Argentina/ Alberto Fernández coquetea con el «extremo centro» europeo. [Leonardo Frieiro]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Mayo 22 15:14:37 UYT 2022


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Correspondencia de Prensa

22 de mayo 2022

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Argentina



Siempre nos quedará París



Alberto Fernández viajó por cuarta vez a Europa desde que asumió la
presidencia de la Nación. El presidente argentino parece buscar en el viejo
continente lo que no consigue en América Latina: la estabilización del
«extremo centro».



Leonardo Frieiro *

Jacobin, 19-5-2022

https://jacobinlat.com/



En el libro The Last Neoliberal: Macron and the Origins of France’s
Political Crisis, Bruno Amable se propuso desentrañar el proceso de
transformación del sistema político francés, así como el proceso de la
dislocación de las ideologías de los «treinta gloriosos» en los que tanto la
centroderecha como la izquierda reformista cayeron en un declive
irrefrenable.



El resultado político de esa crisis de representación —producto de una
crisis general de un tipo específico de relaciones capitalistas— fue el
establecimiento de gobiernos de unidad de los sectores del capital que, o
bien significaron la constitución de grandes coaliciones (como en el caso
alemán o italiano), o bien reflejaron la conformación de un nuevo tipo de
liderazgo que se pretendía tanto «pospolítico» como «posideológico», cuyo
mayor exponente es el recientemente reelecto presidente francés Emmanuel
Macron.



Pero, por fuera de lograr suturar la fractura, el resultado fue la
confirmación de la fragilidad hegemónica en tanto una característica propia
del panorama político europeo. Esto se debe a que quienes quedaron fuera del
sistema y vieron caer sus condiciones de existencia, luego de ser excluidos
de las nuevas alianzas sociales y relaciones capitalistas codificadas por la
eurozona, se encontraron seducidos por un nuevo tipo de radicalismo de
derechas que intentó popularizarse sintonizando con el nacionalismo
reaccionario.



En contrapartida, solo allí donde la socialdemocracia se derrumbó la
izquierda logró reafirmarse, aunque con resultados muchos más magros que los
esperados y, en muchos casos, estrellándose justamente con la barrera de los
nacionalismos —como le ocurrió a Podemos en España luego de la crisis de
secesión catalana y como fue el caso de las incongruencias en la posición
del laborismo de izquierda dirigido por Jeremy Corbyn frente al proceso del
Brexit—.



Esta Europa del nuevo milenio sirve como ejemplo global de que el
«centrismo» político se encuentra en crisis: cada vez le resulta más difícil
contener a la ultraderecha y, en consecuencia, cada vez depende más —como en
el caso francés— de la memoria histórica de la sociedad para evitar que el
esperpento de la derecha radical llegue al poder.



Esta crisis de hegemonía de «baja intensidad» se revela elección tras
elección, cuando la tarea se vuelve cada vez más titánica y el apoyo a la
ultraderecha se conjuga con la caída de la participación electoral,
principalmente por la desafección con la democracia de las clases populares.
Macron, por ejemplo, ha sido reelecto, sí, pero su capital político es el
más limitado para un presidente en la historia francesa. Contamos con datos
suficientes para concluir que han sido más los franceses que han votado con
la nariz tapada que quienes apostaron genuinamente por la reelección del
presidente francés.



Alberto Fernández en cambio, parece extraer una conclusión diferente de la
situación política europea. Su cuarta visita al continente (lo que convierte
a Europa en su destino favorito) puede leerse como la más importante en
términos de construcción política personal del presidente. No por el
—¿fallido?— primer anuncio público de aspirar a la reelección, ni tampoco
por su polémica a distancia con la vicepresidenta Cristina Kirchner. Alberto
Fernández busca algo en Europa, pero lo que busca no es un programa político
y tampoco la voluntad —aunque ganas no le falten— de convertirse en el
presidente latinoamericano favorito de la socialdemocracia europea.



A pesar de que el motivo oficial de la gira presencial sea escudado en los
intereses comerciales y la atracción de las inversiones en el marco de la
invasión rusa a Ucrania, estos parecen objetivos grandilocuentes que
terminarán por otorgar un resultado en los hechos más bien nulo. La Europa
que Fernández elige visitar no es cualquiera, y el diseño de sus encuentros
da muestras de cuál será el perfil de su gobierno de cara al final de su
gestión y sobre cuál será la apuesta tanto de él como de su espacio de cara
a las elecciones de 2023.



Además de su paso por Francia (destino que se agregó como producto de la
victoria de Macron), el presidente comenzó su gira por España. Ahí,
Fernández solo apareció públicamente con el presidente del gobierno Pedro
Sánchez y con el Rey Felipe VI. Esta vez, no hubo ningún encuentro público
—hasta donde se sabe, tampoco privado— con nadie de Unidas Podemos, un giro
más que interesante en relación a sus anteriores visitas al Estado español.



En Alemania, el país europeo donde el centro es más hegemónico, la asimetría
entre los Jefes de Estado entre ambos países pudo apreciarse a simple vista.
El plegamiento sin reservas de la política exterior europea frente a Rusia,
al rol de China en la región y, principalmente, el «reimpulso» del acuerdo
entre el MERCOSUR y la Unión Europea, deben ser leídos menos como una señal
de claudicación de las banderas ideológicas del nacionalismo popular
peronista por parte del presidente y más como un intento de adquirir el
carnet de pertenencia al club del «extremo centro» europeo, como lo llamó
Tariq Alí. Se trata de una búsqueda que conduce al presidente a cometer los
reiterados actos de eurocentrismo revulsivo a los que ya nos hemos
acostumbrado.



Fernández desea mirarse en el espejo europeo, ya que es el único que puede
devolverle una imagen con la que se siente a gusto. Con la irrupción de la
ultraderecha en la política argentina y con la izquierda todavía ausente en
la discusión, el realineamiento de Fernández parece ser claro: su única
posibilidad para salvar su proyecto político ya maltrecho radica en la
emulación sui generis del escenario político europeo que se caracteriza por
la gestión de la crisis de hegemonía persistente desde la crisis global de
2008.



Con algo de astucia, Fernández intenta polarizar nuevamente con Mauricio
Macri, quien representa al sector de Juntos por el Cambio más permeable a la
radicalización luego de la emergencia de un competidor por derecha. En este
contexto «la ultraderecha o yo» comienza a mostrarse como el único escenario
donde Alberto Fernández podría llegar a tener alguna chance concreta de no
pasar sin escalas de la Casa Rosada al basurero de la historia. El
presidente y su círculo lo saben, y esta gira europea es el punto de inicio
para la construcción de ese escenario.



El problema es que, a diferencia de lo que ha funcionado hasta el momento en
Europa, en Argentina —aunque esto podría extenderse a buena parte de América
Latina— no existe hoy ninguna condición objetiva que permita pensar en la
formación de un «cordón sanitario» tanto contra la ultraderecha a secas
(Javier Milei y la Libertad Avanza), como tampoco contra una «centroderecha»
que se ha radicalizado tanto en su discurso como en su programa luego de la
derrota electoral en 2019.



Las masas de votantes de ambas fuerzas conservadoras son casi completamente
intercambiables en el caso argentino: los sectores ligados a la exportación
de materias primas, principalmente en el sector agropecuario, una parte
relevante de las clases medias, y todos los grupos sociales permeados por
alguna variante del conservadurismo social. Si estos sectores tuvieran que
tomar una decisión “electoral”, la migración de una expresión a la derecha
hacia otra sería, más que seguramente, completa. Esto aplica, inclusive, si
dentro de Juntos por el Cambio termina por imponerse un liderazgo más
“moderado” como el que intenta construir, no sin incongruencias, Horario
Rodríguez Larreta.



A pesar de que sea usualmente subestimado, el fenómeno del antiperonismo en
Argentina conserva una tendencia histórica hacia la unidad de sus distintas
expresiones, y el coqueteo de Juntos por el Cambio, la derecha más liberal,
con la ultraderecha es una muestra clara de eso. Una vez identificado un
enemigo a vencer, el espacio ideológico y representativo del antiperonismo
se alineará en bloque con la expresión electoral de ese universo que se
encuentre con mejores posibilidades para imponerse. Por eso, agitar el
fantasma de la derecha como única estrategia puede ser en Argentina la forma
más directa de allanar el camino al cementerio.



Lo más difícil de la situación radica en que ese escenario, más allá de su
desenlace, significaría una profunda derrota política para la clase obrera.
Mientras que la victoria de la derecha —sea en su versión ultra o en su
versión soft— traerá aparejada la búsqueda por reinsertar el programa de
reestructuración de la sociedad argentina en virtud de la maximización de
las ganancias capitalistas a costa de los derechos colectivos de lxs
trabajadorxs, es necesario remarcar que la victoria de un gobierno á la
Macron, en un contexto como el argentino, en el que la puja distributiva
parece tener un ganador claro (y no son las mayorías), solo puede significar
la contención parcial de la derrota colectiva de la clase obrera, pero no el
final de la ofensiva.



Lo único que puede frenar este escenario es la irrupción por izquierda de un
elemento que disloque el escenario político y le arrebate el momentum a las
fuerzas conservadoras. La dificultad radica en que no hay fenómeno
televisivo ni discurso grandilocuente que pueda generar o agilizar ese
proceso. En última instancia, solo el pueblo salvará al pueblo.



* Politólogo (UBA), magíster en Estudios Internacionales (UTDT) y becario
doctoral del CONICET en el área de la teoría política. Fundador de Espartaco
Revista.

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