Chile/ Las mayorías eran otras. A tres años del "estallido social". [Roberto Fernández Droguett]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Oct 22 22:39:26 UYT 2022


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Correspondencia de Prensa

22 de octubre 2022

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Chile



Aniversario del estallido social de 2019



Las mayorías era otras



A tres años del estallido social, el recuerdo y las interpretaciones están
cruzadas por el resultado del plebiscito por la nueva Constitución. La
hegemonía cultural y política que pareció imponerse al inicio de las
manifestaciones chocó con la realidad de las mayorías, esa que pudo
simpatizar con la revuelta pero terminó tomando distancia. No se oyó a la
mayoría silenciosa que no salía a protestar o no participaba en las
elecciones. Esta vez, escribe Roberto Fernández Droguett, "no la vimos
venir".



Roberto Fernández Droguett *

Revista Anfibia, octubre 2022

https://www.revistaanfibia.com/



Recordar el pasado es un ejercicio del presente. El cara a cara con la
memoria permite elaborar versiones de lo que se recuerda con determinados
fines, más allá de la mera conmemoración. Por eso las memorias de este
tercer año de la revuelta están marcadas, en particular, por la contundente
derrota de la opción Apruebo a la propuesta de nuevo texto constitucional.
El triunfo del Rechazo ha promovido interpretaciones que nos hablan, en el
mejor de los casos, de un proceso mal conducido, cuando no de que esa
mayoría silenciosa que no salía a la calle ni votaba en las elecciones
previas era mucho más conservadora y complaciente con el modelo
socio-político y económico que lo que la revuelta había hecho creer. 



Uno de los fines de recordar es construir versiones del pasado que permitan
una mejor comprensión del mismo, pero que también ayuden a comprender el
presente para poder pensar y actuar políticamente con sentido histórico. En
ese sentido, se ha dicho que Chile es un país sin memoria. La revuelta lo
puso en duda decretando que lo que estaba pasando era el resultado del
malestar acumulado durante nuestra historia reciente. De este modo, el “No
son 30 pesos, son 30 años” no solamente se convirtió en una de las
principales consignas de la revuelta sino también en la evidencia de que la
sociedad chilena identificaba el malestar en políticas que se arrastraban
desde la transición a la democracia. Como señalan George Didi Huberman y
Judith Butler, toda revuelta supone un levantamiento de los cuerpos que se
erigen y se sublevan, hastiados de un estado de cosas que ya ha pasado a
vivirse como insoportable. El alza del pasaje y la represión hacia los
estudiantes vino a ser la gota que rebalsó el vaso del descontento.



Por cierto, toda memoria tiene sesgos, omisiones y olvidos en función de
configurar un sentido histórico que permita justificar el presente. En esta
línea, los sectores afines al rechazo a la nueva Constitución han promovido
una visión negativa de la revuelta, omitiendo tanto las condiciones que
generaron el estallido como las violaciones a los derechos humanos.
Amparándose en el resultado electoral del plebiscito, quieren hacer olvidar
el profundo malestar que generó la revuelta. Aquel malestar no solamente
tenía relación con las condiciones de vida sino también con la estructura y
funcionamiento del sistema político vigente. De ahí que la revuelta haya
sido también un proceso contra -o al menos sin- las instancias tradicionales
de representación política: ni los partidos políticos ni las organizaciones
sociales más tradicionales, como tampoco los sindicatos y las federaciones
estudiantiles lograron conducir el proceso. Hacer memoria de que
prácticamente no había banderas institucionales ni figuras partidarias en
las calles nos debería ayudar a entender que los modos tradicionales de
hacer política están agotados y que avanzar por esa misma línea en una
eventual nuevo proceso constituyente será un fracaso.



Hoy las memorias afines a la revuelta son memorias dolidas. En pocos años,
pasamos del levantamiento al abatimiento. La contundente derrota del
plebiscito de salida mostró que la esperanza en la Convención
Constitucional, aun con todas sus limitaciones y defectos, no había
considerado que un amplio sector no solamente veía el proceso con distancia
y escepticismo, sino que definitivamente no estaba dispuesto a avanzar en
las transformaciones que el texto constitucional proponía. La hegemonía
parcial que se logró durante la revuelta con la ciudadanía en las calles y
la posterior elección de la Convención Constitucional impidió ver que había
un sector muy significativo de la población que no tuvimos en consideración,
ya sea porque no salía a manifestarse o porque no participaba de modo
voluntario en las elecciones. No lo vimos venir.



Se ha dicho que Chile es un país sin memoria. La revuelta lo puso en duda
decretando que lo que estaba pasando era el resultado del malestar acumulado
durante nuestra historia reciente.



Confundimos la masividad de las manifestaciones y la simpatía que la gente
expresaba por redes sociales y medios de comunicación con una determinación
colectiva mayoritaria de llevar adelante las transformaciones que la
revuelta demandaba. No le prestamos atención a quienes planteaban que
compartían el fondo pero no la forma de las protestas, si es que ni
denostando a quienes  vestían chalecos amarillos para defender sus barrios
de ataques de una turba que nunca existió. El entusiasmo y ánimo de ruptura
del proceso en curso convivían con el temor y la desconfianza. La revuelta y
el posterior proceso constitucional no quiso o no supo hablarle a estos
sectores, que terminaron siendo más receptivos a las amenazas a sus
creencias, costumbres y expectativas que a las promesas de cambios que
vieron como distantes, cuando no francamente amenazantes De todos modos dar
por clausurado el espíritu de la revuelta y el ciclo político de
movilizaciones e impugnación que se abrió el 2011 también puede resultar un
error, no solamente en términos de equivocar el diagnóstico del momento
actual. Si bien podemos cuestionar las motivaciones, los alcances y
consecuencias de la revuelta, suponer que no fue más que un espejismo o la
expresión violenta y desbordada de un sector descontento de la sociedad sin
más horizontes que la destrucción y el enfrentamiento responde a una visión
limitada que no sirve a mucho más que a la reafirmación de la idea que el
orden social transicional sigue vigente y que la política debe seguir siendo
una labor de los partidos y de los especialistas. De hecho, uno de los
elementos centrales de las discusiones actuales sobre un eventual nuevo
proceso constituyente es justamente cómo establecer la limitación, cuando no
exclusión, de los sectores ciudadanos no adscritos a los partidos, como si
tener afiliación partidaria los convierta en sujetos algo extraños, poco
confiables y por cierto difíciles de controlar. Por el contrario, uno de los
fenómenos más visibles de la revuelta fue justamente la irrupción de esta
ciudadanía “independiente” que logró reapropiarse de lo político después de
casi tres décadas, un ejercicio que le había sido expropiado por la lógica
de la transición a la democracia.



Desde el 18 de octubre de 2019,  quienes salieron a manifestarse lo hicieron
animadas no por una dirigencia política o sindical, como ocurrió a comienzos
de los ochenta, sino por el arrojo de estudiantes secundarios que
representaron un hastío por una infinidad de motivos, algunos de ellos
disímiles: desde el cobro del TAG a la demanda por una salud pública digna.
Dada la acumulación del malestar y la brutal respuesta represiva del
gobierno, el gesto de saltar los torniquetes del Metro se resignificó y
expandió al conjunto de la ciudadanía, la que  salió a manifestarse y se
encontró con otros igualmente indignados que rápidamente irán configurando
un nosotros que se mantendrá en las calles hasta la llegada de la pandemia,
en marzo del 2020.



A diferencia de lo que algunos puedan argumentar, la revuelta no estaba
acabada por el llamado Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución de
noviembre de 2019, ni menos aplacada por la represión policial . De hecho,
para  el Día Internacional de la Mujer, cientos de miles de mujeres
marcharon en distintas ciudades de Chile, lo que hacía augurar que las
protestas que habían perdido cierta fuerza y masividad durante febrero
podría retomar una nuevo impulso, sobre todo considerando que ninguna de las
demandas de la revuelta -más allá del proceso constituyente- estaba siendo
abordada por el gobierno.



Hacer memoria de la revuelta también es recordar los ideales y horizontes de
transformación que movilizaron a chilenos y chilenas desde un presente donde
aparecen diluidos, fragmentados y agotados por el peso de una derrota que
todavía no se termina de comprender y aceptar. Sin embargo, las demandas
siguen presentes. El tema es que, junto con esas necesidades y deseos, en la
ciudadanía también existe el miedo a los cambios, el aferrarse a las pocas
certezas políticas y económicas, el miedo al otro, el apego a las
tradiciones y las costumbres, y una serie de características que, si bien
pueden resultar paradójicas, no son otra cosa que el resultado de la
precariedad y la incertidumbre en que vive la gran mayoría de nuestro país.
De cierta forma, las principales víctimas del modelo neoliberal terminan
siendo, probablemente por necesidad más que por convicción, su principal
aliado y sostén.



* Roberto Fernández Droguett, es académico del Departamento de Psicología,
Universidad de Chile. Magíster en Psicología Social y Doctor en Arquitectura
y Estudios Urbanos. Integrante del Programa Psicología Social de la Memoria
de la Universidad de Chile y del Grupo de Trabajo CLACSO Memorias Colectivas
y Prácticas de Resistencia.

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