Debates/ ¿Regalar vida o negar la maternidad? La gestación subrogada. [Silvia Federici]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Lun Oct 24 00:03:34 UYT 2022


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Correspondencia de Prensa

24 de octubre 2022

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Debates



¿Regalar vida o negar la maternidad? La gestación subrogada



Adelanto del ‘Ir más allá de la piel: repensar, rehacer y reivindicar el
cuerpo en el capitalismo contemporáneo´ (Traficantes de Sueños 2022)



Silvia Federici *

CTXT, 23-10-2022

https://ctxt.es/



Acusar al capitalismo de haber convertido el cuerpo de la mujer en una
máquina de producción de fuerza de trabajo ha sido un tema central en la
literatura feminista desde los años setenta. Pero en tanto concibe la
gestación como un proceso puramente mecánico, un trabajo alienado en el que
la mujer contratada no debe implicarse a nivel emocional, el surgimiento de
la maternidad subrogada ha supuesto un punto de inflexión en este proceso.
La subrogación es también otra vuelta de tuerca desde el punto de vista de
la mercantilización de la vida humana, pues implica la organización y
legitimación de un mercado de niños y niñas y la definición del niño como
una propiedad que se puede transferir, vender y comprar. Esta es, en
realidad, la esencia de la “gestación subrogada”, una práctica que se ha
popularizado en varios países, empezando por Estados Unidos, pero que sigue
estando envuelta en una nube de mistificación.



En Contract Children [Hijos por contrato] (2015), la socióloga feminista
italiana Daniela Danna señala que el propio concepto de “subrogación” es
engañoso al sugerir que la “madre gestante” no es la madre real, sino solo
“una ayuda, una asistente” que gesta en nombre de “la madre real” –la
proveedora del óvulo que el vientre subrogado convierte en bebé–. Esta
terminología está justificada por las nuevas tecnologías reproductivas (la
fecundación in vitro y la transferencia de embriones), que producen la
ilusión de que los propietarios del óvulo implantado tienen los derechos de
propiedad sobre el niño, en tanto la madre gestacional no tiene relación
genética con él. Como comenta Danna, este argumento es falaz y solo se puede
sostener a través de una concepción abstracta de la propiedad en la que se
ignora que la “madre gestante” es quien crea y nutre materialmente al niño,
un proceso que no implica solo los nueve meses de embarazo, ya que también
hay una transferencia de material genético: realmente el niño está hecho de
su carne y de sus huesos (p. 68).



Gracias a esta mistificación y al desarrollo de una máquina comercial e
institucional de apoyo, compuesta de compañías aseguradoras, médicos y
abogados, la subrogación se ha extendido de forma extraordinaria durante las
tres últimas décadas. Cada año nacen miles de bebés por este procedimiento y
en algunos países se han abierto “granjas de bebés” donde se insemina a las
madres, que residen allí mientras dura el embarazo. En la India, por
ejemplo, antes de que se prohibiera la subrogación trasnacional en 2015,
existían tres mil clínicas de esta clase (Vora, 2019) que constituían la
infraestructura de una industria reproductiva en la que prácticamente se
había culminado la conversión del cuerpo de la mujer en una máquina
procreadora.



Sin embargo, sigue habiendo problemas. En la mayoría de los países de la
Unión Europea la gestación subrogada está prohibida o sujeta a límites y
regulaciones. Es el caso de Países Bajos, donde se da a la madre subrogada
un plazo de varias semanas después del parto para que decida si quiere
separarse del bebé. Pero, como indican Danna y otros autores, se están
eliminando progresivamente las restricciones y, en lugar de limitar la
práctica, la regulación se está convirtiendo en el camino más rápido hacia
su reconocimiento legal.



Para sortear las prohibiciones en los casos que llegan a la justicia o
facilitar el reconocimiento legal de los niños adquiridos en el extranjero
mediante la subrogación, se recurre, entre otros, al principio de que hay
que considerar el “interés superior del niño” a la hora de dictar un
veredicto. Pero en realidad este es un recurso para esquivar la ley y una
legitimación de las implicaciones racistas y clasistas de esta práctica. A
la hora de asignar al niño, siempre se prioriza el interés de las parejas
blancas con recursos económicos.



También se apela al forzoso cumplimiento del “contrato” que obliga a las
madres subrogadas a entregar al bebé una vez nacido. De hecho, la gestación
subrogada es un ejemplo destacado del papel crucial que desempeña la ley
como sostén de la reforma neoliberal, en tanto se confiere al contrato un
estatus sagrado que no admite cuestionamiento de las condiciones en las que
se llevó a cabo. Pero, como puso en evidencia el famoso caso de “Baby M”
(1), para las mujeres es difícil saber de antemano, cuando firman el
contrato, cómo se van a sentir después de haber experimentado un día tras
otro, durante nueve meses, cómo se desarrolla una nueva vida en su vientre.
En los términos del contrato tampoco se tiene en consideración el efecto que
pueda tener separarse del bebé. Los propios contratos se han ido volviendo
más complejos y restrictivos; no solo obligan a la madre subrogada a
renunciar al bebé después de su nacimiento, sino que también establecen un
control estricto de su vida cotidiana durante el embarazo en lo que respecta
a tratamientos médicos, vida sexual o ingesta de alimentos, entre otras
cuestiones. En el desarrollo de argumentos legitimadores también tiene peso
la teorización legal del derecho a ser padres, para el que la gestación
subrogada se convierte en una condición indispensable. Este argumento ya se
está utilizando, sorprendentemente incluso en círculos radicales, a favor de
las parejas de hombres homosexuales, quienes tendrían que contratar un
vientre de alquiler precisamente para cumplir su derecho, en teoría
absoluto, a la paternidad.



En resumen, todo apunta a que la gestación subrogada va a terminar por
imponerse. No obstante, conforme esta práctica se normaliza, se hace cada
vez más necesario apuntar a las premisas racistas y clasistas que la
fundamentan, las consecuencias destructivas para los bebés producidos de
este modo, así como los efectos negativos en las mujeres. Una consecuencia
preocupante es la existencia de bebés “en el limbo” que son rechazados tanto
por la madre subrogada como por la pareja contratante cuando los padres
“intencionales”, por distintas razones, no consiguen que esos bebés sean
reconocidos como sus hijos en su país de residencia; también se puede dar el
caso cuando nacen con algún tipo de discapacidad. Un reportaje de
investigación de la agencia Reuters reveló además que, al menos en Estados
Unidos, los padres adoptivos pueden deshacerse sin dificultad a través de
internet de los niños que hayan adoptado en el extranjero, mediante una
práctica llamada “private rehoming” [realojo privado] que no cuenta con
ninguna clase de regulación.(2) Aún más preocupantes son los indicios que
apuntan a que algunos niños terminan en el mercado de órganos, ya que una
vez se realiza la transacción no existe un sistema institucional de
supervisión que compruebe qué ocurre con los niños vendidos, que en muchos
casos son enviados a miles de kilómetros de su lugar de nacimiento.



(…)



Las mujeres que firman un contrato para alquilar su vientre son la
encarnación de una larga serie de figuras proletarias que han visto a sus
hijos como un medio de supervivencia. Pero lo que pone a la gestación
subrogada a otro nivel es que se vende el bebé a otra persona de por vida.
Este aspecto también la distingue de la prostitución, con la que se compara
a menudo. Mientras la prostituta vende un servicio y el uso provisional de
su cuerpo, la madre subrogada otorga a otras personas, a cambio de dinero,
el control total sobre la vida de un niño.



Al hacer hincapié en este punto no pretendo hacer una crítica moralista a
las mujeres que se convierten en madres subrogadas, quienes, en muchos
casos, son empujadas a hacerlo por sus familiares o tienen un acceso tan
restringido a recursos propios que se plantean alquilar su vientre como una
alternativa a una vida en batalla constante por la supervivencia, del mismo
modo que otras personas se plantean vender sus riñones, su pelo o su sangre.
Cuando se entrevista a algunas de estas mujeres y describen los meses de
gestación como unas vacaciones, las primeras de su vida, están mostrando de
manera elocuente la pobreza en la que viven muchas de ellas. Pero tenemos
que desenmascarar la tremenda hipocresía de la retórica que envuelve esta
práctica, que afirma que es producto del amor, una expresión pura del
altruismo, “regalar vida”, mientras omite el hecho de que quienes la ejercen
son algunas de las mujeres más pobres del planeta y que quienes se
benefician son las familias acomodadas que, una vez han adquirido el bebé,
no desean tener relación alguna con la madre subrogada.



En lugar de ser hipócritas y celebrar el supuesto altruismo de las madres
subrogadas, deberíamos reflexionar sobre el nivel abismal de pobreza que
lleva a una mujer a aceptar gestar durante nueve meses a un bebé al que
nunca se le permitirá cuidar y cuyo destino tiene prohibido conocer. También
nos debería preocupar, como ha preocupado a muchas feministas, que la
subdivisión y especialización de la maternidad en sus aspectos gestacional,
social y biológico representa una devaluación del proceso, que una vez fue
considerado un poder de la mujer, y la restauración de una concepción
sexista, patriarcal y verdaderamente aristotélica del cuerpo de la mujer y
de la mujer en sí, que en la retórica de la subrogación se presenta como la
portadora pasiva de una vida a la que no contribuye más que en “materia
bruta”.



¿Debería no legalizarse la gestación subrogada? Es un tema que habría de
generar más debate que el que ha tenido lugar hasta el momento. La pregunta
plantea la cuestión de hasta qué punto podemos recurrir al Estado para
garantizar que no se vulnere nuestra vida. Uno de los argumentos a los que
se suele acudir es que la legalización supondría cierta protección para la
madre subrogada. Al mismo tiempo, si se criminaliza la práctica, la madre se
expone a un mayor riesgo, ya que sin lugar a dudas la subrogación se seguirá
practicando. También es peligroso pedir al Estado cualquier clase de
legislación o intervención punitiva. La historia nos demuestra que esas
medidas suelen volverse en contra de quienes ya están siendo victimizadas.
Así pues, ¿cómo vamos a proteger a los bebés que nazcan como consecuencia de
las transacciones de la gestación subrogada? ¿Qué iniciativas deberíamos
emprender para impedir que se generalice la compra y venta de la vida de las
personas?



* Silvia Federici, escritora y profesora italo-estadounidense. Una de las
teóricas y activistas más reconocidas del feminismo anticapitalista. Autora
de numerosos libros publicados en varios idiomas  En castellano, pueden
leerse algunos editados por Traficantes de Sueños: Calibán y la bruja
(2009), Revolución en punto cero (2013), El patriarcado del salario (2018),
el archivo de la campaña internacional Salario para el trabajo doméstico
(2019), Reencantar el mundo (2020) y Brujas, caza de brujas y mujeres
(2021).(Redacción de Correspondencia de Prensa)



Notas



1) “Baby M” fue el nombre que se dio en el juzgado y en los medios de
comunicación a la hija de Mary Beth Whitehead, una madre subrogada de New
Jersey que, tras dar a luz el 27 de marzo de 1986, decidió que no quería
entregar al bebé a la pareja contratante. El consiguiente juicio, que se
prolongó durante más de un año y terminó por otorgar la custodia de la niña
a la pareja, generó un intenso debate en un momento en el que no existía
ninguna clase de regulación para esta práctica en Estados Unidos.

2) El reportaje de Reuters, elaborado con información recabada durante meses
de investigación (Twohey, 2013), reveló la existencia de un grupo en el
portal de internet Yahoo en el que, de media, cada semana se publicaba un
anuncio para “realojar” a un niño mediante una transferencia de tutela para
la que solo era necesario un poder de representación y cumplimentar un
formulario que se descargaba en la red; hubo incluso personas con
antecedentes delictivos que pudieron obtener niños con este procedimiento.
Según cálculos del gobierno de Estados Unidos, desde finales de la década de
1990, más de veinte mil niños adoptados habrían sido abandonados por sus
padres.

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