la demanda, se
incrementan.



La cuestión del tiempo resulta crucial, dándose, al menos, tres procesos
relacionados.



El primero, aunque no siempre reconocido, y tras décadas de reducción que ya
vuelven a revertirse, especialmente por el aumento de la proporción del
aumento de horas de trabajo para producir o para reproducirse, por cada
grupo de convivencia o cada familia trabajadora, es el de la extensión del
tiempo de trabajo, que supone una sustracción al tiempo de la vida personal,
creativa, de ocio o familiar, o de participación pública. En suma, en contra
del tiempo libre y de gobierno de la propia existencia.



El segundo, la creciente presencia de modalidades de trabajo que entrañan
una mayor disponibilidad, sin sujeción clara a un determinado horario o días
de trabajo -el caso más extremo el de los contratos “cero horas” existente
en Países Bajos, o el de trabajo jornalero en el campo andaluz, por ejemplo-
como reedición del trabajo a destajo. Esto supone no poder organizar la vida
propia para estar plenamente disponible ante cualquier oportunidad laboral
por poco duradera y mal pagada que esta sea.



El tercero atención y entrega emocional en el trabajo, en ocupaciones como
las de enfermería, hostelería, comercial y de atención al público, que
conllevan una intensidad, un gran gasto e implicación psicológica con una
alta carga y deterioro mental.



Esta tensión recrudece con una excitación de los deseos individuales más
hedonistas que, en el ocio y en el consumo, se promueven como único espacio
consentido para la realización personal. Mandel (1978:30) advierte, en este
sentido, que este mito de realización a través del ocio resulta una ilusión.
El consumidor vive en una rueda permanente de anhelo y frustración, en otras
palabras, de alienación. Un proceso, además, condicionado por dos elementos:
que el empresario trata de alinear todo lo que puede el salario con el coste
de la reproducción social del tipo de fuerza de trabajo que contrata; y que
los procesos de promoción del deseo en el consumo constantemente crean
insatisfacción. Esto es, “crean escasez”[3], para afianzar el negocio
comercial.



El resultado no puede ser otro que, junto a la explotación material y la
alienación, el deterioro de la salud física y mental (Mandel, 1978:38) y,
por el productivismo, la destrucción de la naturaleza.



Suele decirse, en la izquierda, que la gente apenas se moviliza. Más allá de
que ese fenómeno dependa de surgimiento de conflictos y de procesos de
vínculo, protesta y contrapropuesta, cabe afirmar que la mayor parte de la
población está fuertemente movilizada. Lo está en por otras causas y para
otros fines. La mayoría milita en el “partido del trabajo asalariado”, sea
con el objeto de conseguir un puesto, conservar su empleo o promocionar; sea
para ganarse la vida, consumir, aparentar o para sentirse más integrados
socialmente. dedicando el grueso de su tiempo y fuerzas a ese propósito, en
el marco de esa gran extorsión que representa la relación salarial y otras
formas de explotación afines. Una militancia en tal partido que viene a
representarse como si fuera una “rueda del hámster” entre el trabajo y el
consumo.



Ahora bien, no perdamos de vista que son las características del trabajo
moderno, clave en el proceso productivo, las que le atribuyen la virtud de
ser la fuerza potencial para derrocar al capitalismo (Mandel, 78:86), en
tanto por ser capaz de paralizar la producción y, por ende, de poder
conducirla, mediante el control obrero (Mandel, 78:98) en otra dirección
(Mandel, 78:121). Pero requiere, para que eso sea posible, de que se
constituya un sujeto político organizado para tal fin.



De la cosificación a la vivificación democrática del trabajo colectivo



Mandel constata que “el trabajo industrial ocupa más que nunca el lugar
central en la estructura de la economía” (Mandel, 78:83), algo que se ha ido
profundizando décadas después de su fallecimiento, abarcando casi todas las
actividades[4]. Esto es, se ha desarrollado una sociedad superindustrial
(Albarracín, D., 2003)[5], cuyas bases atraviesan la agricultura, la
ganadería, la manufactura y los servicios y que, por eso mismo, desplaza a
los y las trabajadoras desde tareas manuales directas a otras propias de la
operación de sistemas. Una forma de superindustrialización y
semiautomatización prácticamente universal que, en el contexto capitalista,
somete al trabajo vivo a la obtención de beneficio (Mandel, 78:84),
propiciando a el trabajo, el consumo y el pensamiento alienados.



Mandel apunta que la lógica de subsunción en la relación salarial, o en el
capital si se prefiere, produce relaciones humanas cosificadas. La lógica
competitiva de inserción en la maquinaria productiva -a lo largo de toda la
cadena de valor- inclina a las personas a la sobreespecialización (Mandel,
1978:33), fundamentalmente en el periodo en el que Mandel analiza la
situación, bajo la predominancia del fordismo. En dicho contexto, resultan
funcionales modos de vida centrados en aspectos parcelados, como islas que,
a pesar de la distancia entre sí, son cada vez más homogéneas.



Con el tiempo, esta sobreespecialización propia del trabajo taylorista
simple, se ha reconfigurado con procesos de semiautomatización (Naville,
1985)[6], y con la formación de grupos semiautónomos móviles. Esta movilidad
funcional del trabajo rompe con la lógica parcelaria simple; la
estandarización del trabajo no se aplica sobre una tarea manual repetitiva,
sino sobre un conjunto de procedimientos simbólicos en torno a un área o
tipo de trabajo. Por otro lado, el trabajo intelectual -el docente o el
investigador, por ejemplo- tienden a proletarizarse, a mecanizarse y
estandarizarse (número de clases, de artículos indexados, de méritos
codificables, de evaluaciones, etc…) como lo hace también con los
trabajadores comerciales, cada vez más insertos en una cadena de realización
de servicios programados -reponiendo, en un cajero, o mediante la atención
telefónica- altamente pautados desde la organización, restando al máximo su
autonomía.



Bajo el gobierno del capital, este tipo de trabajo postaylorista acentúa la
estrechez de horizontes. Ahora no hay que dominar un conjunto de saberes y
tareas limitado y funcional para ser “un apéndice físico y operario de la
máquina”. En cambio, se exige el dominio de una gama de saberes
abstracto-particulares e instrumentales (aplicaciones, rutinas, pautas…).
Esos saberes simbólicos -informáticos, telemáticos, comunicativos- se
emplean para trabajar en el entorno del proceso de producción. Sea diseñando
como ingeniero un proceso semiautomático, sea para operar con un software
que conduce dicho proceso, sea para distribuir comercialmente los productos
en una cadena de valorización global, o hacerlos servir a punto,
personalizada o telefónicamente a la clientela. La movilidad del trabajo y
el dominio de programas y aplicaciones promueve y facilita el cambio de
personas de un puesto de trabajo a otro, de un área a otra área, a otras
empresas y sectores. Bajo el gobierno del capital esto no proporciona
emancipación, estabilidad laboral, ni, en sí, ampliación de perspectivas.
Perspectivas relacionadas con poder gobernar el proceso de producción y
trabajo con un sentido que no sea el de la rentabilidad. Adicionalmente,
este tipo de organización resta fuerza estructural de negociación a un
movimiento obrero acostumbrado a circunscribir su pelea a escala de puestos
individuales, departamentos o empresas, y no a lo largo de la cadena de
valor y la trama de empresas-red transnacionales en las que el capital se
hace valer.



En relación con la fractura entre trabajo manual e intelectual, realmente,
con las formas de trabajo contemporáneas, se ven de manera reduccionista
ambas dimensiones. No hay trabajo manual que no esté mediado por lo
intelectual[7] -el dominio de programas, reglas y aplicaciones, que
requieren de una amplia formación-. Pero no podemos confundir este saber
abstracto-particular e instrumental con la movilización de una conciencia
universal y estratégica. Menos aún con una conciencia política
transformadora y concreta. De nuevo, contrapropone Mandel, la persona
plenamente desarrollada se habrá de desenvolver a través de una nueva
movilidad funcional y cooperativa, facilitada por la extensión de una
formación científica (Mandel, 78:60), que aporte las condiciones materiales
para que puedan ser libres y creativas.



Mandel guarda expectativas, quizá, desmedidas sobre el papel de la
tecnología y su progreso (Mandel, 78:60), pero no se equivoca al identificar
que el desarrollo industrial semiautomático, junto a la generalización de la
enseñanza superior, permite resituar a mayor parte de trabajadores en áreas
de diseño, organización y control de los sistemas de producción -todos ellos
trabajos productivos[8], al ser indispensables para el proceso de producción
de valor-, haciendo posibles tareas menos estandarizadas y más creativas.
Esto haría posible que, con un cambio que democratizase la producción, una
dirección colectiva participada pueda ser viable, justa y eficiente si
estuviese bajo el autogobierno colectivo de las personas trabajadoras.
Precisamente, esa movilidad funcional del sistema de trabajo moderno es la
que podría hacer factible una reducción del tiempo de trabajo y el reparto
del mismo, y una extensión del tiempo libre.



Para ello es necesario un cambio en las relaciones sociales de producción y
de trabajo. Ahora bien, en el periodo actual, no sería suficiente. A la luz
de los límites ecológicos, de fuentes de energía y de materias primas, y el
caos climático, de abordarse una transición del modelo productivo, una
combinación de tecnologías ligeras y de precisión, y nuevos trabajos
manuales o personalizados será ineludibleº, que establezcan una economía que
garantice la cobertura de las necesidades sociales, por abajo, y un techo al
productivismo y la huella ecológica, por arriba.



En otro ámbito, desafortunadamente, la extensión de la educación científica
encara determinadas deformaciones y obstáculos. En primer lugar, la ciencia
positivista, ha desplazado a la formación ilustrada amplia y de carácter
crítico. En segundo lugar, y más preocupantemente, se han producido
movimientos reactivos negacionistas, u otros que emplean la ciencia al
servicio de la confusión y el conspiracionismo. Una transformación en el
ámbito educativo y del saber y el acceso universal al mismo, parecen
convenientes para afianzar y desarrollar un pensamiento abierto, científico
y crítico, a la par que se efectúan los cambios en las relaciones de
producción.



No obstante, las formas de organización complejizan y al mismo tiempo
refuerzan la observación de Ernest Mandel como horizonte. El problema de la
libertad, desde una óptica emancipatoria, personal y colectiva, está atado
en la sociedad capitalista contemporánea a una exacerbación del
individualismo. Un individualismo en el que la socialización se recrea en el
plano virtual, en el que la propia identidad e imagen se caricaturiza en las
redes, en la que se conjugan los mitos clásicos del emprendedor y el del
meritocratismo con el más actual del narcisista mediático o el “influencer”.
Cuando estas reglas están dominadas por grupos de poder y reglas de capital,
la disponibilidad de capital económico, simbólico, cultural o relacional
(Bourdieu, P., 1986)[9], dicho individualismo representa la trampa perfecta.
Porque los méritos difícilmente se consiguen ni valen sin contactos, porque
la iniciativa empresarial sin capital heredado o acumulado es una leyenda
urbana, y porque la imagen publicada depende de algoritmos e intereses
comerciales y del poder de los medios de comunicación.



De tal modo que coinciden la lucha contra la relación del capital, al menos
como condición necesaria, con la tarea por lograr la emancipación humana, en
la construcción de una sociedad sin clases (Mandel, 1978:40) y plenamente
democrática. Una tarea en la que se suprima la producción de mercancías, la
escasez económica, la división social del trabajo[10], la desaparición de la
propiedad privada de los medios de producción y la separación entre
productores y administradores (Mandel, 1978:40). Esto presupone transformar
el trabajo en una “actividad humana creativa en todos los sentidos” (Mandel,
1978:41).



Desarrollos de la autogestión



La autogestión refiere un concepto de autogobierno económico de los
trabajadores que tiene varias tradiciones o experiencias. Algunas
experiencias conocidas son las aplicadas en Argelia en 1963, en Libia en
1969 o en los Kibbutz israelitas.



La primera tradición que la defiende es la anarquista, de inspiración
proudhoniana, que proponía una solución cooperativista para cada unidad de
producción, una autogestión descentralizada. Esta contiene fórmulas de
solidaridad interna, pero sin derrocar al Estado ni la lógica del capital,
no escapa de la competencia y su lógica implacable. La perspectiva
anarquista, a su vez, no repara, de manera sistemática, sobre qué tipo de
cooperación social debe llevarse a cabo, más allá de la voluntad de una
puesta en común del excedente.



La que nos interesa más contrastar, por su interés y relativo éxito, es la
que representa la experiencia de socialismo autogestionario de la República
Federativa Socialista de Yugoslavia, tras la II Guerra Mundial, desdibujada
tras 1980, con la muerte de Tito, y que colapsa en 1990.



La experiencia yugoslava: su superación con un modelo socialista de
autogestión globalmente coordinada



En la extinta Yugoslavia socialista se aplicó un modelo de socialismo de
mercado. En aquella experiencia se estimó que las condiciones no eran aún
las adecuadas para desprenderse de la economía mercantil. Allí se alcanzó un
nivel productivo relativamente próspero y parejo al de las economías
occidentales al menos hasta 1980, sin dejar de estar afectada, como otros
países, por la crisis de 1973. Contaba con un sistema de redistribución
regional importante, hasta la muerte de Tito.



La economía era pública para las empresas de más de 5 trabajadores. No era,
sin embargo, una economía planificada, aunque política e ideológicamente sí
lo estuviese por parte de la Liga de los Comunistas de Yugoslavia, algo que
cedía un poder muy grande a la burocracia. Las empresas estaban
autogestionadas a su interno por los trabajadores. Decidían niveles de
producción, organización del trabajo y salarios. La producción se vendía en
el mercado privado, por lo que regía la competencia, que cada empresa
abordaba de una manera, internalizando las decisiones y sacrificios
consiguientes. Esto es, se combinaba una economía mayoritariamente pública,
descentralizada, con un “socialismo de mercado”.



La economía yugoslava tenía problemas diferentes a los de los países
capitalistas y al del resto de países del socialismo real. Al no haber un
plan, las empresas asumían, de manea parcelada, sus objetivos y formas de
producción y reparto interno. Al regir la competencia en el mercado, esto
conducía a varios desajustes:



- No había coordinación entre empresas, ni una previsión a gran escala de
necesidades que atender.



- El nivel de producción oportuno solo se conocía a posteriori.



- Si los niveles de producción no eran los adecuados para aumentar los
ingresos, las empresas tenían que decidir cambios internos. Podrían
repercutir en la corrección de objetivos de inversión o producción,
organización e intensificación del trabajo, o el cierre de departamentos o
plantas. Se trataba de funcionar con pleno empleo, el regulador se
encontraba en los salarios, pero al final ni se lograba el primer objetivo,
y se acababa conteniendo el segundo. Si la empresa iba mal, o había mucha
competencia, la remuneración bajaba, y, pasado un tiempo, los trabajadores
“votaban con los pies” buscando otro empleo.



- Si la empresa era prospera, y acumulaba excedentes, porque les favorecía
el mercado, los salarios podían crecer, pero esto causaba problemas de
eficiencia, porque, ante esa perspectiva, no había incentivos a seguir
mejorando.



En este sentido, el concepto de autogestión que desarrolló la economía
yugoslava se circunscribía al nivel micro, esto es, de empresa. Los y las
trabajadoras no tenían un referente global y repetían problemas propios de
una economía de mercado. Al final acababan decidiendo acerca de cómo regular
internamente los efectos la competencia, por muy pública que fuese la mayor
parte de la economía, teniendo que asumir ajustes en sus remuneraciones o en
el proceso de trabajo para no producir en pérdidas.



La autogestión planificada global y democráticamente



Mandel asume plenamente la idea de autogestión, proponiendo un esquema que
trata de superarlo. El modelo yugoslavo era mejor que el modelo soviético,
que adolecía de prácticas burocráticas. Si bien contenía problemas que lo
compelía a reproducir defectos del capitalismo. Para prevenirlo, Mandel
apuesta por un modelo autogestionario articulado con fórmulas de
planificación y coordinación global; un modelo autogestionario planificado y
socialista que va más allá de la autogestión en las empresas (Mandel,
78:132).



Mandel propon la intervención del sector público con el objeto de planificar
la economía de manera centralizada, y va a defender un modelo
autogestionario con el objeto de democratizar la economía. Un modelo
autogestionario coordinado, alineado con una planificación democrática de la
economía, donde se puedan decidir periódicamente las grandes prioridades de
inversión, qué producir y cómo hacerlo (Mandel, 78:99), el peso de recursos
a dedicar para el gasto y el consumo, qué hacer con el excedente global, los
sectores que deben potenciarse y cuáles decrecer en función de una discusión
pública en la que se establezcan criterios sobre las necesidades colectivas,
y, también, los tiempos de trabajo y su reparto entre personas y actividades
-sean productivas, de cuidados, de formación, para la creatividad o el
esparcimiento-.



Esto no impide que puedan desarrollarse iniciativas autogestionarias de
carácter social y solidario, innovadoras y próximas a necesidades locales o
emergentes. La discusión con Mandel nos remite al alcance y dimensión de esa
planificación pública centralizada que, en nuestra opinión, debiera
circunscribirse a lo que socialmente se entienda como sectores estratégicos
socialmente necesarios, tales como la energía, los sectores de alimentación
básica, la banca, las telecomunicaciones, la distribución mayorista, la
sanidad, la educación, los cuidados y los transportes colectivos de personas
y de mercancías (ferrocarril, barco, y vehículos colectivos o compartidos).



En este sentido, Mandel habla de una centralización, hoy más técnicamente
posible que entonces, por los avances informático-telemáticos (Nieto,
2018)[11]. No obstante, cabe discutir si esa afirmación tiene, o conviene
que sea, una pretensión totalizante. De igual manera sucede, cuando pone el
acento en desarrollar las fuerzas productivas (Mandel, 1978:50). Ese
horizonte pudo desempeñar un objetivo en aquellos años 70, y puede que lo
siga siendo para los países del Sur. Sin embargo, como afirma Jorge
Riechmann, tras el decenio de los 80 se ha superado a escala global la
biocapacidad del planeta y sería mejor otro objetivo: repartir, conducir y
adecuar las fuerzas productivas. Dicho de otro modo, reemplazarlo por la
redistribución de la riqueza y la redefinición de dichas fuerzas para que
sean compatibles con los límites biofísicos ecológicos y la satisfacción de
las necesidades sociales.



Cabe preguntarse si no hay que revisar el modelo de producción y consumo,
así como de redistribución y las prioridades de consumo material, de cara a
redefinir una forma de buen vivir. No debemos confundir nivel de vida
-acceso a bienes materiales creciente- con género de vida -en la que las
personas puedan gobernar su tiempo vital y decidir lo que les da sentido a
sus vidas-. Deviene, en definitiva, impracticable e indeseable una solución
productivista si se han rebasado los límites biofísicos del planeta.



Además, el mercado es una institución de intercambio que puede darse bajo
diversas formas. De antiguo, el mercado se originó como espacio de
intercambio de excedentes, en un contexto donde la producción se llevaba a
cabo para satisfacer las necesidades de las comunidades productoras,
llevándose a las ferias los sobrantes. En su tiempo, la Iglesia y otros
ámbitos de la comunidad regulaban tablas o criterios de equivalencias en
forma de justiprecio para los intercambios. Funciona muy distinto la
economía de mercado capitalista en la que predomina la lógica de la ganancia
que requiere como prioridad la validación de producción en los mercados,
siendo este el fundamento de la sociedad burguesa contemporánea.



Si bien creemos acertada la aplicación de un modelo de planificación
democrática y autogestión coordinadas de la economía, no pensamos que sea
incompatible con la presencia, hasta cierto punto, de fórmulas de mercado,
si son desarrolladas por una red coordinada de empresas autogestionarias
sociales y solidarias. Estas podrían cooperar con el sector público, con el
objeto de hacerse cargo de servicios comunes, para cubrir necesidades de la
comunidad. Funcionarían cubriendo costes y sin perseguir un beneficio máximo
y particular como objetivo primordial, dando pie a iniciativas de economía
de proximidad, de carácter innovador o de interés social, que respondan a
necesidades locales o emergentes.



La estrategia revolucionaria



Iniciar la transición al socialismo requiere emprender previamente un
proceso revolucionario frente al capital, lo que exige un trabajo paciente
de fraternidad organizada, también internacional, del movimiento obrero.



Las revoluciones sociales requieren unas condiciones en las que las
contradicciones socioeconómicas se presentan; en ellas una clase social
alternativa se ha de proponer una transformación, tomando su lugar en el
proceso de producción (Mandel, 78:108) para derrocar a las clases
dominantes. Esas contradicciones manifiestan una tensión entre las
relaciones de producción y propiedad y las fuerzas productivas, haciendo al
capitalismo incapaz de resolver los problemas económicos de las masas.
Pueden darse entonces procesos de revuelta en los que trabajadores,
intelectuales y la juventud cobran protagonismo. Cabe señalar que Mandel
pone de relieve al trabajador industrial, a la intelectualidad y la
juventud, sin destacar a otras capas de trabajadoras, a mi juicio, también
importantes. En nuestra opinión, toda la clase desempeña un papel en la
cadena de valor capitalista, aunque no sea el mismo ni todos por igual
importancia. Por otro lado, el trabajo en el ámbito de los cuidados juega un
papel clave no solo en el bienestar, también en la reproducción social de la
fuerza de trabajo. Sus reivindicaciones no pueden ser ignoradas, y, por de
pronto, su trabajo será fundamental en la sociedad del futuro, por más que
no puedan influir en la producción de manera inmediata.



Ese proceso de revuelta, de estar bien organizado, puede causar un salto
cualitativo, desde el nivel sindical que plantea cambios en la
redistribución de la renta, a la toma del poder con el objeto de cuestionar
el privilegio de las clases que viven de la relación del capital (Mandel,
78:115). Requiere que los propios actores se mueven conscientemente con ese
propósito, una conciencia que se elaborará en el seno de su modo de vida, la
mayor parte de las veces a partir de luchas por reformas inmediatas mediante
las cuáles va percibiéndose la necesidad de la revolución para avanzar y de
la construcción de un partido organizado que pueda materializarla (Mandel,
78:118).



El partido resulta decisivo, al acumular la experiencia y la conciencia,
centralizándola. Da continuidad a la lucha y la actualización del programa,
formando a la dirección política de referencia para cada periodo. Si el
partido es clave para la preparación de la revolución, una vez lograda, no
podrá haber democracia sin un sistema multipartidista (Mandel, 78:151), que
pueda reflejar el contraste de los diferentes proyectos y preferencias
alternativas de la sociedad, que puedan facilitar las bases del debate y la
deliberación, para que puedan tomarse decisiones a partir de alternativas de
opinión formadas. La democracia de los votos sin deliberación ni proyectos
elaborados difícilmente es democracia.



Los productores libres asociados, así, una vez iniciada la revolución,
dirigirán la administración de la economía y del sector público, mediante la
elección de comités obreros federados a todas las escalas. Estos se
empezarán a formar incluso en el periodo prerevolucionario, como
instituciones de doble poder, que aspiran a reemplazar a las oficiales, para
luego formar parte de una nueva institucionalidad democrática y
revolucionaria.



Sociedades de transición



No basta con superar el marco capitalista. Las revoluciones obreras pueden
verse deformadas burocráticamente. El modo de producción socialista no es un
logro automático. Se requiere su extensión a escala mundial, un suficiente
desarrollo de las fuerzas productivas y superar las normas burguesas de
distribución y reparto (Mandel 78:12).



En una sociedad postcapitalista, es tan inconveniente la hipertrofia
burocrática (Mandel, 78:55), como la pervivencia de las leyes de mercado
capitalistas en el plano del consumo. Los problemas surgen si persiste una
economía de mercado, la división del trabajo, los privilegios culturales, la
delegación de autoridad; o si la centralización del producto social
excedente quda en manos del aparato estatal (Mandel, 78:56). Situaciones que
se produjeron tanto en la experiencia yugoslava como en la soviética.
Aquellas experiencias, aun cuando fuese en un grado menor que las sociedades
capitalistas, aún reunían rasgos de desigualdad y concentración excesiva del
poder y la autoridad.



Para una superación de la alienación se requiere un modelo que haya
alcanzado cierto nivel del desarrollo de las fuerzas productivas, que
extienda la toma de decisiones libres para las personas, y una auténtica
sociedad de personas productoras – y cuidadoras- libres asociadas. Un modelo
donde la administración de la producción y la disposición del producto
social excedente (Mandel, 78:59) esté en manos de los que producen y cuidan
en común. Lo que implica que el modelo social incluya los siguientes
elementos:



Planificación democrática de la economía (Mandel 78:13). Con consultas
periódicas a la población sobre prioridad de necesidades a cubrir o el
porcentaje entre reinversión del excedente y nivel de consumo[12]. Los
órganos de deliberación de las personas trabajadoras decidirán sobre
alternativas de proyectos que respondan a las grandes prioridades,
determinando el peso de sectores y producción de referencia; se apoyarán en
análisis de las evoluciones de estas variables, las necesidades expresadas
por la población, o encuestas sobre determinadas áreas
productivas/reproductivas. Las decisiones no serán para cada detalle ni
cotidianas, sino para líneas generales, y se concretarán “al nivel en que
puedan tomarse de manera efectiva” (Mandel, 78:143) con una articulación de
órganos de decisión, basada en una democracia de consejos obreros, donde los
representantes sean revocables.



- Autogestión obrera. Será guiará con unos objetivos de producción decididos
democráticamente a escala global, pues concierne a la ciudadanía que
consume, que incluyendo una organización del trabajo democrática al interior
de las empresas. Para ello, órganos deliberatorios, como un congreso de
consejos obreros y del pueblo trabajador, puede dar forma a la
administración de las empresas. No sin contar con un marco legislativo
social del trabajo que establezca límites en materia de tiempo de trabajo o
condiciones laborales, por ejemplo.



- Democracia socialista



- La plena libertad de creación cultural (Mandel, 1978:55) [13]



Ni que decir tiene que la cuestión de los límites de la biosfera debe ser
nuclear desde el principio, en tiempos de crisis energética, de materiales y
del peligro climático. Desde este punto de vista, la planificación
ecosocialista reunirá todos los elementos para una transición ecológica
ordenada, que ponga como suelo la cobertura de las necesidades sociales y
como techo la biocapacidad de nuestro entorno natural.



Mandel lo apunta ya en esta obra, retomando el trabajo de Marx, que
vaticinaba la conversión de las fuerzas productivas en destructivas, si no
eran liberadas de las cadenas de la propiedad privada y el beneficio
(Mandel, 78:112). Diríamos nosotros que extracción, producción y destrucción
se han tornado concomitantes, y siendo la lógica del capital su principal
causa hoy, en las sociedades postcapitalistas es preciso romper esa relación
que, sin lugar a dudas, no se disoció en las viejas burocracias orientales
del socialismo real.



Es más, nos dice que “una transformación cualitativa de los resultados de la
producción creciente (…) amenaza [con] destruir los últimos residuos de la
libertad de lección para el individuo, la biosfera material de la humanidad,
si no la misma existencia de la raza humana. La producción de una masa
siempre creciente de bienes (…) de calidad cada vez más dudosa; la
contaminación de la atmósfera, la tierra y el agua; y la amenaza de la
guerra nuclear y biológica que resulta del crecimiento de tremendos gastos
permanentes de guerra testifican el realismo de la predicción de Marx”
(Mandel, 78: 112). En suma, Mandel señala un doble desafío: la emancipación
anticapitalista y humanista, y la propia de una sociedad ecosocialista.



Una medida central, favorable con el pleno empleo, la autocontención
productiva y la sobriedad en el consumo material, es la apuesta por la
reducción de la jornada laboral (Mandel, 78:148). Esta promueve el reparto
de los trabajos, la socialización y corresponsabilidad de los trabajos de
cuidados, y la extensión de los tiempos libres, para el aprovechamiento del
ocio, el autocuidado, la participación en el ámbito público o la política,
la creatividad y la cultura, la comunidad o la familia, esto es, la “gestión
de sus asuntos”.



La propuesta mandeliana, por tanto, propone un proceso de transformación con
un horizonte integral. No cree que la socialdemocracia esté a la altura de
las necesidades históricas. No cree que las burocracias conduzcan al mejor
camino. Y señala claramente el enemigo y propone alternativas.



¿Qué diría, posiblemente, sobre algunos debates actuales, como las
propuestas de trabajo garantizado o la renta básica? La primera, planteada
por corrientes postkeynesianas, aun cuando persigue el pleno empleo, activa
la acción pública en función del ciclo económico del mercado y convierte en
dichos empleos “garantizados” en fórmulas de segunda categoría, peor
retribuidas y no como una permanente a necesidades habituales. En relación
con la renta básica[14], la medida se disocia de la necesidad de
democratizar el trabajo, y no se plantea quién se encargará de producir,
financiar y dar servicio público; actúa solo en el lado de la demanda y con
una aportación monetaria funcional a la economía de mercado; y legitima la
fusión de múltiples derechos y prestaciones sociales en ella, y si persiste
un gobierno burgués nada impedirá que su cobertura se alinee con la mera
reproducción social de la fuerza de trabajo. La renta básica puede causar
consecuencias indeseadas si no se inserta en un programa de transformación
social más amplio que cambie las relaciones de producción.



En una sociedad socialista (y ecofeminista), el trabajo formará parte de un
nuevo contrato socioecológico. En ella, necesidades y problemas persistirán
y, para satisfacer o resolver colectivamente, la respuesta tiene que ser
social, democrática y coordinada. El desarrollo de un trabajo cooperativo,
repartido, solidario y democrático ha de venir acompañado del desarrollo de
servicios públicos y bienes comunes desmercantilizados. No basta con proveer
con rentas para el consumo y el mercado, sino que necesitamos fórmulas
productivas para satisfacer las necesidades de la vida -techo, salud,
alimentación, educación, cuidados, etc...- sin criterios de negocio. Eso no
podrá satisfacerse sin reformas fiscales progresivas, ni sin un sector
público y comunitario sólidos. A partir de ahí, será posible avanzar a
aquella máxima de "de cada uno según su capacidad, para cada uno según su
necesidad".



Notas



[1] Albarracín, Daniel (2020) ¿Por qué una planificación (eco)socialista y
democrática? Revista Viento Sur.
https://vientosur.info/spip.php?article15874

[2] Mandel, Ernst (1978) Alienación y emancipación del proletariado.
Editorial Fontamara.

[3] Anisi, David (1995) Creadores de escasez: de bienestar al miedo.
Alianza.

[4] La Organización Internacional del Trabajo (OIT) en su informe
“Perspectivas Sociales y del Empleo en el Mundo. Tendencias 2019” afirma que
“en 2018, la población mundial en edad de trabajar, que incluye a mujeres y
hombres de 15 años o más, era de 5.700 millones de personas, de las cuales
3.300 millones, o el 58,4%, estaban en el empleo”.
https://www.ilo.org/global/research/global-reports/weso/2019/WCMS_670569/lan
g--es/index.htm

[5] Albarracín Sánchez, D. (2003). La sociedad salarial de servicios a
debate: ciclo del capital, estructura social y subjetividad obrera.
Cuadernos de Relaciones Laborales, 21(2), 189 - 213. Recuperado 7 de marzo
de 2022, de
https://revistas.ucm.es/index.php/CRLA/article/view/CRLA0303220189A

[6] Naville, Pierre (1985). Hacia el automatismo social: problemas del
trabajo y de la automatización. México. Fondo de Cultura Económica.

[7] Cabe apuntar una paradoja, con apariencia de broma a modo de
interrogantes. ¿Acaso el trabajo intelectual no requiere de horas de
redacción y tecleo manual, que causan desgaste del cuerpo? ¿Acaso el trabajo
manual de reparación de numerosas maquinarias -por ejemplo, el motor de un
vehículo- no está cada vez mediado por algo tan abstracto como un terminal y
un ordenador de a bordo?

[8] Considero que esta divisoria no resulta del todo útil (Albarracín,
2003). Mandel distingue entre trabajos productivos e improductivos, dejando
entre los segundos a los comerciales, cuando también son imprescindibles
para el proceso de valorización. Estos tienen un papel clave, como otros
servicios, en el capitalismo y también pueden, en ausencia de desviaciones
engañosas y publicitarias, aportar un servicio de utilidad al consumidor
final, al orientarle en su elección. El valor opera en una relación social
de producción e intercambio que no puede confundir el valor con el valor
intrínseco de las cosas, siguiendo a Isaac Rubin (1974) [en Ensayos sobre la
teoría marxista del valor. Córdoba: Cuadernos Pasado y Presente], dentro de
un intercambio de trabajo abstracto medio en tiempo socialmente necesario
-para la valorización- que, si no se realiza, no deviene valor, requiriendo
su validación en el mercado como paso final.

[9] Bourdieu, Pierre. (1986). «The Forms of Capital». En: Richardson, J. G.
(ed.). Handbook of Theory and Research for the Sociology of Education. Nueva
York: Greenwood Press.

[10] Hagamos notar que la división social del trabajo, de carácter
jerárquico, no ha de confundirse con la división del trabajo social -que
entraña un reparto funcional de tareas, que puede ser en gran medida
horizontal-.

[11] Nieto, M. (2018) “La eficiencia dinámica en una economía planificada”.
En Qué Enseña la economía marxista. El Viejo Topo. Págs. 295-330.

[12] Los sistemas de planificación pueden emplear experiencias ya aplicadas
en empresas modernas en su cadena de suministros como Amazon o Wall-Mart, a
través de etiquetas de identificación de radio frecuencia (RFID) si bien con
criterios de carácter social y democráticos, tal y como sugiere el grupo de
Cibercomunismo, https://cibcom.org/ .

[13] Mandel refiere a que el socialismo son los soviets más la
automatización y la televisión (Mandel, 78:146). En la ecuación de hoy,
debemos incluir la socialización del conocimiento y cooperación social que
facilita internet, siempre y cuando no esté en manos privadas.

[14] Albarracín, Daniel (2020) “El IMV y los vehículos para el cambio: Renta
Básica Universal, Empleo Garantizado y Desmercantilización y Democratización
Laboral”

https://vientosur.info/el-imv-y-los-vehiculos-para-el-cambio-renta-basica-un
iversal-empleo-garantizado/

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