Análisis/ La verdad sobre la extrema derecha ucraniana. [Aris Roussinos]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Jue Mar 24 00:03:01 UYT 2022


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Correspondencia de Prensa

24 de marzo 2022

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Análisis



La verdad sobre la extrema derecha ucraniana



Ucrania no es un Estado nazi, como afirma la propaganda de Putin, sino una
democracia imperfecta. Pero la extrema derecha y los neonazis sí tienen un
peso militar que han venido ganando en gran medida en el campo de batalla, y
perjudican no a Rusia, sino a la propia Ucrania. Denunciarlos no es hacerle
el juego a la invasión, sino poner de relieve los peligros que entraña su
potencial crecimiento, quizás sobre las propias ruinas del Estado ucraniano.



Aris Roussinos *

Nueva Sociedad, marzo 2022

https://nuso.org/

Traducción de Silvina Cucchi



Como cualquier guerra, pero quizá más que la mayoría, la guerra en Ucrania
viene siendo el escenario de un bombardeo desconcertante de declaraciones y
réplicas en la web por parte de los simpatizantes de ambos bandos. La
verdad, verdades parciales y mentiras descaradas compiten por el dominio en
el relato de los medios. Sin duda, uno de los ejemplos más claros es la
afirmación de Vladímir Putin de que Rusia invadió Ucrania para
«desnazificar» el país. La aseveración rusa de que la Revolución de Maidan
de 2014 fue un «golpe fascista» y de que Ucrania es un Estado nazi ha sido
utilizada durante años por Putin y sus simpatizantes para justificar la
ocupación de Crimea y el apoyo a los separatistas rusoparlantes en el este
del país, y ha ganado muchas adhesiones en la web.



Pero la afirmación de los rusos es falsa: Ucrania es un Estado
liberal-democrático genuino, si bien imperfecto, con elecciones libres que
producen cambios significativos en el poder, entre los que se incluyen la
elección en 2019 del reformador liberal-populista Volodímir Zelenski.
Ucrania no es un Estado nazi, y esto es inequívoco: el casus belli ruso es
una mentira. Aun así, existe el riesgo de que el entendible deseo de los
analistas ucranianos y occidentales de no aportar municiones a la propaganda
rusa lleve un exceso de corrección política que, en última instancia, no
sirve a los intereses ucranianos.



En un resumen de noticias reciente de BBC Radio 4, el corresponsal aludió a
la «afirmación infundada de Putin de que el Estado ucraniano apoya a
elementos nazis». Esto es en sí un caso de desinformación: es un hecho
observable, sobre el cual la BBC misma ha informado en el pasado
acertadamente y de manera correcta, que desde 2014 el Estado ucraniano ha
provisto de financiación, armas y otras formas de apoyo a milicias de
extrema derecha, incluso neonazis. No se trata de una observación nueva ni
controversial. En 2019, entrevisté en Ucrania para la revista Harper’s a
grandes figuras de la constelación de grupos de extrema derecha apoyados por
el Estado, y fueron bastante abiertas respecto de su ideología y sus planes
para el futuro.



Sin duda, parte de la mejor cobertura sobre los grupos ucranianos de extrema
derecha provino de Bellingcat, el sitio web de inteligencia de fuentes
abiertas, que es conocido por su actitud favorable hacia la propaganda de
origen ruso. La excelente cobertura de Bellingcat acerca de este tema tan
poco abordado en los últimos años se enfocó en gran medida en Azov, el más
poderoso grupo ucraniano de extrema derecha y el más favorecido por la
generosidad estatal.



En los últimos años, los investigadores de Bellingcat examinaron el intento
de Azov de establecer contactos con los nacionalistas blancos
estadounidenses y el financiamiento que recibió del Estado ucraniano para
dar cursos de «educación patriótica» y apoyo a veteranos desmovilizados;
investigaron los festivales de black metal neonazi organizados por el
movimiento y el apoyo brindado al grupo neonazi ruso en el exilio
Wotanjugend, contrario a Putin y practicante de una forma muy marginal de
nazismo esotérico, que comparte espacio con Azov en su cuartel general de
Kiev, lucha a su lado en el frente de combate y también tradujo y difundió
una versión en ruso del manifiesto del tirador de Christchurch (que asesinó
a más de 50 personas en 2019). Desafortunadamente, la invalorable cobertura
de Bellingcat del ecosistema ucraniano de extrema derecha no se ha
actualizado desde el comienzo de las hostilidades, pese a que la guerra con
Rusia supuso para estos grupos una suerte de renacimiento.



El movimiento Azov fue fundado en 2014 por Andréi Biletski, ex-líder del
grupo neonazi ucraniano Patriota de Ucrania, durante la batalla por el
control de la Plaza Independencia, en el centro de Kiev, en ocasión de la
Revolución de Maidan contra el presidente prorruso Víktor Yanukóvich. En
2010, Biletski proclamó que un día el papel de Ucrania sería «guiar a las
razas blancas del mundo en una cruzada final (…) contra los untermenschen
[subhumanos] dirigidos por los semitas». La revolución y la guerra que le
siguió le darían el escenario nacional que ansiaba hace tiempo.



Junto con otros grupos de extrema derecha, como Sector Derecho, el naciente
movimiento Azov jugó un papel externo en la lucha contra la policía de
seguridad ucraniana que dejó 121 muertos y aseguró el éxito de la
revolución. Luego de que el Ministerio de Defensa le cediera el control de
una amplia propiedad justo al lado de la Plaza Independencia, el movimiento
Azov convirtió el edificio, ahora llamado Casa Cosaca, en su cuartel general
y centro de reclutamiento en Kiev. Si bien desde entonces Azov bajó el tono
de su retórica y muchos de sus combatientes pueden no responder a una
ideología específica y verse atraídos simplemente por su reputación marcial,
sus activistas suelen verse cubiertos de tatuajes con la insignia de la
calavera de las SS y runas de relámpagos, y luciendo el Sonnenrad, el
símbolo del sol negro del nazismo esotérico. Derivado de un motivo diseñado
para Heinrich Himmler en el castillo alemán de Wewelsburg, elegido como un
Camelot ocultista para oficiales superiores de las SS, el Sonnenrad es, como
la runa Wolfsangel de la división SS Das Reich, uno de los símbolos
oficiales de Azov, utilizado en las insignias de sus unidades y en los
escudos con que desfilan sus combatientes en evocadoras ceremonias
iluminadas por antorchas.



Visité en muchas oportunidades la Casa Cosaca para entrevistar a figuras
importantes del movimiento, entre ellos el líder de su Milicia Nacional (que
aporta músculo auxiliar para el patrullaje a la fuerza policial oficial de
Ucrania), Igor Mijailenko, y la secretaria internacional y referente
intelectual Olena Semenyaka. Es un escenario impactante: además de las aulas
para las conferencias educativas que brindan con financiación estatal, la
Casa Cosaca alberga el salón literario y casa editorial Plomin, donde
jóvenes y glamorosos intelectuales hipster se ocupan de organizar seminarios
y traducciones de libros de derecha, bajo pósters lustrosos de luminarias
fascistas como Yukio Mishima, Cornelius Codreanu y Julius Evola.



Pero el poder de Azov proviene de las armas, no de sus proyectos literarios.
En 2014, cuando el ejército ucraniano era débil y estaba mal pertrechado,
los voluntarios de Azov, liderados por Biletski, lucharon a la vanguardia de
la batalla contra los separatistas rusoparlantes en el este y reconquistaron
la ciudad de Mariupol, donde hoy se encuentran bajo asedio. Luchadores
eficaces, valientes y muy ideologizados, sus esfuerzos en el este les
ganaron un gran renombre como defensores de la nación y el apoyo de un
agradecido Estado, que incorporó al movimiento Azov como regimiento oficial
de la Guardia Nacional de Ucrania. En esto se cree que Azov gozó del apoyo
de Arsen Avakov, un poderoso oligarca y ministro del Interior de Ucrania
entre 2014 y 2019.



En las entrevistas, tanto los activistas ucranianos de derechos humanos como
los dirigentes de grupos de extrema derecha rivales me expresaron sus quejas
por la injusta ventaja que el patrocinio de Avakov le daba al movimiento
Azov para afirmar su rol dominante en la esfera ucraniana de la derecha, lo
que incluía funciones oficiales como observadores de elecciones y policía
auxiliar habilitada por el Estado. Ucrania no es un Estado nazi, pero el
apoyo del Estado ucraniano a grupos neonazis o de tendencia nazi –por las
razones que fueran, válidas o no– convierte al país en un caso atípico en
Europa. En el continente existen muchos grupos de extrema derecha, pero solo
en Ucrania estos poseen sus propios tanques y unidades de artillería, con
apoyo del Estado.



Esta estrecha y complicada relación entre un Estado liberal-democrático
apoyado por Occidente y defensores armados de una ideología muy diferente ha
causado en el pasado cierta incomodidad entre quienes respaldan a Ucrania en
Occidente. En los últimos años, el Congreso de Estados Unidos ha tenido idas
y venidas en su postura respecto a si se debe impedir que Azov reciba
cargamentos de armas estadounidenses, y los legisladores del Partido
Demócrata instaron en 2019 a que el movimiento fuera incluido en la lista
global de organizaciones terroristas. En las entrevistas, Semenyaka se quejó
de que este malestar era resultado de la atención prestada a la propaganda
rusa e insistió en que la cooperación estadounidense con Azov sería
beneficiosa para ambas partes.



En este sentido, sin duda la guerra actual ha resultado un afortunado alivio
para Azov. El intento de Biletski de fundar un partido político –Cuerpo
Nacional– no tuvo mayor éxito, y ni siquiera un bloque unido de partidos de
derecha y extrema derecha logró superar el bajísimo umbral para la
representación parlamentaria en la última elección: el electorado ucraniano
simplemente no quiere lo que ellos ofrecen y rechaza su visión del mundo.
Pero en tiempos de guerra Azov y grupos similares pasaron a primer plano, y
la invasión rusa aparentemente revirtió la espiral descendente que se había
iniciado para ellos luego de la renuncia de Avakov como resultado de la
presión internacional. A juzgar por sus redes sociales, las unidades armadas
de Azov se están expandiendo: se forman nuevos batallones en Járkov y
Dnipró, una nueva unidad de fuerzas especiales en Kiev (donde Biletski está
organizando al menos algunos aspectos de la defensa de la capital) y
milicias locales de defensa en ciudades occidentales como Ivano-Frankivsk.



Junto a otros grupos de extrema derecha como Karpatska Sich (Sich de los
Cárpatos) (cuya militancia contra la minoría de lengua húngara del oeste de
Ucrania, incluido el pueblo roma, ha generado críticas del gobierno
húngaro), el grupo ortodoxo oriental Tradición y Orden, el grupo neonazi C14
y la milicia de extrema derecha Freikorps, la invasión rusa permitió a Azov
recuperar su antigua importancia, dando brillo a su heroica reputación con
su tenaz defensa de Mariupol a la par de los soldados regulares ucranianos.
Mientras que hasta hace unas pocas semanas había todavía un esfuerzo
concertado de Occidente para no armar directamente a Azov, hoy el movimiento
parece ser el beneficiario principal del entrenamiento y las municiones
occidentales: imágenes tuiteadas por NEXTA, el medio de comunicación
bielorruso de oposición, muestran a combatientes de Azov recibiendo
entrenamiento en el uso de municiones antitanque británicas NLAW por parte
de instructores con sus facciones borradas.



De manera similar, hasta la invasión rusa, los gobiernos y los medios de
comunicación occidentales advertían con frecuencia de los riesgos de que
neonazis y supremacistas blancos occidentales ganaran experiencia de combate
luchando junto con Azov y sus subfracciones aliadas nazis. Pero en el calor
del momento, estas inquietudes parecen haberse disipado: una fotografía
reciente de voluntarios occidentales recién llegados a Kiev, entre ellos
británicos, muestra en segundo plano a Olena Semenyaka, del movimiento Azov,
sonriendo con alegría junto al neonazi sueco y ex-francotirador de Azov
Mikael Skillt. De hecho, la División Misántropa, una unidad de neonazis
occidentales que luchan junto a Azov, está ahora publicando avisos en
Telegram para instar a militantes europeos a unirse al flujo de voluntarios
y conectarse con ellos en Ucrania «por la victoria y por Valhalla».



Al igual que los de otras milicias ucranianas de extrema derecha, los de
Azov son combatientes tenaces, disciplinados y comprometidos, y esta es la
razón por la que el débil Estado ucraniano se ha visto obligado a apoyarse
en su fuerza en los momentos de mayor necesidad: durante la Revolución de
Maidan, durante la guerra contra los separatistas a partir de 2014 y ahora
para defenderse de la invasión rusa. En el exterior, ha habido cierta
reticencia a hablar con franqueza sobre su rol, sin duda por temor de que al
hacerlo se provea de municiones a la propaganda rusa. Sin duda este temor es
inapropiado: después de todo, los grupos como Azov solo ganaron notoriedad
precisamente a causa de la intervención de Rusia en Ucrania. En lugar de
desnazificar el país, la agresión rusa ha contribuido a volver más sólidos
el rol y la presencia de fracciones de extrema derecha en el ejército
ucraniano, revigorizando a una fuerza política declinante rechazada por la
abrumadora mayoría de los ucranianos.



En todo caso, la principal amenaza que representan grupos como Azov no se
dirige contra el Estado ruso –después de todo, Rusia está feliz de apoyar a
elementos de extrema derecha en su Grupo Wagner de mercenarios y en las
repúblicas separatistas– ni contra las naciones occidentales cuyos
ciudadanos descontentos pueden sentirse atraídos a combatir junto con ellos.
En cambio, son una amenaza para la estabilidad futura del propio Estado
ucraniano, como lo vienen advirtiendo hace tiempo Amnistía Internacional y
Human Rights Watch. Si bien hoy pueden ser útiles, en caso de que el
gobierno liberal de Ucrania resulte descabezado o evacuado de Kiev, quizá
hacia Polonia o Lviv, o lo que es más probable, en caso de que Zelenski se
vea forzado por los acontecimientos a firmar un acuerdo de paz cediendo
territorio ucraniano, los grupos como Azov pueden encontrar una gran
oportunidad para desafiar a lo que quede del Estado y consolidar sus propias
bases de poder, aunque sea solo en el nivel local.



En 2019, le pregunté a Semenyaka si Azov seguía considerándose un movimiento
revolucionario. Pensándolo con cuidado, respondió: «Estamos preparados para
diferentes escenarios. Si Zelenski resulta ser aún peor que [el
ex-presidente] Poroshenko, si es un populista del mismo tipo pero sin
algunas de sus capacidades, conexiones y antecedentes, entonces claro que
los ucranianos estarán en un grave peligro. Y ya hemos desarrollado un plan
de lo que se puede hacer, cómo construir estructuras estatales paralelas,
cómo personalizar estas estrategias de partida para salvar el Estado
ucraniano, si [Zelenski] se convirtiera en un títere del Kremlin, por
ejemplo. Porque es bastante posible que eso suceda».



Figuras importantes de Azov han sido explícitas, a lo largo de los años, al
afirmar que Ucrania tiene un potencial único como trampolín para la
«reconquista» de Europa de manos de los liberales, los homosexuales y los
inmigrantes. Si bien sus ambiciones continentales más amplias pueden tener
una muy dudosa oportunidad de éxito, una Ucrania quebrada, empobrecida y
furiosa en la posguerra, o peor, una Ucrania que sufra años de bombardeos y
ocupación, con áreas extensas fuera del control del gobierno central,
seguramente sería un terreno fértil para una forma de militancia de extrema
derecha no vista en Europa por muchas décadas.



En este momento, Ucrania y Zelenski pueden necesitar las capacidades
militares y el celo ideológico de las milicias nacionalistas y de extrema
derecha para luchar y vencer en su batalla por la supervivencia nacional.
Pero cuando la guerra termine, tanto Zelenski como sus apoyos occidentales
deben ser muy cuidadosos en asegurarse de no haber fortalecido a grupos
cuyos objetivos están en directo conflicto con las normas
liberal-democráticas a las que ambos profesan adherir. Armar y financiar a
Azov, Tradición y Orden y Karpatska Sich bien puede ser una de las
decisiones difíciles a las que obliga la guerra, pero desarmarlos debe ser
con seguridad una prioridad cuando la guerra termine.



Como hemos visto en Siria, nada radicaliza más a una población civil que el
despojo, los bombardeos y los ataques masivos. Igual que en Siria, existe
sin duda un riesgo de que dar temporalmente poder a sectores extremistas por
su utilidad militar, incluso de manera indirecta, pueda tener graves
consecuencias no deseadas. Y también en Siria había al principio un fuerte
tabú entre los analistas occidentales respecto a hablar sobre el ascenso de
milicias extremistas que luego canibalizarían la causa rebelde, por temor a
validar la propaganda de Assad que afirmaba que todos los rebeldes eran
terroristas: esta reticencia inicial, finalmente, no operó en favor de los
rebeldes.



No es hacerle el juego a Putin observar con sinceridad que hay elementos
extremistas entre quienes combaten contra él en Ucrania: de hecho, solo
controlando hoy cuidadosamente –y quizá restringiendo– sus actividades
podremos asegurarnos de que no profundizarán el sufrimiento de Ucrania en
los años por venir. Durante mucho tiempo, los comentaristas occidentales
liberales se quejaron de que el Estado ucraniano hacía la vista gorda frente
a los grupos de extrema derecha; no sirve de nada que sean esos mismos
comentaristas quienes ahora hagan lo mismo.



* Aris Roussinos, ex-reportero de guerra. Editor de Internacionales en la
revista UnHerd.



(Este artículo fue publicado originalmente en inglés en la revista UnHerd
con el título “The Truth about Ukraine’s Far-Right Militias”, 15-3-2022.
Puede leerse el original aquí.
https://unherd.com/2022/03/the-truth-about-ukraines-nazi-militias/)

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