Rusia/ Los intelectuales de Putin: Alexander Dugin, lector de Heidegger. [Montserrat Galcerán]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Mar 18 11:06:02 UYT 2022


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Correspondencia de Prensa

18 de marzo 2022

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Rusia



Los intelectuales de Putin: Alexander Dugin, lector de Heidegger



Sobre el pensador de cabecera de Putin y la revolución conservadora mundial.



Montserrat Galcerán *

El Salto, 17-3-2022

https://www.elsaltodiario.com/



Es un error pensar que la intelectualidad está sólo del lado de Occidente.
También Putin tiene sus intelectuales. Entre ellos un tipo tan bizarro como
Alexander Dugin, que no tiene reparos en dejarse fotografiar con un
lanzamisiles y al que algunos medios califican como el “filósofo actual más
peligroso”. Antiguo profesor en la Universidad de Moscú y diputado, en 2015
fue nombrado editor jefe del canal de televisión Tsargrad TV, un émulo de la
Fox estadounidense.



En 2013 se publicó en español en las ediciones Nueva república, de filiación
neofascista, uno de sus últimos libros. De su autor no sólo se dice que está
cercano a Putin sino que sus teorías, incluido este libro, formarían parte
de su cosmovisión.



El libro resulta bastante confuso, una mezcla de crítica del liberalismo,
del post-modernismo, del marxismo y, sólo en parte, del fascismo clásico. Lo
que él ofrece es, en su opinión, una “cuarta teoría política” que va más
allá de las tres anteriores criticadas y propias del s. XX: el liberalismo,
el marxismo y el fascismo.



Su punto de partida no deja de resultar curioso: éste no es otro que el
concepto heideggeriano de Dasein. ¿Heidegger otra vez? Lo haya leído o no
con detalle, Dugin capta muy bien el significado colectivo y para nada
individual de la existencia humana —el famoso Dasein. Textos recientes,
entre otros el fabuloso libro de E.Faye, La Introducción del nazismo en
filosofía (Akal, 2005) nos habían mostrado con todo detalle que cuando
Heidegger habla de “existir” (Dasein) nunca se refiere al ser humano
individualizado y aislado, sino al “ser colectivo”. El da (ahí) muestra que
existir, ser-ahí, es siempre un modo de estar en el mundo con otros. Hasta
ahí la cosa no sería muy preocupante. Lo duro empieza cuando estos otros con
los que existimos y compartimos el mundo se conceptualizan como un “pueblo”,
“nuestro pueblo”, amenazado por poderes superiores cuya salvación estaría en
nuestras manos y cuya llamada de socorro deberíamos atender, si es necesario
con las armas en la mano.



Ese “pueblo”, tanto en Heidegger como en Dugin, tiene una misión: oponerse
al liberalismo global y universalista que está destruyendo el mundo
ofreciendo una alternativa populista y restaurativa de pasados nacionales
gloriosos, enraizados en las propias tradiciones, tradiciones que en tanto
casos son imperiales. Ese sería el caso de Rusia cuyas tradiciones
imperiales Dugin identifica con el Imperio zarista, con la posición de gran
potencia de la Unión soviética y con el sueño imperial de Putin. ¿Demasiado
cercano al modelo del Tercer Reich? Realmente si mantenemos en nuestra
memoria que Heidegger fue un pensador nazi y Schmitt lo mismo, —su doctrina
política juega un importante papel en el libro— esa mezcla extraña de
antiliberalismo y anticomunismo, junto a reminiscencias patrioteras,
constituye el meollo poco digerible de ese panfleto.



Dugin reformula con Heidegger la vieja pregunta kantiana: “¿Qué es el
hombre?”, transformada ahora en “¿Quiénes somos nosotros?”. Heidegger
respondía: somos “alemanes” atrapados entre el auge del liberalismo en el
oeste y el del bolchevismo en el este y necesitados por eso mismo de luchar
por nuestro “propio espacio vital”. Dugin responde: somos rusos que, frente
al auge del liberalismo global, estamos perdiendo nuestra identidad y
necesitamos reforzar el espacio de nuestra civilización, una pretendida
esfera euroasiática.



Su reflexión parte de una reconstrucción del colapso de la Unión soviética
en los años 90. Ya en las primeras páginas nos advierte que “la integración
en la comunidad mundial es experimentada por la mayoría de los rusos como un
drama, como una pérdida de su identidad” (p. 25). Ese sentimiento, según él,
no ha sido superado pues el liberalismo político carece de raíces en Rusia y
su inclusión en el mundo contemporáneo no pasa más allá de un consumo, más o
menos compulsivo, de las mercancías proporcionadas por éste sin una
interiorización profunda del modo americano de vida. Tampoco habría un suelo
para el pensamiento de la nueva izquierda ni para el postmodernismo.



Ahora bien, como el modo de vida importado de América está destruyendo la
sociedad y los valores tradicionales, se impondría una “cruzada” contra el
liberalismo y el neoliberalismo, la postmodernidad, la sociedad
postindustrial, la globalización y sus bases logísticas y tecnológicas. Esa
cruzada —de nuevo Heidegger— es presentada como un Ereignis, como un
acontecimiento propicio en el momento en que la humanidad está perdida. Este
acontecimiento nos llama a “vivir peligrosamente, a pensar arriesgadamente”
fuera del acomodo en la sociedad existente que para tantos rusos es
extraordinariamente precaria y carente de futuro.



El tono belicista es constante en su enseñanza a pesar de que formalmente
propone un modelo de coexistencia de zonas espaciales civilizatorias
diferenciadas. Pero en lo que respecta a la zona eurasiática, que él
defiende, leemos lo siguiente: “No hay ninguna barrera a la integración del
gran espacio eurasiático alrededor de Rusia, ya que estas zonas fueron
política, cultural, económica, social y psicológicamente unidas en el
transcurso de muchos siglos. La frontera occidental de la civilización
eurasiática va un poco más al este de la frontera occidental de Ucrania, por
lo que el Estado recientemente establecido es inviable y frágil” (p. 150).
¿Cómo resuena esto en plena guerra?



Como es característico en la revolución conservadora en diferentes países,
el mensaje de Dugin parte de una posición de víctima: Rusia y otros muchos
países, a los que llama “el resto” (del planeta) se habrían visto
menospreciados por la implantación progresiva del pensamiento único
resultado del triunfo de Occidente con el colapso del antiguo bloque del
Este. Eso ha dado paso a un mundo unipolar, a la globalización posterior y a
una expansión sin límites del liberalismo. Dugin nunca habla de
“capitalismo” ni hace ningún análisis de las condiciones materiales, sino
que se mantiene tozudamente en el nivel de las ideologías. A partir de esa
condición su llamado es a recuperar fuerzas a partir de las tradiciones
propias, lo que incluye la recuperación de la memoria imperial.



En este punto la referencia a Heidegger es acertada puesto que también éste
hacía partir su pensamiento de la pérdida por Alemania de su posición de
gran potencia tras el final de la I Guerra Mundial y el Tratado de
Versalles. Y coincide en eso con tantos otros conservadores. Si el mensaje
de Trump era “make America great again” [hagamos a América grande de nuevo]
el de Dugin, y me temo que de Putin, es su exacta traducción al ruso. Una
potencia que colapsó y otra que está declinando chocan de nuevo en un
territorio situado entre ambos que quedará arrasado.



En la guerra actual sin duda Putin es el agresor, eso nadie lo pone en duda.
Detrás suyo están esos intelectuales reaccionarios nostálgicos e
inmisericordes. Delante deberían encontrar movimientos potentes que
rechazaran esa espiral belicista. Pues conviene no confundirse: el rechazo
de la guerra no proviene de ninguna simpatía por Putin sino de la convicción
de que la gane quien la gane, nada bueno saldrá de ella. Podríamos
encontrarnos ante el inicio de una inquietante revolución conservadora
mundial que ahogara lo poco que queda de los grandes movimientos
multitudinarios de la década pasada: el movimiento de las plazas, Occupy
Wall Street, el 15M, la primavera árabe. Steve Bannon y Alexander Dugin
reviviendo el legado de la derecha conservadora fascista de la república de
Weimar. ¡Ahí es nada!



* Montserrat Galcerán, catedrática de filosofía.

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