Cultura/ Kurt ya está en el cielo. Vonnegut, que cumpliría 100 años. [María José Santacreu]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Mayo 6 12:44:33 UYT 2022


  _____

Correspondencia de Prensa

6 de mayo 2022

https://correspondenciadeprensa.com/

redacción y suscripciones

germain en montevideo.com.uy <mailto:germain en montevideo.com.uy>

  _____



Cultura



Vonnegut, que cumpliría 100 años



Kurt ya está en el cielo



Seguramente Kurt Vonnegut habría querido que, en su centenario, sus libros
estuvieran algo olvidados o, al menos, fueran un testimonio de un pasado
brutal de la humanidad cuyas reflexiones se hubieran vuelto del todo
innecesarias. No es el caso. El avance de la extrema derecha y la invasión
de Ucrania por Rusia hacen que libros como Madre noche y Matadero cinco
estén hoy tan vigentes como hace 60 años.



María José Santacreu

Brecha, 6-5-2022

https://brecha.com.uy/



No suele mencionarse a menudo, pero probablemente quien formó el carácter de
Kurt Vonnegut haya sido Ida Young, la cocinera de la casa de su infancia,
una matrona negra que tuvo que ponerse a trabajar cuando quedó viuda y con
la que el pequeño Kurt pasaba más tiempo y hablaba más que con su propia
madre. Vonnegut no recuerda que Young –que era metodista y sabía la Biblia
de memoria– le haya hablado de Dios alguna vez. No importa si lo hizo o no:
lo cierto es que le hablaba de amabilidad, de honestidad y de comportarse
como era debido. En su libro de artículos Guampeteros, fomas y granfalunes,
Vonnegut recuerda un texto suyo, perdido, un texto que desea que, por su
mala factura, nunca sea desenterrado, un texto sobre Young. «Hay un
sentimentalismo casi insoportable subyacente en lo que escribo. Los críticos
británicos se quejan de eso. Y Robert Scholes, el crítico estadounidense,
una vez dijo que yo ponía capas amargas a píldoras de azúcar. Ahora ya es
demasiado tarde para cambiar. Por lo menos soy consciente de mis orígenes:
en una casa de sueños muy grande, hecha de ladrillos y diseñada por mi
padre, arquitecto, en la que no había nadie durante largos períodos, salvo
yo e Ida Young».(1)



Esa doctrina simple y desprovista de Dios es la de Vonnegut. La de una
decencia elemental que se vuelve extraordinaria simplemente porque no
abunda. Es la moral que permea sus libros y que, a falta de mejor
descripción, ha sido denominada humanismo. De hecho, Vonnegut, al menos en
Estados Unidos, presidía estas huestes: «Por cierto, yo soy el presidente
honorífico de la Asociación Humanista Estadounidense, tras suceder al
difunto Isaac Asimov, el gran autor de ciencia ficción, en ese cargo
francamente inútil. Nosotros, los humanistas, nos comportamos de la forma
más honorable posible sin esperar ni premios ni castigos en otra vida.
Servimos lo mejor que podemos a la única abstracción con la que tenemos
algún tipo de familiaridad, que es nuestra comunidad. Hace un tiempo
celebramos una ceremonia en memoria de Asimov y, en un momento dado, dije:
“Isaac ya está en el cielo”. Era lo más gracioso que podría haberle dicho a
un público compuesto por humanistas. Les dio un buen ataque de risa. Y
tuvieron que pasar varios minutos hasta que se restauró el orden. Si algún
día he de morir –una vez más, Dios no lo quiera–, espero que algunos de
ustedes digan: “Kurt ya está en el cielo”. Es mi chiste favorito».(2)



Una familia fantástica



Kurt Vonnegut Jr. nació en el seno de una familia próspera. Su bisabuelo,
Clemens Vonnegut, había llegado de Alemania a Indianápolis en 1848 y había
establecido un comercio que vendía desde artículos de ferretería hasta
comestibles, incluidos accesorios para ataúdes, pieles y cuero de animales,
suministros agrícolas y de carpintería. Clemens era, además, sofisticado y
excéntrico –entre otras cosas, caminaba con rocas en las manos para cultivar
sus bíceps–, rasgo que heredó su nieto Kurt Vonnegut Sr., padre del
escritor. Kurt Sr. se convirtió en uno de los arquitectos más importantes
del estado y también el más delirantemente genial: en 1929 la compañía de
teléfonos de Indiana iba a demoler su sede porque necesitaba un edificio más
grande; Kurt Sr. propuso (y logró) que, en lugar de demolerlo, lo rotaran 90
grados. Se trataba de un edificio de ocho pisos (y 11 mil toneladas), pero
la rotación liberaría el espacio necesario para construir un anexo.
Increíblemente, Vonnegut Sr. lo hizo sin detener ni por un minuto las
actividades de la compañía: el edificio fue levantado 30 centímetros y 18
hombres sincronizados lo fueron rotando a lo largo de un mes, todo ello
manteniendo conectados los servicios de agua, gas y electricidad, con los
funcionarios trabajando y los clientes haciendo sus trámites. Pero Kurt Sr.
no era el único genio de la familia: también estaba Bernard, el hermano
mayor del escritor. Apasionado de la ciencia, Bernie se especializó en el
estudio del clima aplicado al hielo, aunque, muy al estilo Vonnegut, solía
decir que nunca se había fijado en la atmósfera hasta que alguien se la
señaló.



En ese ambiente no era fácil sobresalir. Cuando la crisis del 29 golpeó
también la puerta de la próspera familia Vonnegut, no quedaron dudas de
quién era la mejor inversión. Obligados a ahorrar, Kurt Sr. y su esposa,
Edith, decidieron que Bernard siguiera asistiendo al colegio privado y que
Kurt fuera desplazado a la enseñanza pública. No importaba demasiado. Al
menos no en un entorno familiar que se complicaba cada día más. Porque, a
pesar de que nunca faltó un plato de comida sobre la mesa, el crack de la
bolsa primero y la guerra después dieron al traste con la economía de la
familia y también con la salud mental de Edith, que terminó suicidándose.
Esta no fue la única tragedia que afrontó la familia: en setiembre de 1958,
Alice, la hermana del escritor, murió de cáncer un día después de que su
esposo, Jim, muriera en el accidente ferroviario de la bahía de Newark,
cuando un tren descarriló sobre el puente del río Hudson y cayó al agua. La
muerte de su hermana y el absurdo accidente que segó la existencia de su
cuñado no harían sino reafirmar la oscura visión de Kurt sobre la vida y sus
crueles azares. Escribió sobre el impacto de estas pérdidas en su libro
Payasadas.



Escribir



En los últimos años de su vida, en un intento por colaborar con el sustento
familiar, Edith intentó escribir cuentos, sin éxito. Murió sin saber que ese
destino le estaba reservado a su hijo menor, que se convertiría en uno de
los autores estadounidenses más queridos de la segunda mitad del siglo XX.
En febrero de 1950, la revista Collier aceptó publicar su relato «Informe
sobre el efecto Barnhouse», por el que le pagó la nada desdeñable suma de
750 dólares. Al año siguiente Vonnegut renunció a su puesto de relaciones
públicas en la General Electric y le juró a su padre que no volvería a
enrolarse en ningún trabajo fijo por el resto de su vida. Pero fue de su
trabajo en esta empresa de donde Vonnegut extrajo el material con el que
construyó el mundo distópico de su primera novela, La pianola, que publicó
en 1952, un mundo en el que la segunda revolución industrial ha sustituido
por máquinas la mayor parte de la fuerza de trabajo humana. La idea puede no
sonar demasiado original. De hecho, dos años antes, Asimov había publicado
su célebre Yo, robot y el tema de la mecanización hacía tiempo que poblaba
los relatos de ciencia ficción. Sin embargo, allí ya asoma el estilo que
luego se transformó en la marca registrada de Vonnegut: la agudeza, el humor
negro, cierta puerilidad irónica, los rastros de amargura y la irrupción del
autor en el mundo ficcional.



Tal vez el secreto fue que Vonnegut admiraba sinceramente la inteligencia de
aquellos ingenieros y no dudaba de que los avances que proporcionaba la
ciencia aplicada estaban cargados de buenas intenciones, pero no era un
ingenuo. Lo raro es que, a pesar de que nadie podía serlo después de la
guerra, a pocos parecían importarles las consecuencias que podían tener los
usos de la técnica, incluidos aquellos, en apariencia, inofensivos.
Impulsada por las necesidades de la guerra, la ciencia aplicada hacía que
pareciera no haber límites para el progreso. De hecho, en el epígrafe del
capítulo dedicado a La pianola, en Unstuck in Time, el biógrafo de Vonnegut
recupera el eslogan que la General Electric utilizaba entonces: «El progreso
es nuestro producto más importante».(3) Pero ¿qué es exactamente el
progreso?, ¿cuándo es bueno que haya menos trabajo y cuándo es un problema?,
¿quién pone el límite cuando las empresas solo apuntan a optimizar recursos
para aumentar su lucro?



A La pianola le siguió Las sirenas de Titán –aunque pasaron varios años
entre una y otra novela–, una especie de Odisea espacial antes que Kubrick.
Fue el libro de más pura ciencia ficción que escribió Vonnegut y en el que
desarrolla las preguntas existenciales planteadas en su primera obra. En ese
texto, la indagación del cosmos es un instrumento para explorar la especie
humana y la búsqueda de sentido. Una ciencia ficción existencial, digamos,
en la que la pregunta ¿por qué? señala menos hacia los vastos horizontes
cósmicos que hacia la comprensión del sentido de la vida del hombre en la
tierra. Estas dos primeras novelas sirvieron para cimentar una pequeña
reputación dentro del género, pero tal vez lo más importante es que en ellas
toma forma uno de los temas más importantes de la narrativa vonnegutiana: el
libre albedrío.



Y se vino la noche



Vonnegut siempre supo que iba a escribir sobre lo que vivió como soldado en
los campos de batalla de la Segunda Guerra Mundial y sobre el bombardeo
aliado a Dresde. Estuvo allí como prisionero de los alemanes y se salvó de
la lluvia de fuego por azar: estaba en la cámara frigorífica bajo un
matadero. Mientras el texto sobre Dresde se demoraba, escribió el que tal
vez sea su libro más raro y quizás el más importante: Madre noche (1961),
inspirado en la figura de Adolf Eichmann. Pero, como suele suceder, nadie le
prestó la menor atención.



En el prólogo de la segunda edición, Vonnegut cuenta lo que más tarde
desarrolló en Matadero cinco y declara que Madre noche es el único de sus
relatos cuya moraleja conoce: «Somos lo que simulamos ser, así que debemos
tener cuidado con lo que simulamos ser». En ese mismo prólogo, como al pasar
y munido de la esencial decencia aprendida de Young, hace una de las
declaraciones más importantes que puede hacer un ser humano, es decir,
reconocer que, seguramente, no es distinto a los demás, aunque secretamente
piense que sí lo es: «Si hubiese nacido en Alemania, supongo que habría sido
nazi, habría liquidado a judíos y gitanos y polacos, habría dejado botas
sobresaliendo de montículos de nieve y me habría reconfortado con mis
propias entrañas, secretamente virtuosas. Así suele suceder».



Madre noche es un esbozo del tema de la banalidad del mal, dos años antes de
que apareciera el libro de Hannah Arendt (a la que muy probablemente haya
leído en The New Yorker, donde esta reportaba sobre el juicio en Jerusalén).
La novela es la confesión de Howard W. Campbell hijo, dramaturgo
estadounidense residente en Alemania, muy conocido gracias a sus programas
radiales de propaganda nazi y absolutamente desconocido como espía al
servicio de su país de nacimiento. Campbell, preso en una cárcel israelí,
espera su condena y escribe su historia. El libro, originalmente dedicado a
Mata Hari, que se prostituyó para servir a su causa, está dedicado a sí
mismo: «Este libro está rededicado a Howard W. Campbell (h), un hombre que
sirvió a la causa del Mal excesivamente a la vista de todos y a la del Bien
demasiado en secreto, crimen de su época».



Es uno de los libros más honestos y valientes sobre la eterna batalla entre
el bien y el mal. Para Vonnegut, no hay lugar para la pureza en la
literatura, porque no la hay en la vida. Incluso, llegó a afirmar que sus
libros funcionan tan bien porque en ellos no hay villanos. Para Vonnegut, no
hay malos puros ni buenos puros, sino una interesante y vasta gama de
grises. Al explorar este tema, se acerca nuevamente a esas miradas
microscópicas que le interesan: la estupidez y el egoísmo humanos, la
puerilidad de sus motivos, la irresponsabilidad, la complacencia y esa
facilidad que tienen los hombres de cometer atrocidades a cambio de
prácticamente nada. Entre Madre noche y la llegada del éxito y la masividad
todavía quedaban dos libros: Cuna de gato y Dios lo bendiga, señor
Rosewater.



Es curioso que Vonnegut no haya podido aprobar sus estudios de antropología
con su tesis The Fluctuations Between Good and Evil in Simple Tales (las
fluctuaciones entre el bien y el mal en los relatos simples), pero sí haya
podido hacerlo 27 años después con su novela Cuna de gato. La tesis original
era una serie de diagramas que establecía modelos y mecanismos que se
repetían en cuentos que aparentemente no tenían nada que ver entre sí (por
ejemplo, entre el Viejo Testamento y Cenicienta). Vonnegut atribuyó el
rechazo de la academia a que la tesis era demasiado simple y, a lo mejor,
excesivamente cómica, pero lo más extraño es lo que sucedió con Cuna de
gato. En rigor, esta fue la novela que representó el gran salto para el
escritor, una narración que tuvo un éxito que hasta el día de hoy se
verifica en las sucesivas reediciones. Cuna de gato es Vonnegut mejorado y
condensado. Ni siquiera está del todo claro si tiene la forma de una novela,
pero, sin lugar a dudas, es el ejemplo más claro de su habilidad para
plantear cuestiones profundas de la manera más simple posible. En esta
narración, vuelve a beber de su experiencia en la General Electric y en la
guerra, a meterse en el mundo de la ciencia y la tecnología, y a reflexionar
sobre las implicaciones éticas y las responsabilidades humanas en la
aplicación de los avances científicos y sus consecuencias para el planeta.



La locura de Dwayne y el peregrino en el tiempo



La consagración definitiva le llegó a Vonnegut con Desayuno de campeones, en
el que vuelve al tema del libre albedrío e imagina un mundo que prefigura lo
que después otros llevaron al cine y la televisión en películas como El show
de Truman y la serie The Good Place. En la novela, que escenifica la
«iluminación» de Dwayne Hoover como el único hombre que puede elegir en un
universo gobernado por máquinas diseñadas para engañarlo, Vonnegut juega con
asuntos como la naturaleza de la realidad y el misterio de la conciencia, la
paranoia y la locura. Es, además, uno de los libros en los que actúa su
alter ego, Kilgore Trout. A decir verdad, Matadero cinco y Desayuno de
campeones eran, en su origen, un solo libro y, a pesar de sus diferencias,
no existirían el uno sin el otro.



A Vonnegut le llevó 23 años escribir sobre lo que pasó en Dresde, porque,
según dice en el prólogo de Matadero cinco (1969), «nada inteligente puede
decirse sobre una masacre». La novela terminó de consagrarlo como la
conciencia de la generación que se opuso a la guerra de Vietnam y a esto
contribuía el hecho de que había elegido escribir sobre una masacre cometida
por el bando de «los buenos» y de la que él mismo era parte (lo que lo
dejaba en la situación típica de un personaje salido de la pluma de
Vonnegut). En esta novela hay una especie de recapitulación de los temas que
le preocupan y personajes que reaparecen e, incluso, se vuelven a contar
incidentes ya relatados en anteriores textos. Es como si Vonnegut finalmente
hubiera llegado a ese lugar –la novela sobre Dresde– y mirara hacia atrás
para contar mejor lo que siempre estuvo destinado a contar. Y lo hace de
manera inmejorable.



Matadero cinco es un libro cómico y desesperanzado, y con cada nueva guerra
se vuelve más cómico y más desesperanzado. Si volviéramos una vez más a la
famosa charla de graduación que Vonnegut dio en el Bennington College en
1970 (sí, aquella en la que les dijo a las alumnas: «Todo va a empeorar más
allá del alcance de nuestra imaginación y jamás mejorará»), deberíamos
concluir que, claro, tenía razón. E, incluso, que tanta razón tenía en ser
cómico y desesperanzado que el mundo conspira para que su manera de
equivocarse ponga todavía más de manifiesto cuánta razón tenía.



«Con el paso de los años, la gente que he conocido me ha preguntado muchas
veces en qué trabajo y, por lo general, he contestado que la obra más
importante que tengo entre manos es un libro sobre Dresde.



Una vez le dije eso a Harrison Starr, el productor de cine, y él levantó las
cejas inquiriendo:



—¿Es un libro antiguerra?



—Sí –contesté–. Me parece que sí.



—¿Sabes lo que les digo a las personas que están escribiendo libros
antiguerra?



—No. ¿Qué les dices, Harrison Starr?



—Les digo: ¿por qué no escriben ustedes un libro antiglaciar en lugar de
eso?



Lo que quería decir es que siempre habría guerras y que serían tan difíciles
de eliminar como lo son los glaciares. Desde luego, también yo lo creo.»



La humanidad ha hecho tan mal las cosas que, efectivamente, ha comenzado a
eliminar los glaciares, no las guerras. A Vonnegut le gustaría –amargamente–
saber esto y es probable que se limitara a contestar con su resignada
muletilla: «So it goes».(4)



Notas



1. Kurt Vonnegut. Prefacio de Guampeteros, fomas y granfalunes. Grijalbo,
Barcelona, 1977, traducción de Marcelo Covián, pág. 19.

2. Kurt Vonnegut. Que levante mi mano quien crea en la telekinesis (y otros
mandamientos para corromper a la juventud). Malpaso, Barcelona, 2013,
traducción de Ramón de España, pág. 77.

3. Gregory Sumner. Unstuck in Time. A Journey Through Kurt Vonnegut’s Life
and Novels. Seven Stories Press, Nueva York, 2011, pág. 56.

4. La traducción de esta frase ha tenido una suerte diversa en español. Ha
llegado, incluso, a cambiar la expresión a lo largo del mismo libro,
eliminando de esa manera su carácter de muletilla. Unas veces ha sido
traducida como ‘y así sucesivamente’; otras, como ‘como suena’, y otras,
como ‘eso es’, y así sucesivamente.

  _____





--
El software de antivirus Avast ha analizado este correo electrónico en busca de virus.
https://www.avast.com/antivirus


------------ próxima parte ------------
Se ha borrado un adjunto en formato HTML...
URL: http://listas.chasque.net/pipermail/boletin-prensa/attachments/20220506/96c4cb68/attachment-0001.htm


Más información sobre la lista de distribución Boletin-prensa