Cuba/ Estampida. Nueva oleada de migrantes hacia Estados Unidos. [Amaury Valdivia]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Mayo 13 08:35:11 UYT 2022


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Correspondencia de Prensa

13 de mayo 2022

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Cuba



Nueva oleada de migrantes cubanos hacia Estados Unidos



Estampida



Decenas de miles de cubanos se juegan a cruzar el río Bravo tras realizar un
complicado periplo latinoamericano. Desde 1980 no se veía un fenómeno de tal
magnitud.



Amaury Valdivia, desde Camagüey

Brecha, 13-5-2022

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En la mañana del 10 de marzo, el cubano Guillermo Alan Matos vio con terror
cómo se le escapaban de entre las manos su esposa y su hijo, mientras
intentaban cruzar el río Bravo para entrar a Estados Unidos. «Estaba bajito
el río, pero había un poco de corriente. Empezamos a resbalarnos y cuando
quisimos virar para atrás fue demasiado tarde, ya teníamos la corriente en
contra», le contó Guillermo a una televisora estadounidense un par de días
después. Hasta ese momento, las autoridades solo habían conseguido recuperar
el cuerpecito sin vida de su hijo Ismael, de 4 años.



Guillermo, Ismael y Alexa Nadine Patinho habían llegado a México el 20 de
febrero siguiendo rutas distintas, pero con un mismo objetivo: presentarse
ante la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos (CBP,
por sus siglas en inglés). Para ser admitido, él solo tendría que apelar a
su nacionalidad, que también le permitiría brindar amparo a su esposa y su
hijo, ciudadanos uruguayos. Guillermo suponía que al cabo de un par de días
de detención los dejarían en libertad, a la espera de un juicio migratorio
que muy probablemente nunca se celebraría. Luego de un año y un día, dada su
condición de cubano, cumpliría la formalidad de solicitar la residencia
permanente en Estados Unidos.



Las estadísticas jugaban a su favor. De acuerdo con datos de la CBP, 78.903
cubanos cruzaron la frontera desde México entre el 1 de octubre de 2021 y el
31 de marzo de 2022. Solo 737 fueron expulsados. Un conteo oficioso de The
New York Times estimó que durante abril otros 34 mil migrantes de la isla
habrían llegado a territorio estadounidense. Miles o decenas de miles más
–nadie sabe a ciencia cierta cuántos– se hallan en camino.



No es la primera vez



Un proceso de tal magnitud no se veía desde 1980, cuando 125 mil cubanos
cruzaron el estrecho de la Florida en medio de la llamada crisis del Mariel.
Empeñado en mejorar sus posibilidades de reelección, el presidente Jimmy
Carter cometió entonces el error de alentar a los cubanos a emigrar «como
fuera», pensando que así provocaría la caída del gobierno de la isla. La
Habana respondió autorizando la partida de todo el que quisiera abordar los
barcos enviados por los emigrados de la Florida. Cuarenta y dos años
después, los voceros más militantes del exilio insisten en que aquella fue
la oportunidad perfecta para que Fidel Castro «llenara de locos,
delincuentes y espías la ciudad de Miami».



La crisis del Mariel contribuyó de manera decisiva a la humillante derrota
electoral de Carter a manos de Ronald Reagan y estuvo a punto de acabar con
la prometedora carrera política de Bill Clinton, quien ese año perdió su
cargo de gobernador en Arkansas a causa de un motín protagonizado por los
«marielitos».



Clinton había aceptado a esos migrantes presionado por el Partido Demócrata,
cuenta el periodista brasileño Fernando Morais en el libro Los últimos
soldados de la Guerra Fría. En 1994 tropezaría con la misma piedra, ya como
inquilino de la Casa Blanca, cuando 45 mil cubanos emprendieron el camino de
la Florida a bordo de embarcaciones rústicas. Las necesidades económicas, la
propaganda anticomunista de Washington y la facilidad para establecerse en
Estados Unidos se habían coaligado para causar la crisis de los balseros.
Pero al comprobar que Castro no sería derrocado y, por el contrario, volvía
a abrir las fronteras, Clinton comprendió que la única alternativa era
negociar.



El acuerdo migratorio vigente entre ambos países data de esa época. Cuba se
comprometió a no enjuiciar a quienes intentaran salir ilegalmente de su
territorio, siempre y cuando no cometieran delitos comunes, y Estados
Unidos, a devolver a los migrantes irregulares y otorgar «al menos 20 mil
visas anuales». Plantear una cifra mínima no era una precaución ociosa. En
tratados anteriores, Washington había pactado la entrega de «hasta 20 mil
visas anuales», pero nunca se acercó a ese número de permisos. De hecho,
durante la crisis económica de los noventa, había recortado progresivamente
el número de visados con la esperanza de incrementar la tensión social en el
interior de la isla.



A comienzos de 2000, el juicio contra Ana Belén Montes –la espía de más alto
nivel infiltrada por Cuba dentro del Pentágono– reveló el singular vínculo
entre la emigración cubana y los planes de seguridad de la Casa Blanca.
Aprovechando su cargo de analista senior de la Agencia de Inteligencia para
la Defensa, Montes había logrado rebajar la condición de Cuba al estatus de
«no amenaza a la seguridad nacional». La nueva jerarquía sacaba a la nación
caribeña de la lista de blancos prioritarios para «intervenciones
humanitarias» estadounidenses, por lo que motivó airadas protestas de parte
del caucus cubanoamericano en el Congreso y de empresarios miamenses. Por
años, estos habían defendido la premisa de que una oleada incontrolada de
migrantes cubanos debía considerarse una amenaza a la seguridad de Estados
Unidos y debía ser respondida con una intervención militar.



Una escala temporal



Guillermo Alan Matos se había asentado en Uruguay en 2017, probablemente
debido a la imposibilidad de seguir viaje rumbo a Estados Unidos. El 12 de
enero de 2017, a una semana de concluir su mandato, Barack Obama había
suspendido la llamada política de los pies secos, un artilugio jurídico al
amparo del cual Washington violaba lo acordado con La Habana, admitiendo a
los migrantes cubanos que llegaban por su frontera terrestre o a través del
mar sin ser interceptados.



Sobre todo a partir de 2015, miles de cubanos habían aprovechado esa
posibilidad, viajando a Guyana o Ecuador, países que no les exigían visa, y
desde allí a través de Centroamérica rumbo a Estados Unidos. Otros miles se
trasladaban primero a Chile o Uruguay, con la esperanza de trabajar algún
tiempo, hacer ahorros y luego continuar la ruta. La inesperada decisión de
Obama dejó a muchos descolocados.



Sin la posibilidad de presentarse en la frontera con México u obtener alguna
de las 20 mil visas de la embajada estadounidense –virtualmente cerrada por
Donald Trump en setiembre de 2017–, un número creciente de cubanos optó por
quedarse en otros países. Tal fue el caso de Uruguay, donde en 2019 los
nacidos en la isla se convirtieron en la más numerosa de las comunidades
extranjeras.



Sin embargo, tras la llegada a la Casa Blanca de Joe Biden, esa tendencia
comenzó a revertirse. En la práctica, el actual mandatario ha apostado por
una política que conjuga el congelamiento de relaciones de la era Trump con
la tolerancia migratoria de la mayor parte del mandato de Obama. Mientras la
embajada en La Habana sigue trabajando de manera testimonial, en la frontera
con México son admitidos prácticamente todos los cubanos que se presentan.



Una nota del diario uruguayo El País detalla cómo en los ocho primeros meses
de 2021 entraron a Uruguay 1.816 cubanos, 871 menos de los que salieron. El
destino de quienes se marchaban, «si se sobrevive», era alguna oficina
migratoria de Estados Unidos. «Nosotros somos refugiados políticos y venimos
buscando asilo político por la situación en nuestro país, la represión que
vivimos y todo el peligro que corremos. Puede ser que ni les pregunten, pero
si les preguntan, supongo que eso sea lo que digan, por lo menos ese fue el
motivo por el que vine y supongo que sea por el que todos vienen. La
realidad es que si no es por ese motivo, no tienen ningún otro por el cual
venir, ¿ok?», recomienda una guía para el migrante muy compartida durante
las últimas semanas en Cuba y entre nacionales establecidos en otros países.
Miles de estos últimos llevan años viviendo fuera de la isla.



Los emigrantes del pan con bistec



En Ecuador, fregando platos durante turnos de 12 horas, Luis Robert gana 18
dólares al día, dos más que los que recibe por cada hora de trabajo uno de
sus amigos, que en Kentucky se desempeña como peón de una granja de pollos.
«A primera vista pareciera que estoy mejor que en Cuba, donde mi salario
equivaldría a 40 o 50 dólares mensuales, pero aquí, en Ecuador, con lo que
gano apenas me da para vivir. ¿Qué sentido tiene que siga demorándome en
subir?», razona a través de Whatsapp.



Asentarse en Estados Unidos le permitiría a Luis Robert ayudar más a sus
padres y su  hija, que quedaron en la isla. Contando desde la entrada al
territorio norteño, solo tendría que esperar un año y un día para obtener la
residencia permanente y regresar a verlos, algo que no ha podido hacer en
los cuatro años que lleva viviendo en la nación sudamericana.



Por definición, Luis Robert sería lo que Alexander Otaola –el más influyente
de los líderes mediáticos del exilio– ha definido como «emigrantes del pan
con bistec». «Tú los ves, que ya tienen el freezer lleno, y se la pasan
haciendo barbacoas y andando en carro por Miami, y, sin embargo, no pueden
sacarse la mentalidad del comunismo de arriba. Vienen a Miami a matar
hambre, pero tan pronto les dan una oportunidad se van a aplaudir como focas
a cualquier artista de esos que traen para lavarle la cara al régimen o
cogen un avión para ir a llevarle dinero a la dictadura. ¡Hay que tener
vergüenza!», estalló en una entrevista televisiva, a mediados de abril.



Pocos días después, durante uno de los desayunos que transmite desde su
lujoso rancho en la Florida, Otaola le pidió a la congresista María Elvira
Salazar trabajar juntos en una propuesta de enmienda a la Ley de Ajuste
Cubano, la norma que ampara el ingreso de sus compatriotas a Estados Unidos.
Desde su punto de vista, estos deberían esperar al menos diez años antes de
regresar al país del que supuestamente huyeron a causa de persecuciones
políticas.



Aunque más cauta en sus declaraciones, Salazar apoya la necesidad de «hacer
algo». En abril de 2021, junto con el también congresista
cubanoestadounidense Mario Díaz-Balart, le exigió a Biden que no reabriera
el consulado estadounidense en La Habana. En su lugar, planteaba que los
servicios consulares se prestaran en la base naval de Guantánamo, una
propuesta a todas luces inviable, debido a que el gobierno cubano considera
ese enclave como territorio ilegalmente ocupado.



Aunque el 3 de mayo Washington reabrió de manera formal su consulado en la
isla, por el momento allí solo son atendidos los padres de ciudadanos
estadounidenses con «procesos de reunificación pendientes desde hace varios
años», aclaró la sede diplomática en un tuit. Los demás cubanos que
pretendan trasladarse por vías legales deben seguir viajando a Guyana para
tramitar sus procesos.



Yanexis y sus hijos de 4 y 11 años de edad llevan en Georgetown desde la
primera semana de marzo, cuando finalmente pudieron abordar un abarrotado
vuelo chárter. Por cada pasaje pagó 2.500 dólares, cuatro veces más de lo
que habrían costado si no hubiese tenido que apelar a revendedores. Pero, a
pesar de sus esfuerzos, no pudo llegar a tiempo para la cita en la embajada
y desde entonces espera por un fallo que le permita volver a presentarse. Su
esposo, un cubanoestadounidense con ciudadanía estadounidense, dejó de
trabajar como camionero y solicitó un préstamo para estar con ella y los
niños. «Nosotros teníamos el trámite pendiente desde 2019 y no fue hasta
ahora que vinieron a citarnos. Y lo hicieron casi sin tiempo de antelación.
¡Ni siquiera fueron capaces de considerar lo difícil que es salir de Cuba
por la covid y la cantidad de gente que se está yendo!», lamentó Yanexis.



La capital guyanesa se ha convertido en una suerte de Casablanca para
quienes se niegan a seguir la incierta ruta de los volcanes, que comienza
con un vuelo a Nicaragua y continúa a través de Centroamérica y México, de
la mano de coyotes y carteles del narcotráfico. Pero permanecer a la espera
de la decisión de la embajada estadounidense puede resultar más caro,
incluso, que el incierto viaje hasta la frontera. «Nosotros llevamos
gastados alrededor de 20 mil dólares y todavía no tenemos nada seguro», dijo
Yanexis, quien, a pesar de ello, se niega a viajar de otra forma. «He visto
demasiados videos de personas ahogadas o a las que les robaron o violaron
por el camino. ¿Cómo voy a exponer a mis hijos a ese peligro?».



Otros no piensan así y se apuran a llegar al río Bravo «antes de que a Biden
le dé por quitar esto», según me comenta un conocido desde algún sitio en
Guatemala. «Esta es una oportunidad que no tiene más nadie. Es verdad que
hay riesgos, pero ¿cuánta gente en el mundo no los correría si tuviera la
posibilidad que tenemos los cubanos?».

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