Brasil/ ¿Lula lá? Victoria progresista y derecha subterránea. [Pablo Stefanoni]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mar Oct 4 13:31:01 UYT 2022


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Correspondencia de Prensa

4 de octubre 2022

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Brasil




¿Lula lá? Victoria progresista y derecha subterránea



Luiz Inácio Lula Da Silva ganó en primera vuelta con más de 48% pero Jair
Bolsonaro mostró más resistencia de lo esperado. El 30 de octubre ambos
candidatos volverán a medirse en el balotaje



Pablo Stefanoni *

Nueva Sociedad, octubre 2022

https://www.nuso.org/



Jair Messias Bolsonaro no logró ser eyectado del sillón presidencial y del
Palácio do Planalto en la primera vuelta por la rebelión electoral contra su
gobierno que anticipaban las encuestas. El resultado de Luiz Inácio Lula da
Silva estuvo dentro de lo esperado, con más de 48,4% de los votos, pero el
actual mandatario superó todos los pronósticos y obtuvo 43,2% y mostró que
el bolsonarismo es un hueso duro de roer.



El «frente democrático» que armó el ex-presidente, y abarcó desde el
Movimiento sin Tierra y el Partido Comunista hasta sectores de la elite
económica y judicial, visto en el exterior como una suerte de «candidatura
del bien», chocó contra una corriente persistente de voto al actual
presidente, que incluyó en la campaña los tópicos de la extrema derecha
global y volvió a encarnar el antipetismo, pero también mostró flexibilidad
ideológica para alejarse del ultraliberalismo de su ministro de Economía y
para mantener ciertas políticas sociales, desplegó sus discursos de mano
dura, mantuvo sus conexiones con redes locales de poder, legales e ilegales,
y batalló sin tregua en las redes sociales.



Además, como destacó el diario Folha de S. Paulo, fue importante el
desempeño de varios candidatos bolsonaristas: la ex-ministra de la Mujer
Damares Alves, una de las espadas evangélicas ultraconservadoras que
compitió con el apoyo de la primera dama Michelle Bolsonaro, fue elegida
senadora por el Distrito Federal, y el ex-ministro Tarcísio Gomes de Freitas
quedó primero para disputar la gobernación de San Pablo contra el
ex-candidato presidencial petista Fernando Haddad con amplias chances de
triunfo. El ex-juez Sergio Moro, que encarceló a Lula y hoy está distanciado
de Bolsonaro, fue electo senador por Paraná y el vicepresidente Hamilton
Mourão ganó una banca por Rio Grande do Sul. Incluso figuras controvertidas,
como el ex-ministro de Salud Eduardo Pazuello o el de Medioambiente, Ricardo
Salles, ampliamente cuestionados por sus políticas, fueron elegidos
(Pazuello fue el más votado en Río). El Partido Liberal de Bolsonaro sumaba
la bancada partidaria individual más numerosa en el Senado y en Diputados
con una división geográfica muy marcada, con el cetro-oeste como bastión de
la derecha.



A diferencia de hace cuatro años, cuando podía haber alguna duda sobre
Bolsonaro, sus votantes apoyaron ahora, de manera abierta o «vergonzante»,
su gestión y su estilo, que conecta con diversas «rebeldías de derecha»
alrededor de Occidente. Y, si bien Lula queda mejor ubicado para la segunda
vuelta, no hubo algo parecido a una contra ola de izquierda. Algunos oasis,
como las tres diputadas trans o las parlamentarias indígenas electas,
muestran algunas acumulaciones político-culturales bajo el bolsonarato.



La elección estuvo lejos de ser una batalla pueblo versus elite. El New York
Times
(https://www.nytimes.com/es/2022/09/26/espanol/brasil-bolsonaro-supremo-trib
unal.html) señaló que el Supremo Tribunal de Brasil ha ampliado de manera
drástica su poder para contrarrestar las posturas antidemocráticas de
Bolsonaro y sus seguidores. Por ejemplo, en agosto, por orden del juez del
máximo tribunal Alexandre de Moraes fuerzas policiales allanaron las casas
de empresarios bolsonaristas que comentaron en un grupo de WhatsApp que un
golpe de estado era preferible a la vuelta del Partido de los Trabajadores
al poder.



El caso brasileño replica en parte el de Estados Unidos, en el que Donald
Trump, pese a ser supuestamente un gobierno conservador de «ley y orden»
terminó encarnando una derecha inorgánica que se enfrentó a gran parte de
las instituciones desde dentro. Por eso Joe Biden como Lula da Silva se
presentaron como candidatos de la «normalización» contra dos populistas de
derecha que parecen cómodos en su papel de «deplorables» (como llamó Hillary
Clinton a los votantes del empresario inmobiliario).



Lula da Silva fue condenado a 12 años de prisión por causas de corrupción,
pero fue el mismo tribunal que inicialmente avaló la condena -que ayudó a la
victoria de Bolsonaro- el que finalmente, tras 580 días de cárcel, la anuló
por razones de forma, y el ex-obrero metalúrgico quedó así habilitado para
volver al poder. Pero lo que desarmó la conspiración judicial que volvió a
poner en carrera a Lula no fue tanto movilización social como el juego de
poder interno en un poder judicial que, antes y ahora, juega al límite
(entre ser un defensor y una amenaza para la democracia). Esta vez es
Bolsonaro quien ataca a la Corte por «lulista».



Más que un régimen autoritario (como el que, por ejemplo, pudo terminar de
edificar Nicolás Maduro en Venezuela) Bolsonaro produjo una brutal
degradación de la vida cívica, alimentó diversos grupos lumpen-mafiosos,
desplegó discursos negacionistas sobre la pandemia y el cambio climático, y
debilitó el lugar de Brasil en el concierto de las naciones. La burda
estética de las armas y los exabruptos de Bolsonaro proyectaron una imagen
de sordidez política e intelectual. Pero también su carácter pendenciero lo
conectó con gran parte del país, que encontró en él una identidad (lo llaman
«Mito») y la posibilidad de un voto protesta que puede ser tan potente como
impreciso en sus destinatarios. Mantuvo además su alianza con el poderoso
mundo del agronegocio y la ex-ministra Tereza Cristina  Corrêa -la «musa do
veneno» ganó una banca en el senado por Mato Grosso do Sul tras derrotar a
otro ex-ministro de Bolsonaro. Y con empresarios que aún ven al PT como el
mal absoluto, además de las milicias de Río de Janeiro.



La bizarra toma del Capitolio fue precisamente una constatación de
incompetencia estratégica, pero al mismo tiempo, es la dimensión
antisistémica la que atrae a parte de los adherentes de Trump y alimenta la
ilusión anti-statu quo; y algo similar ocurrió con Bolsonaro.



Esa realidad degradada fue, más que su programa, el combustible de la
resurrección de Lula -y de la resignificación de su figura, asociada por el
antipetismo con la corrupción: Bolsonaro lo llama ex-presidiario-. Su
campaña se basó en la necesidad de reconstrucción institucional y moral del
país, apelando a símbolos de amor y esperanza y de vuelta de la felicidad
del pueblo. Incluso, al parecer a propuesta de su flamante esposa Rosângela,
que tuvo un peso creciente en su entorno, se lanzó una nueva versión de Lula
lá (Lula allá, en el Planalto), el jingle de los años 80, la lejana época
del candidato obrero.



La presidencia de Bolsonaro terminó teniendo un resultado paradójico a
escala regional: en lugar de fortalecer a las derechas radicales, en gran
medida las debilitó (pocos quisieron mostrarse junto a él). Pero esto podría
cambiar: su capacidad de resistencia puede alimentar expresiones de derecha
dura que han ido emergiendo en este tiempo, en una región donde las extremas
derechas están lejos de los resultados electorales europeos. Por eso, este
resultado es incómodo para las derechas moderadas de Sudamérica.



En este tiempo, el progresismo latinoamericano viene ganando una elección
tras otra (en parte porque vienen perdiendo los oficialísimos). Incluso la
Alianza del Pacífico dejó de existir como contracara ideológica
liberal-conservadora del populismo «atlántico» tras los triunfos de Andrés
Manuel López Obrador, Pedro Castillo, Gabriel Boric y Gustavo Petro. Sin
embargo, las izquierdas parecen hoy más eficaces para ganar que para
gobernar, y enfrentan diversos obstáculos, internos y externos, que reducen
su eficacia político-ideológica.



El carácter rizomático de la nebulosa de la neorreacción actual permite que
los puntos de conexión sean múltiples y que discursos de las extremas
derechas globales resuenen en el Sur y se produzcan curiosas formas de
recepción y resignificación de esas ideas, como el caso de los libertarios
de derecha en Argentina. Los gobiernos progresistas enfrentan, entonces, un
escenario diferente al del «primer ciclo» de la marea rosa, en el que las
guerras culturales del Norte penetran de diversas formas en la opinión
pública y contribuyen a delinear un lenguaje inconformista transversal a
diferentes sectores sociales. Las rebeldías de derecha parecen haber llegado
para quedarse.



Ahí yacen algunas paradojas de esta victoria relativa de Lula. El resultado
electoral de la coalición civilizatoria organizada para frenar el
envilecimiento de la política y de la propia sociedad ha dejado un sabor
amargo. Su votación, que tiene mucho de vindicación personal, fue el
resultado de la capacidad del ex-presidente de tejer acuerdos, con el
pragmatismo que ya lo había acompañado en sus dos mandatos anteriores, y de
su voluntad de mostrarse absuelto por la Historia. Pero el bolsonarismo ha
mostrado que es también una fuerza subterránea.



* Pablo Stefanoni, jefe de redacción de Nueva Sociedad. Coautor, con Martín
Baña, de Todo lo que necesitás saber sobre la Revolución rusa (Paidós, 2017)
y autor de ¿La rebeldía se volvió de derecha? (Siglo Veintiuno, 2021).

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